Bibliotecas y cultura letrada en América Latina Siglos XIX y XX Carlos Aguirre y Ricardo D. Salvatore, editores © Carlos Aguirre y Ricardo D. Salvatore, editores, 2018 De esta edición: © Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2018 Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú feditor@pucp.edu.pe www.fondoeditorial.pucp.edu.pe Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP Fotografía de carátula: Interior of the Real Gabinete Português de Leitura in Rio de Janeiro, Brazil. https://www.flickr.com/photos/uwephilly/3301983/ Primera edición: junio de 2018 Tiraje: 500 ejemplares Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2018-07060 ISBN: 978-612-317-364-7 Registro del Proyecto Editorial: 31501361800481 Impreso en Tarea Asociación Gráfica Educativa Pasaje María Auxiliadora 156, Lima 5, Perú BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ Centro Bibliográfico Nacional 027.08 B Bibliotecas y cultura letrada en América Latina : siglos XIX y XX / Carlos Aguirre y Ricardo D. Salvatore, editores.-- 1a ed.-- Lima : Pontificia Universidad Católica, Fondo Editorial, 2018 (Lima : Tarea Asociación Gráfica Educativa). 364 p. : il., facsíms. ; 24 cm. Ensayos del coloquio "Bibliotecas de las Américas: poder, capital cultural y circulación de conocimientos, 1800-2000", realizado en la Universidad Torcuato di Tella (Buenos Aires, Argentina) el 19 y 20 de agosto de 2014. Incluye bibliografías. Contenido: Bibliotecas y formación del Estado-Nación -- Bibliotecas y cultura letrada -- Bibliotecas, museos y prácticas científicas y culturales -- Bibliotecas, movilización política y proyectos revolucionarios. D.L. 2018-07060 ISBN 978-612-317-364-7 1. Bibliotecas - América Latina - Historia - Siglos XIX-XX 2. Bibliotecas públicas - América Latina - Siglos XIX-XX 3. Bibliotecas privadas - América Latina - Siglos XIX-XX 4. Bibliotecas y sociedad - América Latina 5. América Latina - Vida intelectual - Siglos XIX-XX I. Aguirre, Carlos, 1958-, editor II. Salvatore, Ricardo D, editor III. Pontificia Universidad Católica del Perú BNP: 2018-127 133 La gran travesía de la Biblioteca Real Portuguesa: libros, libertad y el poder simbólico de las bibliotecas1 Lilia Moritz Schwarcz Una biblioteca, dos países El objetivo principal de este artículo es describir —a través de «personajes» inesperados como algunos bibliotecarios y una biblioteca— la saga de dos naciones cuyos destinos estuvieron en algunos momentos entrelazados y, en otros, más bien apartados. Utilizando como estructura la historia de la Biblioteca Real —una colección única de libros acumulados por los reyes portugueses a lo largo del tiempo—, mi propósito es presentar el destino de esta institución y el lugar que ocupó en momentos cruciales de la historia de Portugal y de Brasil. Destruida durante el terremoto de 1755, considerada estratégica para los planes del Estado en los tiempos del marqués de Pombal —que gobernó Portugal desde 1760 hasta 1780— y olvidada en el puerto de Lisboa durante el traslado de la Corte a Brasil en 1807, la Biblioteca Real desembarcaría en Brasil tres años después, entre 1810 y 1811, como si la Ilustración hubiese sido dosificada y enviada en baúles a la colonia portuguesa. La biblioteca terminó convertida en motivo de disputa a la hora de elaborar el Tratado de la Independencia de Brasil en 1825, lo que demostraba que su importancia no era solamente económica, sino también —y tal vez fundamentalmente— simbólica. Este ensayo cuenta la historia de esta institución que, después de muchos percances, se convirtió en el pivote de una auténtica ‘batalla’ a la vez bibliográfica y política. Sin embargo, la Biblioteca Real también puede entenderse como una metáfora. Los libros y las bibliotecas poseen diferentes significados y relevancias 1 Traducción de Cecilia Gil Marino. Este artículo está basado en la investigación realizada y la información recopilada para un libro que publiqué con Angela Marques da Costa y Paulo Cesar de Azevedo (Schwarcz, Azevedo & Costa, 2008). 134 Bibliotecas y cultura letrada en América Latina. Siglos XIX y XX pero, sobre todo, constituyen símbolos de cultura y conocimiento. En el caso de esta biblioteca en particular se trata también de un ejemplo de antigüedad y tradición2. Como veremos, la Biblioteca Real significaba mucho para Brasil: un nuevo país, un reino naciente que se constituyó en las Américas en 1822, rodeado de repúblicas. Si bien Brasil carecía de una legitimidad dada por los años, y si bien la existencia de esta gran monarquía espantaba a las repúblicas americanas vecinas, al menos podía alardear de poseer la mayor y más antigua biblioteca del continente. Una suerte de guerra estaba a punto de comenzar. «El mal proviene de la tierra»: el terremoto de 1755 Retrocedamos un poco para presentar un panorama más claro de la historia previa de la Biblioteca Real. En Portugal se decía que el rey D. João I, apodado «el de la buena memoria» (1356-1433), tenía una impresionante biblioteca con libros y documentos raros e importantes. D. Duarte (1391-1438), su sucesor y también