DANIEL PARODI REVOREDO SERGIO GONZÁLEZ MIRANDA (COMPILADORES) Las historias que nos unen 21 RELATOS PARA LA INTEGRACIÓN ENTRE PERÚ Y CHILE LA S H IS T O R IA S Q U E N O S U N EN 21 R EL AT O S PA R A L A IN T EG R A C IÓ N E N T R E PE R Ú Y C H IL E D A N IE L PA R O D I R EV O R ED O Y SE R G IO G O N Z Á LE Z M IR A N D A (C O M PI LA D O R ES ) Encontrar los episodios positivos en las relaciones peruano-chilenas entre los siglos XIX y XX, y reunir para contarlos a más de una veintena de académicos de ambos países fue la meta que se trazaron los historiadores Daniel Parodi (Perú) y Sergio González (Chile) cuando se conocieron en Santiago en 2011 en un diálogo binacional entre políticos y académicos. Las historias que nos unen. 21 relatos para la integración entre Perú y Chile reúne algunos artículos escritos por autores peruanos, otros por autores chilenos, y varios por parejas de autores, uno de cada país. Todos estos escritos son relatos de hermanamiento entre los dos países a través de historias de amistad que tocan aspectos políticos, sociales y, principalmente, de la vida cotidiana, y por medio de historias vinculadas a Tarapacá y la región de frontera que se extiende hasta Tacna. Las historias que nos unen no intenta obviar los eventos dolorosos de la historia, sobre los que ambas colectividades deberían conversar con madurez y respeto en un futuro cercano. Más bien, la compilación busca ampliar la mirada sobre nuestro pasado común para mostrar que chilenos y peruanos protagonizaron intensos episodios de amistad que ameritan ser recordados, como el aporte del libertador chileno Bernardo O´Higgins a la Independencia del Perú, la admiración al bolerista peruano Lucho Barrios en Chile, la infl uencia de la culinaria nacional en el país del sur. Estos, entre muchos otros temas, confi guran un recorrido por el pasado peruano-chileno que desconocemos, aquel que traza los lazos de unión que deben acercar a las generaciones del futuro. DANIEL PARODI REVOREDO es licenciado en his- toria por la Pontifi cia Universidad Católica del Perú (PUCP), Magíster en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid y candidato a Doctor por la misma casa de estudios. Es profesor del Departamento de Humanidades de la PUCP y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Sus especialidades son la Guerra del Pacífi co, las relaciones peruano-chilenas, el análisis crítico del discurso histórico y el imaginario colectivo, y los procesos de reconciliación internacional. Es editor de la colección «Delimitación Marítima entre el Perú y Chile ante la Corte Internacional de Justicia» en el Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú y formó parte del grupo consultivo de dicha insti- tución durante el desarrollo del litigio de La Haya. Ha publicado Confl icto y reconciliación. El litigio del Perú contra Chile en la Corte de La Haya (2014) y Lo que dicen de nosotros. La Guerra del Pacífi co en la historiografía y textos escolares chilenos (2010). SERGIO GONZÁLEZ MIRANDA es historiador y soció- logo con una maestría en Desarrollo Urbano y Regional por la Pontifi cia Universidad Católica de Chile. Es Doctor en Educación por la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y Doctor en Estudios Americanos con mención en Relaciones Internacionales por la Universidad de Santiago de Chile. Ha sido Director General de Extensión y Director del Departamento de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Arturo Prat, casa de estu- dios en la que actualmente ejerce la dirección del Instituto de Estudios Internacionales. Ha publicado La sociedad del salitre. Protagonistas, migraciones, cul- tura urbana y espacios públicos, 1870-1940 (2013) y Sísifo en los Andes. La (frustrada) integración física entre Tarapacá y Oruro: las caravanas de la amistad de 1958 (2012). Otras publicaciones del Fondo Editorial PUCP Rituales del poder en Lima (1735-1828) De la monarquía a la república Pablo Ortemberg, 2014 Relación de los mártires de La Florida del P. F. Luis Jerónimo de Oré (c. 1619) Raquel Chang-Rodríguez Lima, siglo XX: cultura, socialización y cambio Carlos Aguirre y Aldo Panfi chi (eds.) Entre los ríos. Javier Heraud (1942-1963) Cecilia Heraud Pérez Lecturas prohibidas. La censura inquisitorial en el Perú tardío colonial Pedro Guibovich Pérez Las ruinas de Moche Max Uhle (edición y traducción de Peter Kaulicke) Las historias que nos unen 21 relatos para la integración entre Perú y Chile Daniel Parodi Revoredo y Sergio González Miranda (compiladores) © Daniel Parodi Revoredo y Sergio González Miranda, 2014 © Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2014 Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú Teléfono: (51 1) 626-2650 Fax: (51 1) 626-2913 feditor@pucp.edu.pe www.pucp.edu.pe/publicaciones Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP Primera edición: marzo de 2014 Tiraje: 500 ejemplares Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2014-04554 ISBN: 978-612-4146-69-5 Registro del Proyecto Editorial: 31501361400262 Impreso en Tarea Asociación Gráfica Educativa Pasaje María Auxiliadora 156, Lima 5, Perú Notas de una familia transfronteriza Juan Arturo Podestá Arzubiaga y Juan José Podestá Barnao I La fotografía se tomó, casi con seguridad, en el transcurso de 1908, más o menos. En ella aparecen el matrimonio italiano compuesto por Aurelio Podestá y Luisa Cassanello, y a los lados, sentados en inmensa banca, los hijos: los mayores, Juan José y Enrique, de siete u ocho años, aproximadamente, y luego los más pequeños, Margarita, Vittorio y Pedro. Es la casa que la familia Podestá-Casanello compró en Tacna, ciudad peruana que recibió a mis tatarabuelos italianos y sus hijos en 1900. Si bien es en blanco y negro, puede adivinarse el gran patio, el verde, los árboles y la multitud de piezas. Pero esto lo sabremos más adelante, cuando mi padre, el sociólogo Juan Arturo Podestá Arzubiaga, y yo, Juan José Podestá Barnao, periodista y poeta, viajemos a rastrear el arribo de nuestra familia al Perú desde Europa. Nuestro viaje va de Iquique a Arica, y de ahí a Tacna. Luego de vuelta. II Jueves 27 de setiembre de 2012, siete de la mañana, frontera Arica-Tacna Estamos llegando al centro aduanero Santa Rosa, en Perú, y hace frío. Sin embargo mi papá y yo sabemos que el calor será intenso en unas horas más, cuando en Tacna estemos realizando las primeras pesquisas para dar con los datos exactos de la llegada de los Podestá Casanello al Perú. Nos demoramos poco: son 45 kilómetros entre Arica y Tacna (en definitiva entre Perú y Chile), poco más de media hora de viaje, y ambos centros aduaneros pueden mirarse mutuamente. Pero nada dice el kilometraje cuando lo que se pretende buscar fue hace más un siglo. Notas de una familia transfronteriza 434 En Arica planificamos lo que sería la búsqueda familiar de una manera flexi- ble, sin tener más datos que el que nos proporcionó el hermano de mi viejo: Ítalo Podestá. Él nos dijo que en el cementerio tacneño existe el mausoleo de la familia, y que quien nos podría ser de mucha ayuda era Reginaldo Podestá («Picho»), primo de Juan, Ítalo, Roxana y Aldo, mis tíos, hijos de Juan Podestá Rimassa, que a su vez es hijo de Juan José Podestá Cassanello, hijo de Aurelio, el pater familias. En Arica Ítalo nos contó que el segundo apellido de Aurelio era Devotto, sin embargo después sabríamos que no es así. Pero también relató hechos que dan cuenta de la vida de una familia proveniente de Italia, que buscó destino en una ciudad que fue peruana hasta 1879, y que luego, en 1929, volvió a dominio peruano. Pienso que palabras como dominio, dueños o propiedad jamás abarcarán la experiencia de familias que dejaron todo atrás —amigos, costumbres, romances, comida y ropa— para instalarse en un país al que asumieron como