dc.description.abstract | Lima está situada en una zona de alto riesgo sísmico. A pesar de ello, el silencio sísmico de la ciudad hace que los grandes terremotos vividos en el pasado prácticamente no se guarden en la memoria colectiva de la gente. El último, en 2007, con epicentro en la ciudad de Pisco, a 200 kilómetros al sur, no originó pérdidas humanas en la capital y los daños materiales fueron limitados. Para encontrar uno que haya generado víctimas en Lima hay que remontarse al 4 de octubre de 1974, hace casi 50 años, que se saldó con más de 200 muertos. Sin embargo, considerando el crecimiento poblacional de la ciudad desde entonces, así como una edad media relativamente joven por debajo de los 30 años, son pocos los testimonios que pueden dar cuenta de esta catástrofe. Esto ha propiciado, en parte, que durante décadas la ciudad se haya desarrollado de manera notable hasta convertirse en una megaciudad de 11 millones de habitantes en comparación con los 3.4 millones de los años 70. A pesar de otros fenómenos que han asolado a Lima, como El Niño, y del permanente estrés hídrico al que está sometida, estos desastres no han afectado el crecimiento exponencial de la ciudad. Lo interesante de un evento sísmico de gran magnitud que ocasiona daños sociales y económicos cuantiosos es que suele venir acompañado de un esfuerzo colectivo de corrección para futuros eventos. Se legisla para tener normas técnicas de construcción más estrictas, se persigue la construcción informal, se establecen mecanismos de respuesta temprana más eficaces, se planifican más simulacros de sismos y, sobre todo, la ciudadanía se concientiza más sobre los riesgos que enfrenta ante este tipo de eventos. El ser humano actúa por reacción, y cuando la amenaza es palpable y real, la respuesta colectiva suele ser más eficaz, lo que permite cambios sociales y tecnológicos. | es_ES |