«Tenemos que transmitir los errores... Me interesa recoger esas experiencias para que no se repitan... Parece un deber, antes de que uno se largue de este planeta»
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Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial
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Resumen
Mi proceso es bastante particular. Se inicia a partir de los nueve años, cuando mi madre fue elegida «Madre peruana» —que en ese momento era algo importante— y vino el abate Pierre al Perú. A ella la invitaron especialmente y yo la acompañé al Teatro Municipal. El mensaje del abate Pierre, que hablaba de los sin techo, de los pobres del mundo, me impactó muchísimo. Para mí, que vivía en Miraflores, me abrió una idea de que el mundo era diferente. Vi la película de los Traperos de Emaús, con las imágenes de los sin techo en París. Era descubrir algo. Cuando conocí al abate Pierre ese día, me impactó. Al final, como era la única niña en todo el Teatro Municipal, se me acercó y me tocó la cara —no me lavé la cara varios días—, me quedé impresionada. Desde ahí mantuvimos contacto con el padre Protain, que vivía en El Montón, iba a la casa y mi mamá coordinaba con él. Y yo sentí que descubría que había pobreza y había que preocuparse por ellos. Si eras cristiano, eso era lo principal. Mucha gente le pedía ayuda a mi mamá, la buscaba y yo iba con ella a todas partes. En casa conocí a Gustavo Gutiérrez, cuando todavía no existía la Teología de la liberación.
Descripción
Páginas 123-135
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