La verdad nos hace libres. Sobre las relaciones entre filosofía, derechos humanos, religión y universidad Miguel Giusti, Gustavo Gutiérrez y Elizabeth Salmón (editores) © Miguel Giusti, Gustavo Gutiérrez y Elizabeth Salmón, 2015 © Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2015 Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú Teléfono: (51 1) 626-2650 Fax: (51 1) 626-2913 feditor@pucp.edu.pe www.fondoeditorial.pucp.edu.pe Diseño de cubierta: Gisella Scheuch, sobre la base de la escultura Logos, de Margarita Checa, fotografiada por Alicia Benavides Diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP Primera edición: junio de 2015 Tiraje: 500 ejemplares Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2015-08108 ISBN: 978-612-317-114-8 Registro del Proyecto Editorial: 31501361500583 Impreso en Tarea Asociación Gráfica Educativa Pasaje María Auxiliadora 156, Lima 5, Perú LA PERDIDA CLARIDAD DE LA QUE VENIMOS Julio del Valle, Pontificia Universidad Católica del Perú Algo muy simple y honesto para empezar este escrito1: Salomón Lerner Febres es el maestro que no llegué a tener en aula; pero es, afortunadamente, uno de los maestros que tengo en la vida. Me ha enseñado a creer en el sentido del compromiso cuando uno se dedica a la vida académica y, con ello, en el rol de la docencia universitaria en la formación de una conciencia crítica, reflexiva y al servicio de la comunidad. Desde ese eje vital actúo y lo que me interesa en la filosofía es la reflexión sobre la dimensión formativa de las artes y, en ese sentido, creo en lo que podemos llamar, con bastante flexibilidad, verdad artística, aquella conciencia reflexiva que se obtiene a través de la sensibilidad. La Estética es justamente eso: sensibilidad reflexiva, y me parece que la reflexión estética es sumamente eficaz para saber entender y para saber recordar, especialmente procesos traumáticos, tanto personales como sociales. Pienso en ti, Salomón, al momento de escribir este texto: una reflexión libre y comprome- tida desde la memoria sensible estética. Presentaré, primero, un poema de Blanca Varela, Palabras para un canto, contenido en la colección de poemas llamada Luz de día, en la sección titulada Frente al Pacífico. De este poema, Palabras para un canto, se extrae el título de mi texto: La perdida clari- dad de la que venimos. El poema me permitirá considerar la pregunta central del texto, referida a la configuración de quiénes somos, empezando libremente por Homero y resaltando la constitución del ser humano a través de la memoria contenida en las palabras. Esta primera parte, que pregunta por quiénes somos, se cierra regresando a Blanca Varela: a nuestra perdida claridad. El segundo momento empieza con una obra de Bruce Nauman, un artista plástico contemporáneo. Se enfoca en la memoria 1 El texto recoge las ideas presentadas en el marco del Conversatorio «Volver sobre lo vivido desde el arte y el lenguaje: ética, estética y educación en el Perú» que tuvo lugar en el IX Encuentro de Derechos Humanos. Para recordar: educación y memoria, realizado en Lima, en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), del 9 al 13 de setiembre de 2013. Todas las fotografías han sido tomadas por el autor. 662 LA VERDAD NOS HACE LIBRES de lo vivido, tomando como eje referencial los años de la violencia, a través de un poema de José Watanabe, resaltando las ausencias, vacíos, olvidos y desprecios, la falta de reconocimiento, y la necesaria apuesta por ello como un ideal de reconciliación. 1. El título del presente texto parafrasea, como señalé, un poema de Blanca Varela titu- lado Palabras para un canto: ¿Cómo fue ayer aquí? Solo hemos alcanzado estos restos, el vaso que ilumina con su lejano y obstinado silencio, el pájaro herido en el esmalte al alcanzar el fruto. Llegamos con la puntual indiferencia del nuevo día saltando sobre la desgracia con precisión de atletas. Hemos dormido bajo las estrellas, hemos perdido el tiempo. Paracas, Ancón, Chavín de Huántar. Esas son las palabras del canto. ¿Cómo fue ayer aquí? No hablemos de dolor entre ruinas. Es más que la palabra, en el aire de todas las palabras, el aliento humano hecho golpe en la piedra, sangre en la tierra, color en el vacío. Yace aquí, entre tumbas sin nombre, escrito en el harapo deslumbrante, roja estrella en el fondo del cántaro. Por el mismo camino del árbol y la nube, ambulando en el círculo roído por la luz y el tiempo. ¿De qué perdida claridad venimos? (Varela, 2005, p. 45) ¿De qué perdida claridad venimos? Aún más (o aún menos), ¿de qué perdida cla- ridad queremos venir? Pues la historia se escribe siempre desde un presente. ¿Con qué claridad queremos vivir, con qué interés? ¿Qué tan claro es nuestro presente, cuánto queremos ver del futuro y con cuánta lucidez? ¿De qué perdida claridad venimos? 