Actas del IV Congreso Internacional de Etnohistoria. Tomo I Copyright © por Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Av. Universitaria, Cuadra 18 s/n., San Mi­ guel. Lima, Perú. Tlfs. 460-0872 y 460-2291 - 460-2870 Anexos 220 y 356. Derechos reservados ISBN - 9972-42-133-3 Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. Impreso en el Perú - Printed in Perú. "Malos vecinos": competencia mercantil en la sociedad norteña colonial peruana (Paita, década 1810) Susana Aldana Rivera En el Perú, la República de Españoles y la República de Indígenas fue un marco legal que puesto en la realidad de la vida cotidiana de la colonia no pasó muchas veces de ser una ficción, al menos, durante el último tramo de esta etapa. No obstante, durante más de una década, un buen número de es­ tudiosos mantuvo esta perspectiva de separación en el análisis, aceptándola como. general y sin mayores matices, en la búsque­ da de elementos que les permitieran explicarse más su propio momento histórico que esa lejana etapa virreinal1. Si bien es cierto que un sistema foráneo, el español, fue impuesto por la fuerza, no es menos real la estrecha interac- Suscribo plenamente la af;irmación de Cecilia Méndez: "Lo que delata la investigación, más que indios constantemente "resistiendo" la "arremetida oc­ cidental", es científicos sociales resistiéndose a admitir la realidad (histórica y actual); sacrificando su rica complejidad a favor de reduccionismos 1naniqueos o esquemas dicotomistas (occidental versus andino)" (p.116). Y en general, aquello que sostiene sobre la "utopía andina" en Estenssoro, Juan Car­ los; Aldana, Susana ... [et al.] .- "La historiografía peruana en debate". En: Apuntes. Revista de Ciencias Sociales .- Lima, (33): 1993.- pp . 113-120. El punto ya había sido insinuado por Nelson Manrique, quien, al tratar sobre la teoría del triángulo sin base de Cotler, Alberti y White (pp.158- 162), utilizada para explicar la dinámica social de las haciendas tradicio­ nales serranas, afirma que con ella se puede explicar "algunos de los fe­ nómenos del funcionamiento de la sociedad política peruana a los que tan pró­ digo se la ha aplicado en los ai1.os recientes" pero que en la realidad no tiene mayor consistencia (p.162). Ver Nelson Manrique.- Yawannayu : socieda­ des terratenientes serranas 1879-1910.- Lima: IFEA; Deseo, 1988. 205 Cion que hubo con la cultura nativa ni tampoco el impor­ tantísimo papel que desempeñaron los curacas y otras autori­ dades étnicas en la confrontación y la relación entre los dos sistemas diferentes 2 • Los indígenas se adecuaron al orden que se impuso pero, de una u otra manera, lograron mantener y re­ crear su propia cultura, mestizada, sincrética, subterránea pero siempre presente. Con esto no se niega la explotación visible y ampliamente conocida ni tampoco la perpetuación de un siste­ ma en el que se favoreció (y hasta hoy favorece) a un determi­ nado sector étnico-social que está en la base de la pigmentocracia y la dualidad de nuestra sociedad actual. En el norte peruano, los indígenas se articularon rápida­ mente al nuevo sistema y lograron beneficios con ello. En el caso de Piura, el área base de este estudio, hay un temprano ejemplo con los indígenas de Catacaos y la compra de los te­ rrenos del Común en 15393. Esta línea de conducta pareciera ha­ ber cristalizado en una actitud peculiar de los indios norteños en el XVIII por comparación a los espacios comunes construi­ dos con respecto a los del sur. Pareciera, puesto que aún no es muy grande el número de trabajos sobre la población indígena del norte4 , como para delinear esa conducta. 2 Esta afirmación es ahora un espacio común: los curacas como bisagras entre dos mundos, es un tema que cada vez cobra mayor importancia en etnohistoria. Algunos trabajos se refieren al tema, como Franklin Pease.­ Curacas, Reciprocidad y riqueza (Lima: PUCP, 1992) a pesar de que resca­ ta a estas autoridades en relación con el "mundo andino" y menos con el mundo co lonial real. Ver también el reciente trabajo de José Martínez.- Autoridades en los Andes: los atributos del seflor (Lima: PUCP, 1995) y su novedoso enfoque sobre el tema. 3 Compra h echa directamente a la Corona. Ver Cruz Villegas, Jacobo .­ Catacc Caos: origen y evolución histórica de Catacaos.- Piura: Cipca, 1982: 94-100 4 Centrados en Piura, se tienen los estudios de Martínez y Diez, mientras que para otros espacios norteños están los trabajos de Ramírez princi­ palmente pero también Zevallos Quiñones, Netherly, O'Phelan, Peralta y alguno ocasional de Rostowrowski. (Ver Revesz, Bruno; Aldana, Susa­ na ... [et al.].- Piura, región y sociedad: derrotero bibliográfico.- Piura: Cipca;Cbc, 1996.) 206 Es importante tener en cuenta varios puntos a lo largo de esta reflexión que, aunque no los desarrollo, dan pautas para entender esa particularidad que le atribuyo al norte. En primer lugar, está el sustrato cultural prehispánico (chimú-inca muy tardío) cualitativamente diferente que el del sur (inca) y luego el hecho de que, como bien nos recuerda O'Phelan, los meca­ nismos de explotación colonial (mita y tributo) fueron más pe­ sados para la población nativa del sur que para la del norte5. Un tercer elemento es el fortísimo mestizaje que se dio en Piura y en el norte peruano en general. Esta fue una región que tuvo problemas demográficos desde posiblemente el Inter­ medio Tardío -sino antes- que se vieron agudizados con la gue­ rra inca y la conquista española6 • Esta situación vuelve más complejo el panorama de la sociedad norteña y hace muy difí­ cil diferenciar lo mestizo de lo español o, peor aún, de lo pro­ piamente indígena. En la sierra del norte, el factor étnico-racial no puede ser un elemento diferenciador en una población rural básicamente blanca, como sí puede serlo por la costa que, sin embargo, es la zona más mestizada culturalmente hablando. Resaltar esa complejidad nos permite intuir de manera di- 5 Cfr. O'Phelan, S., "Comunidades campesinas y rebeliones en el siglo XVIII". En: Solidaridad; Concytec: Comunidades campesinas: cambios y per­ manencias.