MARGARITA GUERRA MARTINIÈRE / RAFAEL SÁNCHEZ-CONCHA BARRIOS Editores HOMENAJE A JOSÉ ANTONIO DEL BUSTO DUTHURBURU TOMO II Homenaje a José Antonio del Busto Duthurburu Margarita Guerra Martinière, Rafael Sánchez-Concha Barrios, editores © Margarita Guerra Martinière, Rafael Sánchez-Concha Barrios, editores De esta edición: © Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2012 Av. Universitaria 1801, Lima 32 - Perú Teléfono: (51 1) 626-2650 Fax: (51 1) 626-2913 feditor@pucp.edu.pe www.pucp.edu.pe/publicaciones Cuidado de la edición, diseño de cubierta y diagramación de interiores: Fondo Editorial PUCP Primera edición, abril de 2012 Tiraje: 1000 ejemplares Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores ISBN: 978-9972-42-991-0 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2012-03236 Registro de Proyecto Editorial: 31501361101865 Impreso en Tarea Asociación Gráfica Educativa Pasaje María Auxiliadora 156, Lima 5, Perú LAS PRIMERAS MANIFESTACIONES DE SANTIDAD EN EL PERÚ REPUBLICANO: EL CASO DE LUISA DE LA TORRE Y ROJAS, LA «BEATITA DE HUMAY» (1819-1869) Rafael Sánchez-Concha Barrios Durante el periodo virreinal o hispánico, el Perú, con su capital, se caracterizó por sus manifestaciones de santidad. Cinco santos, una beata, diez siervos de Dios y una multitud de virtuosos de todas las condiciones sociales y raciales, que llegan a exceder el centenar, lo demuestran. Si bien estos bienaventurados tienden a concentrarse en la época de los Austrias, la santidad continúa a lo largo del siglo XVIII y a principios del siguiente, cuando se inicia la etapa republicana (Sánchez-Concha Barrios, 2003). Ejemplo de ello es la presencia de los frailes franciscanos de Propaganda fide, y de los evangelizadores del colegio de Ocopa. Nos referimos a los padres Manuel Trinidad Plaza, catequizador de los indígenas de la Amazonía; a José Ramón Rojas, apodado el «Padre Guatemala», quien divulgó la devoción a la Virgen de Guadalupe de México en Lima e Ica; a Juan Calienes, quien se ciñera la mitra de Arequipa; y a José Masiá, guardián del convento de Los Descalzos, y más tarde obispo de Loja. También destacaron en el periodo republicano algunos religiosos del clero secular como el doctor Mateo Aguilar, insigne orador, que perteneció a la misma generación de varios caudillos de la Independencia, y se formó en la Universidad de San Marcos con los mismos intelectuales que más tarde devinieron en liberales. Otro clérigo presbítero, el doctor Julián de Enderica, sobrino del mercedario limeño fray Melchor de Talamantes, gozó de fama de santidad y fue apreciado por los hijos de la elite capitalina, que le buscaban continuamente por su buen consejo. A estos religiosos se añaden los nombres de varias mujeres destacadas, como el de la monja cajamarquina Micaela Espinach, de quien se decía que era poseedora de los dones de clarividencia y profecía; y la laica Dominga Gascón, quien con su propio caudal se ocupó de cristianizar a los chinos de Lima, grupo en el que logró descubrir vocaciones para el sacerdocio, algo inconcebible para su época1. 1 Las manifestaciones de santidad (beatos, siervos de Dios y virtuosos) se reparten de la siguiente manera: beatos, Narcisa Martillo y Morán; laica (1832-1869), Luis Tezza, M.I. (1841-1928), Pío Sarobe, O.F.M. (1855-1910), sor Ascensión Nicol y Goñi (1868-1940) y José Calazans Marqués, Homenaje a José Antonio del Busto Duthurburu 1148 Luisa de la Torre y Rojas: sus orígenes y ubicación social Dentro del cuadro de contemporaneidad reseñado, que por cierto incluye más ejemplos, ubicamos al único personaje cuyo proceso ha llegado a la Santa Sede: el de la sierva de Dios Luisa de la Torre y Rojas. Conocida afectuosamente por su pueblo como la «Beatita de Humay», «Luisita» o la «Niña Luisa», se distingue de sus coetáneos no solo por su ejemplar caridad, sino por las manifestaciones de religiosidad popular que se generaron en torno de ella tras su muerte, y que fueron creciendo paulatinamente hasta convertirse hoy en un culto multitudinario. La peregrinación de miles de devotos hacia el poblado de Humay dos veces al año, el día de su natalicio (21 de junio) y el de su deceso (21 de noviembre), confirma su gran popularidad en el Perú actual. Luisa de la Torre y su hermana melliza Carmen nacieron en el poblado de San Pedro de Humay, ubicado en el valle de Pisco, en el actual departamento de Ica, el 21 de junio de 1819. Vino al mundo en el seno de una familia empobrecida, de pequeños agricultores descendientes de la elite de la villa de Valverde de Ica S.D.B. (1872-1936). Siervos de Dios: Emilio Lissón Chaves, C.M. (1872-1961), Octavio Ortiz- Arrieta, S.D.B. (1878-1958), sor Teresa de la Cruz Candamo y Álvarez-Calderón (1875-1953), sor Matilde de Jesús Castillo Negrón (1894-1965), Melchora Saravia Tasayco, laica (1895-1951), Martín Fulgencio Elorza Legaristi, C.P. (1899-1966), John Joseph McKniff, O.S.A. (1905-1994), Alessandro Dordi Negroni, Pbro. (1931-1991), Zbigniew Strzalkowski, O.F.M. Conv. (1958-1991) y Miguel Tomaszek, O.F.M. Conv. (1961-1991). También gozaron de fama de santidad: Manuel Trinidad Plaza, O.F.M. (1772-1853), José Ramón Rojas, O.F.M. (1775-1839), José