663 La perdida claridad de la que venimos / Julio del Valle En  el Perú, nos hemos acostumbrado a llegar al presente, neciamente, con la «puntual indiferencia del nuevo día, / saltando sobre la desgracia con la precisión de atletas». Es una de nuestras pocas, muy pocas, puntualidades. Y nuestro presente, nuestro complejo presente, oscila entre la incertidumbre traumática y la gozosa, despreocupada, indolente confianza. ¿De qué perdida claridad venimos? La pregunta del poema de Blanca Varela apela a la memoria. La memoria es mucho más que el detalle del recuerdo; mucho más que la historia como recuento de hechos; mucho más, también, que las referencias que la encasillan a un penoso, doloroso, momento de nuestra historia; mucho más, sobre todo, que el mezquino, roñoso, desprecio de quienes no quieren ver ni enten- der el país que habitan. La memoria «es más que la palabra, / es el aire de todas las palabras, / el aliento humano hecho golpe en la piedra, / sangre en la tierra, / color en el vacío». La memoria requiere sensibilidad y compromiso. No es nunca un hecho frío y es más que un recuerdo. La memoria es una red que articula y han sido los poetas sus mejores intérpretes. Lo dicen los griegos y les creo. Las moiras tejen el destino. Lo que puede verse mera- mente como una señal de determinismo es, en verdad, algo mucho más importante y significativo: las moiras tejen, cierto, pero no para determinar solamente, sino para articular, pues sin articulación no hay unidad, no hay identidad, no hay futuro ni esperanza. La historia siempre es un manto que apresa sentidos y, por ello, es tan importante el combate por su narración, por la articulada cadena de eventos que nos dan sentidos. Una historia mezquina genera seres humanos mezquinos, una historia de desalmada eficiencia solo genera objetivos sin alma. Una débil noción de libertad cuestiona los vínculos con el pasado y la memoria. Tal libertad es débil, pues no tiene suelo, tal libertad es débil porque los músculos de sus alas no están dirigidos. No tener sentido, dirección, implica no tener destino. Tal libertad ni siquiera volará en círculos. Tal libertad es mera ilusión, solo propaganda. Ciertamente, pero tampoco faltará en mi boca decir lo siguiente: debe haber también un sentido de proporción, pues no todo es memoria, también hay proyec- ción. La memoria, sin embargo, le da sentido a la proyección. La espalda sostiene e impulsa el diafragma hacia adelante. Esa es la armonía correcta. ¿Qué espalda tene- mos? Occidente tiene una espalda ancha, una poderosa narrativa construida a través de milenios, sin excluir conflictos, desde Homero en adelante, pasando ineluctable- mente por Platón y el cristianismo. Pero nosotros no solo somos Occidente. Platón criticó y expulsó a los poetas de la polis porque estaba en contra de la articulación poética de la memoria. A la memoria oral de la tradición homérica le contraponía la memoria eidética. ¿Qué significa eso? Significa que a la representa- ción del ser humano y del lugar que ocupa en el cosmos, contenida en la tradición 664 LA VERDAD NOS HACE LIBRES mitopoética, le contraponía una representación filosófica donde se reconfiguraba la constitución y el alcance de lo humano. A  la fragilidad trágica, le contraponía la dirección filosófica y, con ello, una proyección hacia la superación de nuestra finitud a través del cultivo de la memoria eterna del cosmos contenida en el alma. El drama filosófico construye una figura de lo humano a través de la memoria eidética y, con ella, le da una espalda ancha a su historia y lo proyecta con fuerza hacia el futuro. De aquí parten la ética, la metafísica y la fe religiosa de Occidente. De aquí parte también la posición subordinada de la poesía y de las artes, además de la representa- ción anestética2 del valor humano. Pero nosotros no somos solamente Occidente. ¿De qué perdida claridad venimos? ¿Quiénes somos claramente? ¿Cómo nos hemos constituido como nación? ¿Quiénes son los nacionales? ¿A quiénes integramos? ¿Cuántos nos sentimos oculta o expresa- mente complacidos cuando nos confunden con extranjeros en la plaza de armas del Cuzco? Este país ha sido descrito y analizado muchas veces, muchas veces brillan- temente, pero, ¿quién