1 2 Ciudades, Desastres y Resiliencia: Perú y Chile, Siglos XVI-XX Víctor Álvarez, Elizabeth Montañez Sanabria, Carlos Inostroza y Adriana Scaletti (editores) Este libro contó con evaluación de especialistas externos, modalidad doble ciego De esta edición: © Pontificia Universidad Católica del Perú Instituto Riva-Agüero Jirón Camaná 459, Lima 1, Perú Correo electrónico: ira@pucp.edu.pe Web: https://ira.pucp.edu.pe/ © Universidad de Concepción, Chile Víctor Lamas 1290, Concepción, Bio-Bio, Chile Correo electrónico: rutz@udec.cl Web: https://www.udec.cl/ Imagen de portada Terremoto del Cusco y procesión del Señor de los Temblores de Alonso de Monroy (siglo XVII). Fragmento. Original en catedral del Cusco. Imagen bajo licencia de Wikimedia Commons Primera edición digital, diciembre de 2024 Publicación electrónica disponible en: https://hdl.handle.net/20.500.14657/203060 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú No. 2024-13555 ISBN: 978-612-4496-22-6 Publicación del Instituto Riva-Agüero N.° 390 El contenido de los textos publicados es responsabilidad exclusiva de los autores. Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra. Ningún texto o imagen de esta edición puede, sin autorización de los autores, ser reproducido, copiado o transferido por cualquier medio impreso o electrónico, ya que se encuentra protegido por el Decreto Ley 822, Ley de los Derechos de Autor de la legislación peruana, así como normas internacionales vigentes. 1 Ciudades, Desastres y Resiliencia Perú y Chile Siglos XVI-XX Editores Víctor Álvarez Elizabeth Montañez Sanabria Carlos Inostroza Adriana Scaletti 2 3 Jorge Pável Elías Lequernaqué y Fernando Vela Cossío María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda Susy Sánchez Rodríguez Elizabeth Montañez Sanabria Adriana Scaletti Cárdenas Daniel M. Stewart María De Los Ángeles Fernández Valle Francisco Quiroz Chueca Carlos Inostroza Hernández Simón Castillo Fernández Lizardo Seiner Lizárraga Loris De Nardi y Fernando Ciaramitaro Nicolás Gorigoitía Abbott Nelson Gaete González Carlos Fernando Rojas Hoppe Víctor Álvarez Ponce 00 4 00 5 «Ciudades, desastres y resiliencia. Perú y Chile siglos XVI-XX» ofrece una explora- ción meticulosa de cómo los fenómenos naturales han modelado las ciudades a lo largo de la historia en los territorios de Perú y Chile. A través de dieciséis artículos cuidadosamente seleccionados, esta obra propone una reflexión crítica sobre el impacto de desastres natura- les —desde terremotos y tsunamis hasta erupciones volcánicas y deslizamientos de tierra— en el ámbito urbano, reve- lando cómo estos eventos catastróficos han influido en la reconstrucción, reu- bicación y reordenamiento de las ciuda- des en ambas naciones. Los artículos del libro están dispuestos en un orden cro- nológico que permite al lector seguir la evolución de las respuestas urbanísticas a estos desafíos, desde la época colonial hasta el presente. Esta obra destaca por su rigor acadé- mico y su enfoque interdisciplinar. Los autores, provenientes de diversas disci- plinas, utilizan fuentes históricas, análi- sis arquitectónicos, estudios geológicos y enfoques sociopolíticos para examinar cómo las ciudades se han adaptado a las calamidades naturales. Esta obra es una contribución esencial para enten- der la dinámica de las transformaciones urbanas en contextos de crisis y ofrece valiosas lecciones sobre la gestión de la resiliencia y la adaptación en la planifi- cación urbana contemporánea. De igual forma nos recuerda que las catástrofes han llevado a cambios históricos desde lo social, económico, cultural y urbanís- tico. La publicación de este proyecto edito- rial es fruto de una coordinación que ha sido gestionada por la ex subdirec- tora del Instituto Riva-Agüero y actual directora de la Maestría en Patrimonio Construido en la Región Andina de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Dra. Adriana Scaletti, junto al jefe de la Casa O’Higgins, el Dr. Víctor Álvarez y dos destacados investigadores inter- nacionales, muy vinculados a nuestro centro de altos estudios, como lo son los doctores Elizabeth Montañez Sanabria y Carlos Inostroza. Es meritorio además que la primera edición de esta compi- lación salga en formato de E-Book, pues ello permitirá un mayor alcance entre estudiantes e investigadores interesados. Jorge Lossio Instituto