Este libro corresponde al tomo 161 de la colección Travaux de l'Institut Frans:ais d'Études Andines (ISSN 0768-424X) © Por el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú Plaza Francia 1164, Lima-Perú Teléfonos: 330-74 10, 330-74 11 Telefax: 330-7405 Correo electrónico: feditor@pucp.edu.pe Derechos reservados Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. ISBN: 9972-42-512-6 (rústica) No. de Depósito Legal: 1501052002-5220 (rústica) ISBN: 9972-42-513-4 (tela) No. de Depósito Legal: 1501052002-5221 (tela) Impreso en el Perú - Printed in Peru Primera edición, diciembre de 2002 Fotografía de solapa Franklin Pease García Yrigoyen en el decanato de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú, en noviembre de 1998. Archivo Franklin y Mariana Pease. Fotografías de cardtula Peruviae Auriferae Regionis Typus (1574), Diego Méndez. Biblioteca Nacional del Perú Don Felipe Túpac Amaru I (siglo XIX), Anónimo. Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú El Inicio de la Procesión (siglo XVII), Anónimo La Procesión del Corpus Christi en el Cuzco. Arzobispado del Cuzco (Fotografía: Daniel Giannoni) Chaco de vicuñas (detalle). Trujillo del Perú (siglo XVIII), Baltasar Jaime Martínez Compañón (Fotografía: Daniel Giannoni) Descención de la virgen al lugar sagrado del Sunturhuasi, Anónimo. Iglesia del Triunfo, Catedral del Cuzco (Fotografía: Colección Privada) FLORES ESPINOZA, Javier F., ed. El hombre y los Andes. Homenaje a Franklin Pease G.Y./ Javier Flores Espinoza y Rafael Varón Gabai, eds. -- Lima: PUCP, 2002. /PEASE GARCÍA YRYGOYEN, FRANKLIN/BIOGRAFÍAS/BIBLIOGRAFÍAS/ POBLACIÓN INDÍGENA/INDÍGENAS/ CONQUISTA/COLONIA/ ETNOHISTORIA/HISTORIOGRAFÍAIICONOGRAFÍA/ETNOGRAFÍA/ ARQUEOLOGÍA/ANTROPOLOGÍA/HISTORIA/PERÚ/COSTA/SIERRA/ HISTORIA DEL ARTE/HISTORIA ECONÓMICA/HISTORIA DEMOGRÁFICA/ LINGÜÍSTICA/CRÓNICAS/ José Luis Rénique Cily University of New York De literati a socialista: el caso de Juan Croniqueur1 Mi misión ante al pasado parece ser la de votar en contra. Ni me eximo de cumplir/,a, ni me excuso por su parcialidad. José Carlos Mariátegui (1998 [ 1928)) "ÉRAMOS ENTONCES MAS jóvenes. Había más candidez en nuestro corazón y más optimismo en nuestros labios. No habíamos tenido ninguna tangencia con la polí­ tica ni con sus hombres. Estábamos todavía en la ingenua edad de los versos y el romanticismo". Así veía el José Carlos Mariátegui de julio de 1918 al juan Croni­ queur de 1916 (1992-94, 7: 191-92, 206-207). Situados en el diarismo casi desde la niñez -continuó- "han sido los periódicos para nosotros magníficos puntos de apreciación del siniestro panorama peruano". Le habían permitido, por ejem­ plo, conocer de cerca a los "hombres figurativos" de la política nacional, por quie­ nes diría sentir "un poco de desdén y otro poco de asco" (1992-94, 3: 319-20). Duras palabras viniendo de quien, como él, había ganado fama como reportero de asuntos frívolos, como "cronista ameno y sin trascendencia" (Ulloa 1930) y autor de versos -según un crítico- "finos y aristocráticos como para damas" (Porras, citado en Rouillon 1975, I: 128). Entre ambos momentos -comienzos de 1916 y mediados de 1918- mucho había cambiado en el mundo y, con ello, la percepción que del medio circundante y de su ubicación en él tenían los habitantes de la "ciudad letrada" local (Rama 1985; véase también Romero 1976). Las cuestiones internacionales se convirtie­ ron en referencia obligada a raíz de la "gran guerra." El romanticismo aliadófilo ce­ dió paso a la imagen de una civilización en proceso de autodestrucción. Con Wil­ son surgió la esperanza de una reconstrucción en democracia con voz para los más débiles. Sin poder eliminar, sin embargo, el "embrujo" del octubre soviético y su oferta máxima: la inminencia del socialismo (Furet 1996). A mediados de 1918, éste contaba a Mariátegui ya entre sus adherentes. De su dimensión estratégica y 1 El presente trabajo forma parte de un texto mayor en preparación, titulado La imaginación radi­ cal en el Perú. El hombre y los Andes 2002, t. I, pp. 157-78 158 José Luis Rénique doctrinaria, no obstante, recién se impondría después de octubre de 1919 cuando, en una perfecta ironía del destino, un dictador en ciernes -Augusto B. Leguía­ determinó su partida a Europa sin calcular que le facilitaba así la formación ideo­ lógica que en su tierra le hubiese sido imposible obtener. Antes de eso, José Carlos prácticamente no había salido de Lima, una polvorienta ciudad costeña de unos 200,000 habitantes enclavada en un vasto país agrario mayormente indígena, do­ tado de una geografía encabritada y con una historia no menos compleja. 2 De quince años, en 1909, había ingresado como trabajador manual a uno de los más importantes diarios del país. Cuando descubrieron su talento le hicieron re­ dactor. Pobre, sin educación formal, físicamente impedido desde pequeño, mar­ cado encima por el estigma que conllevaba un complicado pasado familiar, 3 en la redacción de La Prensa encontraría la "patria intelectual" que la vida le había ne­ gado: su ventana al país, su conducto hacia el mundo, un ambiente propicio para desarrollar una filiación intelectual no-tradicional, diferente, y eventualmente contrapuesta, a aquella que la universidad podía garantizar.Juan Croniqueur, el seudónimo con que adquiriría su primera fama, resumía bien la identificación ini­ cial de su célebre pluma: cronista por sobre todo, modernista y afrancesado. Bajo ese y otros menos conocidos apodos literarios, Mariátegui publicaría más de 900 artículos entre 1911 y el momento en que, a mediados de agosto de 1919, le forza­ ron al silencio que preludió su exilio. El destino de esa obra juvenil reflejaría las opciones políticas de su autor. Mar­ xista "convicto y confeso" a su retorno de Europa en 1923, Mariátegui confina a Croniqueur bajo un rótulo condescendiente y lapidario: una "edad de piedra" irrecuperable. Ruega así a su madre destruir el álbum de recortes periodísticos de sus tiempos pre-europeos que ella le había organizado. Consciente del valor que su propia historia tendría para su proyecto revolucionario, optó por convertirla en material para la creación de una tradición socialista en el Perú. Derivó de ahí una versión de su trayectoria pre-europea en la cual la frescura impugnatoria del joven Croniqueur, la singularidad de su descubrimiento personal del Perú de su tiempo, quedaban sometidas a un esquematismo teleologizante (véase, por ejemplo, Ma­ riátegui 1988 [1929]). En el marco de la disputa por su legado que se produjo a su muerte, aquella ver­ sión militante devino en historia oficial. Así, cuando a fines de la década de 1950 se publicaron sus obras completas, sus editores justificaron la exclusión de su pro­ ducción pre-europea aduciendo que ella nada añadía a "su obra de orientador y precursor de la conciencia social del Perú". Sólo cuarenta años más tarde, aquellos 2 Mariátegui había nacido en Moquegua, en la costa sur del país. Luego su familia se trasladó a la ciudad de Huacho en el norte próximo a Lima. En julio-agosto de 1918 visitó la sierra central por tres semanas. Fue su única salida de la capital antes de su viaje a Europa. Sobre sus años iniciales véanse Rodríguez Pastor (1995) y Bejarano (1990). 3 Criado por su madre, una modesta mujer de origen campesino, José Carlos era mestizo como la mayoría de los habitantes de Lima. Su apellido paterno, sin embargo, era el de "una familia ilus­ tre por su intelectualidad y alcurnia, cuyos miembros han figurado en el parlamento, en las Cor­ tes de Justicia, en los torneos del saber y en las luchas ardorosas de la política", además de "haber comandado escuadras" y otras hazañas similares (Benvenuto 1921: 143). Para los dilemas emo­ cionales que esta situación generaba en Mariátegui véase Rouillón (1975, I: 109 y sigts). De literati a socialista: el caso de Juan C roniq ueur 15 9 . textos postergados fueron finalmente publicados en una edición de ocho volúme­ nes. Abrióse con ello la posibilidad de incorporar su experiencia juvenil al examen de la forja de la tradición socialista en el Perú; de conocer con mayor proximidad la manera en que los radicales peruanos del temprano siglo XX imaginaron la nación y los caminos para su transformación: antes del marxismo y de las grandes palabras que definirían la identidad del revolucionario internacionalista de los años 20. 