poeta y escritor, dio continuidad a la colección y así comenzó la tradición: D. Afonso V (1432-1481) logró reunir tantos trabajos valiosos que su biblioteca comenzó a ser reconocida como una de las más famosas y completas del Viejo Mundo. De hecho, durante el siglo XVIII, la Biblioteca Real Portuguesa fue considerada una de las mejores colecciones bibliográficas en toda Europa, con libros tanto nuevos como antiguos, raros mapas, monedas, dibujos y documentos3. D. João V (1689- 1750) solía decir que los miles de títulos que conformaban la Biblioteca Real casi no cabían en el edificio principal del Palacio Ribeira y que eran más valiosos que todo el oro enviado desde Brasil. En efecto, desde el siglo XVII en adelante, la Biblioteca Real incorporó los gustos y formatos del periodo: libros, incunables, códices, manuscritos, mapas, grabados, obras de arte, estatuas, entre otros. Por esta y otras razones, la Biblioteca Real era considerada una especie de ícono de la acumulación de erudición y conocimiento del reino portugués. El rey solía llamarla la joya más preciada de la nación, una suerte de carta de presentación de la monarquía. Sin embargo, la fortuna de la biblioteca estaba por cambiar. No solo falleció el monarca D. João el 31 de julio de 1755, sino que algunos meses después, el sábado primero de noviembre de 1755, Día de Todos los Santos, Lisboa fue sacudida por un gran terremoto que comenzó en el mar y acabó por destruir la famosa capital portuguesa. 2 Para este tipo de discusión sugiero, entre otros: Darnton (1989, 1992, 2001) y Chartier (1999, 1998a, 1998b, 2000). 3 La Biblioteca tenía dos Biblias Maguncia, impresas por Gutenberg, y una cantidad apreciable de libros publicados en el siglo XV. 135 La gran travesía de la Biblioteca Real Portuguesa / Lilia Moritz Schwarcz El terremoto comenzó con temblores y terminó con una masiva inundación y un incendio que arrasaron Lisboa. Las ilustraciones de la época y las reacciones de famosas personalidades europeas —como Voltaire, que consideró al terremoto como señal de un Dios maligno— inflamaron el imaginario europeo, incapaz de superar la magnitud de tal desastre urbano. El primero de noviembre era un feriado religioso, y al ser Portugal un país decididamente católico, la mayor parte de la población se encontraba en las iglesias, encendiendo velas a sus muertos, lo que desató un gigantesco incendio. Un testigo del acontecimiento, Francisco José Freire, en sus Memorias das principales providencias que se derão no Terremoto, que padeceo a Corte de Lisboa no anno de 1755 (Memorias de los principales eventos que ocurrieron durante el terremoto que padeció la Corte de Lisboa en el año de 1775), escribió: […] a las nueve y cuatro minutos de la mañana, con los Cielos claros, el aire sereno y el océano calmo, Lisboa fue sorprendida por el Terremoto más terrorífico que haya conocido la tradición o hubiera sido descrito en los libros. Los efectos son la prueba del hecho; en un lapso de tiempo muy corto, casi todos los edificios de la ciudad fueron reducidos a escombros, enterrando un gran número de habitantes, especialmente aquellos que se hallaban reunidos en los templos, los cuales, tratándose de un día de religiosa solemnidad, se encontraban repletos de personas4. Poco quedó de la que una vez fue la lujosa capital portuguesa. El número de muertes en la devastada ciudad alcanzó los 30 000 y los cuerpos se perdieron entre las ruinas5. El Palacio Ribeira, localizado en las cercanías del río Tejo, en la boca del océano, fue totalmente destruido. La Livraria de El Rey fue casi en su totalidad arrasada por el fuego y reducida a cenizas: el fuego consumió en tan solo minutos los libros y documentos que allí se encontraban. A partir de ese momento, la Biblioteca Real adquirió una cierta mística y se convirtió en aquella biblioteca que, después de haber albergado una misteriosa colección que pudo haber abarcado todos los ámbitos de conocimiento posibles y todo tipo de información, se esfumó en el aire —o en una llamarada—. Sea verdad o invención, es difícil determinar qué es lo que realmente ocurrió y qué era lo que efectivamente existía allí. 4 Informe Histórico del Terremoto sucedido el primero de noviembre de 1755, Haya Casa de Philantrope, 1765. Biblioteca Nacional, Mss. I, 11, 1, 4, p. 1. 5 José-Augusto França (1989, p. 11) cuantificó el número de víctimas en 15 000, mientras que João Pedro Ferro (1995, p. 76) lo estimó alrededor de 10 000. 