Riva-Agüero, Pontificia Universidad Católica del Perú Presentación Instituto Riva-Agüero, Pontificia Universidad Católica del Perú 00 6 00 7 Chile y Perú están indisolublemente unidos por su historia, su geografía y especialmente por los desastres socio- naturales que han dado paso al sentido de resiliencia que les caracteriza como sociedades. Catástrofes de diversas mag- nitudes o tipos y en distintos tiempos, principalmente terremotos y tsunamis, han ido moldeando ciudades y afectado severamente la vida de sus ciudadanos, borrando valiosos vestigios de su patri- monio arquitectónico y urbano, huellas heredadas de quienes nos antecedieron. El urgente traslado de sus poblados, tras devastadores tsunamis en los siglos XVII y XVIII, como son los casos de Pisco en Perú y Penco en Chile, sintéticamente dan cuenta de una historia común que ciertamente vale la pena relevar y com- parar. Para ambos países, territorio y ca- tástrofe, son al mismo tiempo una per- manencia histórica que es necesario traer a la memoria para evitar las frecuentes tendencias al olvido. El presente texto nace como consecuen- cia de un trabajo académico entre dos fa- cultades de arquitectura hermanadas en esta visión de valorar y poner en valor su patrimonio arquitectónico y urbano, por lo que entre los años 2017 y 2019 reali- zaron actividades conjuntas de gestión y valorización de sus respectivos patrimo- nios. Un particular agradecimiento a la labor que realizó el Programa de Patri- monio Cultural de la Universidad de Con- cepción en el desarrollo de estas líneas de trabajo. El libro posibilita un registro histórico con capacidad de seguir el modo en que territorios, ciudades y espacios urbanos de ambas naciones han cristalizado ideas y concepciones de los diversos procesos de reconstrucción, observando las mane- ras particulares en que se materializaron, con sus similitudes y diferencias en cuan- to a acción pública y narrativas. Para la Facultad de Arquitectura, Ur- banismo y Geografía de la Universidad de Concepción, es un agrado apoyar la realización de este texto que, sin duda, aportará conocimiento y contribuirá de- cididamente a estrechar lazos entre espa- cios académicos que comparten visiones comunes. Leonel Pérez Bustamante Decano, Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Geografía Universidad de Concepción - Chile Presentación Universidad de Concepción - Chile. 00 8 Prólogo Charles Walker Introducción Víctor Álvarez Ponce Artículos «De los llanos y arenales que en este gran Reino hay». La comprensión del territorio y los desafíos medioambientales en la fundación y los traslados de la ciudad de San Miguel de la Nueva Castilla, Perú. Jorge Pável Elías Lequernaqué y Fernando Vela Cossío Renacer tras la desgracia: transformaciones urbanas en Arequipa después de la explosiva erupción del Huaynaputina (Perú) en 1600. María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda Memoria visual del terremoto del Cusco de 1650. Susy Sánchez Rodríguez «Para conveniencia de Su Magestad y alivio de los vasallos». El terremoto-tsunami de 1687 y el traslado de la villa de Pisco. Elizabeth Montañez Sanabria Santiago de Miraflores de Saña: destrucción, reconstrucción, abandono». Adriana Scaletti Cárdenas «Antecedentes históricos del terremoto y tsunami de 1737 de Valdivia». Daniel M. Stewart «Para la oportunidad de los remedios». Nuevos tiempos tras el terremoto de Lima de 1746. María de los Ángeles Fernández Valle Resiliencia y resistencia en el Callao colonial. Francisco Quiroz Chueca Contenidos 012 014 022 024 060 084 110 142 164 186 214 00 9 Resiliencia urbana por terremotos y maremotos en la ciudad colonial de la Concepción de Chile. y su retícula espiral, S. XVI-XVIII Carlos Inostroza Hernández El río Mapocho de Santiago de Chile. Notas para un estudio de inundaciones, proyectos y reforma urbana, del período colonial al republicano. Simón Castillo Fernández La rehabilitación de la costa sur y la reacción del Estado peruano: El gran terremoto de 1868. Lizardo Seiner Lizárraga Responsabilizar, disciplinar, censurar, extinguir: la gestión del riesgo de incendio en la ciudad hispánica colonial y su desarrollo en Santiago de Chile en el siglo XIX. Loris De Nardi y Fernando Ciaramitaro Reconstrucción y transformación de Valparaíso. La «desgraciada oportunidad» del terremoto de 1906. Nicolás Gorigoitía Abbott El