dc.description.abstract | Si una de las evidentes preocupaciones de los misioneros jesuitas era la de lograr que, tan pronto como fuera posible, sus establecimientos misionales llegaran a ser económicamente autosuficientes, respecto del caso de la península de California dichos religiosos tuvieron claro, aun desde antes de hacer allí sus primeras fundaciones, que su permanencia en las áridas tierras peninsulares (y, con ella, el programa de evangelización de los indios californios) dependería de los recursos de aprovisionamiento que se pudieran mandar desde fuera. Algunos de los padres promotores de la expansión misional hacia California concibieron, desde fechas tempranas, que las misiones jesuíticas establecidas en el noroeste continental novohispano, particularmente las de Sinaloa, Ostimuri y la Alta Pimería, podrían proveer, por lo menos en parte, el apoyo que se necesitaría para sostener las futuras misiones californianas. Pero, cuando se decidió hacer ya la entrada fundacional, el misionero autorizado para ello, el padre Juan María de Salvatierra, se dio a la tarea de constituir en la ciudad de México un fondo financiero de apoyo, y acudió para ello al recurso de las limosnas pías. Así, el Rey tenía mandado por entonces que no se emplearan dineros del Real Erario en la empresa californiana, tenida a la sazón por impracticable. | es_ES |