es? ¿Dónde está la narrativa que lo integre en sus múltiples rostros, como si fueran sus múltiples articulaciones? Este país necesita una memoria que lo articule, no un cuento de hadas, tampoco solamente una crítica; necesita una narrativa veraz, valiente y necesita, también, una proyección al futuro, un canto de esperanza. No necesita propaganda, pues no es una marca. Nuestro canto de esperanza proviene, paradójicamente, del dolor y del sufrimiento; nuestro canto de esperanza sale desde la garganta del pedido de reco- nocimiento y la necesidad de reconciliación. Sin reconciliación no hay futuro, en un sentido moral, pues tiempo futuro siempre va a haber, pero no será aquel que busquemos por su bondad, el que se quiera para hacer de este país un país mejor. En esta ocasión, en este homenaje; en este, un año más de la presentación del informe de la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación; en este, otro año más, de olvi- dos y de mezquina desinformación; ahora, justamente, es necesario recordar dónde se levantan nuestros pies, qué arena recoge nuestra mano en la orilla del tiempo. ¿De qué perdida claridad venimos? Las preguntas seguirán abiertas y el poema de Blanca Varela, como buen poema, nos permite mantener también los ojos abiertos, pero sensible e intelectualmente concernidos. Pájaros heridos en el esmalte. 2 An-estética; es decir, carente de aisthesis; carente de percepción sensible o sensibilidad. La metafísica occidental en buena cuenta se ha preocupado por anestesiar la sensibilidad (vinculada con el cuerpo) para privilegiar relaciones de proporción estables entre el ser humano y el cosmos. La  sensibilidad, vinculada, ciertamente, a nuestra relación contingente con el mundo, mediada por nuestra finitud corporal, era muy poca cosa para horizontes de comprensión dirigidos a articular una historia eterna. 665 La perdida claridad de la que venimos / Julio del Valle 2. Bruce Nauman es uno de los más grandes artistas del presente. Su  actividad se remonta a la década del 60, y de allí, 45 años atrás, traigo al presente una de las obras que con mayor fuerza me ha impactado en los últimos años, una que se presta com- pletamente para la ocasión presente. La obra se llama Tape Recorder. Se trata, a simple vista, de un bloque de concreto con un enchufe suelto. La con- sideración del objeto artístico puede dar lugar a variedad de interpretaciones: puede inquietar o pasar desapercibido completamente. Cuando sabemos de qué trata, no pasaremos tan fácil de largo, a no ser que no nos importe. La caja de concreto aísla un equipo de sonido, del cual solo sobresale el cable con el enchufe. Con este mero dato, nuestra sensibilidad se pone alerta. La alerta se intensifica cuando sabemos que en el equipo de música hay una cinta y que el modo está en play. Una cinta está girando dentro de la caja de concreto. No escuchamos nada. El alma se agrieta cuando nos enteramos de que en la cinta están grabados los gritos de una mujer mientras es torturada en una cárcel en los Estados Unidos. Si nos concierne, entonces no puede pasarnos desapercibido. La imagen es inquietante, la metáfora poderosamente actual. No escuchamos, ni siquiera enchufamos. La Estética implica concernimiento desde la sensibilidad reflexiva. 666 LA VERDAD NOS HACE LIBRES La imagen es poderosa y también es nuestra. Más aun cuando sabemos que los ríos aún traen aquellos colores que tan claramente nos describe José Watanabe en su poema El Grito (Edvard Munch): Bajo el puente de Chosica el río se embalsa y es de sangre, pero la sangre no me es creída. Los poetas hablan en lengua figurada, dicen. Y yo porfío: No es el reflejo del cielo crepuscular, bermejo, en el agua que hace de espejo. Oyen el grito de la mujer que contempla el río desde la baranda pensando en las alegorías de Heráclito y Manrique y que de pronto vio la sangre al natural fluyendo? Ella es mujer verdadera. Por su flacura no la sospechen metafísica. Su flacura se debe a la fisiología de su grito: Recoge sus carnes en su boca y en el grito las consume. El viento del atardecer quiere arrancarle la cabeza, miren cómo la defiende, cómo la sujeta con sus manos a sus hombros: Un gesto finalmente optimista en su desesperación. Viene gritando, gritando, desbordada gritando. Ella no está restringida a la lengua figurada: Hay matarifes y no cielos bermejos, grita. Yo escribo y mi estilo es mi represión. En el horror solo me permito este poema silencioso. (Watanabe, 2003, pp. 88-89) En el horror, el silencio; en