terremoto de Talca de 1928: construir ciudad a partir del desastre. Nelson Gaete González «Valdivia 1960: el megaterremoto del sur de Chile. Carlos Fernando Rojas Hoppe 1962 y 1970, avalanchas en el Callejón de Huaylas: ¿relocalización post-desastre? espacios urbanos y resiliencia ante fenómenos de origen glaciar. Victor Alvarez Ponce Sobre los Autores 250 306 334 352 376 408 430 468 488 01 0 01 1 01 2 Los desastres «naturales» constituyen un tema familiar y fundamental en las historiografías de Chile y Perú por dos razones principales. En primer lugar, terremotos, tsunamis, inundaciones y otras catástrofes son muy comunes y marcan estas sociedades como pocas otras en la región. Vivir encima de la placa de Nazca o la Fosa justamente lla- mada «Perú-Chile» (y también de Ata- cama) no es poca cosa. Los terremotos y otras catástrofes han contribuido a configurar a través de los siglos la orga- nización social, la agricultura y, como demuestra este libro, la creación, des- trucción y transformación de ciudades. En la actualidad, el calentamiento glo- bal y sus efectos han generado nuevas miradas a esos momentos de crisis y cambio provocados no solo por la natu- raleza sino también, con frecuencia, por la negligencia humana. La historia pue- de servir también como laboratorio, al decir de los historiadores económicos. La segunda razón tal vez no sea tan evidente. La frecuencia de los desas- tres significa que se ha escrito mucho sobre ellos, tanto en los momentos inmediatamente posteriores al caos y la destrucción como en los meses y años siguientes de reconstrucción, y aun décadas y siglos después, cuando los estudiosos miran atrás para enten- der lo que pasó y extraer interpreta- ciones y lecciones. No quiero caer en una lógica circular (son importantes en la historiografía porque siempre han sido importantes), sino resaltar que aun desde antes de la Conquista (los arqueólogos demuestran una gran presencia de ellos en las sociedades precolombinas) constituyen un tema recurrente, omnipresente, en la litera- tura, la religión, las memorias colecti- vas, los debates sobre las políticas pú- blicas y mucho más. Los historiadores pueden encontrar estupendas fuentes sobre los diferentes desastres tratados en este libro, como vemos en los tex- tos mismos, lo que permite dialogar y contribuir a debates sobre las épocas estudiadas pero también sobre la ac- tualidad. Además, se trata de esfuer- zos multidisciplinarios. Todos los textos incluidos en este volu- men dialogan de alguna forma con los estudios urbanos y las diferentes apro- ximaciones a la creación, desarrollo y decadencia de las ciudades. Esta es una de las grandes contribuciones de este libro. El diálogo multidisciplinario, sin embargo, no solo es con la arquitectura y el medio ambiente sino también con la literatura, la geografía, la cartogra- fía y varias disciplinas más. Este es un libro que no solo va a interesar a los historiadores sino a diferentes especia- listas y a todos los lectores interesados Prólogo Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 01 3 en las catástrofes y los momentos dra- máticos y decisivos en la historia. Quisiera resaltar la diversidad de fenó- menos tratados en los capítulos. Hay una presencia importante de terremo- tos pero también podemos leer estudios sobre volcanes, tsunamis, incendios, huaycos o avalanchas, inundaciones y los retos en la creación de nuevas ciu- dades. En términos cronológicos, el li- bro comienza con la fundación de Piura en el siglo XVI y termina con las ava- lanchas de la cordillera Blanca en 1962 y 1970; en lo geográfico, abarca desde el norte del Perú hasta el sur de Chile. Santiago y Lima están bien representa- das pero los textos iluminan también los casos de otras ciudades y pueblos me- nos estudiados. Los editores, así, han cumplido con su objetivo de dar una vi- sión amplia, profunda y variada de los desastres en los dos países. Quisiera terminar resaltando dos vir- tudes adicionales del libro. Aunque se suele enfatizar la necesidad de trabajos multinacionales y comparativos, ese ideal no siempre se cumple. Este es un libro binacional, que refleja bien el es- tado, los logros y las carencias de los estudios sobre la historia de los desas- tres en Chile y Perú. Me alegra mucho, además, que se publique en una co-edi- ción y así se podrá difundir en ambos países (y en