FÉLIX DENEGRI LUNA HO,\IEXAJE A FELIX DESEGRI LL',\A Copyright © 2000 Fondo Editorial de Ja Pontificia Universidad Católica del Perú Av. Universitaria, cuadra 18, San :Miguel Telefax: 460-0872 Teléfonos: 460-2870, 460-2291 anexos 220 y 356 E-mail: feditor@pucp.edu.pe Derechos reservados, prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. Primera edición: diciembre del 2000 500 ejemplares Impreso en Perú - Printed in Peru Hecho el Depósito Legal , Registro Nº 1501222000-4715 Obra completa: ISBN 972-42-376-X Cubierta: Diseño y diagra1nación: Impresión: Gisella Scbench Siklos S.R.Ltda. La biblioteca de las tertulias Lms ENRIQUE ToRD La notable biblioteca de don Félix Denegri Luna no solo alcanzó el justo pres­ tigio de ser el más selecto y numeroso repositorio contemporáneo de libros y revistas, a más de periódicos del siglo xrx del Perú, sino que se constituyó tam­ bién en lugar obligado donde recalaban historiadores de diversas generaciones tanto del país como del extranjero. Desde 197 4 en que empecé a frecuentarla vi pasar por ella a muchos de los más conspicuos personajes de la vida intelectual de Lima y provincias así como a distinguidos investigadores de Hispanoamérica, en particular de Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile. Eran oriundos especialmente de estas tres últimas naciones debido a los asuntos que freron interés permanente de don Félix: el desenvolvimiento de nuestras respectivas historias durante el periodo republicano, la particular atención que dedicó al nacimiento, plenitud y extinción de la Confederación Peruano-boliviana y su ferviente deseo de ver concluidas satisfactoriamente las controversias de delimitaciones fronterizas con el Ecua­ dor y la aplicación de lo pendiente del Tratadó de Lima de 1929 con Chile. Don Félix alcanzó a ver concluido el Acuerdo de Paz suscrito en Brasilia por el Perú y el Ecuador el 26 de octubre de 1998, dos meses antes de su fallecimiento en Quito, pero no alcanzó a los compromisos finales con Chile firmados casi un año después de su deceso. Sin embargo, la proximidad de esas fechas a la de su lamentable desaparición corrieron paralelas a sus afanes de más de medio siglo por ver canceladas estas cuestiones pendientes que enturbiaron las relaciones entre nuestros países. Uno de los habitués infaltables en la biblioteca fue por cierto el sacerdote jesuita y distinguido historiador Armando Nieto Vélez. No solo era él un atina­ do consejero en las obras que investigaba don Félix sino un leal amigo de la familia, habida cuenta de que el anfitrión había cursado sus estudios escolares en el colegio de la Inmaculada y por tanto poseía la firme impronta que los religio- Luis ENRIQUE ToRD sos de La Compañía dejan en sus alumnos. La vasta cultura de Armando, su magnífico conocimiento del idioma y su generosidad y bonhomía lo hicieron indispensable en la tarea de pulir la prosa, confirmar el dato, citar con rigor las fuentes. Y más de una vez intervino para calmar el ánimo de don Félix cuando lo exaltaban acontecimientos que lo disgustaban o tardaba más de la cuenta en ubicar en ese maremágnum de libros la información que buscaba. No dejaba de caer por temporadas Percy Cayo Córdova, experto conoce­ dor de nuestro primer siglo republicano, persistente animador cultural y miem­ bro imprescindible de las academias y sociedades de historia limeñas. O lsmael Pinto Vargas, periodista cultural y editor de estudios acerca de su Moquegua natal. En una época frecuentó la biblioteca el historiador cuzqueño José Tama­ y Herrera, aucor de importantes trabajos acerca del indigenismo cuzqueño y puneño. Cuando Uegaba de Berkeley, California, entraba como un tifón José Durand Flórez. Alto, ahteojudo, de ojos saltones y lánguida mirada -lo que le ganó el mote de «vaca mansa»-- bajaba de tres en tres los volúmenes de los estantes para hojearlos con penetrante mirada erudita, juzgando implacable­ mente, a extraordinaria velocidad, lo que tenía aquel título de riguroso o lo que hallaba de feble . En el entretanto lanzaba agudos comentarios sobre aconteci­ mientos recientes preñados de punzante ironía. Don Félix esbozaba la sonrisa de quien conoce a un viejo amigo espetándole: «¡Como siempre, con la lanza en ristre! ¡Deja vivir a la gente!». Pepe se pasaba horas hurgando en las colecciones de periódicos del siglo xrx, tanto de la capital como de provincias, en los cuales él y don Félix sentían vívidamente el pálpito de la Patria Vieja. Otros visitantes le daban un