Precisiones sobre el liberalismo político de Mario Vargas Llosa : un equilibrio entre la libertad individual y la justicia social
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Abstract
La hipótesis de la tesis que presento para optar el grado de Magister
en Filosofía lleva por título Precisiones sobre el liberalismo político de
Mario Vargas Llosa. Un equilibrio entre la libertad individual y la justicia
social y en ella muestro que varias de las ideas políticas de Mario Vargas
Llosa descansan en ideas filosóficas, cuyo principal interés es el de
proteger al individuo y su libertad sobre las demandas de los colectivos,
buscando protegerlo de los oligopolios, otorgándole, además, por justicia,
condiciones reales de equidad, desde el inicio de la vida, con una
educación valiosa, que le permita participar de manera franca en las
competencias y vicisitudes del tramado social. Tanto el primer período
político, signado por el marxismo existencial de Jean-Paul Sartre, como
el segundo, influido por el liberalismo de Karl Popper, Frederick Hayek e
Isaiah Berlin, tienen por eje, ambas etapas, el de proteger al individuo.
Las diferencias, por supuesto, entre ambos períodos son enormes. Ahí
las estrategias económicas de creación y distribución de dinero que
tienen el socialismo y el capitalismo, ahí las valoraciones diferentes de
las formas entre autoritarios y demócratas. Sartre despreciaba las formas
democráticas por ver en ellas sólo impostura y retórica huera, mientras
que el liberalismo de Popper las reivindicaba como canales pertinentes
que conducen a reformas incruentas. Con el paso de los años, se destaca
el despliegue gradual, aunque firme, en el que transita Vargas Llosa; de
joven socialista de cuño sartreano, y de mayor edad hacia el liberalismo
de Popper, Hayek y Berlin, y se observa que el escritor peruano-español
busca reunir la concreción de los valores de la libertad y de la justicia,
enfatizando el realismo de las reformas prácticas, la salida real de la
extrema pobreza, aumentando la riqueza mediante la integración de
economías subdesarrolladas al mercado mundial y dejar el asistencialismo crónico del Estado, lograr que éste no desfalque el dinero
que no tiene, y promover un gobierno plural que proteja a las minorías
culturales sometidas a lo largo de la historia. En las democracias, piensa
Vargas Llosa, se crean los anticuerpos que nos defienden de los
totalitarismos y corrupción, se agudiza la crítica y la investigación, y, sin
abdicar de la «moral de los límites» de Camus, le ilumina, por ráfagas, la
inteligencia comprometida de Sartre –aunque otras veces reniegue de él-
, y, así, camina en un equilibrio entre Sartre y Camus hacia el valor de la
libertad individual tal como lo plantearon Popper, Hayek y Berlin.
A lo largo del trabajo se mostrará (i) qué aprendió Vargas Llosa del
debate entre Sartre y Camus sobre si el fin justifica los medios, (ii) qué
estilo de liberalismo es el que él defiende después de ser influido por
Popper, Hayek y Berlin, y (iii), en estética, por qué es necesario que el
escritor sea libre, autónomo y por qué es vital que los escritores, más allá
las afinidades y compromisos políticos, no supediten lo que escriben a
los valores sedimentados de los ciudadanos.
La tesis se divide en tres capítulos. El primero está dedicado al
debate entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus, y analiza la primera parte
de la tesis (i), es decir, qué ideas filosóficas y políticas de Camus y de
Sartre se hallan en el liberalismo de Vargas Llosa, recopiladas en Entre
Sartre y Camus, ideas que subyacen en distintos artículos periodísticos
del escritor. Así, en 1.1, se detallan las razones esgrimidas por ambos
filósofos sobre si, en nombre de la justicia social, el fin justifica los
medios. Después, siempre sin alejarse del debate, en 1.2 se precisan las
ideas éticas y políticas de Camus, puntualmente la «moral de los límites»;
en 1.3 se detalla el «realismo político» de Sartre y su culto a la eficacia; y
en 1.4 se cierra el primer capítulo estudiando las ideas que Vargas Llosa
aceptó y renegó del debate.
