Sociología
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Ítem Acceso Abierto ¿Por qué consideramos bueno a nuestro país?(Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial, 2013) Anderson, Benedict R O'G (Benedict Richard O'Gorman)El tema al que he decidido dedicar mi conferencia se expresa en una pregunta un tanto extraña: «¿Por qué consideramos bueno a nuestro país?». Con nuestro país me refiero naturalmente al país de cada quién. A partir de lo que se lee en los periódicos, lo natural suele ser el sentimiento de que el propio país no tiene esperanza alguna; sin embargo, pese a ello, siempre queremos creer que nuestro país es básicamente bueno, y la pregunta que me interesa discutir es ¿por qué?, ¿por qué pensamos que nuestro país es básicamente bueno? Para empezar, quisiera detenerme en la gran diferencia que existe entre los apegos que suscitan el nacionalismo y la religión, respectivamente, haciendo hincapié en lo curioso que es a este respecto el nacionalismo. Si consideramos el caso de la religión, notaremos que sería muy difícil emplear las palabras estándar que la gente normalmente utiliza en relación con el nacionalismo. En este último caso, las personas suelen afirmar: «este es mi país, esté en lo correcto o esté equivocado», lo cual equivale a decir: «incluso si mi país está equivocado, aun así lo amo». En contraste, notaremos que no es posible decir: «amo mi religión, esté en lo correcto o esté equivocada»; la religión parecería no poder estar equivocada. Por otra parte, si observamos las representaciones que se hacen del cielo y del infierno las distintas religiones, descubriremos que las naciones, cualesquiera que estas sean, no están ni pueden estar en el cielo ni tampoco en el infierno. Es decir, no hay lugar en el cielo ni en el infierno para estas colectividades, lo cual muestra que el nacionalismo, si bien es utópico, lo es en un sentido animista.Ítem Acceso Abierto Universidad, nación y nacionalismo(Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial, 2013) Anderson, Benedict R O'G (Benedict Richard O'Gorman)El gran historiador marxista del «mundo moderno», Eric Hobsbawm, escribió alguna vez que durante las históricas y mundiales revueltas de las revoluciones francesa y estadounidense, las universidades casi no jugaron ningún rol. Pero luego dijo que durante el annus mirabilis de 1848, cuando los movimientos «nacionalistas» de muchos lugares de Europa se rebelaron contra las dinastías imperiales, las universidades, y en particular los estudiantes, aunque aún pocos, sí jugaron un rol crucial. Según sus cálculos, se trataba de una población de estudiantes de cerca de 48 000 alumnos, más o menos el número de estudiantes de bachillerato que reúne cualquier gran universidad pública estadounidense. Encontramos también en el trabajo inicial de Habermas sobre el nacimiento en el siglo XVIII de la esfera pública —que sentaría las bases para las democracias modernas— que las universidades casi no eran relevantes. Los semilleros se ubicaron en los clubes citadinos, en los cafés y en imprentas legales y subterráneas que ponían en circulación periódicos, diarios, folletos, caricaturas, así como frecuentes e injuriosos ataques a los gobernantes.