- Lima: Solidaridad; Concytec; 1987.- pp.95-114. 6 Anteriormente me he interesado por las pautas historiográficas que so­ portan la identidad piurana y su constante proceso de elaboración. Ese fundamento historiográfico rescata el fortísimo mestizaje cuyo principal beneficio habría sido el "blanqueamiento" regional. Mi reflexión, por el contrario, gira en torno a un posible "aindiamiento" de la población blanca espaüola por la precariedad del asentamiento de este grupo en la zona y si como consecuencia de la debilidad poblacional tanto indígena como espaüola, hubo un proceso de recreación, mixto desde sus inicios, de una cultura local en paralelo a la estabilización poblacional en el ex­ tremo norte (Aldana, Susana.- "Tres temas para una identidad. Pautas historiográficas en Piura y Tumbes".- Ponencia. Semana de la Identidad Cultural-93.- Piura, 27 de septiembre-02 de octubre, 1993). Un análisis sobre la demografía de la zona, que no toca este punto, en Cook, David Noble.- Demographic collapse: indian Perú 1520-1620 .- Cambridge: Cambridge University Press, 1981. 207 fusa el porqué de ciertos comportamientos de la población na­ tiva (¿rural?) y el fundamento de algunas afirmaciones enfáti­ cas y tajantes del encargado de realizar el Informe geográfico- . económico de la región en 18047 , en torno a la impotencia de los hacendados piuranos frente a la actitud de la "gente india" y de los "peones" 8 • Aunque aún faltan ser estudiados, la pre­ sencia de indios alcabaleros en Lambayeque son una muestra de como los comunes indígenas de la zona aprovecharon su ubicación en esa área-llave del comercio norteño a fines de la colonia. Esta actividad, el comercio, fue el eje que articuló la re­ gión norteña de una manera nítida y visible. En Piura, los grandes mercaderes locales fueron, a su vez, los hacendados más prominentes, los tineros más conocidos y las autoridades más importantes9 • Menos se sabe de los medianos y pequeños mercaderes, criollos y mestizos, que muy posiblemente tuvie­ ran un mayor número de intereses en común y vinculaciones con los indígenas, a quienes normalmente no se los relaciona con esta actividad10 . Pero numerosas referencias dispersas indi- 7 Ver: Helguero, Joaquín de; Carnero Nadia,ed .. - Informe económico de Piurn (1802).- Piura: CIPCA;UNMSM, 1984. Sobre la importancia de es­ tas informaciones geográficas que se toman como ejemplo, ver el artícu­ lo de Pablo Macera y Felipe Márquez.- "Informaciones Geográficas del Perú colonial". En: Revista .del Archivo Nacional del Perú.- Lima, (28): ene­ dic 1964.- pp.132-252. . 8 De manera no muy nítida establece la diferencia entre gente india y peones. "Gente india se. congrega a ocupar los linderos [de las haciendas] para acechar el 1nejor tie1npo en que puedan saquear los frutos"; los peones [¿indígenas?] "se obstinan con insubordinación, y descaro, a no .operar en sus faenas, y dejar acéfalas las haciendas y a sus. poseedores el gravísinw conflicto de perder el fruto". Helguero, Joaquín; Carnero, Nadia, ed .. ~ . Informe eco­ nóhúco ... , 38-39. 9 Cfr. en particular mi trabajo sobre los comerciantes piuranos. Aldana Rivera, Susana.- Los comerciantes piuranos (1700-1830). El soporte hurnano de una región econónúcn.- Quito, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), 1992.- Mr. en Historia, 198 p . 10 Quizás la compilación realizada por Harris, Tandeter y Larson (La parti­ cipación indígena en los increados del surandino.- La Paz, Ceres, 1987) es la única que enfoca directamente el tema. No obstante, lo novedoso de los trabajos compiladoss~ diluye bajo esa percepción de "participación" 208 can no sólo una participación activa y hasta entusiasta sino una real articulación de la población indígena: utilizando ven­ tajosamente la legislación que su condición suponía11, desarro­ llando. actividades complementarias a las de los españoles 12 y, sobre todo, compitiendo en los mismos mercados. Una compe­ tencia mercantil entre quienes desarrollaban actividades o ne­ gocios semejantes y giraban en espacios comunes, que enfren­ taba a los diferentes grupos, quizás más por los intereses en juego que tan sólo por razones étnicas. Es decir, los indígenas no dejaban de ser personas entretejidas en el cotidiano vivir de la sociedad colonial norteña . Esta línea es la que nos interesa rescatar: la activa y estre­ cha, cuanto difícil y violenta, interrelación del mundo nativo y el mundo criollo que, en conjunto, formaron el mundo colonial peruano. Este breve trabajo no pretende ser más que un peque­ ño acercamiento al tema; no basta un sólo caso, por abundante - que sea en información, para rescatar la riqueza de esa articu­ lación indígena-española-criolla, pero al menos sirve como indicador de los posibles matices que deben tomarse en cuenta al analizar el mundo colonial peruano. (tomar parte) y no de "articulación" (unión, enlace): el indígena que participa del sistema económico criollo-occidental, del mercado, lo hace de manera poco visible en el conjunto. Es necesario resaltar sin embar­ go, que el libro se centra en el surandino que como señalara pareciera ser diferente del norte. 11 Situación que también era percibida por los criollos quienes se quejaban de las diferentes exeúciones de impuestos que beneficiaban a los indíge­ nas . No sólo en el norte sino también en el sur, como lo indica un estu­ dio sobre diezmos en Paucartambo, en donde los hacendados no quie­ ren pagar los diezmos a la Iglesia y se valen de la entrega en arriendo de sus tierras a indígenas para aprovecharse de su no pago de esta con­ tribución. Ver Najarro, M.- "Diezmos, sociedad y poder local: el caso de Paucartambo" .- Ponencia . Segundo Coloquio de Estudiantes PUCP, 1992. 12 En el caso específico de la producción de jabón, se requería de lejía, la cual era elaborada sólo por los comunes de indígenas. Ver Aldana, Su­ sana .- Empresas coloniales: las cnsas de jabón de Piura .