El segundo capítulo estudia la segunda parte de la tesis (ii), el estilo
de liberalismo que presenta y defiende Vargas Llosa alimentado,
básicamente, por los tres liberales que él considera los más urticantes,
imprescindibles del siglo XX: Hayek, Popper y Berlin. En 2.1 se analizan
las ideas principales del prólogo de El otro sendero, la memoria El pez en el agua, y los ensayos La utopía arcaica, La civilización del espectáculo y,
de más reciente publicación, La llamada de la tribu, así como diversos
artículos de periódicos y conferencias, donde Vargas Llosa ha presentado
sus propuestas políticas, sus ideas y metas liberales a partir de las cuales
pueden rastrearse las nociones básicas de su pensamiento político. En
esos textos, puntualmente, defiende la libertad de cada individuo, el
egoísmo como energía, como fuerza espontánea que, en el mejor de los
casos, beneficia a la comunidad («la mano invisible» de Smith), y el
ejercicio de tolerar las diferencias en los fines, en las metas y en los
propósitos de vida, además de fortalecer las instituciones educativas.
En 2.2. se aborda al filósofo Karl Popper, el autor que enseñó a sus
lectores a exigir pruebas, predicciones puntuales, expuestas a críticas, y
a identificar las especulaciones que se hacen pasar por teorías testeadas
cuando sólo son discursos vacíos. La epistemología y el liberalismo de
Popper están vinculados por el valor positivo de la crítica racional que
cuenta con evidencia, por ejercer y recibir críticas, valor clave en las
sociedades abiertas, tolerantes. La epistemología de Karl Popper,
estudiada en 2.2.1, muestra algunos de los aportes del intelectual en
filosofía de la ciencia, deteniéndose, por un breve momento, en 2.2.1.1.
en su crítica al psicoanálisis.
Con el mismo propósito, el de conocer qué posición toma un
popperiano como Vargas Llosa frente a perspectivas asociadas con los
temas de Thomas Kuhn, después se profundiza en el debate entre Popper
y Kuhn, en 2.2.1.2, bajo dos preguntas centrales: (i) ¿la contrastación es
el valor preponderante entre teorías rivales?, y, (ii) ¿elegir entre
paradigmas es imposible porque son inconmensurables? Sobre (i), si la
contrastación es la prueba máxima que resuelve conflictos entre teorías
rivales, continúa el debate, con mayor fuerza en las ciencias sociales y
humanas, aunque, cierto es, el listado que formuló Popper en este asunto
orienta muchísimo, en donde la contrastación era un valor crucial, e
incluso el propio Kuhn, en una conferencia con Popper, admitió que, en
las lides entre teorías rivales, dentro de los rasgos que se les solicitan a
las teorías -la precisión y la coherencia, la competencia, la simplicidad y productividad- la contrastación fina con la realidad juega un rol clave.
Acerca de (ii) la imposibilidad de elegir racional y críticamente entre
paradigmas porque serían inconmensurables, Popper tiene razón al
identificar los presupuestos erróneos de Kuhn (asumió que la
racionalidad de la ciencia presuponía una especie de marco común
general, cuando no es así, y también supuso que la racionalidad dependía
de un lenguaje común, de un conjunto de presuposiciones universales).
De las ideas de Popper se desprende, además, que la ciencia avanza
cuando se confirman conjeturas audaces y cuando se revocan teorías
prudentes.
Una vez mostradas las nociones epistemológicas de Popper, en 2.2.2,
se aborda su liberalismo político, destacando las afinidades entre él y
Marx y las diferencias que, en lo básico, consisten en que mientras Marx
pensó que el capitalismo intrínsecamente convierte en mercancía a los
trabajadores y que el capitalismo sería erradicado, Popper buscó reformar
ese capitalismo sin violencia, sin baños de sangre. La lectura que hizo
Popper sobre Marx, hoy vemos, a la luz de los aportes de Gramsci y
Althusser, atacó el economicismo que en varios momentos defendió Marx,
pero descuidó el terreno de la lucha intelectual que también empuñó el
autor de El capital. Sin embargo, atendiendo de manera directa a la
reflexión de Popper, a Marx, las leyes y la política, se le presentaban como
un decorado, bisutería del poder capitalista; para Popper, en cambio, la
meta era lograr que el poder económico no fuese la bota sobre la faz del
poder de las leyes y de la democracia. Popper explicó por qué el Estado
debía intervenir, en contadas ocasiones, en la economía y proteger,
siempre, las condiciones laborales de los menos favorecidos y estuvo
contra el capitalismo sin trabas, pues el Estado debía intervenir en la
salud y en la educación de los ciudadanos, en la redistribución inteligente
de los impuestos, además de permitir el derecho vital, regenerador, de las
huelgas y de los sindicatos.