muchos otros). La segun- da virtud a destacar es que todos los ensayos mantienen un alto nivel de in- vestigación, análisis y redacción. Suele ocurrir que volúmenes colectivos como este contienen artículos importantes y novedosos y otros de menor nivel. Me satisface constatar que ese no es el caso del libro que tenemos entre manos. Quisiera resaltar el trabajo de los cua- tro editores, Víctor Álvarez, Elizabeth Montañez Sanabria, Carlos Inostroza y Adriana Scaletti, que se han esmerado en la selección y cuidado de todos los textos. El resultado es un libro sobre un tema de gran relevancia en la actuali- dad, que presenta historias sustanciosas y con gran rigor académico, y que por tanto habrá de ser objeto de muchas lecturas y enriquecedoras discusiones. Charles Walker University of California, Davis Pr ól og o 01 4 A partir de tres años de colaboración continua entre las Universidades de Concepción de Chile y Pontificia Univer- sidad Católica del Perú, por medio de la realización de unas mesas de discusión, que llevaron por nombre «Workshop In- ternacional de Gestión y Valorización del Patrimonio», promovidas por las faculta- des de arquitectura de ambas institucio- nes y desarrolladas en las ciudades de Lima y Concepción en 2017; Arequipa y Chiloé en 2018; y, Cusco y Punta Are- nas en 2019; nació la iniciativa de desa- rrollar una plataforma de investigación conjunta que se ha terminado plasman- do en este libro compilado. Su inciden- cia internacional permitió que, a su vez, parte de este trabajo colaborativo fuese seleccionado para su difusión como pa- nel de debate dentro del III Congreso de la Asociación Iberoamericana de Histo- ria Urbana, que tuvo lugar en Madrid, en noviembre de 2022. El surgimiento de esta propuesta edito- rial, en un primer nivel, partió de pro- mover, a través de diversos trabajos de especialistas consolidados, un diálogo interdisciplinario entre la arquitectura y la historia; no obstante, ya a un se- gundo nivel, los resultados evidencia- ron la valiosa inclusión de otras mira- das y aportes teóricos y metodológicos que convergieron en las investigacio- nes desarrolladas, las cuales provinie- ron de disciplinas afines como la geo- grafía, ingeniería, ciencias políticas, antropología, sociología, literatura, arqueología, ciencias de la Tierra, en- tre otras. En ese sentido, el libro tras- ciende a una perspectiva que se torna sobre todo multidisciplinaria. En esta línea, el libro ha reunido quin- ce artículos que proponen repensar el impacto que tuvieron en el pasado diversos fenómenos naturales, los mis- mos que se convirtieron en grandes de- sastres históricos dentro del ámbito ur- bano de los territorios de Perú y Chile. Con estos aportes, se busca reflexionar sobre cómo las sociedades se adapta- ron a un abrupto espacio geográfico común, flanqueado por la cordillera de los Andes y el océano Pacífico, enfren- tando el reto de reconstruir sus ciu- dades después de un evento irruptor, dando lugar a transformaciones que in- cluyeron el traslado, la reedificación o el reordenamiento de la propia ciudad. Asimismo, se propuso analizar la rup- tura del equilibrio social frente a estas significativas alteraciones de la natura- leza en su entorno, y cómo la resilien- cia de las poblaciones ha propiciado, en muchos casos, la adaptación de las ciudades a estos cambios. Para la comodidad del lector, el orden de los artículos se ha establecido en Introducción Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 01 5 una correlación cronológica referen- cial. Cabe señalar que, en un inicio, se planteó que el libro estableciese dife- rencias comparadas por ciudades sobre las experiencias de cada país –en cierta medida, dicho hilo ha sido respetado; aun así, ello se presentó luego como una dificultad para el diseño de una estructura dividida, dado que, no solo los territorios son naturalmente inte- grados, sino que guardan una historia común de ocupación. Otra opción fue planteada bajo una estructura temáti- ca, basada en la naturaleza del fenó- meno acaecido; y, aunque innovadora, a su vez, presentó dos deficiencias. Por un lado, las investigaciones reflejaban una supremacía de estudios sobre te- rremotos, en detrimento de otros de- sastres como inundaciones, incendios o el mismo fenómeno del Niño; y, por otro lado, que los desastres analizados para ambos países son, en