ambiente diferente al recinto: solemnidad, dis­ creción, gravedad. Al fin y al cabo por él transcuÚían no solo intelectuales sino de vez en cuando políticos o algunos académicos que acudían a coordinar acti­ vidades institucionales con quien había sido por doce años consecutivos direc­ tor de la Academia Peruana de la Historia. Vi circular por la biblioteca los personajes más disímiles. Ahí conocí a ese hombre correcto y discreto que es el almirante Luis Ernesto Vargas Caballero, quien como muchos distinguidos marinos estaba atento a las publicaciones y la investigación, tanto así que cuando fue comanJante general de la Marina se fundó el lnstituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú. Visitaban la bi­ blioteca también el almirante Federico Salmón de la Jara, excepcional impulsor de la Historia Madti111a del Perú, el comandante Luis Felipe Villena, infaltable coordinador de· la obra, así como Jorge Ortiz, quien luego de retirarse de la Marina se dedicó a los estudios históricos. Los días más intensos fluctuaban entre extremos: los sábados aplicados a la investigación y la lectura, o por el contrario, los enormemente ajetreados en que se corregía o controlaba la edición de un libro. Fue el caso de la Biblioteca Cultural Peruana que le planteó don Félix crear a Guillermo Wiese de Osma, 87 TESTI~ l01' 10S presidente del Banco Wiese y de la Fundación Augusto N. Wiese. La intención fue editar en ese sello estudios peruanistas de envergadura. En efecto, en él aparecieron Historia de /a pintura cuzqueña, en dos volúmenes, de José de Mesa y Teresa Gisbert; y Noticias cronológicas de /a Gran Ciudad de/ Cusco, también en dos volúmenes, de Diego de Esquive! y Navia. Se trabajó con mucha minuciosidad en los dos, y con particular esmero en el segundo pues hubo que comparar manuscritos de tres repositorios que presentaban entre ellos algunas variaciones. Las reuniones de la comisión de la Biblioteca -conformada por don Félix, Aurelio Miró Quesada Sosa, Juan Manuel Ugarte Eléspuru y quien escribe estas líneas- se efectuaron en la casa de Guillermo Wiese, pero las sesiones de traba­ jo para la edición de los libros se efectuaban en la biblioteca de don Félix. En esas circunstancias se apreciaba su extraordinaria tenacidad para el trabajo, su indeclinable entusiasmo y su resolución para llevar adelante obras de gran en­ vergadura. En otra ocasión aprecié la gran tensión que se creaba en él buscando la pro­ secución de un objetivo: la edición del diario de viaje por el sur del Perú escrito por el cura José María Blanco en el transcurso de la visita efectuada por el presidente Luis José de Orbegoso. Por ese manuscrito sintió don Félix verdade­ ra pasión pues le admiraba la precisión detallista de las descripciones de su autor que se había dado el trabajo de registrar pormenorizadamente las características de las poblaciones, su arquitectura, las recepciones al presidente, los bailes, la cocina regional, el paisaje y los tipos humanos al compás que se efectuaba el periplo por el Cusco, el Urubamba, Arequipa, etcétera. No satisfecho don Félix con incluir en esa edición anotaciones confirmato­ rias o ampliatorias de las meticulosas descripciones del cura Blanco, resolvió viajar a cada uno de los lugares retratados llevando copia del manuscrito para constatar in sit11 la veracidad del dato. Y fue así que tuve la fortuna de acompa­ ñarlo al Cusco, el valle del Urubamba, a la ruta de Puno al Cusco -pasando por Pucara- y los pueblos circunvecinos al lago Titicaca. Provisto del manus­ crito, libreta de campo, cinta métrica y mapas regionales debimos recorrer pue­ blo por pueblo para observar si tal iglesia conservaba los retablos, si aún se apreciaba tal escultura, sin los caminos regionales eran los mismos que había descrito el cura Blanco siglo y medio atrás. Los lugareños nos tomaban por arquitectos, ingenieros, topógrafos o agri­ mensores al observarnos descender del vehículo y aplicarnos a medir el largo y ancho de algún puente, sumar el número de peldaños de un atrio, escudriñar las callejas de algún poblado vetusto. En ese año dirigía yo en el Cusco el Curso de Restauración de Bienes Muebles, del Instituto Nacional de Cultura y la Organi­ zación de Estados Americanos, y cuando llegó a la ciudad don Félix, su estadía y curiosidad científica coincidió con intensas manifestaciones urbanas y tomas de carreteras organizadas por gremios obreros y campesinos. Estuvimos ex- 88 Lui s E1'R1QUE T o RD puestos varias