- Lima: Cipca;lfea, 1988 209 El contexto regional En 1802, Joaquín de Helguero, diputado de comercio en Piura y futura parte litigante en el juicio que nos va a ocupar, señalaba, 11 si con la poca gente de que se sirve la provincia para su traba­ jo tiene establecido un comercio bastante y lucrativo es necesa­ rio que habiendo en las tierra y en las gentes proporción para cuadriplicarlo, se verificase positivamente arreglando los peo­ nes y gen.te a la subordinación. ... 11 13 En efecto, para la primera década del siglo XIX ya eran sensibles los vientos de renovación económica de la provincia a pesar de los problemas causados por lo que hoy conocemos como el Fenómeno del Niño: las fuertes lluvias de 1791 y la se­ quía que duró más una década y que casualmente tuvo una tregua entre 1802 y 1804, años esperanzadores para los de la región y en los que se escribiera la frase de la cita 14 • Desde aproximadamente la década de 1740, la explotación de la cascarilla había sido el detonante de una creciente producción y comercio de artículos agrícolas y ganaderos. Efectos de la tie­ rra no convencionales (como el cacao, tabaco, algodón, cordo­ banes, entre otros, que se vinieron a sumar a la plata, el pro­ ducto que había sido la base económica del virreinato del Perú de manera prácticamente exclusiva y durante casi dos siglos) permitieron que ese gran espacio que se había venido articu­ lando desde el siglo XVII y que rebasaba los límites norteños de la Audiencia de Lima hasta llegar a Cuenca y Guayaquil (en el sur de la vecina Audiencia de Quito), terminara de configu­ rar su particularidad socio-económica 15 . 13 El subrayado es mío. Helguero, J.; Carnero, N.,ed .. - Informe ... , p.82 14 La información señala un período de sequía y / o tendencia a lo seco en­ tre 1792 y 1814 aproximadamente. Los hacendados-es tancieros serían quienes más resentirían la situación; recién para 1815 se habrían estabilizado. (Aldana, S.-Empresas coloniales .. . , p.97) 15 Estas ideas s e encuentran de manera muchos más desarrollada en Aldana, S.- Los comerciantes piuranos ... 210 El puerto de Paita durante toda la etapa colonial fue el principal puerto de salida de los circuitos mercantiles norteños de ese antiguo gran espacio. En el XVII, Paita había sido la cara visible del puerto de Guayaquil y del vigor comercial y marítimo de sus astilleros. Se convirtió además en el punto de parada más aparente -cuanto obligatorio- para el avío y las re­ facciones de la Armada del Sur. No obstante, su vitalidad eco­ nómica, muy focalizada, repercutió poco en el conjunto regio­ nal; a fines de este siglo y primeras décadas del siguiente, con el fin del sistema de Flotas y Galeones y el declive de los asti­ lleros guayaquileños y, en general, de la estructura comercial en torno a la ruta de la plata, este puerto sufriría un eclipse económico. Ya para mediados del XVIII, los paiteños volvieron a explotar su ubicación litoral pero esta vez aprovechando la creciente demanda y negociación de esos productos no con­ vencionales y de su condición de salida natural para los espa­ cios del interior como Cuenca y Loj a y de los circuitos mer­ cantiles desde Jaén o de contrabando desde Cajamarca. Aun­ que a principios del XIX, habían comenzado a surgir algunos puertos intermedios de creciente importancia como Pacasmayo en particular pero también Tumbes, Paita seguía reuniendo las mejores condiciones para el atraque de barcos y la circulación de mercaderes y mercaderías por la ruta marítima o por tierra, hacia las costas vecinas del Guayas, la sierra de la provincia, la del conjunto macroregional y hacia la gobernación de Quito. Si bien este puerto fue creación netamente española, rápi­ damente se estableció (y se establecieron) indígenas. No tengo mayores herramientas para calcular cuánta población se locali­ zó en este puerto en el XVII, durante su etapa de auge, pero sabemos que para 1786, el curato de Paita concentraba el 10.5% de la población total de la provincia 16 . Con la misma informa­ ción del juicio corroboramos esa mencionada etapa de declive 16 Según el censo general de Gil de Taboada (1791), Piura alcanzaba 44,491 habitantes. El curato de Paita según Martínez de Compañón era el cuar­ to en densidad población; el primero era Piura (28.9%), seguido por Huancabamba (16.7%) y por Ayabaca (14.4%). Ver el cuadro de pobla­ ción en Aldana, S.- Enzpresas coloniales ... , p.20 211 en las primeras décadas del siglo XVIII, pues en sus reclamos, Helguero nos hará saber que "aun despues de haverse retirado muchos vesinos con motivo de hallarse privado de los arvitrios que hacían su subsistencia en tiempo de los galeones se conserva toda­ vía los dos tercios o la mitad de gente blanca o mista" 17 • Aguadores, cargadores y arrieros fueron algunas de las principales actividades de los pobladores nativos no sólo en Paita sino también en Colán. Pero también desde muy tempra­ no, el comercio de cabotaje mediante balsillas estuvo en manos de la población indígena, no sólo transportando productos de la tierra (algodón, pescado seco, tollo) sino también vinos, ha­ rina y hasta artillería y pertrechos 18 . La ruta que cubrían no se limitaba al cercano estuario del Guayas sino que llegaba inclu­ so a Panamá. Se sabe de la riqueza de algunos curacas, como don Luis de Colán (1622), gracias a sus activos negocios y nos sorprendemos con Dampier, filibustero inglés (1684), cuando anota que los sechuranos aprovechaban de los vientos favora­ bles para viajar por mar en balsillas que desarmaban y vendían como madera una vez llegados a su destino .(Panamá), proba­ blemente con mercadería que llevaban para comerciar, donde se enganchaban como marineros para retornar a su tierra; es decir, negociantes indígenas que circulaban en el circuito marí­ timo (exclusivo en teoría) del sector blanco de la población, sin mayores gastos y muchas ganancias19 . 17 El subrayado es mío. Archivo Departamenta l de Piura, In tenden­ cia.compulsas 50(890) 1808 18 Un interesante trabajo que se centra en el tráfico mercan til de las balsillas indígenas es el de León Borja, Dora. - "Los indios balseros como factor de desarrollo en el puerto de Guayaquil". En: Estudios sobre políti­ ca indigenistn espníioln en Américn.