propio, y aprendieron a querer, a pesar de todo, a pesar de pasaportes, de nacionalidades, guardias de fronteras y documentos civiles. Ítalo nos relató que en Tacna, allá por los años sesenta del siglo pasado (qué lejano suena), solían pasar vacaciones y temporadas relativamente largas. «Mis rela- ciones con los primos tacneños son excelentes, nos reímos de los conflictos militares entre uno y otro bando» nos narró Ítalo. Se acordó también que «tengo la sensación de haber conocido Tacna desde que nací, con mis padres y hermanos viajábamos constantemente, casona grande, con muchas nanas, desayunos con leche y nata, pollos envueltos en papel mantequilla y pan con jengibre. Mi madre era peruana y formaba parte de la rutina de esa casa tacneña. Nací en Arica, pero tengo la sensación de haber nacido en Tacna. A mí nunca me discriminaron, por lo menos no que me acuerde, pero a mi hermano Juan y mi papá le decían cholos». Pero hay un hecho que Ítalo quizás no recordó, más mi papá sí. Como es el mayor de los hermanos atesora mayor cantidad de recuerdos. En la reunión en Arica, la noche antes que los dos tomáramos el taxi Ford Taurus para ir a Tacna, relató: «Esto ocurrió cuando Ítalo tenía como quince años, en los sesenta. Fue designado portaestandarte de la Escuela 14, y los ensayos para el desfile del siete de junio dura- ron muchos días. Un día antes del desfile, a mi hermano le negaron llevar la bandera. Se puso a llorar cuando supo la razón: la mamá pertenecía a una familia peruana. Mamá fue a reclamar pero en la escuela le dieron la misma razón». La madre de los hermanos Podestá Arzubiaga se llamaba Olga Arzubiaga Fowler, es peruana y es mi abuela. Nunca la conocí porque murió de cáncer poco antes que yo naciera, en 1979. Juan Arturo Podestá Arzubiaga y Juan José Podestá Barnao 435 Fotografía del pater familias, Aurelio Podestá, que aparece acompañado de su esposa e hijos. III Jueves 27 de setiembre, mediodía, Club de la Unión de Tacna Nos reunimos con Reginaldo Podestá Bernales, «Picho», tacneño de pura cepa, amante de la buena vida y hombre de humor despiadado. Luego de varias horas de conversación lo único que sacamos en claro es que debemos ir al cementerio de Tacna, para despejar todas las dudas de una sola vez. Tacna es una ciudad hermosa. Sus estrechas y adoquinadas calles evocan tiempos coloniales, y su gente es atenta. En cambio, el ritmo de los automovilistas es infar- tante, pero una mano mágica hace que los choferes se movilicen sin estar chocando a cada momento. El 28 de agosto de 1929 Tacna es reincorporada al Perú luego de intensas nego- ciaciones, luego que Chile la haya tomado en posesión junto con Arica una vez finalizada la Guerra del Pacífico, en 1879. Arica por su parte quedó para Chile. Notas de una familia transfronteriza 436 Esa fecha en Perú se llama Día de la Heredad Nacional y los tacneños la celebran con gallardía. No mucho antes, en 1909, el gobierno de Chile impulsaba la Ley de Colonización de Tacna, donde «… concedía terrenos a población chilena con la finalidad de establecer soberanía fortaleciendo la presencia física de chilenos en estos territorio». Pero estamos muy lejos de todo aquello. En la actualidad, esta hermosa urbe de más de 300 mil habitantes recibe a cientos de turistas chilenos cada día, que llegan a comer como los dioses y pasarla como nunca. Es más, más de cuatro mil chilenos con diversas patologías se atendieron en el Hospital de la Solidaridad de Tacna durante 2011. Qué duda cabe que entre Chile y Perú hay más de una relación de vecinos cordiales. Mi papá, «Picho» y yo tomamos un taxi y llegamos al cementerio de Tacna: es fantástico, un sitio que atesora historia en cada centímetro. Recorriendo mausoleos y sectores, vemos la gran cantidad de apellidos italianos: Cuneo, Bacigalupo, Gianelli, Banchero, Canepa, De Ferrari, Parodi, Rossi y Raitieri. Gran parte de ellos prove- nían de Génova. Mi