muchos ca- sos, el resultado de una confluencia de dos o más fenómenos naturales simul- táneos. Siendo así, la estructura ten- dería a establecer una jerarquización alrededor de los eventos, —ello quizás por relevancia de un mayor impacto–, lo cual resultaría subjetivo; cualquier clasificación sería muy criticable como propuesta académica. En ese sentido, el planteamiento en una línea de tiem- po resulta para el objetivo, la más inte- grada y adecuada. El libro inicia con el artículo de Jorge Pável Elías Lequernaqué y Fernando Vela Cossío, quienes analizan, desde el siglo XVI, la comprensión del territorio y los desafíos medioambientales de la ciudad de Piura, desde su fundación, hasta los posteriores traslados de los que sería objeto. Con documentación histórica, se hace una valiosa revisión sobre el propio desconocimiento de los conquistadores y posteriores au- toridades virreinales sobre la relación con los grupos indígenas, el aprovisio- namiento de agua sana y alimentos, la reutilización o construcción del siste- ma de comunicaciones, entre otros. De igual modo, las largas sequías y lluvias torrenciales, produjeron transforma- ciones en el paisaje que alteraron la si- tuación económica y la vida cotidiana de los indios y españoles, motivando futuros procesos de refundación. Para el siglo XVII se desarrollan tres trabajos. El primero, el de María Eu- genia Petit-Breuilh Sepúlveda, un en- foque interdisciplinar que trata sobre los efectos de la explosiva erupción del volcán Huaynaputina de 1600 en la ciudad de Arequipa y del análisis de las transformaciones que experimentaría a nivel urbanístico tras esta catástrofe. Se desarrolla como esta actividad vol- cánica, junto a otras experiencias telú- ricas pasadas, motivaron una adaptabi- In tr od uc ci ón 01 6 lidad para los edificios y calles, dando lugar al ensanche de las mismas y a la reconstrucción de la ciudad con mate- riales más ligeros. Como aporte, el ar- tículo propone mirar a esta catástrofe en su impacto global, en la medida que terminó por contribuir a la alteración del clima en otros continentes. El segundo trabajo es el de Susy Sán- chez, quien propone una innovadora perspectiva, al analizar la memoria vi- sual del terremoto del Cusco de 1650, a través de la pintura de la época en vinculación con los testimonios escri- tos o publicados en el contexto de la coyuntura del desastre. Sobre concep- tos teóricos de memoria compartida, se plantea que sintetizar la experiencia de la catástrofe en imágenes, se convir- tió en una plataforma para visualizar y develar el recuerdo del sismo; acti- vidad que denotó una jerarquía social ejecutada por autoridades virreinales y vecinos notables en la recuperación de la ciudad. Y, el tercer artículo para dicho siglo es el de Elizabeth Montañez Sanabria, quien estudia el terremoto y tsunami del 20 de octubre de 1687, para la vi- lla de Pisco, descentrando el foco de estudio sobre esta histórica catástrofe, de la capital virreinal, Lima. Habiendo sido blanco frecuente de ataques pira- tas, la sumatoria de estos sucesos moti- varía la reubicación de la ciudad en un paraje «más seguro y alejado del mar». No obstante, la falta de acuerdo entre las diferentes facciones de la sociedad pisqueña produjo un complejo proce- so de negociación entre la población y consecuentes tensiones sociales, que son analizadas por la autora. Para el siglo XVIII el libro propone cin- co artículos, aunque en algunos casos estos trabajos presentan un corpus de desarrollo temporal es más amplio, su centralidad en los acontecimientos ca- tastróficos durante dicha centuria, per- mite que sean planteados dentro de este marco referencial. Así, un primer traba- jo es el de Adriana Scaletti Cárdenas, sobre la fundación y posterior desapari- ción de la villa de Santiago de Miraflo- res de Saña, en el norte del Perú. En un área de continua e intensa ocupación del territorio, la autora analiza cómo Saña aparece en la segunda mitad del siglo XVI, con la traza característica de estos procesos fundacionales, pero con una ubicación determinante. Luego, se estudia cómo las decisiones que se to- marían sobre los remanentes materiales y la adaptación al entorno, condujeron a su destrucción final en 1720. Un segundo trabajo es el de Daniel Stewart, desarrollando un acerca- Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 01 7 