- Valladolid: Universidad de Vallado­ lid, 1976, t.2.- pp.281-311. 19 "Activo negociante, sobre todo con diversos espafioles, vecinos o 1nercaderes no sólo de Paita y Piura, sino de Guaynquil y Quito". Rostworowski de Diez Canseco, María.- "Testamento de don Luis de Colán. Curaca en 1622". En: Revista del Museo Nncionnl.- Lima, (46): 1982, p.512. Lo anotado por Dampier es resa ltado por Edwards, C.- "Sailing Rafts of Sechura history and problemas of origin" En: Southwestern Journa l of Antropology. ­ Albuquerque, Vol.16 (3) :1960, p .374 212 En el XVIII son numerosas las referencias a indígenas que comerciaban productos de Castilla al amparo de la legislación española para con ellos. Este es el caso de Pedro Gómez y su mujer Isabel Lupu, quienes en 1767 negociaban con aguardien­ te y se negaban a pagar la alcabala dada su condición de indí­ genas y nobles, " ... debo gozar de la regalía de mi fuero y naturale­ za"; ventajas rechazadas por el administrador de las Reales Rentas, empeñado en lograr un tratamiento parejo entre los co­ merciantes independientemente de su "naturaleza" 20 • Esta acti­ vidad comercial ya no se hacía sólo en balsas sino también en barcos: Juan Nolasco y Gonzales, vecino del puerto, "se ausentó a bordo de un buque que llevó a su cargo" (y peor aún no cumplió con deudas que tenía). Tampoco es raro encontrar denuncias como ésta sobre indios deudores21 . Es más que probable que los indígenas engarzados así en el comercio norteño tuvieran una situación económica que fue­ ra de la mano con el auge o declive mercantil de la región. Esa misma solvencia (y, en general, su articulación en las activida­ des comerciales) les debe haber permitido establecer determi­ nadas relaciones y comportamientos sociales como para que su capacidad de movimiento en la sociedad estuviera entremez­ clada y fuera semejante a la de los criollos. El caso en estudio En 1808, se le otorga un terreno a don Joaquín de Helguero y Gorgoya, aparentemente "sin perjuicios de terceros ni de la comunidad de indios del Puerto "22 , que abarcaba una área considerable en lo que para ese momento eran las afueras de 20 ADP Corregimiento, causa ordinaria 34 (724) 1767. Autoridad que sefi.a­ laba que "el pribilegio de su naturaleza sólo sirve para los frutos de sus labo­ res pero 1w (. . .) a trato de 1nercadería." 21 ADP Gobierno Político Militar 2 (25) 1821 22 El terreno repartido era de 30 varas de frente por 50 de fondo . ADP, I. compulsas 50 (890) 1808. 213 Paita: desde la quebrada que linda con la Iglesia siguiendo la ribera hasta el barranco de Gallinazos. Su objetivo: establecer una bodega para el comercio de la región. Este será el inicio de un largo juicio entre el mercader, pe­ ninsular por nacimiento, y el común de Paita a través del Ca­ bildo de naturales. Entre 1808 y 1815 se llevaron a cabo varias acciones por una y otra parte. La lentitud de los procesos pare­ ce haber sido una herramienta utilizada por ambos litigantes y, en especial, por los indígenas. No obstante, en los juicios hay referencias expresas a medidas legales e ilegales tomadas por las dos partes en el ínterin del proceso. Aunque es seguro que hubo un acuerdo informal, no contamos con ninguna mención explícita a una conclusión "legal" del problema; de haberla ha­ bido, puede haber sido en los primeros años de la República. En todo caso, si sabemos que al otorgar ese terreno no se había considerado el que ya hubiera sido repartido por los al­ caldes de naturales, Juan Lupo y Manuel Gómez, no sólo a "in­ dios netos y naturales" sino también a "dos espafíoles casados con naturales de toda desencia". Estas personas ya habían iniciado la construcción de sus ranchos, casualmente también a manera de pequeñas bodegas (''fabricada con tabique") para sus propias ac­ tividades. Llega a aparecer una relación con los terrenos repar­ tidos: Ignacio, Pedro y Eusebio Gómez, ocho varas de frontera cada uno mientras que don José Cordero y Sebastián Aguirre con doce varas por cabeza. No deja de ser interesante resaltar que dos de los Gómez son hijos del alcalde de naturales23 . Joaquín de Helguero, para lograr que los nativos abando- 23 La primera cita, ADP Le.o. 37(707) 1815. La relación y la información de parentesco en I.comp.50 (890) 1808. La referencia de 1767 (nota 21) nos indica que los dos apellidos mencionados Gómez y Lupu son importan­ tes entre los indígenas del puerto por lo que no parece casual que sean los alcaldes. Incluso es más que probable que estos Gómez desciendan (hijos o nietos) de Petronila de la Rosa, de muy rancio apellido indígena (curacazgo de Motupe), quien compartiera el albaceazgo de los bienes de su difunto esposo, Cornelio Gómez, con el gran mercader limefio Vi­ cente de Larriva y San Cristóbal (ADP, Co.c.o.42 (869) 1784). 214 nen "su" propiedad, pondrá en tela de juicio la legalidad de la actitud de los alcaldes indígenas. El Cabildo de Naturales de­ bía abstenerse de ceder terrenos por cuanto estaba supeditado a la justicia del partido, es decir, al aubdelegado. Si los indios querían tierras, debían haberlas solicitado al Juzgado y no va­ lerse de esa supuesta autoridad: "jueces pedáneos entre de su nación y para la prontas ocurren­ cias y cosas leves, subordinados en todo a la Justicia mayor del partido a que corresponden sin cuya aprovacion no deve subsis­ tir ninguno de sus acuerdos, si es que los pueden tener unos rústicos invesiles que necesitando para su particulares contratos la asistencia de un protector español"24 Nótese que, además de utilizar los caminos de la aparente legalidad, en el fondo, el peninsular está echando mano a un argumento implícito de superioridad racial. El indígena necesi­ ta de un protector y eso lo ubica en una posición inferior a la propia, español de nacimiento; como consecuencia, habría de­ rechos diferenciados entre unos y otros con el obvio beneficio en el derecho del que es superior. Un menosprecio que deja de lado la existencia de dos españoles (más que probablemente criollos) envueltos en el problema y, que en teoría, comparti­ rían la lógica de vida de Helguero. Es más, para este mercader, el tráfico mercantil no es compatible con "su pusilanimidad" (de los indígenas) y tampoco, en este sentido, tendrían derecho a ventajas que serían propias de los españoles o de los blancos. Por el contrario, para los indígenas no pareciera existir mayor diferencia ni con esos "españoles" vinculados al grupo vía matrimonio ni con el diputado de Comercio. Eso sí, son conscientes del abuso de que están siendo objeto y de la acti­ tud discriminatoria de Helguero, (aunque tampoco parecieran perturbarse mayormente). Lo señalarán en la continuación pos­ terior del juicio: 24 ADP I.comp.50(890) 1808. 