4 Ese es el propósito del presente artículo: explorar la llamada "edad de piedra" del radicalismo peruano a partir de los textos mismos de Croniqueur, y no de los tex­ tos "autobiográficos" de Mariátegui. Mariátegui, el periodista, es producto de una coyuntura cultural singular. De afianzamiento del diarismo moderno dentro del marco más amplio del surgimien­ to de una "sociedad de masas" en el Perú. Aparece éste como el gran conductor de ese proceso de comenzar a "vivir la vida de todos los hombres", que transforma a los "egoístas vecinos de una ciudad" en "generosos habitantes del Universo", cuyas opiniones individuales el periodismo encauza y unifica para generar "el irresistible río de la opinión pública" (González Prada 1986). Se expande el universo de los lectores, la influencia de la prensa se acrecienta y el periodismo comienza a profe­ sionalizarse. En consecuencia, como nunca antes la empresa periodística se pre­ senta como una posibilidad de inversión. Y la oferta de empleo que de ello deriva permite que "gentes sin mayores recursos económicos" o "sin educación propicia" aspiren a sobrevivir sin tener que abandonar sus aspiraciones literarias (Basadre 1928: 32). En ese contexto, la vocación literaria de jóvenes como Mariátegui da pie a un periodismo de aliento singular: sintonizado con la emergente sensibilidad urbana (véase McEvoy 1999) tanto como co~ las innovaciones li terarias vinculadas al lla­ mado modernismo que, con cierto retraso, se difunde en la capital peruana (véase Monguió 1954). Surgió así una nueva generación de periodistas que introdujo "un espíritu y una técnica, nuevas"; una cierta manera de informar que abando­ naba "el suceso actualista para buscar el aspecto permanente de las cosas" con un efecto notable de belleza y originalidad (Mariátegui 1992-94, 3: 35-40): la "litera­ tura bajo presión" de un grupo de intelectuales-periodistas que, desde las redaccio­ nes de los diarios capitalinos, irían componiendo su propia visión del Perú. 5 Aparte de sus crónicas sociales y sus reportajes culturales de La Prensa, hacia 1915, Juan Croniqueur era conocido en Lima por sus artículos sobre hípica y eventos sociales publicados en revistas como Lulú, El Tuif o Mundo Limeño. La calculada frivolidad que ahí exhibía, en todo caso, no le impediría chocar con 4 Algunos de los textos existentes sobre la etapa anterior a 1919 de Mariátegui son Chang-Rodrí­ guez (1983); Flores Galindo (1994); Garrels (1974); Neira (1960); R. Portocarrero (1994); Ulloa (1930). Sobre los estilos periodísticos en ese período, véase Rotkin (1992); para los inicios periodísticos de Mariátegui hemos consultado Garrels (1974) ; Ulloa (1930); y Chang-Rodríguez (1983) . 160 José Luis Rénique ---- quienes pretendían imponer sus "orientaciones absurdas y anacrónicas" a la "pro­ ducción literaria nacional". Como tampoco definirse como un "ateo de la litera­ tura" que recibía su inclusión en el "index" como "patente de rebeldía, indepen­ dencia y orgullo" (citado en Carnero Checa 1980: 108). De actitud tal quedaría como testimonio el incisivo comentario que en 1916 dedica Mariátegui a una de las más prestigiosas figuras académicas del medio: José de la Riva-Agüero (Mariá­ tegui 1992-94, 3: 269-76). 6 Y es que entre los emergentes intelectuales-periodis­ tas, no obstante, se había impuesto un ánimo distintivamente impugnatorio. La revista Colónida ha quedado como testimonio de ese ánimo beligerante. Ri­ va-Agüero y los llamados "arielistas" de la generación del 900 aparecen ahí como una suerte de referencia negativa. En la retórica del Croniqueur de 1916, Eliza­ beth Garrels (197 4: 194) advierte el rastro del cliché modernista tan común entre los admiradores de Dado, entre los cuales el futuro Amauta se jactaba de contarse. Un apasionado imperativo de libertad estética, es decir, que no rehuye lo de ambi­ guo y contradictorio que su consecución implica. Que no rehuye tampoco propo­ nerse como la medida de lo elegante y de lo correcto -lo genuinamente aristocrá­ tico- frente a la vulgaridad mercantilista que todo lo corroe. Croniqueur ama, por ello, a la noche porque es "aristocrática". Y ama también el invierno porque es "sombrío, doloroso y turbio". Porque la "tristeza es siempre bella" y "la alegría es vulgar" (Mariátegui 1992-94, 3: 110-13). Y puesto que "le sugestionan las nie­ ves" , descubre que tiene "el alma un tanto escandinava" a pesar de su "prosapia criolla" y de su "genealogía tropical" (Mariátegui 1992-94, 3: 111). Y frente a este súbito fervor por lo nórdico, lo criollo queda descalificado. Pone pues Croniqueur en la picota a los criollos -más aptos "para la risa que para la tragedia"- y a su "voluptuosa y mestiza" cultura criolla, distanciándose drásticamente de la sensibi­ lidad costumbrista que en un inicio había cultivado.7 Acompaña a ese desdén por lo criollo un acendrado elitismo. Elogia, por ejemplo, la reja que rodea a la Ala­ meda de los Descalzos porque previene su invasión por vivanderas y dulceros am­ bulantes, que le harían perder "toda su poesía y todo su prestigio". Porque si aquel célebre paseo conservaba "algún sello aristocrático", era porque esa reja señalaba "un límite tal vez poco comprendido entre un recato orgulloso y la vulgaridad de la vida pública"; el ultraje, es decir, "de un tráfico tumultuoso, grosero, bastardo, incesante, vil y plebeyo" (citado en Rouillón 1975, 1: 153-54). El célebre incidente en torno a la bailarina Norka Rouskaya ilustra, asimismo, el espíritu, a la vez impugnatorio y elitista, de los "colónidos" de entonces. Fue a raíz de este hecho que Mariátegui tomó conciencia de "la mentira y la farsa que carcome a la sociedad aristocrática'', comprendiendo "el verdadero sentido de su vida'', descubriendo al "hombre nuevo que hay dentro de su alma" (citado en Rouillon 1975, 1: 199). En su nota de autodefensa, es cierto, deplora la hipocresía de quienes le critican. Sin dejar de traslucir también, no obstante, su escasa simpa- 6 Para las relaciones entre ambos personajes véase Miguel de Priego (1990, 1993). 7 Al respecto véanse, por ejemplo, "La gente del barrio" y su poema escénico "Las Tapadas", escrito en colaboración con Julio de la Paz y dedicado a Ricardo Palma, a través de cuya obra, sostienen los autores, habían comprobado la "intensa ·sugestión" que el pasado virreinal ejerce en su alma de creadores. El primero y la dedicatoria del segundo figuran como apéndice de Garrrels ( 1976). De literati a socialista: el caso de Juan Croniqueur 161 tía por las expresiones populares del país. Con qué derecho se horrorizaban, pre­ guntaba Mariátegui, si antaño, en los días de difuntos la gente turbaba "el reposo de los muertos" con "los sones, ebrios de pisco y chicha, de la marinera". Entonces "había para los zambos libidinosos y palurdos una tolerancia que ahora se niega a los artistas y los escritores". Situaciones que, por lo demás, seguían dándose en la sierra, donde "los indios no conciben el sepelio sin la libación y el huaynito" (ci­ tado en Carnero Checa 1980: 128). Fundamental anotar la fecha del incidente: 7 de noviembre de 1917. Rusia es­ taba, por ese entonces, en plena revolución. En el Perú, la revuelta literaria de los intelectuales-periodistas comenzaba a ceder paso a una más explícita disidencia política. El propio Mariátegui es ya, por ese entonces, un cronista político recono­ cido que fustiga al régimen de turno con una ironía singular. Pero para que este proceso siga su curso, llegando eventualmente a la convicción socialista, debe des­ cubrir al actor social y desarrollar un concepto de "pueblo". II El cambio se insinúa en 1916, para consolidarse en 1917. Se esfuman las crónicas literarias, los poemas y las narraciones. La política comienza a copar por completo la atención de Mariátegui. ¿Qué ocurrió? Difícil saberlo con certeza. Desde 1915 La Prensa tiene un nuevo propietario que, a diferencia del anterior, no tiene mayor interés por la literatura. Augusto Durand, ex-montonero y líder del Partido Libe­ ral, adquirió el diario "como pudo haber comprado un cinema o una salchichería: para hacer dinero". 8 La transferencia, no obstante, tenía también connotaciones políticas. Bajo Alberto Ulloa Cisneros La Prensa había sido un bastión anti-civilis­ ta. Bajo presión oficial, sin embargo, Ulloa Cisneros se había visto forzado a ven­ der. Y el nuevo dueño se había aliado al régimen civilista restaurado con la elección de José Pardo, tras el tumultuoso periodo del demócrata Billinghurst (1912-14) y su derrocador, el coronel Osear R. Benavides (1914-15). Mariátegui, en ese con­ texto, opta por emigrar a El Tiempo, un diario que era fruto de la coyuntura políti­ ca pues había sido creado para promover la candidatura de Augusto B. Leguía para las elecciones generales de 1919. Civilista en su origen y líder luego de una de sus facciones, el ex-presidente Le­ guía residía por ese entonces en Londres. Sus viejos correligionarios lo detestaban y le temían. Pero no podían impedir que con el deterioro del régimen pardista, la posibilidad de su retorno fuese vista con creciente simpatía. Para promover esa tendencia se había fundado El Tiempo. Y si cubrir la actividad parlamentaria había sido en La Prensa un encargo ocasional, en El Tiempo, en cambio, Mariátegui sería cronista político a tiempo completo. En su concepción pareciera haber influido su conexión con Luis Fernán Cisne­ ros y, por extensión, con una vieja tradición local de sátira política. Era algo que 8 Carta de Alfredo González Prada a Luis Alberto Sánchez, Nueva York, 26 de noviembre de 1940, citada en Valdelomar, Colónida (p. 209). 