Primera edición: enero de 2003 Homenaje a Anna !1accagno. I Simposio sobre la escultura peruana del siglo XX Copyright © 2003 por el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú Plaza Francia 1 164, Lima 1 Teléfono: 330-741 O / 330-7411 Telefax: 330-7405 E-mail: feditor@pucp.edu.pe Diseño gráfico: Fondo Editorial de la PUCP Impresión: Tarea Asociación Gráfica Educativa Derechos reservados, prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. Hecho el Depósito Legal: 150105-2003-0258 ISBN: 9972-42-524-X Impreso en el Pe1"Ú ·- Pr·inted in Pern Anna Maccagno en la Plaza Francia En el año 1956 en que comencé a enseñar en la Escuela de Artes Plásticas de la Univer­ sidad Católica (hoy Facultad de Arte) encontré dos alumnos italianos particularmente dotados y con esa dedicación al trabajo que muestra la verdadera vocación. Yo estaba de regreso de Europa y Adolfo Winternitz me pidió que ocupara el sitio de profesor que Jorge Piqueras dejaba para irse a París. Tanto Remo Remotti como Anna Maccagno eran adultos cuando descubrieron o decidieron entregarse a vocaciones hasta entonces encubiertas, pero ya tenían marcadas sus inclinaciones en materia de arte: Remotti por la pintura y Anna por la escultura. De ambos fui profesor de dibujo. Traté de ayudar a encontrar su camino en la pintura a Remotti, creo, en cambio que para la formación de Anna y para su decisión de dedicarse totalmente a la escultura fueron definitivas las enseñanzas de Joaquín Roca Rey, que en ese momento era profesor en la Escuela. Su condición de italianos y de amigos no escondía los caracteres tan diferentes que albergaban. Remo Remotti era una persona llena de un entusiasmo contagioso y exube­ rante, que trabajaba con impaciencia, un dibujante muy talentoso cuya urgencia por dejar atrás las etapas de aprendizaje le hacía más difícil expresarse en la pintura. Podía descender de momentos de una gran euforia a tremendas depresiones. Terminó por regresarse a Italia, antes de terminar sus estudios, en busca de su elusivo destino. Anna Maccagno en cambio era una persona secreta, silenciosa, que absorbía profun­ damente todo lo que le interesaba y que con una discreción muy suya, dejaba de lado todo el resto. Creo que en la vida sólo le interesaron tres cosas : la escultura, sus alum­ nos escogidos y Emilio, su marido y compañero de toda su vida. No quiere esto decir que no tuviera otros afectos, creo que por Adolfo Winternitz tenía un gran respeto, teñido de admi1ración y mucho afecto . C1reo que a sus colegas de entonces y de más tarde nos quiso muy sinceramente . Pero, repito , Anna era una per­ sona secreta que vivía muy dentro de sí y si era fácil admirarla, respetarla y quererla no era tan sencillo traspasar esa barrera con que su cortesía y de licadeza protegía su ser más recóndito. En todos los años que la conocí nunca la vi perder la serenidad y pocas veces oí su voz cambiar el tono grave, pastoso y moderado que tenía. Hablé del descubrimiento de su vocación por la escultura pero inmediatamente después de su entrega a el la, descubre Anna otra vocación, tan tirana y tan absorbente como la primera: su deseo de trasmitir lo descubierto, de ayudar a que otro descubra en sí sus propias rutas, su propia escultura enterrada en un bloque de piedra o por nacer de una masa de barro. Anna Maccagno era demasiado discreta, demasiado reservada para que se trasluciera la batal la que tuvo que haber dentro de e lla para engañar a su escultura con la docencia, o desatender a sus alumnos por su propio trabajo creativo. Mucho luchó por satisfacer ambos apremios. Creo que por su generosidad , por su modestia, terminó ded icándole más tiempo a la enseñanza que a su propio trabajo de escultora, dejó, felizmente, sin embargo obras que son testimonio de su talento y de su originalidad y que forman parte de la historia de la escultura en el Perú. Como maestra deja un rastro inolvidable. El desarro llo de la escu ltura en nuestro país tendrá para siempre una deuda con Anna Maccagno. A sus alumnos no los impulsó a buscar en el camino que e lla como artista transitaba sino que les abrió puertas, les señaló rutas por donde podrían encontrar su propia expresión , su propio rostro. Anna Maccagno fue, sencillamente, una maestra ejemplar. FERNANDO DE SzyszLo