136 Bibliotecas y cultura letrada en América Latina. Siglos XIX y XX «Coleccionando libros»: en el mundo de la biblioteca Poco después del incendio que siguió al terremoto, al mismo tiempo que se trabajaba en reconstruir y reinventar la antigua Lisboa, el nuevo rey D. José I (1714-1777), junto con su poderoso ministro Pombal, se encargaron de rescatar lo que había sobrevivido al fuego y comenzaron una nueva biblioteca. A través de la compra de colecciones privadas, la apropiación de libros de algunos monasterios, la incorporación de las bibliotecas de los jesuitas —expulsados de Portugal y las colonias en 1759— y donaciones (como las de Diogo Barbosa Machado y G. Dugood), la Biblioteca Real, ahora alojada en el Palacio Ajuda, continuó creciendo, inclusive después de la muerte de D. José. Hacia finales del siglo XVIII la biblioteca estaba completamente restituida: parecía ser el principio de una nueva era. De hecho, la nueva biblioteca fue una importante vía para entender las paradojas de la ilustración portuguesa: los libros confiscados por la Inquisición fueron añadidos a la biblioteca, la cual, sin embargo, únicamente podía ser frecuentada por funcionarios y personas vinculadas a la Corte. En Portugal, la tradición de «livros ajuntados» —el coleccionismo de libros de forma privada y pública, incluyendo libros de la Inquisición— era bastante antigua. Comenzando con D. João I y siguiendo con D. Duarte y D. Afonso, dicha tradición fue creada y optimizada. De hecho, la historia de Portugal, y en particular la de sus libros, estuvo bastante condicionada por la Inquisición, la censura y la contrarreforma. Fue en 1563 que el Santo Oficio portugués determinó que los libros serían censurados, antes de ser publicados, por un funcionario religioso conocido como «calificador inquisitorial». Esto significaba que ningún libro podía circular sin aprobación previa, y el proceso empeoró con el tiempo. Hacia finales del siglo XVII, cada libro debía ser revisado por tres figuras distintas: el obispo local, un representante del Santo Oficio y un representante de la Corona, el «desembargador do Paço», una suerte de magistrado. Todos los libros considerados herejes eran confiscados y quemados. Todas las bibliotecas estaban sujetas a inspecciones obligatorias, y si un libro prohibido era encontrado en la colección de una institución, el dueño era sentenciado a muerte (Carvalho, 1999, p. 51). La Ley Pragmática y el Index Librorum Prohibitorum sellaron el destino de los libros considerados una ofensa a las ‘buenas costumbres’ (p. 71). En esa época las personas solían decir que un libro podía robar la mente y que la Inquisición era la mejor forma de recuperarla (p. 57). Sin embargo, los libros confiscados por la Inquisición no desaparecieron: permanecieron accesibles para el inquisidor, los especialistas, doctores y otros académicos vinculados a la Iglesia. Por eso, cuando la Biblioteca Real fue reconstruida, paradójicamente se incorporaron algunos libros prohibidos por la 137 La gran travesía de la Biblioteca Real Portuguesa / Lilia Moritz Schwarcz Inquisición, incluyendo títulos de Jean-Jacques Rousseau, Montaigne y Diderot. En aquellos tiempos fueron considerados libros peligrosos debido a que contenían ideas francesas sobre la revolución. Con todo, luego de pasar por la mesa de censura controlada por la iglesia, se quedaban en la Biblioteca Real y enriquecían su acervo. El Estado también utilizó el mecanismo de «propinas», según el cual debía depositarse en las bibliotecas una copia de todos los libros impresos en el Imperio. Existía también una especie de división en la acumulación bibliográfica. Si los libros generales iban directamente a la Biblioteca Pública, todos los libros de carácter educativo tenían como destino la Biblioteca Real. Considerados esenciales para la educación de los enfantes —es decir, los príncipes y princesas, futuros reyes y reinas del Imperio portugués—, la colección incluía libros sobre geografía, matemáticas, historia, religión, danza, canto y otros temas6. La Biblioteca Real también contenía libros sobre las fronteras y el arte de gobernar que eran usados por el príncipe y su círculo con el propósito de mantener control sobre sus dominios7. Por esa razón, la biblioteca nunca dejó de crecer y adquirió la fama de ser la mejor de Europa. Fue también importante para entender las paradojas de la ilustración portuguesa: los libros confiscados por la Inquisición fueron añadidos a una biblioteca a la que solo podían acceder unos pocos. Sin embargo, la situación política portuguesa estaba por cambiar. Con la muerte del rey José y el ascenso de su hija, la reina Maria I, todo lo vinculado a Pombal fue eliminado, sustituido o postergado, y ese fue también el destino de la Biblioteca Real. De hecho, fue en esa época que se inauguró una nueva biblioteca —la Biblioteca Pública Real— instalada en el Terreiro do Paço y organizada en función de principios más modernos. A la cabeza de ese proyecto estaba Antonio Ribeiro dos Santos, un profesional cuya experiencia incluía la reforma de la Biblioteca de Coimbra y que vendría a imponer una nueva dirección al trabajo que estaba en marcha en Lisboa (Domingos, 1996, pp. 11-14). De modo que durante el siglo XVIII existían varias bibliotecas en Portugal, incluyendo dos importantes en Lisboa: una privada, para el uso de los reyes, y otra para el público en general. Existía una especie de intimidad en la relación entre la monarquía y sus bibliotecas, especialmente la Biblioteca Real, que creció gracias al cuidado de especialistas contratados para clasificar sus acervos. Los bibliotecarios 6 Por ejemplo, João José de Santa Teresa, Istoria delle guerre del Regno del Brasile accadute tra la Corona de Portogallo e la Republica di Olanda composta ed offerta alla Sagra Reale Maesta di Pietro Secondo Re di Portogallo etc. Roma: Nella Stamperia degl’i Eredi del Corbelletti, 1698. 