162 José Luis Rénique resultaba particularmente atractivo para quién, como él, era con el arma de su ima­ ginación literaria más que con categorías analíticas que se aproximaba a la política. Derivaba de su preocupación estética una suerte de crítica "visual" de su entorno social que ahora volcaría en la construcción de un tinglado cuyas incidencias ínti­ mas, el cronista prometía revelar; porque, en la política, como en la vida, "mien­ tras en el escenario todo tiene un aspecto risueño, entre bastidores se teje algún co­ nato de farsa dramática" (Mariátegui 1992-94, 4: 12-14). Era la clave inicial de "Voces", el secreto de su apelación al lector: el sentimiento de complicidad, la promesa del chisme asistida por la observación penetrante, la conversión de la política en espectáculo y entretenimiento de consumo amplio y generalizado. Con la propia epopeya del cronista como tema central. En circuns­ tancias tales, merodeaba al cronista una maligna obsesión: "de que se ha parado el calendario y de que ya no va a ocurrir cosa alguna". Y "nos ponemos locos y deses­ perados porque somos periodistas" (Mariátegui 1992-94, 5: 263-64). Y que como tales era menester no olvidar el deber cotidiano: "escribir para las gentes metropo­ litanas y curiosas" (Mariátegui 1992-94, 5: 10-11). Y sin embargo, el país bronco y complejo que subyace tras la precaria calma pardista saldrá, eventualmente, a la superficie. En enero de 1917, como una onda sísmica que proviene del sur, llega noticia de las andanzas del "general Rumimaqui, que entre nosotros era sólo el mayor Teo­ domiro Gutiérrez", pero que "entre los indios es el inca, el restaurador y otras cosas tremendas y trascendentales". Si este intento de "restauración de la dinastía incá­ sica" -comenta Croniqueur- nos parece "muy malo a todos", debe serlo "espe­ cialmente" para esa "otra dinastía" en el gobierno (Mariátegui 1992-94, 5: 170-72). La una distante, atemorizante, pasadista. La otra "colgada del sueño de ser algún día como las dinastías europeas, soñando con títulos y reconocimientos extemporáneos" (Mariátegui 1992-94, 5: 187). Y ante el remezón que del interior proviene, "repentinamente nos hemos acordado de que en las faldas y en las cum­ bres de la cordillera de los Andes y detrás de ella existen muchos hombres que son nuestros padres y hermanos" (Mariátegui 1992-94, 5: 259-60). Y, embargados por el sentimentalismo, O llanta se convertía en "el hombre de todas nuestras aspi­ raciones", y hasta se diría "que toda la ciudad se ha tornado en una enorme Asocia­ ción Pro-Indígena". Y nos hemos puesto tan contentos, comenta Mariátegui, sar­ dónico, como "si nos hubiéramos encontrado una nacionalidad que fuese la nuestra". Porque los peruanos vivían, según él, embelesados con lo antiguo y lo pretérito, "que es para nosotros un egregio pasado de huacos y huacas, de momias, fortalezas, de quipos y amuletos". Todo un país viviendo, impunemente, "de cara al pasado". Embargado por el sentimiento de que, "puesto que hemos tenido un pasado muy hermoso, qué nos importa que tengamos un presente tan feo". Así, frente a quiénes, con el arqueólogo Julio C. Tello, prefieren tumbarse a soñar en la sección arqueológica del museo o creen que "el ideal de este momento es ... la au­ dición permanente de un huaynito o de un solo de quena", opta él por mirar la ac­ tualidad de esas sierras en estado inocultable de agitación. Mirar, por ejemplo, como se teñían de sangre con ocasión de los comicios parlamentarios de marzo de 1917. De fiterati a socialista: el caso de Juan Croniqueur 163 Su objetivo era renovar un 40% de las representaciones parlamentarias. Al nuevo congreso le correspondería supervigilar, con las evidentes ventajas que de ello derivaba, el sufragio presidencial de 1919. De ahí su extraordinaria importan­ cia. El futuro mismo del Partido Civil estaba en juego en aquella jornada (Basadre 1968-69, XII: 380). Reporta Mariátegui la marcha de los candidatos a las provin­ cias con el fin de participar en las controvertidas asambleas de contribuyentes, evento del que provendrían las instancias encargadas de conducir la votación pro­ vincial. Era ahí, en realidad, que solía librarse la "gran batalla" electoral, pues quien ganaba la asamblea tendría "mesa receptora propicia y junta escrutadora complaciente". De ahí entonces que fueran éstos los verdaderos electores, en tanto que los votos populares, si bien "adornan una elección y honran a un candidato", no eran indispensables para definir al triunfador (Villarán 1918, 1962). No era entonces extraño que en vísperas de éstas, el tema central fuese solicitar garantías. En esto se compendiaba, comentó Croniqueur, "toda la hora actual de nuestra historia": un país entero pidiendo garantías (Mariátegui 1992-94, 5: 265-66). En diversos puntos del país la "imposición electoral" recurría al argu­ mento de las balas. Y, con ello, "los candidatos desafectos del gobierno compren­ dían que era la hora de poner semblante de condenados a muerte" (Mariátegui 1992-94, 5: 269-70). Mantendrá todavía su estilo irónico. En perspectiva, no obs­ tante, su asimilación de aquellos hechos señala un hito en su manera de mirar el país, tanto como su propio papel en el proceso en curso. No oculta, en primer lugar, lo mucho que la violencia ha calado en su ánimo. "Tenemos en cierto momento la obsesión-dice- de que todo el Perú se hubiese convertido en una capilla ardiente en la cual se velase para siempre el cadáver del señor Grau", uno de los candidatos asesinados en la campaña, por quien expresa haber sentido una franca admiración personal. Se sobrepone, sin embargo, desple­ gando un ánimo inédito de exploración: la sierra, sus pobladores y sus poderes lo­ cales caen en el radar de su hasta entonces fatigada imaginación. Nuestra mirada, comenta un reanimado Croniqueur, abarca el país entero, recorriendo el mapa del Perú en "una excursión que no es geográfica sino política", marcando los territo­ rios en que, como en el caso de Cajamarca, personajes como Rafael Villanueva re­ presentaban una "tradición republicana" que se remontaba a "los albores del siglo pasado" , 9 cuya candidatura resucitaba "la teoría del orden público" por encima de la Constitución" (Mariátegui 1992-94, 5: 308-309). Desde la redacción de El Tiempo, a pocas cuadras de la sede de gobierno, la visión es la de un país que se pone trágico. El síntoma más relevante del sacudimiento mariateguiano es su adhesión a la candidatura de Jorge Prado y Ugarteche a una diputación por Lima. Celebra Ma­ riátegui su definición por fuera del civilismo: candidatura independiente, de la ju­ ventud y del ideal, afirma entusiasmado. Que con sólo proclamarse así, va dejando de ser una candidatura de barrio, del Palais Concert o de la casona solariega, "para empezar a ser una candidatura de plazuelas, desfiles y tumultos" (Mariátegui 9 Tal era la hegemonía de este senador en su departamento que, según Basadre, la gente solía refe­ rirse a "Cajamarca, capital Villanueva" o "Villanueva, capital Cajamarca" (Basadre 1980: 83). __ 1_6_4_ José Luis Rénique 1992-94, 5: 371-72). La cobertura de la campaña despierta en el cronista la me­ moria de las "jornadas cívicas" de 1912 cuando en una gesta excepcional, la movi­ lización popular había entrabado al aparato electoral civilista, haciendo posible la elección del demócrata Billinghurst. 'º Con no menos pasión habrá de cubrir la larga e infructuosa lucha contra los intentos oficialistas por desconocer la victoria de Prado en el voto popular. Las "voces" dicen, reporta Mariátegui, "tenemos mi­ les de votos". Y, sin embargo, "un guarismo no representará nada inalterable mientras exista un borrador Faber". El !iteratti ha comenzado a desarrollar memo­ ria histórica. Jamás, anteriormente, las luchas políticas de aquellos años habían sido materia de sus artículos. La experiencia deja a Croniqueur cargado de aprehensiones. Hace un año, es­ cribe con ocasión del primer aniversario de "Voces", "éramos más optimistas, más alegres, más bulliciosos y más ilusos" (Mariátegui 1992-94, 6-94: 120-22). Creía­ mos, por ejemplo, que podríamos "habituarnos al señor Pardo". Seguir siendo, en otras palabras, el comentarista "ora frívolo, ora grave, de las vulgaridades cotidia­ nas" nacionales (Mariátegui 1992-94, 6: 120). En un país, por lo demás, "muy dado a la zumba y al humorismo" (Mariátegui 1992-94, 5: 369-70). Un año des­ pués, sin embargo, "nos sentimos un poco desesperanzados, tundidos y fatigados por las realidades de esta democracia mestiza" (Mariátegui 1992-94, 6: 121). Conscientes, más aún, de "que todas las gentes piensan mal del señor Pardo" y que los años interminables que aún le restan habrá de pasarlos en una creciente soledad (Mariátegui 1992-94, 6: 13 5-36). La noche de Fiestas Patrias de 1917, tras ento­ nar el himno nacional en el Palais Concert, Croniqueur descubre que no logra fundirse con el "alborozo trivial" de las gentes sencillas; que las "turbaciones políti­ cas" -el recuerdo del "escaño vacío del señor Rafael Grau'', por ejemplo- le im­ piden entregarse al influjo de los "fervores patrióticos de la ciudad" (Mariátegui 1992-94, 6: 137-38). Personalmente tocado, confrontado más aún con la posibili­ dad cercana de asistir al fracaso de sus "ideales, aspiraciones y quimeras," encuen­ tra dentro de sí "una fe pura como la de un anacoreta" que es "nuestro tónico, nuestra estufa y nuestro yelmo" (Mariátegui 1992-94, 6: 122). III A mediados de 1918 la política es, definitivamente, su preocupación central. No renuncia a la sátira. Recurre crecientemente, no obstante, a criterios más rigurosos y analíticos. Pareciera estar en pos de un diagnóstico objetivo. Que irá estructu­ rándose en torno a la reflexión sobre tres temas fundamentales: (a) la elite civilista: su faccionalismo y su desfase creciente con respecto a las inquietudes del país; (b) la búsqueda de un concepto de "pueblo" en tanto actor efectivo de la era que