215 "estos malos besinos que apenas llegan quando ya nos quieren de nuestras posesiones considerándose relles chiquitos y dueños no sólo de la Patria sino también de nuestras personas tan apar­ tados de todo acto de caridad y relijión "25 Los indígenas se dan cuenta de que en este trato hay en el fondo, un desconocimiento de la realidad local por parte del recién llegado; una prepotencia a la que obv iamente no están acostumbrados y de la que no hacen mucho caso, como lo de­ muestran sus acciones. Para ese momento, concluida la prime­ ra parte del litigio, Helguero había descubierto con gran des­ concierto que sus prejuicios no tenían ningún fundamento y se guardaba mucho de utilizarlos como argumento. Pero en 1808, llevaba adelante una ardua batalla legat sir­ viéndose de todos los medios posibles: a un petitorio de justi­ cia en el que explica una y otra vez sus derechos, le sigue una solicitud para que se oficie a los nativos que actúen o al menos respondan. Resalta la ilegalidad de la apropiación de estos te­ rrenos por parte de la comunidad de indígenas de Paita que 11 antiguamente" (probablemente se está refiriendo al siglo XVI) no existía y que se había expandido sobre el espacio dejado por /1 gente blanca" alejada del puerto ante el declive económi­ co causado por el cese de la Armada del Sur, pretendiendo que son parte del pueblo-reducción. Por otro lado, no toda tierra es susceptible de ser repartida entre indígenas y este terreno, en particular, "no ofrece las proporciones de aguas, tierras de labor, montes, entradas y salidas y el Egida que requieren las leyes munici­ pales para los pueblos de Indios" mientras que si es adecuado para que los españoles se establezcan. Es claro que Helguero está echando mano de directivas y leyes muy antiguas que se refieren al reparto de tierras a indí­ genas para ser cultivadas. Finalmente -según este mercader pe­ ninsular- los nativos no sirven para "otro ejercicio que el de la- 25 ADP I. e.o. 37 (707) 1815. 216 bradores" 26 ; ya hemos visto como tampoco el comercio les es una actividad propia . Incluso hace que quince hombres derri­ ben las construcciones levantadas por los indígenas en el terre­ no en disputa y, ante el reclamo de los naturales por este abu­ so, se allana a pagar cuando mucho (para él, hasta en exceso) 250 pesos de los 440 en que se había tasado el valor de lo da­ ñado. No en vano, para Helguero se trataba de edificaciones construidas dolosamente sobre terrenos que no les pertenecían. En todo momento, se estrella con el silencio o, peor aún, con la indiferencia de la otra parte en litigio. Las pocas veces que los indígenas contestan son sobre todo en el inicio del jui­ cio, en donde arguyen y rechazan los reclamos de Helguero. No están en contra de la rebaja del valor de las construcciones derribadas y, por el contrario, parecieran aceptar destruir lo que queda de ellas. De lo que se quejan es de la intervención indebida del administrador de Aduanas en el reparto de tierras y señalan que en ningún momento se han opuesto a la autori­ dad del subdelegado. Por el contrario: "entendemos que el Sr.subdelegado es superior y le rendimos toda obediencia" pero ellos saben que esa autoridad, sin embargo, no supone que estén desamparados, "no para quitarnos nuestros terrenos sin atender a que son muy cortos y que los indios son muchos "27 . Ni siquiera consideran la anotación de Helguero sobre que el común de in­ dígenas no es originario de Paita. A lo largo del juicio, el diputado de Comercio pedirá siempre lo mismo: que los indígenas ejecuten lo mandado por las autoridades, bien sea derribar lo que quedan de las cons­ trucciones -como inicialmente se llegaron a comprometer- o a lo menos, contestar los oficios. Pero no hay respuesta. Se llega a citar varias veces a los indígenas; alguna vez, aceptan, aun­ que finalmente no se puede dar el comparendo por su ausen­ cia, porque no llegan o porque se encuentran en Guayaquil. 26 La frase completa es: "Los yndios por carácter, no son a propósito para otro ejercicio que el de labradores" . (ADP I.comp.50(890) 1808) . 27 ADP Le.o. 37(707)1815 217 Más que nunca parecieran ser ciertas las frases señaladas por Helguero . No hay ninguna reacción de los nativos. Final­ mente, ante la demora del juicio y exigiendo se les señale en rebeldía, el diputado de comercio pide que se le entregue el ex­ pediente para que le sirva como título de propiedad sobre los terrenos materia del litigio. No obstante y sorpresivamente -más aún para Helguero agotado de escribir pedimentos- cuando el Juzgado estaba a punto de fallar a favor del peninsular, los "invesiles" indígenas paiteños presentan una real provisión, tramitada directamente en Lima en el tiempo que hicieron durar el juicio en Piura y que los amparaba de Helguero, el "europeo comerciante". José de Abascal, marqués de San Juan Nepomuceno, les avalaba el derecho no sólo de mantener los terrenos sino de que el dipu­ tado de Comercio les costeara la reconstrucción de las fábricas destruidas y exigía que los autos originales fueran llevados a Lima, a la Real Audiencia. El problema, sin embargo, no se solució, sino, por el con­ trario, se agudizó en 1813. A pesar de haber perdido en un pri­ mer enfrentamiento legal (1808), los terrenos en litigio le vol­ vieron a ser reconfirmados a Joaquín de Helguero o quizás éste aceptó que se le reubicara en una zona cercana -como nos lo hace pensar los autos del segundo