7 Por ejemplo, Manuel de Faria y Sousa, Imperio de la China y cultura evangélica en el por los religiosos da Companhia de Jesus. Dedicado a la Majestad Augusta d’El Rey D. Juan V Nuestro Señor. Lisboa Ocidental: Oficina Herreriana, 1731. 138 Bibliotecas y cultura letrada en América Latina. Siglos XIX y XX de la época calcularon que ella tenía 50 000 volúmenes y la consideraron una de las mejores en su categoría (Cunha, 2000, p. 208). Para mediados del siglo XVIII, la Biblioteca Real había sido reconstruida en su totalidad. Sin embargo, tendremos que dejar los aspectos bibliográficos a un lado, dado que el ambiente político contrastaba mucho con la quietud y la calma de las bibliotecas. De hecho, la escena política internacional era turbulenta, con dos potencias —Inglaterra y Francia— disputando y dividiendo Europa, y algunos otros reinos intentando sobrevivir a este «nuevo terremoto». En Portugal, la situación también era muy difícil. D. Maria I aún era la reina, pero estaba imposibilitada para gobernar debido a su estado de demencia. Su lugar fue ocupado por el príncipe D. João quien resultó atrapado por el fuego cruzado entre Francia e Inglaterra y obligado a adoptar una débil y paradójica realpolitik neutral que no satisfizo a ninguno de los dos rivales. En 1807 Napoleón envió un ultimátum: o D. João declaraba la guerra contra Inglaterra o Francia invadiría el país y derrocaría a la monarquía portuguesa. D. João y sus políticos intentaron con fuerza convencer a los dos países para que respetaran su «teatro neutral de Estado», pero Napoleón decidió que era hora de dirigirse hacia Portugal. Dejaremos de lado, por cuestiones de espacio, el análisis de esta compleja situación internacional. Resulta más pertinente describir cómo D. João optó por una estratégica fuga a su rica colonia americana en el trópico: Brasil. Era la primera vez que un rey y un Estado cruzaban el Atlántico, un plan imaginado en diversas ocasiones pero que hasta el momento nunca había sido concretado. Las monarquías no suelen viajar livianas: con la familia real se trasladó la Corte, la aristocracia, las reliquias nacionales y las instituciones, incluida la Biblioteca Real. La travesía: hombres y libros en el mar En noviembre de 1807, confrontado con la inminente invasión de las tropas francesas, el príncipe regente de Portugal D. João, su familia y parte de la Corte —una multitud estimada en 10 000 personas— lograron abordar apresuradamente 36 barcos y partieron desde Lisboa hacia Brasil, su colonia al otro lado del Atlántico. Lo que siguió fueron dos meses en los tempestuosos océanos, con poca agua para beber y sin higiene alguna, además de piojos, tormentas y peligros de todo tipo. Una serie de sucesos dantescos tuvieron lugar en relación al viaje de la Corte portuguesa: personas desesperadas intentando subir a los barcos, buques sin la menor capacidad de navegabilidad, falta de comida, la reacción de la población portuguesa a la apresurada partida de la monarquía y la subsecuente llegada de las tropas francesas, a las que se enfrentaron con utensilios de cocina. 139 La gran travesía de la Biblioteca Real Portuguesa / Lilia Moritz Schwarcz Debido a complicaciones y demoras, la Biblioteca Real no se pudo embarcar con sus dueños, pero su historia quedó vinculada a la dinastía de los Braganças, quienes, a principios del siglo XIX, tuvieron que lidiar con los impases establecidos por Francia e Inglaterra, las dos grandes naciones que se disputaban el control político y económico de Europa. Fue el propio príncipe regente quien, al llegar a tierras tropicales en 1808 y notar la ausencia de la Biblioteca Real, ordenó la transferencia de sus colecciones de libros y documentos a Río de Janeiro, la reciente y provisional capital del Imperio portugués. En el apuro por partir, hacia fines de 1807, la Biblioteca Real había sido dejada en el puerto y tuvo que ser rápidamente transportada a su domicilio original. Sin embargo, a raíz de la segunda invasión francesa en 1810 y tras reiterados intentos por robar las piezas más preciadas de la colección, como la Biblia de Maguncia —más conocida como la Biblia de Gutenberg—, el traslado de la Biblioteca Real era inminente. Como es sabido, dadas las evidentes dificultades de la travesía marítima, la colección llegaría a la colonia en tres envíos diferentes (Saldanha da Gama, 1885, p. 458). Un primer lote llegó a Brasil en 18108. La segunda remesa, que incluía parte de lo que se permaneció en Lisboa y que había sido protegida de los estragos de la guerra, desembarcó en Brasil en 1811, al cuidado del bibliotecario Luíz Joaquim dos Santos Marrocos9. En una carta de Marrocos a su padre10, del 12 de abril de 1811 y por ende escrita durante el viaje, se pueden percibir las dificultades y los peligros que implicó la tarea, en especial la falta de agua y de higiene, la ausencia de medicamentos, los mareos generalizados y los problemas de salud. El final de la carta nos ofrece una imagen de las condiciones del viaje: Finalmente, para decirlo todo de una vez, si hubiese sabido el estado de la fragata Princesa Carlota, me habría negado rotundamente a cargar la Biblioteca allí dentro, y así, le hubiese hecho un gran favor a su Alteza Real. A pesar de todo, debo confiar en la Divina compasión para librarnos de los riesgos a los que estamos expuestos; y me entrego a Su voluntad con la mayor resignación. Su querido hijo, Luíz Joaquim dos Santos Marrocos (citado en Garcia, 1939, p. 29-30). 