se 10 Curiosa conexión, sin duda, si recordamos el papel que Jorge Prado había tenido en el derroca­ miento de ese mandatario (Benvenuto 1921: 190). Éste y su hermano Manuel habían sido los ayudantes del "caudillo restaurador" Benavides aquel 4 febrero de 1912, habiendo sido quien, "redactó y obligó a don Guillermo Billinghurst, a firmar el decreto dimitiendo el mando supre­ mo" . De literati a socialista: el caso de Juan Croniqueur 165 inicia con el fin de la contienda europea; (c) la crisis de los partidos políticos y las posibilidades de una "política nueva" para el Perú. Tras la conmoción electoral de mayo de 1917 el país parecía haber vuelto a la normalidad. De la "entraña del momento histórico" emanaban; sin embargo -observaría Croniqueur- "inquietudes y desazones"; las voces soterradas de aquellos que ni se "deslumbran con la majestad del mandatario y su cortejo", ni se avienen "con el señorío del apellido Pardo y Barreda" (Mariátegui 1992-94, 6: 172-74). Sube el costo de vida y se movilizan los trabajadores. Tras un par de déca­ das de sostenido crecimiento exportador asoma, desafiante, la cuestión social. Inadvertido, mientras tanto, el régimen pardista llega al mediodía de su existencia. "Tarde o temprano -apunta Mariátegui en agosto de 1917- vendrá el ocaso. El ocaso nublado, triste, senil y umbroso" (Mariátegui 1992-94, 6: 174) de un go­ bierno y acaso, con ello, el momento final de un estilo de gobernar. En alianza con los demócratas de Nicolás de Piérola, los civilistas habían lle­ gado al poder impulsados por el movimiento que, en 1895, desbarató al régimen militar que, a su vez, había surgido del caos suscitado por la derrota en la Guerra del Pacífico (1879-83). Pero no fue un verdadero sistema bipartidista lo que sur­ gió. Eventualmente, los primeros lograron deshacerse de los segundos haciendo suyo el control del mecanismo electoral nacional. Sólo Billinghurst, en 1912, lo­ graría derrotarlos. El clásico caso latinoamericano de enseñoreamiento de los gru­ pos agro-exportadores -representados, en el Perú, por el llamado "civilismo"­ sobre los terratenientes del interior quienes, en virtud del arrastre popular de su lí­ der, quedarían identificados como oposición provinciana, nacionalista y popular (véase Basadre 1965: 297-300) . Una "República Aristocrática" fue, a fin de cuen­ tas, lo que surgió de la guerra civil de 1895. Con José Pardo -uno de los hijos de su fundador-, los "barones del azúcar" de la costa norte se habían afianzado en la conducción del Partido Civil. En 1915, tras el interregno militar generado por el derrocamiento del demócrata Billinghurst, Pardo llegó al poder por la vía de una concertación multipartidaria santificada por una convención de partidos.'' Poco quedaba de ésta en 1917. Pero cual sucesión dinástica, ella pretendía coronar a su propio sucesor. Ántero Aspíllaga, el galante y melifluo "Señor de Cayaltí", era el elegido (Mariátegui 1992-94, 7: 14-15). Festiva y acuciosamente, "Voces" registraría el fútil intento de alinear tras su candidatura a las diversas fracciones del moribundo civilismo. Desplazando, para ello, en primer lugar, a Javier Prado y Ugarteche de la presidencia del partido. Era el paso -comentaría Croniqueur- de la "dirección intelectual" a la "dirección plutocrática" (Mariátegui 1992-94, 7: 18-20). El momento culminante de una oportunidad perdida. De hecho, Prado representaba a una fracción del civilismo cuya capacidad de aportar a la estabilidad del país Mariátegui no descartaba del todo (Mariátegui 1992-94, 8: 139-40). En la cargada atmósfera anti-civilista que el propio diario El Tiempo alentaba, no veía Mariátegui al civilismo como la "secta tenebrosa" culpable de todas las calamidades de la nación, que otros querían ver. En manos de los "civilistas orgánicos", sin embargo, anarquizado y sin doctrina, el 11 Para la participación popular en la elección de Guillermo Billinghurst véase Blanchard ( 1977). 166 José Luis Rénique ---- Partido Civil terminaría siendo "la razón social de una empresa de negocios políti­ cos en quiebra y liquidación" (Mariátegui 1992-94, 3: 329-34), cuyo poder se sos­ tenía en formas de dominación profundamente enraizadas en la peculiar psicolo­ gía nacional. Ajeno a los urgentes datos de la realidad, el civilismo azucarero se abocaba a la empresa de preparar su relevo y perennización. Buscando ahormar, con ese fin, a "sus atributos de gentiles-hombres" los términos de la reinante "democracia mes­ tiza" . Valiéndose, por ejemplo, del automóvil para salvar la distancia que les sepa­ raba de un país en ebullición. El país, mientras tanto -advertía Mariátegui- co­ menzaba a ver este espectáculo como algo "demasiado trivial'', quitando entonces sus ojos del mandatario y su supuesto sucesor para dirigirlos, por ejemplo, hacia asuntos como la crisis de subsistencia y la carestía de la vida (Mariátegui 1992-94, 5: 376). De ahí, entonces, que la ruta que el "carro de la candidaturaAspíllaga" co­ menzaba a recorrer no fuese del todo desconocida. Le recordaba al cronista aquella de 1912, cuando "las jornadas cívicas de las plebeyas muchedumbres billinghuris­ tas" habían bloqueado, para impedir, precisamente, el triunfo del propio Aspíllaga en su primer intento de convertirse en presidente del Perú (Mariátegui 1992-94, 7: 12-13). Croniqueur, de otro lado, comienza a discutir el papel de las masas, sin arribar aún a una respuesta precisa. Había partido de una actitud de duda y de desdén por los populismos y la política multitudinaria. En abril de 1917, sin embargo, en un artículo sobre la procesión del Señor de los Milagros acusa ya el impacto de la "fuerza irresistible" del misticismo colectivo que emana de la pasión de las "gentes del pueblo". Su registro de lo social, sin embargo, no se traduce en un reconoci­ miento automático del "pueblo" como protagonista de la historia (Mariátegui 1992-94, 2: 139-45; 1992-94, 6: 120-22). Descubre, no obstante, que ese pueblo se acuerda aún de la gesta del 95. De los montoneros y las batallas, de la bravura desplegada en la toma de Lima. Que aún suspira cuando se acuerda de "esos tiem­ pos y esas hazañas" y que todavía grita de vez en cuando ¡que viva Piérola! (Mariá­ tegui 1992-94, 7: 130-32). Aquel grito "que ponía frenética a la gente de pelo en­ sortijado", que significó tantas veces "una protesta, una aspiración y una esperanza" (Mariátegui 1992-94, 7: 327-29). ¿Será posible entonces una reorganización del Partido Demócrata? ¿Renacerán los tiempos de la "huaripampeada" y el caudillo revolucionario? (Mariátegui 1992-94, 7: 217-18). Si ex-montoneros como Durand habían dejado ya la "cabal­ gadura transhumante" por la "limousine metropolitana", y el Partido Constitu­ cional -heredero de la gloria de la campaña de La Breña- se había convertido en un "sindicato de militares y empleados públicos", ¿quién entonces organizará las pachamancas y los mítines en la Alameda de los Descalzos?.1¿ Y quién iría al en­ cuentro del "alma bulliciosa de la zambocracia" (Mariátegui 1992-94, 6: 382-83) , o supliría con modelos e inspiración al "ímpetu" y la "locura" de la juventud? (Ma­ riátegui 1992-94, 7: 348-49). Y, más complicado aún, ¿quién extraería de aquellos "tres millones de indios embrutecidos y esclavizados" de la sierra -"masa abori­ gen inconsciente," carente de "noción de patria" (Mariátegui 1992-94, 3: 321-25)- los montoneros o los activistas de la política nueva? De literati a socialista: el caso de Juan Croniqueur 167 Poco aportaba, en ese sentido, el fervoroso idealismo o la pulcra ortografía de los manifiestos del Partido Nacional Democrático, como tampoco el hecho de que "absolutamente todos los peruanos" quisieran lo que los llamados "futuristas" (Mariátegui 1992-94, 7: 306-307). Tampoco significaba mucho el hecho de que fuese un partido joven si, al mismo tiempo, no era capaz de "avanzar hasta el sacri­ ficio y la heroicidad (Mariátegui 1992-94, 7: 322-24). Al fundar el PND en 1915, Riva-Agüero y sus colegas habían pretendido atraer a las juventudes del Partido Civil y del Partido Demócrata: las fuerzas del dinero y la tradición, y la memoria efectiva del vínculo con las masas que el "pierolismo" representaba, nucleadas en torno a una refundación de la República Aristocrática (Belaunde 1967, II: 487). Se sentían sinceramente reformistas. La reconstrucción del Perú abatido por la guerra del 79 había sido su acicate. El triunfo de la coalición civil-demócrata en el 95 les infundió esperanza (Loayza 1990: 1 O; véanse también Gonzales 1996; Pla­ nas 1994). Difundieron sus ideas a través de tesis universitarias, libros de investiga­ ción y ensayos eruditos más que por medio de textos de poesía e imaginación, tan comunes en la vertiente de los "literatos" de la corriente gonzalespradista. Aunque ambas procedían de la conmoción de la guerra del 79, estaban, ciertamente, en ri­ beras opuestas. Frente al nihilismo del gran impugnador, los "futuristas" confia­ ban en que "la obra nacionalista de Riva-Agüero" les proveyese de "los medios para recoger la voz de la tierra y de los muertos" en el cumplimiento de su misión (Be­ launde 1967, II: 489). Un puñado de libros como hoja de ruta para comunicarse con una historia y una realidad apenas entrevista: las aulas universitarias y las bi­ bliotecas privadas de sus casonas señoriales eran el punto de partida del nuevo pro­ yecto. Con la primera guerra mundial, sin embargo, el mundo en que su propuesta se basaba -y con ello su optimismo- comenzó a desmoronarse. Dejándolos ex­ puestos a la entusiasta insolencia de aquellos que, como el joven Mariátegui, co­ menzaban a pensar el país en el momento mismo de esa crisis de civilización. Acaso podrían haber sido los maestros de los Croniqueur. De hecho, Valdelo­ mar, por ejemplo, tuvo con Riva-Agüero una cercana amistad. Y muchas de las críticas que Mariátegui comenzaría a vocear desde mediados del 17 coincidían con las que Víctor Andrés Belaunde venía haciendo desde años atrás. 