Mateo Aguilar, Pbro. (1794-1862), sor Micaela Espinach (1798-1863), Juan Calienes, O.F.M. (1799-1866), Julián de Enderica y Talamantes, Pbro. (1806-1887), Dominga Gascón, laica (1807-1879), José Masiá, O.F.M. (1815-1902), Juan José Polo Valenzuela, Pbro. (1817-1882), Mariano Arruga y Perdiguera, O.F.M. (1817-1880), Francisco Solano de los Heros, Pbro. (1822-1861), Leonardo Cortés, O.F.M. (1826-1911), Manuel de la Fuente Chávez, Pbro. (1829-1914), Buenaventura Pilú y Masiá, O.F.M. (1831-1906), José Antonio Roca y Boloña, Pbro. (1834-1914), Juan Estébanez Seminario, O.F.M. (1838-1880), Benito León Cabrer, O.F.M. (1840-1894), Mauricio Mayurí, Pbro. (1841-1919), Alfonso María Sardinas, O.F.M. (1842-1902), José María Cervera, O.F.M. (1842-1896), Nicanor Palomino, S.J. (1851-1925), sor Teresa del Sagrado Corazón de Castañeda y Coello (1856-1950), Manuel Lorenzo Luján, Pbro. (+1862), sor Ermelinda Carrera y del Valle (1861-1914), sor Clara Álvarez Salas del Corazón de María (1860-1924), Ramón Zubieta y Les, O.P. (1864-1921), Mariano Aguilar Bravo, C.M.F. (1867-1931), sor Francisca Gros (1867-1957), Francisco Tarazona, O.F.M. (1868-1921), Juan de Zulaica, O.F.M. (1868-1913), Francisco María Aramburú, O.F.M. (1870- 1964), sor Angélica Recharte Corrales (1874-1957), Miguel Pérez Linares, O.F.M. (1875-1938), Mateo Crawley-Boevey, SS.CC. (1875-1960), Armando Bonifaz y Fonseca, O. de M. (1877-1941), Manuel Pardo y Barreda, S.J. (1877-1906), Rosa Prado y Ugarteche, laica (1877-1931), sor Rosa Larrabure y Correa (1880-1961), Eusebio Arróniz Gómez, C.M.F. (1885-1959), Pascualito Fuster, laico (1888-1950), sor Imelda de Jesús Taramona y Angulo (1890-1961), José Álvarez Fernández, O.P. (1890-1870), José de Guadalupe Mojica, O.F.M. (1896-1974), Marcos Libardoni, O.S.J. (1901- 1966), Federico Kaiser, M.S.C. (1903-1993), sor Wilibrordis Bonefeld (1907-2002), Gustavo Prevost Godard, Pbro. (1914-2005), Luis Rebaza Balbi, Pbro. (1924-1992), sor Joan Sawyer (1932-1983), Sergio Ferreyros Pinasco, laico (1965-1995) y Pool Cuadros Gonzales (1979-2003). Rafael Sánchez-Concha Barrios - Las primeras manifestaciones de santidad en el Perú republicano 1149 de fines del siglo XVII2. Su padre, Agustín de la Torre, había arrendado una finca en las afueras de la villa, cuyos productos agrícolas le permitían mantener a su familia. A pesar de su ascendencia española, de una familia notable por años en Ica y sus alrededores, su linaje pudo haber incluido sangre indígena. Sin embargo, en ese mundo rural poblado de nativos y castas negroides, Luisa destacaba por su tez blanca. Es interesante notar cómo sus primeros biógrafos se preocuparon por resaltar sus orígenes netamente hispánicos. Así como enfatizaron en la limpieza de su alma, también lo hicieron en la de su sangre. El padre Enrique Perruquet, señalaba que era: «Pura y blanca como un ángel» (Perruquet, 1930, p. 5). El primer vice-postulador de su causa de beatificación, monseñor Pablo Chávez Aguilar, indicaba que sus padres eran «españoles de sangre y religión» (Chávez Aguilar, 1933, p. 1). Finalmente, el claretiano Medardo Alduán afirmaba que Luisa era «pura y blanca como un lirio» (la flor que simboliza el amor), y que sus progenitores eran «peruanos de raza blanca o española» (Alduán, 1941, pp. 27-28). En los años treinta del siglo XX, década en la que los integrantes de la Acción Católica propagaron la devoción a Luisa de la Torre, se encargó el artista Francisco González Gamarra [1890-1972] de pintar un retrato de la hija de Humay (Armas Asín, 2004, p. 176), cuyas delicadas facciones no coinciden con las de la fotografía que se tomara en Lima un poco antes de morir. Se ha buscado así ubicar a la Beatita como heredera de la «República de españoles», la comunidad dirigente del virreinato peruano que incluía tanto a españoles peninsulares como a españoles americanos, y cuya vigencia prevaleciera en el Perú en sus años de vida independiente a través de las elites criollas. Luisa de Humay creció y convivió con habitantes del mundo campesino del litoral sureño. Su terruño formaba parte del entorno de la ciudad de Ica, y estaba conformado por espacios desérticos intercalados de vegetación. A diferencia de toda la costa del Perú virreinal tardío, donde primaban los cultivos de caña de azúcar, el valle costero de Pisco constituía una excepción, pues su riqueza se basaba en las plantaciones de vid y sus derivados: vinos y aguardientes de la mejor calidad. A pesar de su gran producción vitivinícola, esta localidad cosechaba caña de azúcar, algodón, menestras, dátiles e higos, que se enviaban a los mercados de Lima. Hasta finales del siglo XVIII, además de la capital peruana, Pisco fue un centro de abastecimiento de productos de la sierra sur-central (Ayacucho y 2 El antiguo esplendor social de la familia Torre de Humay se deja ver en el enlace matrimonial que celebró su tía abuela doña Fermina de la Torre y Orellana (1754-1811) con el limeño don Juan de Robles y Pérez de Medina, capitán del Regimiento de Caballería de Chincha, y propietario de la hacienda vinatera Monte Sierpe. Doña Fermina dijo ser hija legítima de don José de la Torre, nacido en la