miento interdisciplinario con la geolo- gía. El autor propone estudiar la ocu- rrencia de un tsunami generado por el terremoto del 24 de diciembre de 1737 en la costa sur de Chile, cerca de Valdivia, que no aparecía en los registros históricos. Así, datos que se obtuvieron de restos orgánicos, infie- ren la existencia de este tsunami, y su relación con la documentación de la época, planteándose revisar los efec- tos del terremoto en las instalaciones militares de Valdivia y otros edificios en zonas aledañas, para demostrar el fenómeno natural. El tercer artículo, de María de los Án- geles Fernández Valle, propone un es- tudio arquitectónico de los terribles efectos que tuvo el gran terremoto ocurrido en Lima el 28 de octubre de 1746. La autora analiza los cambios y proyectos patrimoniales desarrollados con el compromiso y patronazgo del vi- rrey José Antonio Manso de Velasco, el plan urbano propuesto por el matemá- tico francés Luis Godin y los plantea- mientos del peruano Francisco Antonio Ruiz Cano y Galeano, tras la inaugu- ración de la catedral en 1755. Así, se propone comprobar que, tras las ruinas de la capital, se abrió un nuevo escena- rio de oportunidades para reconfigurar el entramado urbano y edilicio de la Ciudad de los Reyes. El cuarto artículo es de Francisco Qui- roz Chueca, quien hace una revisión en larga perspectiva de resiliencia del Ca- llao y los efectos del tsunami de 1746. La historia del Callao colonial muestra numerosas ocasiones en las que la po- blación y sus autoridades han actuado para prevenir y subsanar daños gene- rados por fenómenos naturales en una ciudad premoderna, junto a una resis- tencia de grupos de interés tan impor- tante que anulaban los efectos positi- vos en la prevención y mejora, lo que conllevaría a su desaparición. Se plan- tea el riesgo en cuanto a alteraciones naturales y sanidad. Y, el quinto artículo, de Carlos Inostro- za Hernández, busca situar los proce- sos, contextualizar los efectos e iden- tificar las acciones de resiliencia, ante los cuatro terremotos-maremotos acae- cidos en periodo colonial en la ciudad puerto de La Concepción en Chile. El autor plantea como punto de inflexión, los efectos del terremoto y tsunami de 1751, que se tradujo en un largo con- flicto de traslado de la ciudad, unos 11 kilómetros tierra adentro, con lo que perdería su condición de puerto marítimo; no obstante, ello eliminó el riesgo de maremoto y al mismo tiempo generó un reordenamiento urbano, en concordancia con las nuevas ideas y los grupos de poder del periodo. Como In tr od uc ci ón 01 8 aporte, se presenta un análisis del ur- banismo del traslado, sumando un nue- vo enfoque territorial, que le permiten demostrar que la ciudad presentaba una traza de retícula en espiral y no en damero, como habitualmente ha sido argumentado por la historiografía del siglo XX. Para el siglo XIX, el libro presenta tres artículos que abordan catástrofes de diferentes naturalezas. El primero, de Simón Castillo Fernández, desarrolla la relación existente entre la socie- dad santiaguina y el río Mapocho, en numerosas dimensiones, que fueron desde el aprovisionamiento del recur- so hídrico para el riego hasta consti- tuir un límite urbano y convertirse en protagonista de diversas inundaciones que asolaron a la ciudad, a partir de su fundación. Con ello, en el objetivo de controlar los caudales, el levanta- miento de tajamares, desde precarios hasta más estructurados proyectos y obras de encajonamiento, formaron parte de la historia de Santiago de Chile; en la que también el crecimien- to demográfico y las condiciones de salubridad influyeron en su configura- ción como espacio. Así, el control del río y la naturaleza, es propuesta den- tro de la meta de una ciudad moderna y de oportunidad inmobiliaria para la expansión urbana. El segundo artículo, de Loris De Nardi y Fernando Ciaramitaro, inserta una revisión historiográfica sobre la com- plejidad de los incendios como desas- tres y sus dinámicas sociopolíticas, jurídicas y culturales en la Edad Mo- derna, hacia una mayor articulación del marco de estudio acerca del ries- go. Con ello, el texto presenta como fuentes la normativa jurídica del Me- dioevo, de la época colonial y del si- glo XIX, junto a las propuestas de tra- tadistas y periódicos decimonónicos, en el objetivo de reflexionar sobre la casuística para prevenir