12 Razones aparte, para Mariátegui, los "futuristas" no eran sino epítome del desfase y la inconse­ cuencia de las supuestas clases directoras nacionales (Mariátegui 1992-94, 6: 96-98). Viejos prematuros, eruditos incurables, su hábitat natural era el reino de los claustros. El propio Croniqueur, el "!iterati", caerá, eventualmente, bajo el escalpelo crí­ tico del flamante comentarista político Mariátegui. No hemos sido sino los meros "intérpretes" de las "malignidades, de las travesuras y de las malicias nacionales" escribe, justificatorio, el primero a fines de agosto de 1917. La duda sobre sí m ismo reaparece con fuerza cuatro meses después, y vuelve a airear sus cavilacio­ nes a comienzos del año siguiente, al manifestar su cansancio con "este papel ro­ mántico" de "darle duro" al gobierno a pedido del público. Por esos días, el tér- 12 Véase, por ejemplo, el discurso que éste pronunciara con ocasión de la inauguración del año aca­ démico de la Universidad de San Marcos en 1-914, intitulado "La Crisis Presente" (Belaunde s.f., 1918) . 168 José Luis Rénique mino "bolchevique" asimismo aparece por primera vez en "Voces". Un término grato que Mariátegui usará laxamente a lo largo de los meses por venir. Bolchevi­ ques serán, para él, desde Alfredo Piedra -el primo de Leguía que jugará un pa­ pel de nexo entre éste y Mariátegui en la tramitación de su salida a Europa- hasta Jorge Prado, pasando por los médicos Sebastián Patrón y Lorente y Lauro Cur­ letti, dirigentes del Partido Liberal, o sus colegas de La Prensa y E! Tiempo, Luis Ulloa, Alberto Secada y, por supuesto, Félix del Valle y César Falcón. La izquierda del espectro intelectual y político que, como Víctor Maúrtua, habían vivido la ex­ periencia del Partido Radical de González Prada, para luego aterrizar en el Partido Civil. Desde comienzos de siglo, jóvenes como Luis Miró Quesada (1965 [1901], 1908) o Francisco Tudela y Varela (1908; véase también Parker 1995), hijos in­ discutidos del orden, habían explorado el socialismo como método organizativo dentro de un marco de modernización del estado y sus relaciones con la población. Con el fin de la guerra mundial ad-portas, el término adquiría notoriedad. Las ideas de Wilson aparecían como el nuevo marco de la civilización de post-guerra. Un mundo en paz, progresista y democrático, donde el socialismo aparecía como una posibilidad real. En el Perú inclusive, donde, para Mariátegui, el socialismo surgía como la alternativa buscada ante el inminente desmoronamiento del orden civilista. El socialismo era la modernidad y era también la revolución. No aquella "in­ culta y varonil" de montonera, cupo y tiroteo que se había practicado en el Perú (Mariátegui 1992-94, 8: 252-53). Lucha doctrinaria, más bien. Y como políticas económicas, sobre todo, capaces de "distribuir equitativamente el bienestar, de mejorar la mesa del pobre y de proveer la mesa vacía". Proceso que, con el nombra­ miento de Víctor Maúrtua como Ministro de Hacienda, en abril de 1918, vivía un instante trascendental. "Para nuestros buenos amigos bolcheviques" -comenta­ ría, solemne, Croniqueur- este es un acontecimiento que tendrá un "extraordi­ nario valor" histórico: "es el primer ministro socialista en la historia de esta tierra". Un socialista "convicto y confeso". Un socialista "de elegante traje, de nobles mo­ dales y de británica pulcritud". Ubicado, además, en el ministerio correcto. Pues si otrora, en la era de la revolución jacobina, era el Ministerio de Gobierno el más importante, ahora lo era el de Hacienda (Mariátegui 1992-94, 7: 75-76). Las reverberaciones de la nueva era, más aún, iban más allá de reformas e inno­ vaciones doctrinarias . Llegaban a lo personal. Impulsarían a Mariátegui, por ejem­ plo, a saldar cuentas con Croniqueur. A intentar, vale decir, "hablarle al país" fi­ nalmente con la voz del crítico y del analista que se ha ido forjando tras los recursos "literarios" que la sátira le requerían. Nuestra Época, precisamente, es el nombre del proyecto de su refundación individual. Un "periódico doctrinario" es lo que Mariátegui anuncia en su breve y viru­ lenta presentación. Dos palabras, sin embargo, bastan para definir el "programa político" que propugna: decir la verdad. Suficiente -dice- para afirmar su in­ dependencia. Para marcar distancias con "esos apellidos sociales y esas reputacio­ nes falsas que decoran este teatro criollo y estúpido de la política nacional", para iniciar la ya mencionada quemazón de lo viejo y abrir las puertas de la era de reno­ vación. Y como aporte a esa obra ofrecía el futuro Amauta "el conocimiento de la realidad nacional que hemos adquirido durante nuestra labor en la prensa". El re- De literati a socialista: el caso de Juan Croniqueur 169 conocimiento, finalmente, del terreno -la "patria intelectual" periodíStica de que había hablado Basadre- del que había partido la impugnación que ahora en­ contraba una voz explícitamente política. Y para concluir, una "advertencia tran­ quilizadora": Nuestra Época era también "un periódico literario". Pero si bien "so­ mos literatos, no haremos literatura en la política ni haremos política en la literatura" (Mariátegui 1992-94, 3: 319-20) . Juan Croniqueur podía entonces d 13 escansar en paz. Más que por el abrupto tono de su presentación, no obstante, la breve existen­ cia de Nuestra Época quedaría señalada por el conflicto suscitado por el artículo de Mariátegui, "Malas tendencias: el deber del Ejército y el deber del estado" (Mariá­ tegui 1992-94, 3: 321-25). Comentaba ahí el papel del ejército en la "marcha de la nación". Su argumento central era que, si bien era indiscutible que un país debía cuidar su defensa armada, debía hacerlo en proporción a sus recursos económicos. Y desde esta perspectiva, nada, sino un "romántico sentimiento" de reivindicación frente a Chile, podía impulsar al Perú a pretender armarse a cualquier costo. Y es que el Perú no era "un pueblo militar". ¿Era acaso un verdadero ejército una fuerza de indios "cogidos a lazo", y de oficiales impelidos a abrazar esa carrera, más que por vocación, por la "miseria del medio" o "el fracaso personal"? La respuesta vino bajo la forma de una incalificable agresión, a manos de un grupo de jóvenes oficiales que irrumpieron en la redacción de El Tiempo el 24 de junio de 1918. Acontecimiento que tendría una secuela dramática: el físicamente frágil Mariátegui, aconsejado por Alfredo Piedra, batiéndose a duelo con su even­ tual agresor; sus amigos "bolcheviques", el médico Lauro Curletti y el periodista de El Tiempo Alberto Secada, de padrinos; un acto institucional de desagravio del Ejército con asistencia del Presidente de la República; la presta renuncia del Mi­ nistro de Guerra y del Jefe del Estado Mayor.' Compungido, Mariátegui intentó explicarse en el número siguiente de Nuestra Época, incidiendo sobre todo en la sección considerada como la más ofensiva de su controvertida pieza. El "fracaso personal" que supuestamente llevaba a decenas de jóvenes a la escuela militar, no era "ni una culpa ni una vergüenza", sino una consecuencia "de la miseria del me­ dio". Que a todos afligía y que "desvía cruelmente las vocaciones de los hombres". Era ese su propio caso: un literato "condenado al diarismo" por la "pobreza del medio"; que agotaba sus aptitudes escribiendo "artículos de periódico" debido a la desdicha de vivir en un país pobre, donde la literatura no era sino un lujo distante e impagable (Mariátegui 1992-94, 3: 326-28). 13 De hecho, una nota sin firma en el primer número anuncia la renuncia al seudónimo, cuyo ex-ti­ tular pide perdón al público por "los muchos pecados'', que tras él escudado, "ha cometido". Es el inicio, dirán los biógrafos, de su "metamorfosis política" (Carnero Checa 1980: 139; Martínez de la Torre 1947, II: 404). 14 Al respecto véase Basadre (1968-69, XII: 399-400). Según este autor, de posición señaladamente nacionalista en este tema, el artículo de Mariátegui fue "tétrico, precipitado e injusto," puesto que "el Perú tenía que armarse y militarizarse porque estaban vivos varios problemas de límites y más de un vecino habría aprovechado cualquier ingenuo afán de desarme, por lo demás, no pues­ to en práctica por ningún Estado del mundo". En lo que respecta a la formación de los oficiales, "desde la época de Piérola la Escuela de Chorrillos suministraba una educación técnica y discipli­ naria severa muy superior, en conjunto, a la de otros establecimientos de ensefianza superior". 