villa de Valverde de Ica en 1710, y de Antonia de Orellana, también natural de Ica. Ver Busto Duthurburu, 1975, pp. 15-84. Homenaje a José Antonio del Busto Duthurburu 1150 Huancavelica) y sus exportaciones se extendían por todo el Pacífico, desde Chile hasta California. San Pedro de Humay (o Umai), que forma parte de Pisco, no era una excepción a la producción de vinos y aguardientes de uva. Esta localidad se había conformado sobre la base de la hacienda del mismo nombre en la primera mitad del siglo XVII. A fines del Siglo de las Luces contaba con una población que alcanzaba los 400 habitantes. Era una comunidad mayoritariamente mestiza y negroide, e incluía algunos criollos y blanco-mestizos minifundistas y arrendatarios de tierras, entre ellos, Agustín de la Torre, el progenitor de la Beatita. Luego de la Independencia, en 1825, Humay se erigió en parroquia, y treinta años después, dado el crecimiento demográfico, en un distrito de la provincia de Pisco (Stiglich, 1922, pp. 456-457). Un suceso trágico marcó la vida de Luisa. En septiembre de 1820 la escuadra del libertador José de San Martín, procedente de Valparaíso, desembarcó en la bahía de Paracas, a unos kilómetros del valle de Pisco. En los días siguientes, las tropas emancipadoras se desplazaron por todo el territorio pisqueño con el propósito de abastecerse de ganado y bestias de carga, además de reclutar soldados para la causa sanmartiniana. Todos los hacendados, incluyendo a los peninsulares más acaudalados, se vieron obligados a colaborar con los insurgentes. No obstante el apoyo forzado de los «señores de la vid» (Orrego, 1996, pp. 155-171), la hueste austral no se abstuvo de saquear a los terratenientes y también a los moradores del valle. Fue en este contexto en el que Agustín de la Torre salió a defender sus exiguas posesiones y encontró la muerte. El violento deceso de don Agustín, seguido a los pocos años del de su esposa doña Isabel Rojas, definió para siempre la condición social de Luisa y de su hermana Carmen. En los próximos años, ambas vivirían muy modestamente, acogidas a la protección de sus tías y abocadas a la religión en su propio hogar. Sabemos que Luisa llegó a integrarse a la Tercera Orden Mercedaria y que se condujo con la rectitud de una santa. Esta conducta era bastante común entre las mujeres desposeídas del virreinato y del Perú decimonónico, y se las conocía como «beatas». Estas últimas eran viudas, doncellas indigentes y señoras empobrecidas que mantenían una vida decorosa refugiadas en la fe y en la más absoluta discreción. Las beatas recibían, de forma oculta, el apoyo material de benefactores, de parientes y de la clerecía, y constituían la antítesis de la mujer que por su pobreza se había prostituido, y la que en la Lima virreinal y de la primera mitad del siglo XIX era conocida como «tapada». El escritor José Gálvez Barrenechea [1885-1957], que llegó a ser testigo de las últimas manifestaciones de esta forma de vida, ofrece una descripción que coincide en varios aspectos con la psicología de Luisa de la Torre. Con un tono no lejano a la ironía, el literato narraba: «La beatita genuina es la que usa manta, está siempre vestida de negro, camina sin garbo, como distraída, cruza las calles muy Rafael Sánchez-Concha Barrios - Las primeras manifestaciones de santidad en el Perú republicano 1151 temprano, mirando sin ver, eludiendo las miradas de los hombres. La beatita genuina madruga, lleva en la memoria todas las distribuciones piadosas [...] es de comunión diaria; solo se ocupa en cosas de religión, tomando la palabra en su sentido estrictamente ritual [...]. Vive siempre planteando a sus confesores intrincadas consultas espirituales. [...] Van de casa en casa, conociendo miserias, procurando remediarlas, atendiendo a los dolientes, llenando trámites para huérfanos» (Gálvez Barrenechea, 1947, pp. 99-106). Pero al margen de estas descripciones que lindan con el costumbrismo literario, la beata es siempre consciente, en términos de Romano Guardini, de su responsabilidad de seglar en el mundo (Guardini, 1989, p. 19). La beata, que era todo lo opuesto a la «tapada», formaba parte aún de esa generación de mujeres de cultura virreinal cuya desaparición se inicia en la década de 1860. La muerte de Luisa de la Torre, acaecida en 1869, coincide con el final de un periodo en el que comienzan a extinguirse una serie de tradiciones e instituciones provenientes del régimen hispánico. Aparecen en este contexto histórico nuevas modas europeas de indumentaria, que curiosamente también establecen la partida de defunción de la «tapada», cuya antigüedad se remontaba a la Lima del siglo XVI. Se abren paso aquí nuevos roles sociales para el género femenino y surge la primera gran generación de mujeres intelectuales (Denegri, 1996, pp. 50-70). Este cambio de la segunda mitad del siglo antepasado, producto de la ilusión de la «modernidad», marca el inicio del fin de las beatas en la sociedad peruana, aunque su desaparición no se dio totalmente, pues esta conducta de mujer piadosa está vinculada a la Iglesia, institución permanente por excelencia3. Las virtudes de la Niña Luisa Como toda mujer con fama