El segundo capítulo continúa estudiando en 2.3 las influencias de
Hayek y Berlin sobre el autor de El sueño del celta. En 2.3.1, según
Hayek, las empresas privadas estimulan la competencia económica y, gracias a ellas, los ciudadanos logran desperezarse de la viscosa rutina
de las fábricas estatales. Afirmó que las democracias liberales eran
superiores moral y económicamente que el socialismo real, autoritario y
en ruinas a la vez que, en el capitalismo, dijo, había más derechos
humanos, más igualdad de oportunidades, más respeto al individuo que
en los despóticos países comunistas. En lo económico, sin dudas, Vargas
Llosa comparte las ideas de Hayek; sin embargo, el liberalismo, dirá, no
se reduce a la economía, el liberalismo aloja proyectos económicos,
sociales y cuida de la libertad del individuo. En dos oportunidades, Hayek
aplaudió la dictadura capitalista de Chile, y Vargas Llosa, en ese punto
toma distancia, pues, a diferencias de las dictaduras, las democracias no
sólo fijan los ojos en los fines, en los propósitos, en los objetivos comunes,
sino también en los medios, en las formas políticas en que se consiguen
esos fines, con inteligencia, cediendo y pulseando, y en consensos, y por
eso para el liberalismo del escritor es un error fatal reducir las ideas
liberales al terreno económico, error que también Isaiah Berlin puso de
manifiesto y que se estudia a continuación en 2.3.2.
El estilo de escritura de Berlin es lo primero que admira Vargas Llosa
y lo identifica como un hábil ensayista que lejos de ser especulativo y
abstracto está arraigado a la experiencia común del lector, en lugar de
ser egocéntrico mostrando sus propias tesis es más bien casi
imperceptible; su técnica para persuadir –dice Vargas Llosa- es el fair
play que se detecta al leer sus trabajos sobre distintos filósofos, de
preferencia aquellos que no pensaban como él, aquellos que renegaban
de los valores y proyectos de la Ilustración y del liberalismo, tales como
Joseph de Maistre, Hamman, autores del ala protofascistas, pero también
Berlin escribió una biografía impecable sobre Marx, bajo la idea de
querer entender a esos autores antes de refutarlos, de que leer a los
aliados es aburrido y más interesante es adentrarse en los adversarios, y
conocer de esta manera sus razones, sus propósitos, pues quería poner
a prueba la solidez de sus propias ideas y convicciones y, así, ir
descubriendo qué tenían de erradas, de falso, de distorsión y de fealdad. De Berlin las ideas que atrajeron a Vargas Llosa fueron su
reformismo, su convicción de que mejor eran los cambios graduales,
parciales y el sospechar de las utopías y los apocalipsis; y también el
desarrollo que hizo del pluralismo y la tolerancia al mostrar que muchas
veces los fines y los objetivos y los valores que tiene cada individuo no
son armoniosos entre sí y, por el contrario, los ciudadanos tienden a un
«equilibrio inestable», ya que se chocan, se embisten y se crispan por no
tolerar, muchas veces, los fines diferentes que han elegido los otros. Si
eso pasa entre individuos, es más notorio cuando comparamos el estilo
de vida de los vieneses de inicios del siglo XX con las tribus nómadas que
unificó Gengis Kan. Los criterios con los que son valoradas las acciones
e intenciones morales de una era no suelen coincidir al ver las de otras
épocas. Estos son, para Berlin, puede decirse, ejemplo de valores
irreconciliables, tal como se ve en los objetivos de los cristianos
medievales viviendo en una apartada abadía y los valores bélicos de los
espartanos bajo el liderazgo de Leónidas. Otro aporte que Vargas Llosa
aplaude de Berlin es haber continuado con la diferencia entre «libertad
negativa» y «libertad positiva», pieza fundamental en la filosofía de Hobbes
y Hegel, y que fue heredada por los discursos del liberalismo del siglo XX;
de modo que el entusiasmo y la convicción de Hayek de que el mercado
libre garantiza el progreso, cobra, gracias a Berlin, un necesario
contrapeso, recordando que el laissez faire, si bien desde su puerta más
publicitada genera que los individuos intercambien mercancías e
intereses de manera más veloz y práctica, también posee una trastienda
por donde los niños fueron invitados a trabajar en minas de carbón.
De las ideas de Popper, Hayek y Berlin nace el liberalismo de Vargas
Llosa, alentando la competencia entre las empresas privadas y
protegiendo a la sociedad de los excesos, de los oligopolios, que genera el
mercado libre, desbrozando sus imperfecciones, ayudando que las
condiciones iniciales de competencia no perpetúen las injusticias,
tratando, mediante los resultados positivos de la economía de mercado
para generar riqueza, de llevar servicios de salud, de educación y de
alimentación a todos los sectores de la sociedad. Con estas ideas en mente, Vargas Llosa siguió bullendo en ideas de crítica, exigiendo
pruebas y tolerancia entre ciudadanos, y, cuando revisó la discusión
entre los dos escritores existencialistas que marcaron su juventud, esta
vez le dio la razón a Camus y a la «moral de los límites».