8 Nogueira, Ricardo Raimundo. «Memória das cousas mais notáveis que se trataram nas Conferencias do Governo destes Reinos desde 9 de Agosto de 1810 em que entrei a servir o lugar de um dos Governadores até 5 de Fevereiro de 1820». Biblioteca Nacional, t. 1, p. 42. 9 Instituto dos Arquivos Nacionais, Torre do Tombo, Negócios do Reino, pack 279. 10 Su padre, Francisco José dos Santos Marrocos, era tutor de la realeza en filosofía racional y moral, además de bibliotecario del Palacio Nacional de Ajuda (Silva, 1858, II, p. 412). 140 Bibliotecas y cultura letrada en América Latina. Siglos XIX y XX Pero el príncipe regente quería aún más. Un tercer cargamento partió hacia la colonia unos meses después, todavía en el año 1811. D. João fue aún más lejos y ordenó la transferencia de todos los documentos que quedaban en la Torre do Tombo —el principal archivo público portugués— y los libros de la Biblioteca Pública Real de Lisboa, pero al final únicamente enviaron los libros de la Biblioteca Real. De todas maneras, lo que ya estaba en Brasil fue más que suficiente para que Ramiz Galvão, entonces director de la Biblioteca en Brasil, declarara que la colección contenía «todas las provincias del conocimiento humano». Finalmente, a pesar de las cartas malhumoradas de Marrocos que describían la naturaleza precaria del transporte y los perjuicios que causó en la colección —velas goteando, ratas y una terrible humedad—, la Biblioteca Real, o al menos una parte de ella, arribó a Brasil de forma segura. Comparando la lista de libros que fueron embarcados con la de aquellos que pasaron a formar parte de la Biblioteca, ahora ubicada en Río de Janeiro, se comprueba que se había perdido cerca del 40% de los libros. Quizás algo pasó en el puerto; posiblemente algunos libros se perdieron en medio de la confusión del viaje; o algunos fueron robados en Brasil. El hecho es que si bien la biblioteca representó un gran aporte para el Brasil, muchos libros valiosos se perdieron (Schwarcz, Azevedo & Marques da Costa, 2008). Este fue también el comienzo de un proceso de emancipación política único en América, íntimamente entrelazado con la llegada de la familia real. La idea de que una colonia se convirtiera en sede de un Imperio era tan improbable como que una biblioteca cruce el Atlántico. El hecho es que la instalación de la corte portuguesa en Brasil fue más que un accidente fortuito: fue primero, y principalmente, un momento fundamental en la historia de Brasil, el inicio de un proceso muy singular de independencia política. Transformado en Reino Unido en 1815, Brasil se distanció de su estatus colonial y ganó una relativa autonomía previamente inimaginable. Trasladado a los trópicos, el Estado portugués tuvo que reproducir allí su aparato administrativo completo. Fue desde Río de Janeiro que D. João, Rey de Brasil, gobernó su Imperio y fue desde el trópico que la Biblioteca Real empezó su nueva vida. Una antigua Alegoría que se usó para celebrar el nuevo reino y los libros que salieron de la imprenta del reino —la Imprensa Regia— fueron preservados en la biblioteca desde ese momento. Algunos documentos, incluyendo, por ejemplo, Quadras patrióticas à bem castigada ousadia de Napoleão ou a esparrela em que caiu Massena11, se distribuyeron entre la población para mostrar la importancia del reino portugués y el fracaso de la Francia napoleónica. La imprenta había estado prohibida en la colonia, pero fue autorizada en este contexto para publicitar a la familia real que ahora estaba viviendo en un lugar 11 Impressão Régia de Lisboa, 1811. 141 La gran travesía de la Biblioteca Real Portuguesa / Lilia Moritz Schwarcz distante de Europa y de la guerra. Y aunque la Biblioteca Real no era un lugar para que cualquiera vaya a estudiar allí, sí se convirtió en una especie de repositorio del conocimiento que se producía en ese momento y en un depósito de la memoria de la familia Bragança y la nostalgia del viejo Imperio. Esa era, el menos, la visión de los bibliotecarios, que se consideraban a sí mismos trabajadores del Estado y que llegaron junto con la familia real. Marrocos, por ejemplo, pese a que nunca salió de Brasil y se casó y murió en la colonia, siempre pensó que la biblioteca solo estaba atravesando por un periodo de transición. Marrocos nunca quiso mantener los libros en la colonia y trató de impedir la entrada del público a la biblioteca. Los libros estaban organizados según un criterio personal y, muy probablemente, era difícil