Carvallo Rey, Constantino2023-02-272023-02-272010https://repositorio.pucp.edu.pe/index/handle/123456789/189796Páginas [205]-213«Humanizar» es un verbo extraño porque es difícil de aplicar, en el mismo sentido, a otros seres vivos. Es como si la maduración o el despliegue del ADN no bastaran para constituir lo humano. Parece evidente que hay un aprendizaje fundamental, inconsciente, que va desarrollándose a partir de los vínculos y las relaciones tempranas hasta forjar una «segunda naturaleza», como escribía Pascal, que nos hace propiamente humanos. No se nace humano y eso lo muestra el primer gran pedagogo moderno, el profesor Jean-Marc Gaspard Itard y su esfuerzo por humanizar al niño salvaje, el homo feris de Aveyron, inmortalizado en el espléndido filme de François Truffaut. Su fracaso es la muestra del modo como la ausencia de vínculo humano en los primeros años, la falta de comunicación, de relación con otros seres humanos impide ese segundo nacimiento que es obra de la cultura y de la educación. Lo mismo mostró R. Spitz con el fenómeno del hospitalismo y el modo como esos niños sin contacto afectivo, sin cuidados propiamente humanos, no desarrollaban siquiera las ganas de continuar viviendospainfo:eu-repo/semantics/openAccesshttp://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/pe/Humanidades--FilosofíaEducación--FilosofíaHumanidades y educacióninfo:eu-repo/semantics/bookParthttps://purl.org/pe-repo/ocde/ford#6.03.01https://doi.org/10.18800/9789972429361.018