y contrarres- tar los incendios, así como el rol del cuerpo local de bomberos. Y, el tercer artículo, de Lizardo Seiner Lizárraga, desarrolla la rehabilitación de la costa sur y la labor que cumple el Estado peruano ante el gran terre- moto de 1868 en Arica. Seiner identifi- ca tipos de medidas adoptadas por las autoridades —sobre todo la Marina de Guerra–, clasificadas en tres categorías: reactivas, como soluciones inmediatas ante la emergencia; preventivas, a fin de disminuir condiciones de vulnerabi- lidad en la zona; y, promocionales, en el otorgamiento de beneficios fiscales para la rehabilitación. Asimismo, des- taca el apoyo de varias naciones en el Pacífico suroccidental, para el socorro y logística ante el desastre.03 6 Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 01 9 Finalmente, para el siglo XX, cierra con cuatro artículos sobre desastres con- temporáneos, algunos tan significativos que aún se discuten en las sociedades sus efectos en larga duración. El prime- ro, de Nicolás Gorigoitía Abbott, pro- pone una visión general de Valparaíso previo al terremoto de 1906, así como el estudio del acontecimiento en sí y sus consecuencias en la ciudad. El au- tor plantea que el evento telúrico ofre- ció una doble dimensión de la vulnera- bilidad de la ciudad, tanto a nivel de su población como de su infraestructura. Así, la emergencia se convirtió en, lo señalado como, una «desgraciada opor- tunidad» para el puerto de transformar- se en una ciudad moderna, higiénica y ordenada. Esto dio paso a un deba- te nacional sobre la importancia de la imagen y el progreso de Valparaíso — en su calidad de capital económica y financiera del país–, para desarrollar una nueva planificación urbana. El segundo, de Nelson Gaete, analiza el movimiento telúrico en el valle del Maule en diciembre de 1928, conocido como el «terremoto de Talca», donde hay un énfasis en el proceso de recons- trucción, con una perspectiva interdis- ciplinar, al desarrollar lo que denomi- na una «arqueología de la ciudad». Con ello, el autor argumenta que la decisión política por parte del Estado de recons- truir adoptando un programa vincula- do a la arquitectura moderna, dio ori- gen a construcciones mejor preparadas estructuralmente para soportar los sis- mos, e innovaciones de sanidad que mejorarán las condiciones de vida de la población. El tercero, de Carlos Fernando Rojas Hoppe, aborda el terremoto de mayor magnitud ocurrido en el planeta en tiempos modernos, ocurrido el 22 de mayo de 1960 y que tuvo lugar en el sur de Chile; evento que desató una compleja red de fenómenos naturales que estuvieron encadenados a las pos- teriores réplicas, con consecuencias geomorfológicas; tales como un tsuna- mi, la remoción de masa, desborde y desagüe de lagunas andinas, y una erupción volcánica. Así, se analiza la mayor diversidad y cuantía de los da- ños en la ciudad de Valdivia y su entor- no, convirtiéndose en un ícono para la sismología mundial. Por último, el cuarto artículo que cierra el libro, cuya autoría es de quien suscri- be, desarrolla el análisis de dos fenóme- nos naturales de deslizamiento, las ava- lanchas de 1962 y 1970 en la cordillera Blanca, en el norte del Perú; siendo la segunda geofísicamente relacionada al terremoto del 31 de mayo de aquel año, el desastre más mortífero de la historia 03 7 In tr od uc ci ón 02 0 peruana. Sobre ello, se busca compren- der cómo diversos actores, tanto locales como transnacionales, se involucraron con la tarea de estudiar y proponer una renovada planificación urbana post-de- sastre; no obstante, la agencia de la pro- pia población resultó decisiva para con- cretar un esfuerzo local que finalmente se desplegó en la meta de reconstruir las ciudades arrasadas. Con este desarrollo, este libro compila- do se propone como un referente para las investigaciones medioambientales sobre desastres, pero desde la perspec- tiva de la ciudad y de sus autores in- volucrados. Pese a los límites teóricos exigidos para diferenciar marcos tem- porales, queda demostrado con estas propuestas que los diferentes proyectos de planificación urbana entrecruzaron una serie de factores, tanto económi- cos, sociales, culturales y políticos, que dieron viabilidad de diversas iniciati- vas que impulsaron el ordenamiento y la mitigación de riesgos para las po- blaciones asentadas. Aunque, si bien, para