el silencio, la claridad. La poesía exige detenimiento; todo arte exige detenimiento. La Estética es la disciplina del detenimiento. Yo pido que nos detengamos a considerar. La  contemplación es un activo detenerse. Los colores no han querido verse y refieren, ahora, en la deslumbrante claridad, lucidez y actualidad de este poema, a mucho más que violencia política; refieren a mez- quindad, a corrupción, a mediocridad e impunidad. «Los poetas hablan en lengua 667 La perdida claridad de la que venimos / Julio del Valle figurada, dicen». Y creen tener razón, porque no quieren ver. No podemos, no quere- mos, ni ver ni escuchar. Nauman y Watanabe coinciden. No podemos, no queremos, ni ver ni escuchar porque no nos importa sanar las heridas. No aprendemos ni del pasado ni del ejemplo de otros pueblos que, por lo menos, han intentado con valen- tía y consistencia sanar sus heridas. En Grunewald, por ejemplo, al oeste de Berlín, en uno de los barrios más ricos de esta enorme y fascinante ciudad cargada de historia, en la estación del tren desde donde se deportaron en un lapso de dos años a 50 000 judíos berlineses, hay un memorial del artista polaco Karol Broniatowski. En estos datos están comprimidos muchos datos significativos: el primero y más resaltante es que, desde este barrio, exclusivo en todos los sentidos de la palabra, no se vio cómo, durante dos años, 50 000 personas marcharon a su muerte; no se les escuchó llegar, no se les escuchó protestar, toser, llorar; no se escucharon sus zapatos al andar. Ahora no es posible no ver y nadie reclama. La ciudad no tiene ya solamente una rica historia, ahora quiere preservar la memoria, en este y otros memoriales significativos. El  segundo dato significativo, no menos importante, es que es un artista polaco quien elaboró el memorial. El alemán, ese pueblo orgulloso y al cual conozco bien, no dudó en aceptar la propuesta de alguien que no es uno de los suyos. Créanme que no es fácil que el orgullo y la humildad vivan juntas. 668 LA VERDAD NOS HACE LIBRES Tal coexistencia revela aprendizaje. Delante de sus presencias, un artista de un pueblo culturalmente menospreciado durante siglos les muestra con meridiana clari- dad el dolor de la pérdida, la honda huella del sufrimiento. Lo que no debe, repito, no debe olvidarse. El cuidado de la memoria es un deber moral, es la muestra más palpable de un ethos sano. ¿Escucharíamos nosotros con la misma atención las pala- bras de Primitivo Quispe, ayacuchano: «Entonces, mi pueblo era un pueblo, no sé…, un pueblo ajeno dentro del Perú»? ¿Tanto nos cuesta recocernos en sus historias, mirar sus rostros, reconocer sus muertos, nuestros muertos? Me aterra que se discuta la cantidad de muertos: fueron miles, fueron muchos, demasiados. Hubo injusticia, desprecio, atrocidad. ¿Nos cuesta tanto reconocer el deber que tenemos para sanar esas heridas? Difícil hablar de perdón sin justicia; difícil hablar de reconciliación sin perdón. Es  triste escuchar a voceros de opinión que recomiendan olvidarnos de César Vallejo porque refleja la pena en el alma con una claridad y hondura imposible de esquivar. Entiendo la motivación: también es una tarea pendiente una nueva narra- tiva que nos conduzca al futuro con una sensata sensación de optimismo, convicción, perseverancia y deseo de alcanzar logros. Sin embargo, en este país, tierno y desga- rrador, conmovedor y desesperante, esa escalera será muy frágil si es que no aprende 669 La perdida claridad de la que venimos / Julio del Valle a saldar sus deudas y curar sus heridas. Este país que queremos no se va a construir solo con músculo empresarial, sino que requiere de una terapia del alma, un recono- cimiento sano y veraz de sus múltiples rostros. A ello contribuyen también las artes. Recurro otra vez a Blanca Varela para terminar: «Para hacer esta casa mortal el barro de los sueños, / harina de huesos para el pan y el agua como el / linde entre lo que no es y lo que no será. / Elemental es el canto de la memoria, como el / grano de arena que lacera y florece hecho carne / irisada, fuego perecedero, arcano» (Varela, 1993, p. 28). Y yo porfío y seguiré porfiando. Bibliografía Varela, Blanca (1993). El libro de barro. Madrid: Ediciones del Tapir. Varela, Blanca (2005). Como Dios en la nada (antología 1949-1998). Selección y prólogo de José Méndez. Madrid: Visor Libros. Watanabe, José (2003). Elogio del refrenamiento: antología poética, 1971-2003. Selección y presentación de Eduardo Alejandro Chirinos Arrieta. Sevilla: Renacimiento.