1 7 0 José Luis Rénique Nuestra Época no pasó de dos números. Hasta ahí llegaba ese breve y áspero en­ cuentro con la "verdad". Con un Mariátegui golpeado e inseguro. A pesar de todo, los tiempos eran propicios para mesianismos y exabruptos, para lanzar al aire pro­ yectos como Nuestra Época en que la pasión desbordaba los aprestos doctrinarios. Si en el apartado y miserable Perú de los Pardo y los Aspíllaga la verdad cosechaba insultos y bofetadas, el amplio mundo de 1918 le pertenecía a Wilson y a la gloria de las fuerzas aliadas. Y el armisticio del 11 de noviembre no podía sino acrecentar el entusiasmo y la cohesión de los "bolcheviques" peruanos. "El día -reportaría Mariátegui- más que de la paz, nos parece del socialismo" . Y al saber la noticia, los amigos y los camaradas irían reuniéndose, espontáneamente. "A todos -dice- les ha conmovido como a nosotros el anuncio de la paz", y "a todos les ha devuelto la fe perdida". Improvisándose así, sin preparativo alguno, "algo así como un soviet" en plena redacción del diario El Tiempo (Mariátegui 1992-94, 8: 68-69). De ese ímpetu nacería, pocos días después, el Comité de Propaganda So­ cialista. La nueva era había llegado al Perú después de todo. IV En el Mariátegui de mediados de 1918, el socialismo aparece como una respuesta de fuerte tinte moral ante el derrumbe del orden civilista. Como una declaración también a favor de los nuevos tiempos generados por el armisticio y la paz de Ver­ salles y de las posibilidades que en ellos anida, o como la conclusión de un viaje personal del esteticismo al territorio de las doctrinas alentado por una "aburrida" realidad que comienza a desperezarse. Entre el fin de la guerra y el alza del costo de vida se respira en Lima, por esos días, ambiente de conflicto obrero. Frente a un régimen debilitado la demanda obrera crece incontenible (Blanchard 1982: 151 y sigts.). Pardo intenta capear el temporal efectivizando medidas largamente planteadas. Se convierte en ley, en no­ viembre de 1918, la jornada laboral de ocho horas para mujeres y menores de edad. Su promulgación, paradójicamente, alentaría la lucha por reivindicaciones más amplias: su extensión para todos, acompañada del incremento salarial respec­ tivo que compensara a aquellos que, como los obreros textiles, trabajaban a des­ tajo. Fueron éstos, precisamente, los que, a fines de diciembre dieron inicio a la lu­ cha que culminó coq el paro general del 12 de enero de 1919 (véase]. Portocarrero 1987: 58; Pereda Torres 1984: 50; Sanborn 1995). El diario leguiístaEl Tiempo apareció, en esas circunstancias, como la gran caja de resonancia del reclamo obrero. Su redacción, más aún, era la sede del alegre "soviet" limeño del que había surgido el Comité de Propaganda Socialista. ¿Quiénes eran y qué significaba ser socialista a fines de 1918 e inicios de 1919 en Lima? Expresaban, en primer lugar, un estado de ánimo, contagiado del opti­ mismo del fin de la guerra, wilsoniano, internacionalista, latinoamericanista. Les unía, asimismo, cierta conciencia del peligro y de la oportunidad que el vacío de una representación obrera significaba, en circunstancias en que el civilismo pare­ cía venirse abajo. Todo lo demás quedaba por definirse. Ausente estaba, definiti- De !iterati a socialista: el caso de Juan Croniqueur 1 71 vamente, cualquier intención de constituirse en opción contrapuesta al régimen imperante. Un ánimo gradualista era el prevaleciente. En su columna "Voces", Mariátegui registraría el pasmo que los sucesos provo­ caban en su entorno socialista: "hasta el señor Curletti, socialista moderado y pru­ dentísimo, se sale de sus casillas, se colude con el comité bolchevique, se mezcla con los huelguistas'', relató en estilo festivo . Tras ese artículo Mariátegui experimenta­ ría su primer silenciamiento. La clausura de El Tiempo por su apoyo a la causa obrera tendrá a la larga un sabor a definición. Su salida de dicho diario lo impulsa­ ría hacia su primera "tangencia" con la política. Al cabo del obligado paréntesis, su último artículo antes de renunciar a El Tiempo lo retrata en un momento crucial: tras haber vivido "una semana un poco más larga que las demás de la historia", con­ templando el "espectáculo solemne" del imprevisto afloramiento de "la solidari­ dad de las clases trabajadores" en que "germinaban las simientes de las reivindica­ ciones venideras". A su lado, el médico Curletti, "amado amigo nuestro, fervoroso socialista y ponderadísimo secretario de los liberales", siente que está asistiendo "al principio de la revolución social". La voz del supuestamente finado Croniqueur pareciera resurgir para describir las entrecruzadas emociones del momento: "Bue­ nos, leales y románticos bolcheviques, nos imaginamos que nos hallábamos en una hora de jornadas populares, de banderas rojas, de arengas maximalistas y de orado­ res tumultuarios". La realidad, sin embargo, es otra puesto que, como sabe bien el cronista, lo que prevalece es la "discreta índole de la blanca psicología" y "la sose­ gada naturaleza de nuestro pueblo". Sabe, asimismo, que no hay por qué temer de ese pueblo "demasías temerarias". Sabe, más aún, que "su naciente socialismo no era bastante para llevarlos a las barricadas". Y que, por lo tanto, "sus ardimientos no podían, pues, pasar de un homenaje callejero a las ocho horas" . Por ello, "bajo el dominio de este convencimiento" puede, el cronista, lanzarse a las calles, confun­ dirse con los huelguistas, sentirse tentado, bandera roja en mano, de "pronunciar­ les un discurso inocentemente fogoso". Como en guiñol, pero nada más. Lo realmente grave había sido que el gobierno no hubiese comprendido el carác­ ter pacífico de la huelga. Que la hubiese asumido revolucionaria y maximalista. Y que, por ello, resolviese tomar "medidas tremendas": militarizar la ciudad, llenar de "pavores y grimas a las medrosas gentes metropolitanas" y, sobre todo, "cruel­ mente" mandara "esta imprenta a sus autoridades para que la clausurasen". Semana histórica, por cierto. Que "ha pasado para siempre" pero que es, al mismo tiempo, "la primera semana de una serie sensacional" (Mariátegui 1992-94, 8: 173-74). Son sus últimas palabras de aquel ciclo de El Tiempo. La conclusión de un proceso que venía de antes. Meses atrás, Mariátegui y Falcón habían hecho una propuesta para la adquisición de dicho diario. Ahora, Pedro Ruiz Bravo, el director, les respon­ sabiliza directamente del cierre por radicales y obreristas. Ambos, en efecto, como ya lo habían hecho explícito en Nuestra Época, estaban embarcados hacía varios meses en la búsqueda de "un camino propio". Hasta que llegó el día de la renuncia y ésta no podía ser ni simple renuncia ni siquiera ruptura: "tenía que ser un cisma" (Mariáte­ gui 1992-94, 8: 175-76) .15 Volverían a insistir en un proyecto propio. 15 Fue la primera columna "Voces" publicada en el diario La Razón. 172 José Luis Rénique ---- Entre junio del 18 en que Nuestra Época había visto la luz y mayo del 19 en que aparece La Razón, en efecto, se había ido configurando un nuevo contexto. Cuatro elementos, al menos, establecían la diferencia: (1) los obreros habían ganado las calles; (2) el desprestigio del régimen civilista había llegado a un punto sin retorno; (3) de jefe de una facción civilista, Leguía había pasado a ser un caudillo "nacio­ nal", con indiscutible arrastre de masas; y (4) aunque precario, existía ahora el ger­ men de una oposición socialista. En este marco, Mariátegui realizará su nuevo in­ tento de hablarle al país con la verdad y con absoluta independencia, marcando distancias con los "dilentantismos literarios'', difundiendo asimismo "las ideas y doctrinas que conmueven la conciencia del mundo y que preparan la edad futura de la humanidad", con la aspiración de contribuir al "advenimiento de esa era de democracia que tanto ansía nuestro pueblo" (Mariátegui 1992-94, 8: 335-36). Ausente Maúrtua en Holanda, el liderazgo socialista recaería en Alberto Secada primero y en Luis Ulloa Cisneros después. De ambos, era el segundo el que tenía la perspectiva más coherente. Intentaría vincular a los socialistas peruanos con el so­ cialismo argentino, el más sólido y avanzado de Latinoamérica, tributario, a su vez, de la Segunda Internacional (Walter 1977). Especialista en cuestiones limí­ trofes, Ulloa tenía especial interés en el pendiente litigio con Chile. 16 Debía reali­ zarse un plebiscito que los chilenos estaban visiblemente decididos a manipular en su favor. En este asunto, Ulloa esperaba contar con el respaldo de los socialistas ar­ gentinos. Las circunstancias eran propicias pues se anunciaba la realización de un Congreso Socialista Panamericano en que dicho conflicto figuraba en la agenda. Eran los días de la "libre autodeterminación de los pueblos" wilsoniana y la opor­ tunidad para suturar la herida aún abierta del 79. Los socialistas peruanos se apre­ suraron a acreditar sus delegados: Erasmo Roca y César Falcón fueron los nomina­ dos. La llegada a Lima del socialista argentino Alfredo Palacios asimismo coadyuvaría al fortalecimiento de esta tendencia. En el marco de la agitación obre­ ro-estudiantil argentina recobraba vigencia el lenguaje "panamericano" y "latino­ americanista". Entre Mariátegui y Ulloa no era un tema nuevo. En 1916, aquel había calificado a éste de "utopista incorregible" a raíz de sus simpatías por otro so­ cialista argentino, Manuel Ugarte. 