de santidad, la vida de la Beatita de Humay transcurrió sacrificándose por la sociedad en la que le tocó vivir y obrando con caridad hacia todos sus componentes, especialmente con los campesinos más pobres. Vestida con discreción y cubriendo sus cabellos con un manto negro para huir de la va- nidad, dedicaba toda la mañana a la oración en el templo de su villa y coronaba sus plegarias con la comunión diaria. Al mediodía retornaba a su casa para ense- ñar a leer y escribir a niños mulatos, zambos, mestizos e indígenas, además de la doctrina cristiana para recibir la primera comunión. Curaba enfermos en su casa, y vigilaba el desarrollo de su enfermedad. Entre sus numerosos pacientes, acogió al párroco de su pueblo el doctor Mauricio Mayurí, a quien libró de viruelas en 1868. En su hogar preparaba remedios caseros para los dolientes en las haciendas 3 Por cierto, las beatas no se extinguen totalmente, pues todavía se las pudo ver en Lima y las pro- vincias hasta mediados del siglo XX. Ejemplo de ello es Melchora Saravia Tasayco (1895-1951), a quien abordaremos brevemente al final de estos apuntes. Homenaje a José Antonio del Busto Duthurburu 1152 y refugiaba mujeres maltratadas por sus cónyuges. A pesar de su limitada educación, aconsejaba a los moradores confundidos en materia moral. Solucionaba conflictos entre miembros de distintas categorías sociorraciales. Por todo ello, Luisa de la Torre se ganó el respeto de su pueblo y se constituyó en un referente de autoridad local. Indica uno de sus biógrafos, que cuando en Humay se celebraban fiestas en las que había excesos que podían conducir al escándalo, ella mandaba concluir la celebración. Para ello solía enviar a algún vecino que decía: «La niña Luisa dice que se retiren y no pequen» (Alduán1941, pp. 50-52). La casa en la que residía, que era su única propiedad, la había convertido en un lugar de oración y también en el espacio de socialización más famoso de Humay. Tanto fue así que luego del terremoto de 1868 muchos acudieron a refugiarse en ella. Se trataba de una modesta edificación, típica de la costa peruana: de quincha y adobe y piso de tierra. El edificio era de una sola planta y contaba con ocho ambientes, entre los que había una pequeña sala de recibo, una habitación para enfermos, otra para huéspedes necesitados y un oratorio al que asistía el pueblo. En este la Beatita había colocado un óleo de la Virgen mexicana de Guadalupe, cuya devoción propagara fray Ramón Rojas; otros de la Virgen del Carmen, de San Luis Gonzaga y del Ángel de la Guarda. A este conjunto de imágenes se añadía una en bulto del Niño Jesús, a la que apodaba el «Doctorcito», y a la que se encomendaba para curar y preparar medicinas (Martínez i Álvarez, 2001, pp. 10-11). La casa incluía también un recinto secreto donde, discretamente, durante las noches, aplicaba duras penitencias sobre su cuerpo, que consistían en disciplinas y cilicios. Y como se suele narrar en las hagiografías de las bienaventuradas del Antiguo Régimen, Luisa decía que el demonio la tentaba tratando de convencerla de la inutilidad de su ascetismo. Según los testigos de su proceso informativo de virtudes, la Beatita contaba con una serie de dones sobrenaturales. Personas de diferentes procedencias sociales la vieron levitar en distintas ocasiones en el templo de su pueblo mientras se entregaba a la oración. Otros testimonios refieren a su capacidad para atravesar las puertas cerradas de la iglesia. Gozó también de los dones de profecía y bilocación. Estos últimos la relacionan con el presidente Ramón Castilla. El descontento por las medidas liberales del gobernante propició, en 1857, el estallido de una rebelión en la ciudad de Arequipa, acaudillada por su viejo enemigo el general Manuel Ignacio de Vivanco. Castilla se vio obligado a marchar sobre esta urbe con la finalidad de rodearla y exigir su rendición. Tal propósito no resultó una tarea fácil para el experimentado militar. El asedio fue largo, se prolongó desde junio de ese año hasta marzo del siguiente. El pueblo arequipeño había cavado zanjas alrededor de su ciudad y también al interior de la misma. Muchos habían subido armados a los techos de las edificaciones más altas y a las torres de los templos. Pero el peor enemigo del mariscal Castilla era el extraordinario ánimo que los hijos del Misti Rafael Sánchez-Concha Barrios - Las primeras manifestaciones de santidad en el Perú republicano 1153 mostraban, cual espartanos, en la defensa de su tierra. Castilla, desanimado ante la posibilidad del fracaso de su campaña, se encomendó a la Virgen del Carmen4, y con la simpleza de su escasa formación académica, exclamó: «Madre mía y Señora del Carmen, hasta ahora he sido malo pero si lograse triunfar en mi propósito, prometo ser bueno y defender la religión». Acabada su plegaria, la Beatita de Humay se presentó ante sus ojos y le dijo: «Cumple tu promesa que serás victorioso», y así sucedió (Basadre, 1983, t. III, pp. 361-364). Este acontecimiento, ha sido aceptado por sus devotos como un ejemplo de los dones de profecía y bilocación, pues se sabe a ciencia cierta que Luisa de la Torre nunca visitó Arequipa ni sus alrededores (Perruquet, 1930, pp. 10-11). Lo que hemos descrito se restringiría a un conjunto de lugares comunes si no enfatizásemos en un factor importante de su devoción hasta el presente: se trata de su pequeña olla de barro. Poseer semejante pieza de cocina era indicador, en esos tiempos, del hambre y la carestía por las que pasaba su dueño, típicas en los territorios recientemente independizados del imperio español, pobres y preindustriales. Naturalmente, la casa de la Beata era el refugio de hambrientos y más de un testigo del proceso informativo de virtudes que fue alimentado por Luisa narró sobre la ollita, cuya capacidad debiera alcanzar solo para colmar a un comensal, pero con ella podían saciarse todos cuantos necesitaran comer. La ollita se convirtió en una hierofanía, y hasta en nuestros días se producen copias del mismo tamaño que son frotadas con la original para convertirse en reliquias domésticas que, según creen algunos de sus devotos, puede curar enfermedades y les asegura la alimentación hasta el fin de sus días (Hernández Lefranc, 2004, pp. 151-181). Otro elemento que convierte a Luisa de la Torre en un personaje peculiar es su vinculación con la clerecía influyente, ligada al poder político. Se sabe, 4 La devoción a la Virgen del Carmen fue la más popular en el Perú a inicios de su vida indepen- diente y durante todo el siglo XIX. Esta advocación mariana, difundida por las religiosas carmelitas, contaba con una multitud de devotos en casi todo el espacio peruano habitado, tanto en la época de los Austrias como en la borbónica. Ejemplo de ello es la celebración de la fiesta de la «Mamacha Carmen» en Paucartambo (Cusco). No obstante, Nuestra Señora del Carmelo consolida su popula- ridad como consecuencia de la invasión del ejército libertador del sur, cuyas tropas, procedentes en su mayoría de Chile, la habían aclamado antes de la batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817), y la eligieron Patrona Jurada de sus huestes al año siguiente. Ver Vargas Ugarte, 1947, pp. 781-785. La devoción de Ramón Castilla por la Reina del Monte Carmelo se remontaba a sus días de juven- tud en Chile. Si bien participó como cadete en el ejército realista en Chacabuco, nunca rechazó la denominación mariana de las tropas insurgentes. Posteriormente, se integró a las fuerzas patriotas de José de San Martín, donde debió familiarizarse aun más con la Virgen del escapulario. Es importante añadir que la gran fama de esta manifestación hiperdúlica en el Perú del siglo antepasado se debe a la relación que guarda con las ánimas del Purgatorio, pues toda esa centuria está cubierta de guerras, tanto externas como civiles, y por lo tanto de gran mortandad y de necesidad de sufragio por los difuntos. Homenaje a José Antonio del Busto Duthurburu 1154 aunque poco, de su amistad espiritual con el asceta franciscano Ramón Rojas de Jesús María, apodado el «Padre Guatemala»5, fraile que contó con fama de santo y de dones taumatúrgicos en la ciudad de Ica y su entorno. También existe abundante información sobre la relación de Luisa con el doctor Julián de Enderica y Talamantes6, un joven sacerdote secular que luego de su ordenación fuera designado párroco de la doctrina de San Pedro de Humay. Enderica había recibido la dirección del curato en 1834, y desde entonces se había abocado con éxito a la prédica edificante y a la restauración del templo, que había sufrido los estragos del terremoto de 1813, y que desde entonces había sido prácticamente abandonado7. Fue don Julián quien detectó las virtudes teologales y cardinales de la Beatita, y no vaciló en convertirse en su confesor y guía espiritual. A pesar de su superioridad intelectual, el clérigo presbítero se veía frecuentemente sorprendido por las explicaciones claras y sencillas que Luisa podía dar a los complejos problemas de corte moral que se le ofrecían, además de percibir en ella ciertos dones sobrenaturales. Luisa no era 5 Fray José Ramón Rojas de Jesús María, nació en Quetzaltenango (Guatemala) en 1775. Sus pri- meros trabajos como misionero franciscano los realizó entre los indígenas de Nicaragua, Honduras y Costa Rica. Expulsado de su patria por no jurar la constitución liberal de la República Federal de Centroamérica, pasó al Perú en 1831, y cuatro años más tarde sus superiores lo designaron para las misiones de Cañete, Chincha y Pisco. Posteriormente, fue enviado a la ciudad de Ica, urbe que bendijo con una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe traída de Guatemala. Alcanzó pronto fama de santidad entre sus vecinos y en la costa meridional del país. Se sabe también que, gracias a su esfuerzo, se pudo edificar el hospital de Guadalupe de Pisco, y según la tradición, que hizo brotar agua en un arenal, en el lugar que hoy se conoce como Pozo Santo. El general Felipe Santiago Salaverry, presidente del Perú, al ver en él tantos logros en tan poco tiempo, le ofreció el nombramiento de obispo de Maynas, que rechazó en muestra de humildad. Murió en olor de santidad en Ica, en julio de 1839. 