juicio- donde erigió su bo­ dega. Es probable que en el lapso transcurrido este miembro de la élite piurana haya movido toda su influencia para obte­ ner un espacio en las afueras del puerto que, a todas luces, convenía a sus intereses. En realidad, será su esposa, doña Juana Josefa de Carrión, miembro de la más rancia aristocracia local, quien reanudará el litigio en nombre de su esposo, "banquero y del comercio naval". La situación, en teoría y tal como ella la presenta, ha variado. El problema no son más los terrenos sobre los que ya está construida la bodega de Helguero -que, como se ha dicho, no se sabe si son los mismos-, sino los adyacentes a las salidas de las bodegas. Estos terrenos habían sido repartidos por el Ca­ bildo de Naturales y, al no haber hecho el delineamiento de la 218 calle, habían cerrado esas salidas. El Cabildo Constitucional podía anular (y de hecho lo hizo) las medidas del entonces ile­ gal Cabildo de Na turales 28 ; los terrenos donde ya Manuel Landa y Paula Nisama habían construido volvieron a ser re­ partidos . Esta vez, Joaquín de Helguero había perdido toda su combatividad y el menosprecio de que hiciera gala en el pri­ mer juicio; por el contrario, los indígenas pasan a la ofensiva y se sirven ampliamente de lo dicho y de las medidas tomadas en el primer litigio. Las autoridades nativas no tienen ninguna duda de que el espacio aledaño al puerto de Paita es territorio del común y lo distribuyen 11para el bien de esta Republica". Los argumentos de los que echan mano demuestran mucho mar de fondo y conocimiento de la situación: "se le tiene asignados citios a varios vecinos de la Nacían, mas el ayuntamiento ex-constitucional que fue el año pasado, quito y dio citios a personas extrañas (. .. ) [el Administrador de Adua­ nas] tomandose autoridad de juez, quita y da poseciones quitandole la jurisdicción que la ordenanza del Perú da en esta parte a los Cavildos de Indios con aprovación del Juez Real a quien sólo es facultativo entender en estas materias" 29 Los indígenas rechazaron la intervención del administra­ dor de Aduanas sin que eso signifique que ho aceptasen la del subdelegado. Para ellos, don José Ruiz Mujica, administrador 28 Aún no se ha estudiado cómo repercutió la aplicación de la Constitu­ ción de Cortes en la población americana (menos aún en la indígena). Sin embargo, sabemos por Brian Hamnet (Revolución y contrarrevolución en México y el Perú (Liberalismo , realeza y separatismo 1800- 1824.- Mexico, FCE, 1978) que el 15 de octubre de 1810, las Cortes proclamaron la igualdad de derechos y condición jurídica de los habitantes americanos de la monarquía (p .39); en todo caso, era necesaria la ciudadanía para ejercer los cargos municipales, calidad que no era concedida a todos por igual (por ejemplo, no era aplicable a los que estaban en quiebra, a los criados, desempleados, vagos ni a las persona que no tuviera domicilio o trabajo fijo (p.47). Sería interesante ver la situación en que quedaban los indígenas. 29 ADP Le. 37(807) 1815. 219 de las Rentas Nacionales, no tiene ningún derecho a repartir terrenos; en verdad, Ruiz es tan sólo el jefe de la comisión demarcadora y no necesariamente está actuando en nombre propio. Por otro lado, el administrador es la autoridad máxima del puerto por cuanto no existía la figura del teniente de sub­ delegado como si había antes la del teníente de corregidor. Es comprensible que si hubo la orden del subdelegado para redistribuir los terrenos, se haya encargado a Ruiz el ejecutar­ la30. Pero también demuestran un acertado conocimiento de la situación política local ""Sino virreinal y hasta internacional-; remarcan la ilegalidad de las disposiciones tomadas por el Ca­ bildo Constitucional y se aprovechan de la coyuntura de 1815: el retorno del absolutismo y el desmontaje de medidas "libera­ les" y de las instituciones creadas en la época de las Cortes. Conocían las relaciones de poder que se producían en el inte­ rior del Ayuntamiento Constitucional y de las posesiones inde­ bidas que se dieron como consecuencia no sólo a Helguero sino también JI al Sr. don Ypolito Medico que nunca tuvo vecindad formal en la población". La ilegalidad de las medidas es mani­ fiesta. JI el animo a sido de algunos seifores que an benido de poco tiem­ po a esta parte apropiarse baliéndose de diversos advitrios esto pues llebados de los poderosos influjos que disfrutan se balieron del poder en que estaban empleados en el Alluntamiento consti­ tucional para tomar posesiones indevidas "31 30 El limeño Juan Asencio de Monasterio y Clavijo ejerció la subdelegatura entre 1806 y 1811 y nuevamente en 1814. En el ínterin, estuvo en manos del también Capitán Bernardo Fernández Velarde; finalmente en 1815, recaería en Pablo Manuel de Egaüa. Con respecto a Ruiz Mujica, señale­ mos que pertenecía a la más poderosa élite paiteña pues estaba casado con doña Rosa Sánchez Navarrete y Salazar. (Aldana,S.; Ramos,!..- Lista de autoridades . Ms.). 31 ADP I.c.o. 37(707) 1815 220 Esta coyuntura no es mencionada siquiera por el diputado de Comercio32 . Sin embargo, los nativos echan mano de un argumento que puede tener aún mayor peso en el momento: la fidelidad la Corona. Son "individuos que continuamente emos contribuido al Real Ramo de Tributos". Es decir, gente cumplidora de las nor­ mativas de la Corona; de la que inclusive han salido en su de­ fensa. Por propia voluntad y de su propio peculio, sin conside­ rar riesgos, rechazaron a dos fragatas inglesas que habían en­ trado a puerto en una "batalla a fuersa de bala y fuego como sinco o seis oras". Como prueba adjuntaban una provisión firmada por el comandante Miller33 ; con ella, echaban por tierra la posi­ bilidad de que Helguero retomase el argumento del beneficio de la ubicación de su bodega que servía para defender al pue­ blo de las "inundaciones de mar que suelen ser frequentes acia aquella parte quando corren bien tos nortes "34 • Solicitudes van, oficios vienen; a las finales, Helguero pide tan sólo que se reubique a los poseedores de los terrenos en otro espacio cercano sin mayor perjuicio para nadie. Incluso está dipuesto pagar el valor de las construcciones a medio ha­ cer que deban derribarse. Aparentemente, con esta posición ambas partes llegan a un acuerdo, pero no podemos afirmarlo. Los legajos del litigio no concluyen con una sentencia oficial, lo cual, dicho sea de paso, no es una situación muy extraña en el caso de juicios provinciales. De algo si podemos estar seguros: la percepción de Joa- 32 Como se ha dicho, pocos trabajos analizan las repercusiones de las Cor­ tes de Cádiz y de la Constitución liberal y su aplicación en el virreinato del Perú; quizás uno de los más ricos: Basadre, J.