acceder a ellos sin la ayuda de los bibliotecarios. Esa era una manera de preservar su poder, pero también de impedir el libre acceso a los libros y el crecimiento de la biblioteca, al menos en el número de lectores. En otras palabras, se trataba de una suerte de «orden bibliográfico»: el deseo de preservarla como un trofeo, sin ningún uso práctico. Una biblioteca en tierra tropical La historia nunca vuelve atrás y este será el caso de un país y su biblioteca. La Biblioteca Real entró definitivamente en la historia de Brasil el 27 de junio de 1810 cuando, por decreto real, se ordenó su instalación en un sector del Hospital de la Orden Tercera del Carmelo, en la parte trasera de una iglesia con el mismo nombre, en los alrededores del Palacio Real. El 29 de octubre del mismo año, al percatarse de que el local no era apropiado para su biblioteca —ya que tenía que compartir el espacio con enfermos, medicinas e incluso huesos—, el príncipe regente D. João ordenó la construcción de un edificio apropiado en las catacumbas de la Orden Tercera del Carmelo, donde se pudiera «organizar y mantener dicho establecimiento». En 1811 la biblioteca fue abierta al público, aunque, nuevamente, con un criterio muy selectivo: estaba reservada exclusivamente para académicos con consentimiento real, un privilegio difícil de obtener. Sin embargo, la necesidad de autorización previa fue eliminada en 1814 y el acceso se hizo libre para todos. Para esta época, la Biblioteca ya ocupaba todo el edificio del hospital y contenía alrededor de 60 000 libros, siendo considerada una de las mayores colecciones en las Américas. Pero «libre para todos» no significa que fuera realmente pública. La frecuencia de visitas era realmente baja. En 1815 solo Pedro I ingresó a la biblioteca, pero ni aún él pidió algún libro en préstamo. La filosofía general de los bibliotecarios, como vimos, era la misma: se trataba de conservar los libros, no de diseminar conocimiento. Esa fue la razón por la cual la Biblioteca Real 142 Bibliotecas y cultura letrada en América Latina. Siglos XIX y XX continuó existiendo como una especie de secreto, un regalo para un grupo pequeño de privilegiados. La idea era preservar los libros como se preservan piezas raras del pasado: un pasado que no se podía tocar. Esa es la razón por la que, para los bibliotecarios y para el Estado, ningún tipo de cuidado era excesivo al tratarse de este patrimonio: libros de horas del Renacimiento, incunables (desde Cícero a la Biblia de Maguncia), partituras, libretos, villancicos españoles del siglo XVII, códices, dibujos y grabados (de Dürer, Rafael, Rembrandt, Piranesi, van Dyck, entre otros), trabajos de historia, ciencia y filosofía (desde la Historia Natural de Buffon hasta la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert), textos sagrados, trabajos de escritores portugueses del siglo XVI (Camões, Luís de Barros, etc.) y libros inusuales de catequesis y gramática. Otras valiosas donaciones y adquisiciones llegarían a Brasil después y le otorgarían un perfil más amplio: tratados, leyes, mapas estratégicos, libros, documentos raros y grabados fueron incorporados a una colección que se mantenía alejada de la vida cotidiana. Algunas colecciones fueron donadas en esta época y la organización de la Biblioteca Real era, por decir lo menos, confusa. Los libros y otras piezas no eran clasificados sino solamente divididos en categorías generales: documentos, libros raros, libros generales, incunables, mapas, dibujos, monedas y medallas (Schwarcz & Azevedo, 2003). Por su parte, el monarca D. João se instaló en el trópico sin dificultades. En Brasil logró curarse de la gota y vivía lejos no solo de su esposa Carlota Joaquina —que residía en otro palacio— sino también de la guerra que había dejado atrás en Europa. En Brasil, después de la muerte de su madre, la Reina Maria I, él sería coronado rey y su hijo, D. Pedro, se casaría con Maria Leopoldina, de la corte austríaca. Seriamente preocupado por la situación política, probablemente la Biblioteca Real no le quitaba el sueño. Se le veía como una joya de la corona, una carta de presentación, no como una institución para mejorar el conocimiento en general ni como un símbolo del Estado. El príncipe estaba también preocupado por los motines y rebeliones y, además, por la influencia de los «libros franceses» y las ideas de la ilustración. Es por eso que la Biblioteca Real era pública en la ley, pero no en la práctica. El conocimiento existía para ser compartido por unos cuantos privilegiados, sobre todo la familia real y algunos políticos que rodeaban al rey. La biblioteca servía también para comprender los límites de ese reino tropical y para estudiar las fronteras de ese inmenso país. En cierto sentido era fundamentalmente una institución real para el uso del rey y sus servidores. 