veces a la multitud pues el prefecto de la ciudad, Adolfo Eguiluz, había tenido la gentileza de prestarnos una camioneta para efectuar nuestros estudios, por lo que nos confundían con autoridades locales o de Lima. Con esas facilidades hicimos viajes muy detallados por Yucay, Urubamba, Urquillos, Salabella, Loayzachayoc, Calca, Písac y San Salvador de Huanca. En el valle de Yucay sostuvimos gratas conversaciones con Jesús Lámbarry Braces­ co y Manuel Orihuela en la hacienda Huayoccari, donde recibimos valiosas in­ formaciones de aquellos dos recordados amigos cuzqueños que conocían como pocos las tradiciones y los lugares históricos de la región. En otra oportunidad tuvimos reuniones con un pariente de mi esposa, don Ciro Astete, con quien confirmamos detalles acerca del paso de Orbegoso y del cura Blanco por la hacienda Huambutío que había sido de sus antepasados los As tete. En el recorrido a Puno se nos unió el historiador del arte boliviano José de Mesa que siempre resultaba una compañía entretenida por su sentido del humor. De esta forma don Félix, Mesa y yo, conducidos por un chofer, hicimos un detenido viaje hasta el lago Titicaca recorriendo poblados, templos, casonas, museos de sitio y bibliotecas, y efectuando visitas a los historiadores y escritores de la ciudad de Puno. Un periplo notable fue asimismo el que realizamos a los pueblos que orillan el lago como Juli, Poma ta, Paucarcolla, Zepita, Taraco, Huan­ cané y f bo, así como por el interior donde con-odmos Yanarico y San fartfn de Vilque. Este último nos interesaba sobremanera pues había sido sede de una notable feria ganadera durante el virreinato y el primer siglo republicano. Feria a la que acudían comerciantes de ganado que venían de comarcas tan alejadas como Tucumán de la Argentina. Cerca de San Martín se nos hundió la camione­ ta en el intento de vadear un río, debiendo acudir a los servicios de un poderoso camión mientras nosotros nos secábamos bajo el ardiente sol del mediodía. Está de más decir que aquel gran interés por el sur de nuestra patria que siempre demostró hizo de él un intelectual muy apreciado en los círculos de investigado­ res de esa vasta e histórica región. Sería larga la relación de personalidades que recalaron en su biblioteca a investigar o conversar pero a riesgo de olvidar a algunos debemos mencionar a Aurelio Miró Quesada Sosa, Luis Alberto Sánchez, Guillermo Lohmann Ville­ na, José Agustín de la Puente Candamo, Alberto Tauro del Pino y Federico Engel, entre otros. De Arequipa lo visitaban Eusebio Quiroz Paz Soldán y Ale­ jandro Málaga Medina; del Cusco Manuel Jesús Aparicio Vega y de Tacna Luis Cavagnaro. En el ámbito internacional la lista es larga pero recordaremos a los escritores bolivianos Alfonso y Alberto Crespo Rodas, Jorge Gumucio, Valen­ tín Abecia, José Luis Roca, Teodosio !maña Castro, Alberto Vásquez Machica­ do, Mario Lara, Walter Montenegro y el expresidente Víctor Paz Estenssoro; asimismo a los chilenos Luis Valencia Avaria, Fernando Campos Harriet, Javier Gonzales Echenique,José Miguel Barros y Francisco Bulnes; el venezolano José 89 TESTIMOMOS Luis Salcedo-Bastardo; a los colombianos Germán Arciniegas y Antonio Cacua Prada; al ecuatoriano Alfredo Pareja Diezcanseco; al británico David A. Brady y a Magnus Morner. De todos ellos llamamos la atención en el hecho de que luego del Acuerdo de Paz con el Ecuador se estableció en la Academia Diplo­ mática de ese país la cátedra Félix Denegrí Luna, al propio tiempo que en la nuestra se instaló la cátedra Alfredo Pareja Diescanseco. En medio de sus múltiples ocupaciones don Félix no perdía aquel humor limeño que aligeraba las preocupaciones cotidianas de su existencia, como algu­ na vez en que me dijo burlonamente que su drama intelectual consistía en que sus clientes empresarios llegaran a enterarse de que era un apasionado de la historia pues podía afectar a su estudio de abogado el hecho de que le dedicara tanto a esa vocación humanista, o que en el mundo intelectual recordaran que él no se había recibido en la universidad en la especialidad de historia ... sino en literatura. Permanecerá pues indudablemente don Félix no solo en las obras que escri­ bió sino en los libros de aquella su formidable biblioteca que es un notable legado a través del cual reanudaremos permanentemente un homenaje a su memoria al tornar a abrirlos, aprender en ellos y proseguir el incansable apren­ dizaje que constituye el estudio y la construcción de la cultura patria. 90