- El azar en la historia y sus lfrnites (con un apéndice: In serie de probabilidades dentro de In emancipa­ ción peruana).- Lima: Ediciones P .L.V., [1973] . Sí en cambio hay mucho sobre la 11111T11ción de los hechos y su influencia directa en la política virreinal o la actitud del virrey Abascal en particular. El que mejor reco­ ge su actuación, Hamnett, B.- Revolución y contrarrevolución .. , passim. 33 ADP Le.o. 37 (707) 1815 34 ADP, I. comp. 50 (890) 1808. 221 quín de Helguero para con los indígenas debe haber variado radicalmente en el tiempo, aunque pareciera que nunca llegó a entender los códigos de relación en la sociedad norteña. A lo largo de su actividad comercial, se le ve hacer muchos tratos con indígenas y más de uno poco exitoso: antes del primer jui­ cio en 1803 nombró como cajero al indio Manuel Bereche, quien por una cuenta de 327ps le hipotecó un terreno de hu­ medad y un potrero en la Punta. Por más que se sirvió del pro­ tector de naturales, nunca pudo cobrarle; tan sólo a la muerte de Bereche y cuando se decidió a reclamar legalmente como acreedor (conducta normal de mercader) pudo lograr resarcirse de la cuenta. La experiencia, sin embargo, no le sirvió de mu­ cho, puesto que en el caso mencionado del indio Nolasco (ver nota 21), después de varios negocios y de haber mantenido im­ pagas algunas cuentas, aceptó en 1818 un vale por 337 pesos que aún no había sido cubierto en 1821. Reflexiones finales: El trasfondo real del problema es una competencia mer­ cantil. De un lado se encuentra Joaquín de Helguero, peninsu­ lar de nacimiento, miembro reputado de la provincia, entroncado por matrimonio con una de las familias más impor­ tantes de la región y autoridad local en varias oportunidades (diputado de Comercio, regidor de Cabildo, etc); mientras que del otro, el grupo de los Gómez, miembros del Común de Indí­ genas, relacionados con el alcalde de naturales y también con la élite indígena, además de estar vinculados con una porción criolla de la sociedad norteña colonial. Los mismos apellidos nos indican un grado de mestizaje por mucho que se reconoz­ can como indígenas. Aunque sólo Helguero señalará su pertenencia al comer­ cio del puerto, es obvio que también los indígenas giran en esta actividad; no sólo porque están en constante movimiento (nunca se les encontraba para el comparendo por estar en Guayaquil u otro lado) sino porque, al igual que el diputado de Comercio, tenían como objetivo construir bodegas en las 222 afueras de Paita. Edificaciones fundamentales para el giro mer­ cantil cuya importancia aún no ha sido percibida: en estos al­ macenes, cuidados, custodiados y estratégicamente ubicados en las rutas de tránsito, se acopiaba la mercadería en circula­ ción. Como los tambos o en general cualquier lugar de paso, articulaban pequeños circuitos de comercio para el abasteci­ miento35. Bien se ameritaba la inversión y la lucha por los terrenos; el vigor renovado del puerto y de la región incrementaba el número de productos en circulación, de mercaderes y efectos que salían y entraban por mar. Se necesitaba de espacios don­ de ubicar la mercadería, tanto la propia como la de terceros; prestar servicio de almacenaje podía llegar a ser una actividad rentable. Nada mejor que el área aledaña al puerto, el lugar principal de acceso y que, como se deriva de las afirmaciones, anteriormente había estado ocupada, durante la etapa de auge durante el XVII. Por un lado, Helguero incursionaba en un ne­ gocio que, en el nivel privado y a semejanza del arrieraje, de­ bió estar en manos de los nativos; por el otro, se expandía so­ bre terrenos que así hubieran sido de "gente blanca o mista", pertenecían en ese momento al común de Paita y que a ojos vista, no iba a ceder fácilmente la oportunidad comercial. Ne­ cesariamente tenían que chocar las dos partes y los dos intere­ ses en juego. Creo que el caso no deja la me.nor duda del vigor económico y la presencia activa y competitiva de la población indígena, no como un grupo aislado sino como un engranaje más en el conjunto del sistema mercantil del mundo comercial norteño durante la colonia. Detrás del juicio, también pareciera haber un enfren­ tamiento de poder local. Helguero es el "recién llegado", el "eu­ ropeo comerciante", que no maneja los códigos de la articulación social en la Piura de principio del siglo XIX. Por su condición 35 Inicialmente las bodegas fueron un servicio del Estado, rematado en ter­ ceros por tiempos estipulados. Bodegas como las de Babahoyo, en Ecua­ dor, llegaron a tener una importancia clave en la región. 