6 El doctor Julián de Enderica y Talamantes, nacido en Huamanga en 1806, fue párroco de Humay, cuyo templo restauró. Fue allí donde ejerció de maestro espiritual y confesor de Luisa de la Torre. También conoció a fray José Ramón Rojas, el «Padre Guatemala». Algunos años después, ejerció de capellán de palacio de gobierno y ocupó una canonjía en el cabildo eclesiástico. En 1867, el arzobispo de Lima José Sebastián de Goyeneche y Barreda le encomendó la redacción del reglamento de religiosas y seglares del beaterio de El Patrocinio. En 1871, siendo tesorero de la catedral metropolitana, dio testimonio de las virtudes sobrenaturales del «Padre Guatemala» y de Luisa de la Torre y se convirtió, más tarde, en uno de los principales difusores de las bondades de la beata, sobre quien escribió una biografía, que más tarde se perdió. Se sabe que el padre Enderica llevó a cabo en la capital peruana varios planes de beneficencia y de asistencia social que le granjearon fama de santo varón. Murió el 2 de mayo de 1887. Archivo Arzobispal de Lima (en adelante: AAL). Parroquia de San Sebastián. Libro de defunciones n 18 (1881-1888), f. 406r. 7 Luego de seis años de trabajo en la restauración y la preparación de homilías edificantes para los humaínos, el doctor Enderica señaló: «[...] el singular adélantamiento que se admite es la piedad establecida y fomentada a fuerza de constante predicación y continuadas gracias espirituales por las cuales se ha logrado que la mayor parte de la población, y continuos ejercicios espirituales por los cuales se ha logrado que la mayor parte de la población esté frecuentando sacramentos, lo que jamás se había visto allí [...]». AAL. Curatos, leg. 43, exp. 22-23 de diciembre de 1834. Carta anexa al expediente dirigida al vicario general de Lima en 1840. Rafael Sánchez-Concha Barrios - Las primeras manifestaciones de santidad en el Perú republicano 1155 una confesanda de rutina. Todavía no había llegado a cumplir los veinte años de edad y la narración de sus confesiones indicaba una gran profundidad espiritual. El erudito Enderica, doctor en sagrada teología, se sintió a la vez sorprendido y abrumado ante el contenido místico de las confesiones de la Beata. Tal fue la inseguridad intelectual y asombro del secular que partió de Humay a lomo de mula y anduvo durante seis horas hasta alcanzar la ciudad de Ica. Su propósito era recibir el consejo del sabio y santo «Padre Guatemala». Al escuchar sus agobios, fray Ramón le respondió sonriente: «Mi cura, mi amigo, mi señor, ¿por qué se aflige usted?, ¿Por qué se sofoca tanto? Mire usted que yo he dejado en Lima flores muy exquisitas; aquí tengo cosas muy particulares, pero como la que usted tiene no hay en el mundo». Según Enderica, las palabras del franciscano le dieron alivio. Le dijo que siguiese conduciéndose con la naturalidad de siempre durante las confesiones. Le hizo ver también que no se había equivocado en lo más mínimo en la dirección espiritual y en las penitencias que le imponía a Luisa, y que si deseaba constatarlo que se remitiera a las obras del jesuita romano Juan Bautista Scaramelli8. Al concluir su misión en Humay, Enderica, aprovechando el gran deseo que la Beata mostraba por conocer la ciudad en la que naciera Rosa Flores de Oliva y florecieran tantos bienaventurados, la invitó a la capital más de una vez, y se hospedó en su residencia ubicada al frente del convento de Santa Rosa de los Padres. La fama de virtuosa había llegado incluso a los círculos más aristocráticos de damas limeñas que querían conocerla personalmente. Se sabe que la esposa del presidente Ramón Castilla, doña Francisca Díez Canseco y Corbacho, de quien Enderica era amigo, la invitó a Palacio de Gobierno a pasar una tarde con otras señoras principales, y en esa ocasión Castilla la reconoció como la mujer que se le apareció en Arequipa y decidió protegerla y colmarla de regalos. Indica el padre Enrique Perruquet, que Luisa de la Torre recibió de manos del presidente Castilla víveres, sedas y un retrato fotografiado y firmado de puño y letra por el mismo mariscal. La Beatita aceptó gustosa los regalos, mas no la efigie del mandatario. Ella reconocía la generosidad del Jefe de Estado, pero era consciente también del empleo de la crueldad en la obtención de sus éxitos políticos. Dijo de Ramón Castilla: «Si este hombre fuera santo me llevaría gustosa su retrato en hombros, ¡pero sus manos tienen tantas muertes!» (Perruquet, 1930, p. 11). 8 Alberto Gridilla, O.F.M. Fray José Ramón Rojas de Jesús María (Padre Guatemala). Lima: Empresa Gráfica T. Scheuch, 1939, pp. 181-188. El «Padre Guatemala» se estaba refiriendo a los siguientes textos de Juan Bautista Scaramelli, S.J. (1687-1752): Discernimiento de los espíritus, para gobernar rectamente las acciones propias y de los otros (1753), que era consultada por los sacerdotes en el Perú decimonónico, así como al Directorio ascético (1753) y al Directorio místico (1754), los que fueron publicados en castellano con posterioridad a la muerte del ignaciano. Homenaje a José Antonio del Busto Duthurburu 1156 La posteridad de la Beatita Así, la biografía de Luisa de la Torre y Rojas muestra una vida de contemplación, discreción y trabajo por los atribulados. Su deceso, producto de una pulmonía fulminante, acaeció, en su