17 Ya desde entonces, Mariátegui sentía un mar­ cado fastidio por las poses quijotescas e inconsecuentes de los Palacios y los Ugarte. No fue extraño, entonces, que a inicios de 1919 se pusiese en guardia frente al planteamiento de Ulloa de convertir al comité en partido; propuesta que Mariátegui debe haber percibido como el intento de crear una filial peruana del flácido socialismo bolivariano de los argentinos. En lo inmediato, la lucha por las ocho horas había sido recibida como un triunfo de los obreros. Habían arrancado a Pardo la legalización de la llamada "se- 16 En 1896 Ulloa había sido comisionado por el gobierno peruano para estudiar en archivos espa­ ñoles los antecedentes de litigios fronterizos con Bolivia y Ecuador. En 1911 había publicado Las cuestiones territoriales con el Ecuador y Colombia y la falsedad del protocolo Pedemonte-Mosquera (Milla Batres, ed., 1986, IX: 114-15) . 17 A Ugarte, el joven Mariátegui le censuraba no haber asumido una actitud decidida frente a la in­ vasión norteamericana de territorios mexicanos en 1916 (Mariáregui 1987: 66-69); véase tam­ bién Ricaurte Soler (1985: 120-28). De Literati a socialista: el caso de Juan Croniqueur 1 73 mana inglesa" tras una lucha de largos antecedentes. Las reverberaciones de su lu­ cha, más aún, habían agitado los claustros universitarios. En tales circunstancias, en contraste con los planes internacionalistas de Ulloa, la reacción de Mariátegui sería retomar lo hecho en El Tiempo, en condiciones, por cierto, de absoluta inde­ pendencia: un periodismo de combate, alimentado por un impulso esencial por decir la verdad, orientado a la generación de una "política nueva". Su amigo Isaías de Piérola ayudaría a resolver la parte financiera en tanto que, en torno a él y a Cé­ sar Falcón se reunía un grupo de escritores de clara inclinación jacobina. En térmi­ nos prácticos, empujados por las circunstancias, se constituirían en un núcleo obrerista. En el mes de mayo, cuando el primer número de La Razón alcanzó las calles, su redacción se habría convertido en sede de una suerte de ente coordinador obrero-estudiantil. En vísperas de los comicios presidenciales saldría el primer número de lo que años después se denominaría el "primer diario de izquierda en el Perú" (Gargure­ vich 1978) . Por varias semanas, hasta el 4 de julio - en que Leguía entró a Palacio apoyado por un grupo de militares- , el país viviría una peculiar situación de pa­ rálisis e impasse en la superficie mientras que, tras bambalinas, el leguiísmo propi­ ciaba un drástico re-alineamiento político a través del país. Todo esto con el tras­ fondo de un intenso conflicto obrero y el estallido de una rebelión estudiantil. Desde La Rt1:zón, Mariátegui intentaría mantenerse por delante del curso de los acontecimientos. Sus escritos de ese período -de mayo a agosto de 1919- son el testimonio de esa verdadera prueba de capacidad analítica y tenacidad. El problema de fondo era la "dispersión de sus clases dirigentes" agravada por una "profunda inquietud popular" . La proliferación incontenible de "mil peque­ ños intereses" había terminado por traerse abajo al sistema de partidos mientras que, del otro lado, el "pueblo peruano", por muy debilitadas que estuviesen "su sensibilidad y su percepción'', no podía sustraerse a "la hora de renovación que atraviesa el mundo". Los pueblos - diría Mariátegui- están poseídos por una "honda inquietud, por un impreciso anhelo". Y en estas "circunstancias preca­ rias", una "oposición activa" compuesta en su mayor parte por "vulgares e insigni­ ficantes agitadores" había "logrado atraer" a "la parte más inquieta del pueblo" a la candidatura de Leguía. No podía ser sino "una desviación del sentimiento popu­ lar". Y como tal, un hecho transitorio y por lo demás inoportuno puesto que, es­ cribía Mariátegui el 14 de mayo, "la inesperada resurrección" del Partido Demó­ crata, "que vuelve a levantar en sus manos su bandera, la bandera de la democracia", anunciaba la posibilidad de que éste pudiese "recuperar su puesto en el corazón del pueblo". En otras palabras, las tácticas criollas del "leguiísmo" no podían prosperar (Mariátegui 1992-94, 3: 337-40). Era un "juego de viveza" que podía terminar en tragedia (Mariátegui 1992-94, 3: 341 -43) . Como lo demostraba la exasperación con que los dirigentes obreros reacciona­ ban ante el intento del senador demócrata José Carlos Bernales de organizar un Partido Obrero y la posterior radicalización del Comité Pro-Abaratamiento de las Subsistencias. Éste había surgido a comienzos de mayo como respuesta a la deten­ ción de Gutarra y Barba. Durante las semanas siguientes el tono de sus demandas ganó en agresividad. Hacia fines de mes llamaron a un paro. El 28 de mayo Lima amaneció paralizada. En "Voces" quedó registrada la tensión y el peligro que el 174 José Luis Rénique momento encerraba. "La política -dirá- ha enmudecido". No cabía ahora ni "chistes ni zarzuelismos". La "gravedad de los acontecimientos" era tal que "supera a las facultades de percepción de las gentes". No se trataba de "un conflicto vul­ gar". De aquellos que el arbitraje del Presidente de la República podía solucionar. Era, en el fondo, un "conflicto casi insoluble". La hora era "de los militares y de los huelguistas". Y los que no eran ni lo uno ni lo otro, "no significamos nada dentro de este conflicto" sino "espectadores" (Mariátegui 1992-94, 8: 188-91). Hasta el día 31, en efecto, la violencia se impone en la capital. La medida, no obstante, se suspende de improviso, sin haber obtenido demanda alguna, dejando a la masa obrera en una situación de "profundo desaliento" (Martínez de la Torre 1928: 34; Parker 1995). La huelga había degenerado en saqueo. Según el análisis de La Ra­ zón, mientras la huelga había sido pacífica el proletariado se había mantenido "so­ lidarizado y firme". El error había sido salir a la calle el segundo día de huelga. De no haberlo hecho ésta se hubiese convertido en "una fuerza moral invencible". Al ir a la confrontación con las fuerzas del orden y vincularse con "los bochinches ca­ llejeros", el proletariado "había perdido toda autoridad moral", quedando su ac­ ción "virtualmente vencida" (citado en Gargurevich 1978: 101). Al declararse ajeno a las medidas de lucha del Comité Pro-Abaratamiento de las Subsistencias, los "socialistas" de Ulloa prácticamente se habían auto-eliminado, dejando al núcleo de La Razón como único rezago de la fiebre izquierdista del año anterior. A diferencia de aquellos, éstos habían dado pasos que los habían acercado a las dirigencias anarquistas: se habían solidarizado con la acción directa proletaria poniendo todos sus recursos al servicio de su causa y, en segundo lugar, habían profundizado su campaña de propaganda revolucionaria, asumiendo abierta­ mente la defensa de la revolución bolchevique. Lo que el país requería, según Ma­ riátegui, era una "revolución radical, sustantiva, renovadora de las organizaciones nacionales" (Mariátegui 1992-94, 3: 349-50). ¿Se refería acaso a una revolución proletaria? Definitivamente no. Admitía, más bien, que los obreros peruanos esta­ ban muy lejos de una movilización "roja". La derrota de mayo acaso le refrendó en su idea de la "discreta índole" de la "blanca psicología" del proletariado limeño (Mariátegui 1992-94, 8: 173). Teniendo visiones como ésta como referente, Mariátegui habría concluido que ni siquiera había condiciones para la "revolución blanca" en el Perú. Que, más aún, el "leguiísmo" que, a comienzos de junio había percibido como "agonizante", se enseñoreaba sobre los escombros del fracaso tanto de los socialistas de Ulloa como de los anarquistas de Gutarra. Para el 4 de julio, cuando los leguiístas asalta­ ron Palacio de Gobierno, sus agentes habían reclutado ya a buena parte de los iz­ quierdistas limeños. Y muchos de los hasta hace poco camaradas "bolcheviques" de Mariátegui comenzaban a hablar de la revolución que el ex-civilista Leguía ha­ bría de conducir. Al día siguiente del golpe, en una breve nota, Mariátegui hacía frente a los he­ chos consumados. Opta por saludar, en primer lugar, la liquidación de un go­ bierno como el de Pardo, carente de "autoridad-moral". Alivio y bienestar son, al respecto, los sentimientos que predominan. En tanto que, frente al régimen en­ trante, afirma que queda por verse si es "efectivamente una revolución". De ser así, "tendremos que felicitarnos de que haya sobrevenido". En caso contrario, "tendre- De literati a socialista: el caso de Juan Croniqueur 175 mosque mirarla como uno de tantos vulgares episodios violentos de nuestra vida republicana". Su deber será, en todo caso, "llenar frente al gobierno de Leguía, un rol de crítica, serena, racional y elevada" (Mariátegui 1992-94, 3: 349-50). Pronto quedaría en evidencia la inviabilidad de este propósito. En las semanas siguientes, tras disponer el desbande del Congreso, cual tor­ menta desatada, las fuerzas leguiístas comenzaron a desplegarse a través del país, li­ quidando las viejas redes de clientelaje civilistas, persuadiendo, cooptando e inti­ midando a nombre de la construcción de una "Patria Nueva". Cuando el gobierno convocó a elecciones para una Asamblea Nacional a fines de julio, Mariátegui de­ cidió lanzar desde La Razón a "nuestra plataforma periodística, claramente defi­ nida y perfectamente independiente", exenta