143 La gran travesía de la Biblioteca Real Portuguesa / Lilia Moritz Schwarcz Tiempos de revolución y definiciones: la biblioteca se queda Sin embargo, la historia de esta biblioteca estaba por cambiar una vez más. Como resultado de la Revolución Liberal de Porto, D. João VI fue forzado a volver a Portugal en 1821 y su partida alteró el destino de la biblioteca. Los planes de la corte portuguesa de retomar eventualmente su antiguo lugar llevaron a un proceso particular de independencia. Bajo el liderazgo de Pedro I, Brasil se independizó el 7 de setiembre de 1822, pero no como república: el Estado fue organizado como una monarquía constitucional en medio de una América republicana. Sin embargo, si bien la situación política parecía resuelta, la Biblioteca Real estaba a punto de iniciar otra batalla. En medio del proceso de independencia, el entonces bibliotecario real, Fr. Joaquim Damaso, quien se consideraba un leal servidor del rey, se negó a participar del movimiento autonomista y decidió regresar a Portugal junto con la familia real. Si tenemos en cuenta que la Biblioteca era una institución oficial y se le consideraba parte del aparato dominante portugués, podemos entender por qué Damaso no tenía dudas sobre el destino de la Biblioteca Real: debía salir de Brasil junto con la realeza. Su postura tendría importantes efectos para Brasil, ya que se llevó con él muchos de los más importantes documentos, fuentes primarias y manuscritos que habían llegado con la familia real. Probablemente para él esos documentos pertenecían a la familia real y no debían permanecer en la colonia. De los 6000 códices en la colección, Damaso retiró más de 5000, e incluso se lamentó por no haber podido llevarse los libros impresos. La actitud del bibliotecario, y la radicalización del proceso independentista, dieron forma a una disputa bibliográfica: esta no fue un mero detalle, ya que permite imaginar la batalla que siguió. Por un lado, aquellos que intentaban reinstalar la biblioteca en su espacio original y, por el otro, los que luchaban por retenerla como parte de una política de fortalecimiento científico y cultural de la nueva nación. El significado de tener una biblioteca nacional como esta no pasaba desapercibido para la élite brasileña, e incluso Pedro I, el futuro emperador de Brasil, luchó por preservar la colección en el trópico. Si bien eventualmente la victoria fue de Brasil y los libros se quedaron en América, el costo fue muy alto. El valor de la Biblioteca Imperial y Pública de la Corte, como fue llamada después de la independencia, se convirtió en objeto de cláusulas contractuales y disputas diplomáticas en un intento por consolidar la emancipación. Pedro I, emperador de Brasil, accedió a compensar a la familia real portuguesa por sus bienes y propiedades que permanecieron en Brasil, incluida la 144 Bibliotecas y cultura letrada en América Latina. Siglos XIX y XX Biblioteca Real (Martins, 1922, p. 331). En la lista de pagos que Brasil tuvo que hacer a Portugal por su independencia, la biblioteca aparecía en segundo lugar después de la deuda pública. Los 800 reis en que fue valuada eran un monto sumamente alto en relación al total a pagar: representaba el 12,5% del costo de la independencia, cuatro veces más que la famosa corona de plata y que la suma de todo lo que quedó en Brasil (ver apéndice). Damaso, el bibliotecario real, no estaba convencido del costo asignado a la biblioteca, afirmando que ella «no tenía precio». «En mi opinión —escribió en 1825— dos millones no es nada, si consideramos que la Biblioteca tiene cada libro, mapa o documento que uno podría imaginar o desear» (citado en Ferreira, 1940, pp. 602-606). Pero había que ponerle un precio y Portugal recibió «800 contos», una suma alta pero insignificante comparada con el capital simbólico invertido en ella. Igual, era mucho dinero. Finalmente, en el «Tratado de Amizade e Aliança» del 29 de agosto de 1825 celebrado entre Portugal y Brasil, este último aceptó pagar un total de dos millones de libras, monto del cual la biblioteca representó casi la mitad. La biblioteca y sus fantasmas La Biblioteca Real es ahora la Biblioteca Nacional de Brasil. Hoy en día es muy conocida por su colección de libros clásicos, sus incunables, sus mapas antiguos, los dibujos de Mantegna, Callot y Rembrandt, entre otros, las dos biblias Maguncia que guarda y algunas primeras ediciones notables, como las de Camões y Cervantes. De esta manera, la Biblioteca Real se convirtió en parte de la nueva nación. Su nombre cambió de acuerdo con los cambios en la situación política: en un primer momento fue Real, luego Imperial y, con la república, Nacional. Se puede observar cómo la Biblioteca Real estuvo muy conectada con el Estado y, principalmente, con la imaginación de un Estado que se organizaba a sí mismo como nación. Durante el difícil reinado de Pedro I (1822- 1831) y el periodo de las regencias (1831-1840) la Biblioteca Real se mantuvo prácticamente cerrada debido a las rebeliones, motines y el desorden social de esos años. Fue durante el reinado de Pedro II (1840-1889) que se consolidó como una institución imperial. Fue trasladada a un nuevo edificio especialmente diseñado para sus objetivos, se consolidaron las colecciones y se empezaron a recibir todos los libros publicados en el país. De hecho, durante