dc.description.abstract | La tesis se centra en el análisis de la figura de Chopin en la novela Silencio de Blanca de José Carlos Somoza. La novela tiene dos relatos: uno principal y el otro secundario; además, en la novela se encuentran numerosas anotaciones sobre los Nocturnos de Chopin. En el primer relato la narración se centra en la relación que entabla Héctor con Blanca, y, luego, las relaciones que surgen entre el protagonista y otras dos mujeres: Verónica y Elisa. El segundo relato, en cambio, narra la estadía de Chopin y George Sand en Mallorca. La pregunta que motiva la tesis es cuál es la función de este segundo relato que en una primera lectura podría parecer una digresión. A partir del análisis se propone que este segundo relato, aparentemente secundario, es fundamental en la novela porque en este se explica tanto la estructura de la novela como las motivaciones del protagonista (forma y fondo). Además, este relato no está aislado sino que, a través de los Nocturnos de Chopin, se manifiesta en el primero. Por ello, se propone como objetivo analizar la figura de Chopin en ambos relatos y conectar ambos a partir de las diversas anotaciones sobre los Nocturnos que se encuentran presentes en el primer relato.
Para llevar a cabo el análisis se ha aplicado, principalmente, las concepciones sobre lo sagrado y lo profano de Mircea Eliade, el triángulo mimético de René Girard, concepciones sobre estética musical realizadas por Enrico Fubini, concepciones acerca del Romanticismo de Albert Béguin y las ideas acerca de la interpretación propuestas por Proust en su ensayo Contra Sainte-Beuve y Borges en su cuento Pierre Menard.
El análisis de la novela se divide, entonces, en dos partes: por un lado, el análisis del primer relato; por otro lado, el análisis del segundo relato. La primera parte del análisis se centra en la estructura de la novela. Se propone que la estructura es circular debido a cómo se ordenan los capítulos como si estos fueran una serie de rituales. Por ello, el final no es propiamente un final, sino la repetición de las acciones narradas en la novela. Si bien esto hace referencia a la estructura general de la novela, la visión ritual se extiende al comportamiento del protagonista, quien estructura su existencia a partir de una división entre lo ritual y lo profano. Esta división se produce debido a su división entre código lingüístico y música. El lenguaje no es confiable, no permite la comunicación; en cambio, la música, si bien no tiene como objetivo comunicar (de acuerdo con Héctor), tiene un objetivo más importante: permite alcanzar el placer, trascender esta realidad para sumirse en otra. El héroe de Héctor es Chopin y es él quien a través de sus Nocturnos le muestra la existencia de esta otra realidad. Héctor imita, entonces, a Chopin, pero no solo a través de la ejecución de los Nocturnos, sino que el estudio de estos le permite encontrar una nueva sensibilidad, un modo similar de acceso a esta otra realidad: el erotismo. Pero el erotismo, si bien rito de la sexualidad, recibe un tratamiento diferente en esta novela. La amada de Héctor es la amada ideal: no habla y obedece. Además, los rituales eróticos que ellos mantienen están regidos por dos leyes: el silencio y la no consumación erótica. Héctor postula que la forma ideal de alcanzar el placer no reside en la consumación, momento en el que solo se trata de sexualidad, sino que el arte reside en aislar lo que verdaderamente vale la pena de la relación: el instante erótico, aquel separado de la sexualidad y del amor. Pero esta relación perfecta entra en crisis cuando Héctor se percata de su separación con lo cotidiano, aquello que considera profano y alejado de lo artístico; por ello, intenta entablar
vínculos con este espacio. Esto lo intenta a partir de la relación con dos mujeres: Elisa y
Verónica. Sin embargo, su visión ritual le impide concretar algún vínculo con ellas: por un
lado, corrompe a Elisa, iniciándola en los rituales; por otro lado, intenta mantener una
relación con Verónica, pero las leyes rituales impiden el vínculo entre ambos. Tanto
Verónica como Elisa son mujeres reales: ambas hablan y ambas exigen la consumación
erótica. Al final de la novela se produce una crisis cuando Héctor intente conciliar ambos
espacios: lleva a Verónica a contemplar uno de los rituales con Blanca. El ritual se
desestabiliza y revela el secreto de este: Blanca no existe, es un disfraz que cubre el cuerpo
de Lázaro, el hermanastro menor de Héctor.
Por otro lado, el análisis del segundo relato de la novela parte de la premisa de que, si bien
es un aparente relato biográfico sobre Chopin, en realidad es un relato que busca responder
los misterios detrás de la creación musical del compositor; además, el relato se divide en
dos partes. La primera parte está narrada por Héctor, quien empleando la segunda persona
justifica la división ritual y profana, y privilegia la primera como espacio de lo artístico por
excelencia. La segunda parte está narrada en primera persona: Héctor asume la identidad de
Chopin y aprovecha esta máscara para confesarse. Así, el aparente relato sincero sobre la
perfección de la vida ritual (el primer relato) adquiere otros matices en los que se revela el
miedo del protagonista frente a la vida que ha optado por elegir y, sobre todo, la pertinencia
del arte en la sociedad. Héctor concluye que la música puede ser compartida por otros, pero
que sus misterios permanecerán ocultos para el público. Sin embargo, pese a esta sentencia,
invita a Verónica al ritual a presenciar los misterios de su vida, que se ha convertido en
arte, pero Verónica rechaza lo que ve, ya que no se trata de arte, sino de la corrupción del
otro.
Las conclusiones a las que se ha llegado luego del análisis son básicamente las siguientes:
la estructura formal de la novela depende de la relación que entabla Héctor con Chopin, ya
que a partir de la figura del compositor se trazan los límites entre vida ritual y vida profana.
Esta división de espacio depende también de las diferencias que Héctor establece entre
música y lenguaje, si bien señala que la música es el medio adecuado para la trascendencia,
él no compone música, sino que escribe para comunicar sus experiencias rituales. Así, poco
a poco va utilizando el código lingüístico para manifestar sus temores respecto a la vida
ritual; sin embargo, al final se retoma el silencio y la predominancia de la música sobre el
lenguaje. Esta división entre música y lenguaje es la misma que se establece entre Blanca y
Verónica y Elisa. La primera se constituye en la representante por excelencia de lo sagrado,
mientras que las dos primeras son las representantes de lo profano. Si bien Héctor intenta
encontrar un punto medio que reconcilie ambos espacios, tiene que optar por alguno de
ellos cuando se produce la crisis ritual. Su decisión final involucra también la visión de arte
por la que opta: los misterios del arte deben permanecer ocultos al público. Si bien esto es
aplicable para el arte en general, se debe recordar que el arte que crea Héctor se basa en la
corrupción del otro. | es_ES |