familia también. Silvio de Ferrari, italiano amigo de mi abuelo Juan Podestá Rimassa, una vez dijo: «Todo circulaba entre el Staglieto y el Caplina». Uno es el río de Génova. El otro, de Tacna. Dato captado al vuelo en alguna parte del cementerio: hacia 1910 en Tacna había alrededor de siete mil italianos. Nos enteramos por medio de una inscripción cerca del mausoleo Podestá, que para la Primera Guerra Mundial 27 jóvenes italianos de Arica y Tacna viajaron para pelear por la que seguían considerando su Madre Patria. La inmigración italiana en Chile y Perú fue potente. En 1889 los italianos de Tacna (los primeros arribaron aproximadamente en 1840, según el cronista tacneño Fredy Gambetta) forman, como una manera de ayudarse y, si se quiere, protegerse, la Societa di Beneficencia Italiana. A los meses otros formaron la Societa Italiana di Socorro Mutuo. En 1930 la colonia creó el Colegio Italiano Santa Ana. Al año siguiente, los inmigrantes emplazaron La Casa Degli Italiani. Para qué nos vamos a detener en la cantidad de pizzerías y «ristoranes» en la ciudad peruana. El aporte ha sido fructífero, ya que se extiende no solo al área de la gastronomía, sino al comercio, panadería, vitivinicultura, textilería. Si se permite una reflexión: eso es en un lado del espiral. Por el otro, las recíprocas influencias entre Perú y Chile son notorias a cada momento. Pienso que estos países nunca volvieron a ser lo mismo luego de la inmigración. Y aquellos que llegaron dejaron muchas cosas atrás, ganaron otras tantas. Una eterna comunicación. Hoy los flujos cultu- rales entre Arica y Tacna son potentes y sistemáticos, abarcando el diseño urbano, Juan Arturo Podestá Arzubiaga y Juan José Podestá Barnao 437 la economía regional, familias que transitan las fronteras, influencia musical y litera- ria y, por cierto, la gastronomía. En Arica la presencia italiana también fue notoria (el historiador Vicente Dagnino dice que ya en el siglo 17 había «tanos» o «bachichas» en Arica), pero en Iquique es donde quedó más evidencia, por la cantidad de negocios que emprendie- ron. En 1882, en Iquique, salitreras y caletas se formó la Sociedad de Beneficencia y Socorros Mutuos Fratellanza Italiana, así como la Compañía de Bomberos Bomba Pompa Ausonia. Llegamos al mausoleo, que dice «Podestá-Arismendi». En él están enterrados prácticamente todos mis antepasados, los de mi padre y el «Picho». Tras este recinto hay otro mausoleo —que solo dice «Podestá»— que está desocupado, y que, inevita- blemente, albergará a los Podestá que fallezcan. Somos dos chilenos y un peruano en un mausoleo italiano al interior del cemen- terio tacneño. Reunión constitutiva de la Casa Degli Italiani y en la que aparecen representantes de familias italianas radicadas en Tacna. Notas de una familia transfronteriza 438 IV Viernes 28 de setiembre, seis de la tarde, pieza de hotel Los Robles, Tacna Luego de la visita al mausoleo, estoy en condiciones de contar la historia de la fami- lia Podestá, desde Italia hasta Tacna. No es fácil desmadejar la historia, cruzada por idas y venidas, desapariciones y datos erróneos. De muestra un ejemplo: el segundo apellido de mi tatarabuelo no era Devotto, sino Botto. Y este es solo un aspecto de la enredada historia. Acá vamos: Aurelio Podestá Botto nació en 1868 en la isla Santa Margarita, en Génova, región de la Liguria. No hay más datos, pero lo cierto es que en 1898 instaló en Santa Margarita una empresa de pompas fúnebres, aprovechando su ofi- cio de ebanista para elaborar féretros. A los 32 años y buscando —como muchos compatriotas—, un mejor futuro, decide emigrar a Latinoamérica. Sabemos por el pasaporte que partió en julio de 1900 junto a su esposa Luisa Cassanello, sus hijos Giuseppe y Enrico, y dos familiares enigmáticos: un hermano menor de Aurelio del que solo se sabe que murió en alguna parte del océano Atlántico, y una mujer ente- rrada