223 de europeo debía esperar un trato privilegiado; bien lo señala­ ban los indígenas cuando hablaban de esos "relles chiquitos" . Tampoco deja de llamar la atención la poca participación del grupo de criollos en el litigio, sea como testigos o generando una corriente de opinión que llegaba a pesar en el ánimo de las autoridades locales, como se puede apreciar en otros juicios. En este caso, la primera vez que ocurre el enfrentamiento judi­ cial, es directamente Helguero, la autoridad y los alcaldes de Naturales; tan sólo en la segunda vez, con un requerimiento interpuesto por su esposa, habrá una mayor presencia de crio­ llos pese a ser los indígenas la voz cantante en el litigio. Podría pensarse que se dio cuenta de la importancia de utilizar las re­ laciones familiares, sociales y comerciales en la sociedad norteña o que esa superioridad de la que hizo gala con los in­ dígenas en 1808 también la sentía en cierto sentido para con los mismos norteños; es un espacio común el choque entre los criollos y los peninsulares por el menosprecio de estos últimos y la suficiencia de los primeros. Faltaría determinar cómo y por qué la segunda oleada de peninsulares que llega al Perú trae esas ideas de superioridad en la cabeza; de hecho, hay un complejo proceso que se expresa también en otros niveles, bas­ ta con recordar la polémica del Nuevo Mundo36 . En todo caso, los "invesiles" indígenas probaron no serlo en absoluto; en realidad, no parecieran considerarse muy dife­ rentes del mismo Helguero. Según la situación a la que se en­ frentan, echan mano convenientemente de diferentes argumen­ tos: cuando se trata del pago de impuestos y de la lealtad a la Corona, son "indi·uiduos" que buscan el "bien de la República", pero cuando quieren colocarse en una mejor posición para re- 36 Son conocidas las ideas que corrían en la Europa del XVIII sobre la in­ madurez, la barbarie y la inferioridad del continente americano. Has ta ahora el único que lo ha trabajado: Gerbi, Antonello.- Viejas polémicas so­ bre el Nuevo Mundo .- Lima: Ban co de Crédito, 1946. La respuesta ameri­ cana a esta corriente de pensamiento en el interesante artículo de Glick, Thomas.- "Science and independence in Latina american (with special reference to New Granada)" En: Hispa11ic American Historien/ Review.­ Duke University Press, 71 (2): 1991.- pp.307-334. 224 gatear con las autoridades -como cuando rechazan la actitud del subdelegado- y obtener lo solicitado, remarcan su categoría de "indios" amparándose en su (aparente) debilidad y no en una inferioridad. Finalmente, prácticamente el mismo argu­ mento que utilizan los propios criollos norteños cuando deben pagar algún impuesto incrementado, extraordinario o simple­ mente dar alguna cuota diferente: resaltar lastimeramente la mala situación económica que atraviesan, lo minorado de sus actividades, para pasar inmediatamente a señalar su imposibi­ lidad de cubrir el cupo asignado37 . La situación de aparente desventaja del indígena es inteli­ gentemente utilizada dentro del sistema. Ellos no se quedan quietos ante el abuso, por el contrario, dejan sentir su descon­ tento y, como son conscientes del poder y de las influencias del diputado de Comercio, pasan por encima de las autorida­ des piuranas y escriben directamente a las centrales. Una y otra vez parecen ceder ante la presión de Helguero pero tan sólo para demorar el litigio mientras consiguen la protección oficial. Los indígenas utilizan los mismos mecanismos y recursos que la población criolla: echan mano de las relaciones de fami­ lia y las vinculaciones con el poder; es más, a doble nivel, en el interior del grupo indígena (ellos son Gómez, Lupu, etc., con conocido renombre y status en su medio) y para con el mundo criollo. No obstante, también es posible que esta división esté más en nuestra cabeza que en la de ellos; que simplemente se hayan considerado miembros de la sociedad y que se hayan aprovechado de las posibilidades del sistema, jugando, por 37 Generalmente estas situaciones suelen concluir en el alargamiento del plazo para pagar y a veces en la minoración de la tasa. Tomemos el caso de los hacendados-come1:ciantes piuranos que se quejaban amargamente de su situación económica cuando se les pidió el pago de la alcabala por la venta de carne de manadas de ganado cabrío; un impuesto existente aunque no cobrado anteriormente que caía en un momento mediana­ mente difícil pero no tan patético como lo pintaban. (Aldana, S.- Empre­ sas coloniales ... , p.102) 225 ejemplo, con las preferencias y la protección que les supuso esa ficción legal que fue la República de Indígenas. Finalmente, hay un manejo de política local en sus argumentos que requie­ re, si no de un conocimiento expreso de la situación virreinal, al menos de un asesoramiento sobre ella. Resaltar la ilegalidad del Ayuntamiento Constitucional y remarcar su lealtad a la Co­ rona en esta oportunidad resulta un argumento crucial; recor­ demos que, en la misma España, Fernando VII estaba desmon­ tando las políticas liberales y reprimiendo a sus seguidores38 . Creo que va más allá de la simple casualidad; no es muy difícil pensar que, al igual que el conjunto de criollos, los indígenas también pudieron formarse una opinión política sobre la situa­ ción (que a las finales les tocaba directamente) . Si resintieron la pérdida de poder que supuso la Constitución de Cádiz para el Cabildo de Naturales, un órgano de expresión de poder local semejante al de españoles, ¿por qué negarles la capacidad de asimilar su propio devenir histórico, no como un mundo apar­ te sino inmerso dentro del colonial americano; de pensar las opciones y las situaciones presentes (y futuras) y de actuar y optar en consecuencia? En todo caso, este y otros ejemplos sal­ picados con los que uno se encuentra en una investigación ma­ yor demuestran que habían alcanzado hace bastante tiempo su mayoría de edad. Sin embargo, nuevamente insisto, esto no significa que hayan estado en igualdad de condiciones que el sector blanco de la población norteña, sino que supieron articularse al sistema y hasta explotar las comparativamente li­ mitadas oportunidades con que contaban. En la primera década del siglo XIX comenzarían a desen­ volverse una serie de sucesos que afectarían a la sociedad colo­ nial madura, tanto a los indígenas como a los criollos, y que culminarían con la independencia y el posterior establecimien­ to de la República del Perú. Sería interesante estudiar de qué 38 Ver por ejemplo, Costeloe; Michael.- Response to revolution: Imperial Spain and the Spanish n111erica11 revolutio11 1810-1840 .- Cambridge: Cambridge University Press; Liss, Peggy.- Los únperios trasatlánticos: las redes del co­ mercio y de las revoluciones de Independencia.- México: FCE, 1989. 226 modo esta nueva situación afectó a ambos mundos, convirtien­ do ese modelo ideal dual de las Repúblicas en una división real y tangible de nuestra sociedad. 227