La escucha y la confianza como ejes del proceso creativo del actor : Dora y Las neurosis sexuales de nuestros padres
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Abstract
Ingresé a la Pontificia Universidad Católica del Perú en el año 1995, sin saber bien qué
quería estudiar pero sabiendo que quería estudiar. Para poder cursar Estudios Generales
Letras uno debe indicar a qué Facultad piensa ir así que me inscribí en Psicología, pero
al terminar el primer año de Estudios Generales, cuando empezó a correr el rumor por
los pasillos de Letras de que se abriría al año siguiente la nueva Facultad de Ciencias y
Artes de la Comunicación, pensé que sería una buena opción para mí. La verdad es que
tenía muchos intereses y mis inclinaciones se movían entre la literatura y la física, la
arquitectura y la educación, la historia y la biología nuclear… Eran tan disímiles mis
gustos que me costaba tomar una decisión tan importante: elegir a qué me iba a dedicar
el resto de mi vida, y por alguna razón intuí que las Ciencias y Artes de la
Comunicación podrían permitirme trabajar con temáticas variadas y albergar mis
inquietudes.
Una amiga de Letras llevó un taller de teatro en nuestro primer año de estudios y
cuando vi su muestra final, algo de esa experiencia resonó íntimamente en mí. Al
semestre siguiente me inscribí en ese mismo taller. En la primera clase estaban todos los
alumnos del grupo anterior, un alumno nuevo y yo. No recuerdo bien qué hicimos en
ese primer encuentro pero recuerdo perfectamente lo que pasó en nuestra segunda clase:
el profesor directamente me lanzó al centro del espacio -todos sentados al frente me
miraban- y me dijo: improvisa. Me quedé helada, inmóvil, tensa. Nunca me había
sentido tan inútil, tan temerosa, tan expuesta y tan poco capaz de hacer algo interesante.
Tuve tanto miedo que ni siquiera fui capaz de darme cuenta de que tenía miedo. Mis
mecanismos de defensa se activaron de inmediato y lo que sentí claramente fue: el
teatro es horrible, no quiero estar aquí. No volví más al taller