en el mausoleo de Tacna, llamada Margheritta R.V. Cassanello. Con mi papá y «Picho» creemos que pudo ser la hermana mayor de Luisa o la mamá, que murió a los pocos años de llegar. El barco, cuyo nombre no pudimos conseguir, zarpó desde Génova con destino a Buenos Aires, Argentina. El viaje duraba a lo menos dos meses. De Baires la nave enfiló rumbo a Valparaíso (tres meses más vía Estrecho de Magallanes o Cabo de Hornos), y luego a Santiago, donde la familia vivió un tiempo del que no tenemos referencias, pero que según cálculos no debería haberse extendido por más de un mes. Posteriormente fueron por mar hasta Arica y de allí por ferrocarril (construido en 1857) hasta Tacna. Lo cierto es que antes de acabar 1900 ya estaba allí. En medio, una anécdota: por arte del birlibirloque burocrático, el apellido de mi tatarabuela Luisa pasó de Cassanelli a Cassanello. No sabemos en qué punto del largo trayecto sucedió, pero era común que funcionarios de las aduanas y registros civiles confundiera los apellidos de aquellos que llegaban de países lejanos. Ya en Tacna, Aurelio dio curso rápidamente a su negocio de ataúdes, abaste- ciendo de éstos al sur de Perú y norte de Chile. Sabemos que a inicios de siglo 20, epidemias como la malaria y viruela hacían de las suyas en ambos países: es singular pensar que en cementerios peruanos y chilenos hay esqueletos que reposan en cajo- nes hechos por mi tatarabuelo. En fin. Juan Arturo Podestá Arzubiaga y Juan José Podestá Barnao 439 La empresa se instaló en calle San Martín, en una casona con quince piezas y tres pisos. Hoy ya no está allí, sino que en calle Bolívar, pero todavía hay un Podestá a la cabeza de la empresa: Orlando Podestá Vizcarra, bisnieto de Aurelio. Ya lo conocerán. Lo cierto es que en Tacna nacieron Margarita, Vittorio y Pedro. Aurelio ya se había encargado de castellanizar el nombre de Giuseppe a Juan José, y el de Enrico a Enrique. Los años pasaron. Pedro era un aventurero, que alguna vez subió a su vehículo y llegó en improvisado rally hasta Buenos Aires. En su paso por Valparaíso conoció a una mujer de apellido Bernales, y se casaron. Ambos murieron muy jóvenes en la década del cincuenta, en Tacna, debido a enfermedades, por lo que fue Enrique, casado con Amanda Arizmendi (de ahí la seña del mausoleo) el que asumió el cuidado de los seis hijos de su hermano, a quienes crio con mano dura: Duillo, imprentero; Pedro, taxista; Luis Aurelio, funcionario público en Chile; Anita, fallecida a los catorce años; y Orlando y Reginaldo, continuadores del negocio mortuorio. Del matrimonio entre Enrique y Amanda no hubo hijos, pero amaron a sus sobrinos como tales. De los otros hermanos hijos de Aurelio y Luisa: Margarita se casó con un Juan Tara, y falleció en Iquique en 1925. Yace en el cementerio iquiqueño. Juan José Podestá, mi bisabuelo tocayo y del que nunca se supo cómo se ganó la vida, se casó en Tacna en 1919 con Mary Rimassa Rivera, dejando cuatro hijos: Yolanda, Luisa, Mario y Juan, mi abuelo, al que alcancé a conocer un poco en mi niñez. Juan José murió en Arica en 1952. Mi abuelo Juan en 1992, también en Arica. Mi abuelo nació en Perú y se casó con mi abuela Olga siendo ambos bastante jóvenes. Vivieron gran parte de su vida en Arica, pero nunca dejaron de visitar a sus respecti- vas familias: él a Tacna y ella a Lima. Vittorio falleció en Tacna en 1934 de alguna enfermedad repentina, y solo meses antes de la muerte del pater familias, Aurelio, a los 66 años. Laura, mi tatarabuela, había muerto en 1932. V Sábado 29 de setiembre, once de la mañana, Club de la Unión de Tacna Conversamos «Picho», mi papá y yo sobre la dureza de la inmigración, sea donde sea, sea quien sea. Salen a relucir varios temas. Cuando Tacna vuelve a ser peruana en 1929, hubo muchas familias que se dividieron trágicamente, pero en el caso de la nuestra solo se generó lo que podría llamarse una suerte de