el siglo XIX, la biblioteca adquirió un significado diferente. Para un país recientemente independizado como Brasil, y una monarquía rodeada por repúblicas, una biblioteca como esa tenía mucho valor: era la representación de una tradición ligada al conocimiento y a los reyes portugueses, que permanecerían en una nación que aún estaba en proceso de auto-invención. Como el bibliotecario 145 La gran travesía de la Biblioteca Real Portuguesa / Lilia Moritz Schwarcz del rey solía decir: «las bibliotecas son el principal y más preciado ornamento de los palacios estatales y merecen ser reconocidas como sus valientes protectoras». Naturalmente, continuó siendo una institución oficial que «representaba» y aumentaba la gloria del Estado monárquico. La Biblioteca Real, por otro lado, estaba enfocada sobre todo en los libros europeos, como si el conocimiento fuera una especie de presente que llegaba del Viejo Mundo. No obstante, a lo largo de los años y gracias a la incorporación de nuevas adquisiciones y donaciones, la biblioteca empezó a representar la cultura y el conocimiento brasileños, expresados en libros de ficción, no-ficción y poesía. La biblioteca también habilitó secciones de grabados, diarios y documentos. En nuestros días la biblioteca está consideraba como una verdadera Biblioteca Nacional, y ha recibido la certificación de la UNESCO como la octava más grande del mundo. Pese a todo, la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro padece, en la actualidad, de problemas de infraestructura, al igual que muchas de las instituciones federales brasileñas. El principal objetivo de este ensayo fue reconstruir la historia de una colección, la Biblioteca Real, que constituye hoy solo una pequeña parte de la Biblioteca Nacional. La gran travesía de la Biblioteca Real está salpicada por memorias y aventuras, y puede contar, de una manera muy particular, la historia de una nación batallando por su libertad. Una historia así no tiene un final predecible. El futuro no se detiene y colecciones como estas continúan siempre vivas. Los libros tienen el poder de hacer volar a la gente e imaginar un país diferente. Como dice el novelista Elias Canetti en Auto de fe (Die Blendung, 1935), «¡muchos fantasmas viven en nuestras bibliotecas!» Las bibliotecas son símbolos de libertad y espacios donde circulan las ideas. La historia que acabo de contar es simplemente una historia, pero es también una metáfora potente, una metáfora del poder de las bibliotecas y del rol de sus bibliotecarios. Un libro siempre abre la puerta a las utopías —y a veces a las distopías—. En este caso hemos mostrado cómo una biblioteca se convirtió en el centro de una batalla por la construcción de un nuevo país. 146 Bibliotecas y cultura letrada en América Latina. Siglos XIX y XX Apéndice Cuenta de objetos por los que Portugal está autorizado a solicitar el pago de Brasil: deuda pública 1. Mitad de la deuda pública hasta 1807 12.899:856$276 BIBLIOTECA 2. Biblioteca Real, valuada por el librero 800:000$000 LA CASA DEL REY 3. Accesorios y equipos a dejar en Río de Janeiro 200:000$000 4. Vajilla, muebles y otros objetos que permanecieron en RJ 200:000$000 ______________ 400:000$000 LA MARINA 5. Costo de buques de guerra que quedaron en Brazil 3.334:000$000 6. Suma de todos los salarios que la Marina pagó al personal civil en Brasil 9:479$118 7. Pensiones pagadas en Brasil y a ser pagadas posteriormente en Lisboa 12:344$818 8. Salarios, comida y sustento pagados a los oficiales de la Marina durante el tiempo de su servicio en Brasil 6:454$681 9. Contratación de barcos por la Junta de Bahía 24:630$000 10. Salarios, comida y sustento pagados a los oficiales de los ejércitos de Brasil y Montevideo 22:257$337 Transporte 3.409:165$954 (total) 14.099:856$276 11. Contratación del barco Luiza, que transportó tropas de Maranhão a Lisboa 10:278$800 12. Costos de transporte de la tropa desde Bahía a Pernambuco, con destino a Lisboa 63:536$401 (total) 3.482:981$155 GUERRA 13. Costos de despliegue de destacamento desde y hacia Pará 5:524$570 14. Costos de despliegue de destacamento desde y hacia Maranhão 25:389$377 15. Ídem para dos escuadrones de la legión de Bahía 15:568$012 16. Pago de los oficiales 327:981$585 17. Costo de artillería y municiones de guerra que permanecieron en Brasil 203:730$368 18. Provisiones para el Destacamento de Maranhão 10:825$296 19. Ídem para los escuadrones en Bahía 2:973$850 591:993$068 147 La gran travesía de la Biblioteca Real Portuguesa / Lilia Moritz Schwarcz A dicho valor se resta: El costo de artillería y municiones pertenecientes a Bahía, actualmente en Lisboa 25:276$690 Costo de materiales pertenecientes a los escuadrones de Bahía 4:129$267 ______________ 29:405$957 ___________ 562:587$111 Suma Total: 18.145:424$542 (N.B. Esta factura cubre únicamente los costos principales, sin embargo si Brasil opta por insolvencia en oposición a cancelar la deuda en un único pago, muchos otros ítems serán agregados)12. Bibliografía Biker, Julio Firmino Judice (1880). 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