de "interés partidarista" alguno. José Marías Manzanilla, Luis Miró Quesada, Víctor Maúrtua y Manuel Augusto Olae­ chea eran sus integrantes. Eran cuatro "hombres de estudio" que podían aportar a la nueva constitución un "carácter científico". Puesto que, "en una hora de refor­ mas políticas", el parlamento debía estar formado "por los políticos más aptos, por los más inteligentes, por los más cultos". Y "el único título" que avalaba a dichos candidatos "está sellado por la Universidad". Cualquier posible proclividad maximalista tendría que ser depuesta ante el he­ cho macizo de la consolidación leguiísta. Y en tales circunstancias, Mariátegui in­ sistiría en la necesidad de impulsar la "evolución democrática" del país, privile­ giando, al mismo tiempo, el contenido económico de la misma. La reforma política quedaba en un plano secundario. En el mundo de hoy, diría, "ya no se dis­ cute cuál régimen es el mejor". El debate era, más bien, "como debe ser menos in­ justa, económicamente, la sociedad". Así, en circunstancias en que "todos los pue­ blos de la tierra luchan hoy por las reformas económicas", cualquiera de ellos sería "feliz con la monarquía inglesa" pero "abominaría y se sublevaría contra la organi­ zación democrática peruana" (Mariátegui 1992-94, 3: 351-53). En tales circunstancias, el pasado reciente comenzó a figurar menos deplorable que nunca en sus escritos, muy distinto de lo que su admirado González Prada, por ejemplo, hubiese estado dispuesto a admitir. Así, por primera vez en el trans­ curso de su carrera periodística, Mariátegui aludiría a la historia política del siglo anterior y a sus propias experiencias para tipificar, esta vez en serio, al régimen que se venía. ¿Era acaso Leguía comparable con Ramón Castilla, quien "combatió siempre por el pueblo"; o con Piérola, quien "estuvo en todo instante a la cabeza de la acción popular" (Mariátegui 1992-94, 3: 346-48)? Nosotros vimos, recorda­ ría a sus lectores, a La Prensa destruida y a Ulloa preso. "Vimos a las huestes de ma­ tones sitiar intrépidas la cámara de diputados y perseguir encarnizadamente a los demócratas". Asistiendo, asimismo, a "las trágicas sesiones del consejo de guerra en la Penitenciaría". Entonces, por primera vez, "el orden público se puso sobre la Constitución y las leyes". Y "orden público" quería decir, en esa ocasión, "el apa­ gamiento definitivo e inexorable del pierolismo" (Mariátegui 1992-94, 3: 347). En ese contexto, la existencia de una fracción parlamentaria ilustrada e inde­ pendiente era el camino para seguir desarrollando una posición obrerista en el marco de un régimen inevitablemente autoritario. A fin de cuentas, el Parlamento había sido una constante en la vida política del país desde 1896. Pero cualquiera que haya sido el cálculo detrás de esta decisión, pronto quedaría en evidencia su 176 José Luis Rénique - --- futilidad, puesto que al eliminar la intervención de la Corte Suprema en la super­ vigilancia de los organismos de sufragio, la reglamentación del proceso electoral favorecía el control de las mismas por parte del Ejecutivo y de la mayoría parla­ mentaria. La llamada "Patria Nueva" -comentaría Basadre- hizo retroceder el sistema electoral a los peores tiempos de la Patria Vieja (Basadre 1980: 101). Para Mariátegui, habíamos "evolucionado bruscamente de la elección al nombra­ miento": "como es sabido, la elección por el gobierno no se llama elección. Se llama nombramiento" (Mariátegui 1992-94, 8: 270-71). Como quiera que las críticas de La Razón no declinaron, hacia fines de julio ha­ bía entrado en curso de colisión con el régimen. Ante la negativa de la imprenta a seguir imprimiéndolo, su editorial del 3 de agosto tuvo que circular como hoja vo­ lante. No hubo tiempo para más. Los tres meses de La Razón llegaban a su fin. Por esos días, Alfredo Piedra, el "bolchevique" de otros tiempos, buscaría a Mariátegui y a Falcón para ofrecerles sendos cargos como "agentes de propaganda del Perú en el exterior". 18 El 24 de septiembre se instalaba la Asamblea Nacional que, cumpli­ damente, aprobaría las reformas constitucionales reclamadas por Leguía. A pesar de que las "instituciones fundamentales de la vida cívica" de la "república aristo­ crática" resultaban en el fondo inauténticas, escribiría Basadre, la coexistencia de unos ciudadanos peruanos con otros "había funcionado de hecho a partir de 1896" (Basadre 1980: 97-98). Con el ascenso de Leguía esa tradición quedaba rota. El país había entrado a una nueva era. El 29 de septiembre es la fecha de emi­ sión del pasaporte de Mariátegui (Rouillon 1975, 1: 314). El 8 de octubre él y su amigo Falcón partieron hacia el norte. V Mientras Mariátegui navegaba rumbo a Europa, en el Perú se desplegaba la "Patria Nueva". Se desmoronaba con ello el medio que había visto su tránsito de literati a socialista. Capturada a mano armada, La Prensa se convertía en órgano oficialista. La vibrante "esfera pública" que ese diario había contribuido a crear comenzaba a ser capturada. Nombrado por Leguía en misión diplomática, Luis Ulloa había partido poco antes que Mariátegui, como también lo habían hecho Riva-Agüero y otros" fu turistas". José Antonio Encinas, Hildebrando Castro Pozo, Erasmo Roca y otros integrantes del ala juvenil del Comité de Propaganda Socialista se sumaron al "leguiísmo rojo" que el Ministro de Gobierno, Germán Leguía y Martínez, en­ cabezaba desde el poder. El movimiento estudiantil que La Razón había alentado se dividió bajo la presión de la cooptación y la amenaza. Se dispersó igualmente el movimiento de la empleocracia que se había coordinado desde La Razón. Su líder, el cajamarquino Eudocio Ravines, saldría pronto hacia un exilio del que volvería convertido en agente del Comintern. 19 El propio Abraham Valdelomar postuló en la lista oficialista como diputado regional por su nativa lea, iniciando una carrera 18 La resolución con su nombramiento se reproduce en Rouillon (1975, I: 309). 19 Para el movimiento de empleados véase Parker (1998: 91 y sigts.); para la deportación de Ravines véase Prieto Celi (1979: 16 y sigts.). De literati a socialista: el caso de Juan Croniqueur 177 parlamentaria que la muerte frustraría pocos meses después (Miguel de Priego 2000: 426). Gutarra, Barba, e inclusive Jorge Prado serían eventualmente depor­ tados. Lauro Curletti y Alberto Secada, en cambio, se pasaron a las filas del régi­ men. A mediados de octubre, este último increpó en el Congreso al Presidente del Gabinete Ministerial por haber "comisionado a esos dos infelices -Mariátegui y Falcón- para que vayan a defender los derechos del Perú en España e Italia" (ci­ tado en Rouillon 1975, I: 324). En tales condiciones, no fue extraño que Mariátegui sintiera que la "sensación más plácida" desde su partida del Perú fuese "la sensación de la libertad" que Nueva York, París o Roma le habían deparado (Mariátegui 1987: 119-21). Hasta entonces su "socialismo" había sido una protesta y una denuncia, una forma de se.:: ñalar una ausencia y una aspiración: todo aquello que al Perú le faltaba para llegar a ser una nación moderna, genuinamente democrática, sintonizada con el nuevo mundo que se perfilaba con el fin de la guerra. En 1923, en cambio, "socialismo" era el nombre de un inequívoco derrotero sustentado por el marxismo. Refor­ mismo o maximalismo eran las opciones que se abrían para los revolucionarios pe­ ruanos. Dilema dentro del cual Mariátegui asumiría una posición que no admitía dudas: yo, diría en su primera conferencia en Lima, soy de los que creen "que la humanidad vive un período revolucionario", por lo que estaba convencido "del próximo ocaso de todas las tesis social-democráticas, de todas las tesis reformistas, de todas las tesis evolucionistas". "No estoy seguro de haber cambiado", afirmaría Mariátegui en julio de 1926, respondiendo a una pregunta sobre su trayectoria; "he madurado más que cam­ biado", puesto que "lo que existe en mí ahora, existía embrionaria y larvadamente cuando yo tenía veinte años", tiempo en el cuál "escribía disparates de los cuales no sé por qué la gente se acuerda todavía" . Frente a eso, a lo inarticulado, lo de Eu­ ropa era un nuevo comienzo, un evento de connotación religiosa (Mariátegui 1970 [1926]: 153-61 ). En enero de 1927, por el contrario, en una carta personal, se sintió compelido a establecer una nítida distinción entre su etapa anterior a 1919 y la iniciada en 1923 (Flores Galindo 1994: 519). Los años de "Voces", Nuestra Época y La Razón quedaban así refundidos en U:na larga "adolescencia lite­ raria". A inicios de 1929, no obstante, en un documento presentado al Congreso Constituyente de la Confederación Sindical Latino Americana de Montevideo, dicha etapa recobraba perfil propio, como una de "orientamiento hacia el socia­ lismo", como parte de los "antecedentes" de la "acción clasista" en el Perú (Mariá­ tegui 1988 [1929]: 98). Era 1929. El líder del socialismo peruano se encontraba enfrascado en un arduo debate con Haya de la Torre. No era momento para venti­ lar las "vacilaciones" de juventud. La vida de Mariátegui terminaba, comenzaba el "mariateguismo". 178 José Luis Rénique ---- Bibliografía Basadre 1928, 1965, 1968-69, XII, 1980. Bejarano 1990. Belaunde s.f., 1918, 1967. 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