amplitud territorial, transitando todos de un país a otro, entre Perú y Chile. Coincidimos todos en que fue duro el llegar de los Podestá a Tacna, Notas de una familia transfronteriza 440 y que probablemente hubo momentos en que no la pasaron nada bien, y que luego incluso en ese posterior tránsito Tacna-Arica o viceversa debe haber algún compo- nente de peleas o lejanías. Nunca se sabrá bien qué motivó que algunos hijos de Aurelio hayan dejado Tacna, y hayan muerto lejos de su núcleo familiar: el amor en algunos casos, la soledad en otros. Ese lugar opaco de los secretos familiares nunca será develado, y está bien que así sea. Los Podestá Cassanello no compartieron dos países, sino tres: una patria originaria conflictuada por guerras intestinas, un país que los recibió y otro que después les volvió a abrir los brazos, permitiendo que otros dejaran su semilla. Italia, Perú y Chile: una madre-padre y dos hermanos. Triángulo perfecto, o casi. Compartimos en la charla algunos adjetivos: tierra nueva, sacrificio, trabajo, dis- criminación, ser diferente. ¿Por qué algunos europeos deciden venir a probar suerte?, nos preguntamos, mientras suena de fondo el vals «Estrellita del sur». Si debemos echar mano a la historia, Héctor Maldini, autor de «Historia de los migrantes italianos en Chile» (valga para Perú), señala: «Después de catorce siglos de sufrir invasiones depredadoras, fraccionamientos internos, dominaciones foráneas, intrigas y guerras fraticidas, con la ocupación de Roma en 1870 los italianos lograban rehacer una patria común. En 1871 Roma será declarada ciudad capital de país». Volvemos a coincidir los tres: los italianos llegan a construir un nuevo país, mien- tras que Italia también continuaba construyéndose. Los Podestá llegaron cuando Italia era una sola, pero en su niñez Aurelio debe haber vivido episodios de violencia. Lo mismo Luisa. «Picho» nos recuerda que los primeros italianos trabajaron de aguateros, panade- ros, tenderos y comerciantes. Cuando lograban cierta «fortuna» traían a su gente. De esta forma se establece una cadena migratoria familia, y eso los marcó para siempre. Pero asimismo los viejos italianos tenían un dicho: «En vez de artillar las fronteras hay que abrirlas y comerciar». Profetas, a su modo. VI Sábado 29 de setiembre, cinco de la tarde, Archivo Histórico de Tacna Durante la tarde, y después de almorzar pescados y mariscos en el «Manglar de Fidel», en calle San Martín, fuimos al Archivo Histórico de Tacna, y damos en una especie de semanario con un dato bastante interesante, por decir lo menos: el 26 de mayo de 1889 Rafael Rossi, José Fetta, Juan Gabba, Tomás Machiavello, y otros italianos más fueron duramente agredidos por unos chilenos, ya que los «tanos» simpatizaban Juan Arturo Podestá Arzubiaga y Juan José Podestá Barnao 441 con Perú luego de la Guerra del Pacífico. El acto fue denunciado por el embajador de Italia en Lima, para que autoridades peruanas intercedieran ante sus colegas chi- lenos. Revisando más documentos nos enteramos que la Guerra del Pacifico fue una tremenda incomodidad para la colonia italiana tanto en Chile como en Perú. Incluso el ministro plenipotenciario de Italia en Lima llamaba a la neutralidad. Sin embargo hubo italianos (de Arica y Tacna) que apoyaban a Perú y otros a Chile, aportando con dinero, inclusive. Luego de 1879, los italianos fueron perseguidos por el Ejército chi- leno en Tacna. Pero antes, cuando la ciudad estaba bajo dominio peruano, algunos hacendados italianos fueron acusados de prochilenos y de negar ayuda financiera al Ejército peruano. Es decir, dejaron una patria convulsionada para llegar al centro de una guerra, que todavía hoy es tema para historiadores de ambos países. Los Podestá llegaron cuando las cosas estaban calmas, pero me imagino que esas historias llegaron a sus oídos. No sabían si esos hechos bélicos podrían repetirse. Vivieron con