natal Humay, el 21 de noviembre de 1869. Indican testigos que su semblante quedó fresco y rosado, y que su cuerpo despedía una fragancia similar al de las rosas. Otros, dijeron que a las pocas horas de su deceso vieron gotas de sudor sobre su frente, que llegó a dar la impresión de que aún estaba con vida (Chávez Aguilar, 1933, pp. 15-16). Sus funerales duraron tres días, y como era usual en las exequias de los virtuosos virreinales (Sánchez-Concha Barrios, 2003, pp. 277-288), asistió la población entera de su localidad, de Pisco y de Ica, y algunos jerarcas de la clerecía como su antiguo confesor Julián de Enderica, quien era canónigo y tesorero de la catedral de Lima. Muchos se atrevieron a cortar parte de sus trenzas y arrancar fragmentos del hábito de terciaria mercedaria con el que había sido vestida, así como algunos trozos de uñas. Otros le frotaron copos de algodón sobre su frente humedecida para convertirlos en reliquias, y luego no tardaron en advertir la intercesión de la Beatita en ciertos milagros que el Cielo obró a través de ella. Luisa, a escala provinciana, tuvo lo que en el ámbito virreinal se denominó una muerte gloriosa. Todos los años y hasta el fin de sus días, el agradecido párroco Mauricio Mayurí, el mismo al que había curado de unas viruelas malignas, conmemoró en la iglesia iqueña de Luren, el día del natalicio y fallecimiento de Luisa con sermones que mantuvieron viva su memoria. Fue justamente Mayurí uno de los mejores testigos de la vida de Luisa de la Torre y quien propagó sus proezas místicas hasta el final de la segunda década del siglo XX. Ya en vida, la doncella de Humay había sido muy apreciada, pero luego de su deceso se generó una gran devoción. El doctor Enderica, quien escribiera la primera biografía de Luisa, dio el primer paso en el largo camino que Luisa seguiría para alcanzar los altares. A partir de 1871, se comenzaron a tomar las declaraciones de los testigos de visu. Sin embargo, la historia de su proceso tuvo varias décadas de estancamiento, quizás como consecuencia del trauma de la Guerra del Pacífico y los duros años de la recuperación económica del Perú. No fue hasta 1919, año del centenario de su nacimiento, cuando el interés por Luisa de la Torre volvió a llamar la atención de iqueños y limeños. Dos años después, Emilio Lissón Chaves (hoy siervo de Dios), y entonces pastor de la grey limense, viajó hasta Humay a exhumar el cadáver de la bienaventurada (Perruquet, 1930, pp. 17-18). En 1936, cuando las autoridades humaínas y los dirigentes de la Acción Católica solicitaron al sucesor de monseñor Lissón, Pedro Pascual Farfán de los Godos, que se incoara el proceso de su hija más ilustre, este designó a monseñor Pablo Chávez Aguilar, presidente de una comisión investigadora; la comisión presentó, en 1937, Rafael Sánchez-Concha Barrios - Las primeras manifestaciones de santidad en el Perú republicano 1157 un informe sobre la vida y virtudes de la Beatita. Diez años después, el siguiente pastor de la diócesis capitalina, el cardenal Juan Gualberto Guevara, elevó el proceso a la Sagrada Congregación de Ritos. En abril de 1951, Pío XII dio el placet9 para empezar el proceso adicional ordinario. A pesar de que aún no ha sido beatificada, Luisa de la Torre cuenta hasta el presente con seguidores a lo largo de todo el Perú, especialmente de la costa, organizados en un comité central ubicado en Lima y en varios subcomités repartidos en Tumbes, Cajamarca, Chiclayo, Lambayeque, Trujillo, Huacho, Chancay, Pisco y su natal Humay10. Es interesante advertir que la vida y hechos de Luisa coinciden con los de la ecuatoriana Narcisa de Jesús Martillo Morán [1832-1869], nacida en Nobol, provincia del Guayas, quien fuera beatificada por Juan Pablo II en 199211. Laicas ambas, procedían del mundo rural y coincidieron en Lima en su último año de vida. Las dos ejercieron una forma similar de piedad: profunda espiritualidad, caridad con los necesitados, discreto ascetismo, don de profecía, así como una marcada devoción al Niño Jesús. De otro lado, esta pareja de virtuosas estuvo vinculada a los franciscanos: una gozaba de la amistad de fray Pedro Gual [1813-1890], la otra era identificada con el «Padre Guatemala». Tuvieron por consejero espiritual común a Julián de Enderica, pues el sacerdote ofició de visitador y confesor del beaterio de El Patrocinio en 1868, donde residió Narcisa en sus últimos meses de vida. Ambas siguieron los moldes de santidad de sus países: Narcisa a la entonces beata Mariana de Jesús Paredes, y Luisa a Santa Rosa de Lima. 9 Ver Congregatio pro Causis Sanctorum. Index ac status causarum (editio paeculiaris cura Petri Galavotti IV exeunte saeculo ipsius congregationis). Ciudad del Vaticano, 1988. Aloisia de la Torre Rojas, saec. (Humay, 21.VI. 1819-Ibídem, 21. XI. 1869). Liman., Index 10. Ver González Fernández, 1992, pp. 675-725. 