El tercer capítulo aborda (iii) la estética en la obra de Vargas Llosa,
pero aterrizando en el aspecto del compromiso del escritor. Por qué es
vital que el escritor no supedite sus creaciones a los valores ciudadanos,
a las nobles causas ni siquiera en nombre del compromiso social. Es útil
analizar en 3.1. La utopía arcaica, obra dedicada al estudio de José María
Arguedas, en la cual Vargas Llosa niega que la literatura deba estar al
servicio del indigenismo o de cualquier otra causa política y social,
porque, piensa, la gran literatura está al servicio de la causa literaria:
producir placer, profundizar en la condición humana, reverberar los
claroscuros de las sociedades. El indigenismo fue valioso, por supuesto,
al describir la vida de los hijos de los aborígenes tres siglos después de la
Conquista de España, esquilmados por gamonales y latifundistas, y
buscó desbaratar las mentiras oficiales, proferidas desde varias
instituciones, una tarea que la realizaron bien los antropólogos y los
sociólogos, entre otros, pero que, en el sentir de Vargas Llosa, perjudica
a la literatura, en cuanto que prediseñarle una misión, un quehacer
práctico inmediato, la desnaturaliza. La literatura no tiene por qué llevar
estampada una moral edificante; ese, dice el escritor, es un relente que
expiden adecuadamente las aulas y los periódicos, pero no la literatura.
La literatura amplía la conciencia del lector, no se está quieta nunca, no
propaga convicciones ni da certezas, sino todo lo contario, siembra la
duda, la sospecha, la incertidumbre; no demuestra teoremas ni está
gobernada por una jerarquización de ideas, no busca una pista de
aterrizaje para conclusiones con camisa de fuerzas; ella muestra más
bien los contornos más insospechados, otorgándoles nuevas
consideraciones a los asuntos que parecían ya sedimentados. Con el caso
de José María Arguedas, además, se reavivó la discusión entre la
tradición hispanista y los indigenistas, una discusión que abrió temas
relevantes en el Perú. En 3.2 se repasan las críticas literarias de inicios del siglo XXI que
ha merecido el escritor y en 3.3 se muestra que las actuales coordenadas
en que Vargas Llosa vislumbra el debate de ideas es entre distintas
formulaciones del liberalismo, matices que van y vienen en torno del
individuo, la economía y la política, la cultura y el arte, pero no del
neoliberalismo (o economicismo), nombrado asimismo «la enfermedad
infantil» del liberalismo. Se pone en el tapete también críticas en torno a
la meritocracia que defiende –se supone- el mercado; pero sobre todo se
discutirá La civilización del espectáculo por su tesis de que el declive
cultural de la actualidad -en tanto que la población en su mayoría está
fascinada por el espectáculo y le resulta casi imposible acceder a la
cultura que exige esfuerzos- no tiene raíces en las reglas de juego del
capitalismo, pues, según Vargas Llosa, contrariando ciertos pasajes
marxistas, aunque también continuado el diagnóstico de Gramsci, la
cultura no es el pálido reflejo, un epifenómeno de la vida económica.
Según Vargas Llosa, el desarrollo cultural no depende de la bonanza
económica de los países ni está amarrado a las carencias económicas,
pero, esa idea ha sido cuestionada porque, como plantea el sociólogo
Nelson Manrique, apuntando a Ayacucho, las culturas ricas y las
culturas pobres corresponden, sencillamente, a sociedades adineradas y
a sociedades empobrecidas.
Finalmente, en 3.4, se ve por qué el literato Luis Loayza, refiriéndose
a Vargas llosa, dijo: «Es un Balzac que quiere escribir como Flaubert»; por
qué el escritor peruano, en nombre de una literatura libre de cencerros
ideológicos, o de cualquier otra forma de presión social, rompió con el
mandato de la literatura comprometida de Sartre, a quien confiesa haber
glosado con alborozo en ¿Qué es la literatura? Hay muchísimos puntos
de los que se distanció de Sartre, pero a lo mejor hay una idea que aún
chisporrotea como un rescoldo: la idea de que escribir es a la vez un
síntoma y una cura, una patología y una redención.