miedo, por su condición de extranjeros. Quién sabe cuánto afectaría aquello a su vida pública y privada. Todas estas son reflexiones que escribo para tratar de entender algo de este fenó- meno de viajes, fracturas familiares y hostilidades entre ciudadanos. Pienso que los Podestá son una familia que vivió mucho tiempo la experiencia del límite, la frontera, el borde. Y eso no deja inmune a nadie. Probablemente todavía quede mucho de eso. Ya en la noche, descansando en el hotel, conversamos mi padre y yo que en realidad el viaje ha sido más agotador de lo que pensamos, y que ir tras las huellas y orígenes de la familia puede ser también una experiencia límite: absorber sucesos que datan de décadas y tratar de darles orden, cabida en la historia personal. Armar un rompecabezas donde faltan piezas, y cuyo resultado final puede ser muy distinto al que uno elaboró en la cabeza. VII Domingo 30 de setiembre, mediodía, Servicios Funerarios Podestá, Tacna En calle Bolívar 698 está ubicada hace unos años la dependencia de los Servicios Funerarios Podestá. Quien lleva las riendas del negocio es Orlando Podestá Vizcarra, hijo de Orlando Podestá Bernales, hermano de «Picho», como ya señalamos. Es un hombre moreno y relativamente alto, que debe estar llegando a la cuarentena. Es afable y, al parecer, trabajólico. El cargo que ostenta es el de gerente general y vendría siendo mi primo en segundo grado. Notas de una familia transfronteriza 442 Antes, la funeraria estuvo en calle San Martín, en la inmensa casona ya descrita que ahora cobija exclusivamente a la familia de Orlando Bernales. En la fachada se lee que la funeraria funciona desde 1898, es decir, de cuando estaba en Italia. Pero en Tacna se instaló en 1900 (lo que denota una increíble rapidez de Aurelio para iniciar labores, a meses e inclusive semanas de su llegada, no sabemos con certeza). En el lugar, a pesar de ser domingo, se ve bastante movimiento: auxiliares lim- piando baños, secretarias atentas a llamados y el mismo Orlando atendiendo asuntos por teléfono, en su oficina. Es en ella donde está la fotografía que describo al inicio de esta crónica. Calculo que fue tomada en 1908, porque Juan José y Enrique se ven quinceañeros, es decir, si llegaron a los ocho años en 1900, la suma es relativamente correcta. Ambos tienen bigotes y se ven tan serios y solemnes como el padre. Los otros hermanos se ven muy pequeños. Fue tomada en la casona de San Martín, donde todos los Podestá de Tacna vivieron gran parte del siglo 20. Mientras recorro con mi vista la oficina de Orlando doy con un documento enmarcado, que es nada más y nada menos que el pasaporte de Aurelio, mi tatara- buelo. Se le describe como un hombre de metro setenta, pelo negro, nariz y mentón normal. Mira a la vieja cámara fotográfica con la seriedad de un hombre que a los 32 años —un año menos que los que yo tengo ahora— había conformado familia y se había hecho cargo de un destino incierto: emigrar a una tierra lejana. El pasaporte además nombra Luisa y los dos hijos. También se cita a Valparaíso como destino final. Orlando maneja la funeraria, pero el que controla todo es su padre. Nos cuenta algunas historias del lugar, y nos lleva al hall, donde se exhiben diez o quince fotogra- fías de la Tacna de inicios del siglo XX. En una de ellas se observa la casona de San Martín de manera borrosa. Coronaba una calle que antes era de tierra y evidentemente rural, y que hoy es una de las zonas más concurridas de la ciudad peruana. En otra está Pedro Podestá, padre de «Picho» y Orlando, junto al vehículo que lo llevaría a Buenos Aires, en un viaje que duró un año. Es una de las pocas fotografías de Pedro, quien viajó con un grupo de amigos. El hijo de uno de esos amigos vive en un balneario muy cercano a Tacna, llamado Boca del Río. Dicen que tiene fotos de ese enigmático viaje, pero aquello sería tema de otra investigación. Hay una última