10 En los años noventa del siglo pasado se fundó un subcomité norteamericano integrado por peruanos en Boston (Massachusetts) (Hernández Lefranc, 2004, pp. 151-181). El actual vice-postulador en el Perú es el padre Julio Saldaña Villavicencio, Pbro., y el postulador en Roma es el padre Giovannino Tolú. 11 Narcisa Martillo Morán nació en 1832, en la localidad de Nobol, ubicada en las cercanías de Guayaquil. Imitando a su compatriota Santa Mariana de Jesús, buscó la santidad en la oración y la penitencia. Durante su juventud combinó los quehaceres domésticos con la meditación solitaria, ya que le gustaba retirarse a rezar a un bosquecillo no lejos de casa. Su amistad con fray Pedro Gual, que desempeñaba el cargo de comisario general de la orden franciscana en Guayaquil, le sirvió para descubrir su verdadera vocación religiosa. Fue justamente Gual quien le aconsejó que marchara a Lima, la ciudad que en el periodo virreinal había ganado fama de santa. Ya en la capital peruana, encontró acogida entre las hermanas dominicas del convento del Patrocinio, situado en la alameda de Los Descalzos y, por ende, vecino del monasterio del mismo nombre. A pesar de residir con las freilas, la hermana Narcisa de Jesús, como fue conocida allí, nunca hizo votos, pero se le permitió participar de la vida de la comunidad. Las religiosas y los laicos que frecuentaban el beaterio llegaron a apreciar el testimonio de perfección alcanzado por la guayaquileña, en el que destacó el don de la profecía. Su deceso ocurrió el 8 de diciembre de 1869. Sus funerales fueron multitudinarios y su cuerpo dio muestras de permanecer incorrupto. Más tarde, sus restos fueron llevados al Ecuador. Juan Pablo II la beatificó el 25 de octubre de 1992. Ver Pazmiño Guzmán (1992). Homenaje a José Antonio del Busto Duthurburu 1158 Por último, Narcisa, al igual que Luisa, anunció su muerte con precisión, la que acaeció el 8 de diciembre de 1869, curiosamente dieciocho días después del deceso de la hija predilecta de Humay. Otra similitud con otra «beatita» provinciana, mas no contemporánea, es la que se puede establecer con la sierva de Dios Melchora Saravia Tasayco [1895-1951], apodada por su pueblo como la «Melchorita», nacida en San Pedro de Ñoco (hoy distrito de Grocio Prado), Chincha, en el departamento de Ica, un poblado no muy lejano de Humay. Melchora era una campesina indo mestiza que imitaba a Luisa de la Torre. Se sabe que desde muy temprana edad se ocupó del tejido de objetos de junco y carrizo. Inspirada en Santa Rosa de Lima, construyó una ermita en su casa para poder entregarse a la oración y, como la Beatita de Humay, se hizo hermana terciaria, aunque de la Orden Franciscana. Se dedicó al cuidado de los pobres y enfermos y a la administración de la iglesia de su pueblo, con cuya reconstrucción colaboró tras el terremoto de 1940 a través de la recolección de limosna. Quienes la conocieron dieron fe del gran carisma que Melchora tenía en su relación con los campesinos de Chincha, a quienes persuadía para que asistiesen a misa y a las charlas espirituales que los franciscanos impartían en Grocio Prado. La sierva atendía a los enfermos del hospital de San José de Chincha y les daba consejos. Tal fue su caridad que se ganó el respeto de sus coterráneos. Su casa era visitada por gente pobre y confundida, que salía de ella con propósitos edificantes y paz interior. Víctima de cáncer, murió en diciembre de 1951, y sus exequias, como las de Luisa, reunieron a miles de personas12. Cabe preguntarse qué representa la Beatita de Humay en la historia del catolicismo en el Perú del siglo XIX. Luisa de la Torre es un modelo sociocultural de mujer piadosa de inicios de la etapa independiente, que hace ostensible la continuidad de una forma de santidad procedente del mundo virreinal, que tiende a extinguirse con su muerte. Refleja unos rasgos muy marcados de la cultura hispánica del Antiguo Régimen, y vincula a través de la fe, el ámbito rural con el urbano. A pesar de vivir en un mundo campesino, Luisa de la Torre participó de una cultura criolla, que le permitió convertirse en un referente de autoridad en su terruño. En el ministerio de Luisa confluyó toda la sociedad de principios de la república, vale decir, indios, mestizos, castas negroides, así como los herederos de la llamada «República de españoles», convertidos ahora en mesócratas limeños, hacendados del sur de la capital, damas aristocráticas ligadas al poder político, y hasta un gobernante de la joven nación peruana. La Beatita de Humay fue la primera virtuosa del periodo independiente que, a través del ejercicio de la santidad, 12 Ver Olmos (1971). Congregatio pro Causis Sanctorum, Index ac status causarum (editio paeculiaris cura Petri Galavotti IV exeunte saeculo ipsius congregationis). Ciudad del Vaticano, 1988. Melchiora Saravia Tasayco, II Ord. saec. S. Francisci (Grocio Prado 6. I. 1895-S. José de Chincha 4. XII. 1951). Icen., Index 239. Ver González Fernández (1992, p. 710). Rafael Sánchez-Concha Barrios - Las primeras manifestaciones de santidad en el Perú republicano 1159 definió la identidad de su pueblo, de modo semejante a como lo hicieron los santos virreinales, y generó una de las devociones más populares del Perú contemporáneo. Bibliografía Alduán, Medardo C.M.F. (1941). Recuerdos de la sierva de Dios Luisa de la Torre Rojas, la «Beatita de Humay». Lima: Lumen. Armas Asín, Fernando (2004). 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