fotografía que me llama la atención: aparecen varios caballeros de la colonia italiana en Tacna, y es inevitable preguntarse qué historias guardaban esos rostros, qué batallas íntimas dieron para lograr la anhelada felicidad en tierras tan distantes de las suyas, qué llantos y alegrías dejaron perdidos en algún rincón de la casa que los acogió, cuando ni siquiera sabían pronunciar el nombre de la ciudad Juan Arturo Podestá Arzubiaga y Juan José Podestá Barnao 443 a la que llegaban. Puede que aún llevaran en su caminar el vaivén del barco que los trajo a América. Construyeron una nueva lealtad patria, y vivieron demediados, par- tidos por la mitad o en tres partes, como el personaje de la novela de Ítalo Calvino, el tremendo escritor italiano. Conversamos un momento con Orlando, anda apurado y tiene que cerrar un trato. Es dueño de una historia singular: fue miembro del Ejército peruano en los noventa, hecho que queda confirmado por una fotografía suya en la oficina, donde aparece en la clásica posición castrense, dura y recta. Pues bien, luego de unos años de vida en regimientos Orlando se dio de baja. Lo siguiente que hizo fue ir a estudiar ingeniería comercial un poco más allá de la frontera: Arica. Una vez titulado regresó para hacerse cargo del centenario negocio familiar, de 102 años. Idas y vueltas, fron- teras a tiro de piedra. Tránsitos perpetuos. Una familia en tránsito. «Los Podestá siempre estuvimos con un pie en Perú y otro en Chile, aún lo esta- mos», señala en medio del trajín de la funeraria. Una infidencia de parte de Orlando: los ataúdes ya no se fabrican «en casa», sino que son importados. «La globalización ha hecho lo suyo», añade mi padre. Luego nos vamos. Abrazos entremedio. Esa noche nos despedimos de «Picho», porque al día siguiente nos vamos a Arica, y de allí a Iquique. VIII Domingo 30 de setiembre, diez de la noche, pieza de hotel Los Robles, Tacna En mi pequeño netbook adjunto la siguiente reflexión escrita por el otro autor de este texto (interesado hace años en el tema de las migraciones y las relaciones fronterizas) unos días antes, y que parece acertada: «Desde el punto de vista sociológico los inmi- grantes italianos tenían tres características: la primera es que se trata de una forma de resolver los problemas de la sobrevivencia, acosados en países que bregaban entre la tradicionalidad rural y la modernidad industrializante. En segundo lugar, el soporte del tema migracional italiano es una concepción dinámica del grupo familiar, viaja- ban padres, hijos, tíos y abuelos, portando una visión de mundo, prácticas laborales, disciplina familiar y expectativas de vida compartidas, todo en el marco de la auste- ridad. En tercer lugar, los migrantes buscan construir el futuro, miran la historia no hacia atrás sino hacia delante. Los migrantes, italianos en este caso, son constructores de economías y también de culturas. Aurelio Podestá, su esposa Luisa y sus hijos Enrique y Juan José son el resultado, parcial por cierto, de todo lo antes de dicho». Notas de una familia transfronteriza 444 IX Lunes 1 de octubre, dos de la tarde, bus a Iquique, desierto de Chile Sentados uno junto al otro, en silencio, meditamos con mi viejo cada uno a su manera sobre el viaje. El desierto funciona como anestesia para los trabajos mentales, y si debemos sacar una conclusión, ésta es que más que llegar a resultados, síntesis o resúmenes de biografías familiares como una manera de atar cabos, lo importante es comprender que el propio gesto de la búsqueda de un origen es ya un diálogo con otros, porque inevitablemente te lleva a otros mundos, otras vidas, otras experiencias. Y como todo diálogo, lo importante es que se mantenga, aunque no vislumbremos el final. Además, no puedo dejar de esbozar una sonrisa cuando recuerdo que la calle donde vivo en Iquique se llama Obispo Labbé, pero que hasta 1929 tenía por nom- bre Tacna.