algunos casos, los desastres con- dujeron a resistencias en las transfor- maciones urbanas, ello ciertamente no anula el argumento; por el contrario, lo termina reforzando. De este modo, como se aprecia, el libro ha buscado ir más allá en el análisis de los desastres en las sociedades de Perú y Chile, haciendo especial énfasis en las transformaciones urbanas, tanto a nivel de localización como de planifi- cación. Desde esta perspectiva, nues- tra propuesta es innovadora y propone un nutrido diálogo interdisciplinar, que espera promover iniciativas similares desde otras partes del mundo. Solo queda agradecer el gran esfuerzo de los editores en este proyecto, la pa- ciencia de todos los autores para ver cristalizado el fruto de sus investigacio- nes pioneras en sus ejes temáticos. A nivel institucional, esto no sería posible sin el apoyo de la oficina editorial del Instituto Riva-Agüero, Escuela de Altos Estudios en Humanidades de la Pontifi- cia Universidad Católica del Perú; de la facultad de arquitectura de la Universi- dad de Concepción, entre otras colabo- raciones. Todos estos protagonistas, en múltiples dimensiones, han permitido el logro de que esta edición binacional sea ya una realidad para la academia internacional. Víctor Álvarez Ponce Editor Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 03 6 02 1 In tr od uc ci ón 03 7 02 2 Artículos 02 3 02 4 «De los llanos y arenales que en este gran Reino hay».1 La comprensión del territorio y los desafíos medioambientales en la fundación y los traslados de la ciudad de San Miguel de la Nueva Castilla, Perú. Fernando Vela Cossío Universidad Politécnica de Madrid Jorge Pável Elías Lequernaqué Universidad de Piura Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X La historia de la ciudad de San Miguel de la Nueva Castilla, primera fundación urbana de los españoles en el Perú, está marcada por el complejo proceso que narran las distintas ten- tativas y traslados de su asentamiento durante el siglo XVI, desde su primera localización en el valle del Chira, en un lugar llamado «San Miguel de Tangarará» (1532), pasando por una larga etapa en el Alto Piura bajo el nombre de «San Mi- guel de Piura» (1534-1578) y su posterior traslado a la bahía de Paita rebautizada como «San Francisco de la Buena Espe- ranza del puerto de Paita», hasta recalar definitivamente en el lugar que hoy ocupa, en el chilcal del Tacalá, con el nombre de «San Miguel del Villar» (1588). La documentación histórica disponible —que puede contribuir a explicar las posibles razones de ese conjunto de ensayos y tentativas, con sus correspondientes traslados– nos ofrece no- ticias del papel determinante que las condiciones del territorio y las distintas circunstancias medioambientales tuvieron en ese proceso. Desde el mismo momento de su llegada, los con- quistadores hubieron de enfrentarse no sólo a los problemas que producía el propio desconocimiento del territorio y de sus parámetros (relación con los grupos indígenas, aprovisio- namiento de agua sana y alimentos, reutilización o construc- ción del sistema de comunicaciones, etc...), sino que debie- ron afrontar los efectos generados, de manera intermitente, por las largas sequías y las lluvias torrenciales, que producían cambios en el paisaje, pero también en la situación económica de los indios y españoles. En este trabajo nos acercaremos a esta problemática atendien- do a las distintas circunstancias de la propia ciudad de San Mi- guel y de los pueblos de su jurisdicción, analizando el conjunto de estrategias y soluciones que ocasionalmente emprendieron los propios vecinos, o que fueron establecidas con mayor o me- nor fortuna, por las autoridades; de la gobernación primero; y, 1 Pedro Cieza de León, Crónica del Perú. Primera Parte. (Lima: Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, 1984 [1553]), 183. «D e lo s lla no s y ar en al es q ue e n es te g ra n Re in o ha y» . La c om pr en sió n de l t er rit or io y lo s de sa fío s m ed io am bi en ta le s en la fu nd ac ió n y lo s tr as la do s de la c iu da d de S an M ig ue l d e la N ue va C as til la , P er ú 02 6 del virreinato más tarde. Para ello, utilizaremos la información que nos proporcionan las crónicas del siglo XVI, la documen- tación que conservan los archivos peruanos y españoles, y la cartografía histórica disponible. Tendremos oportunidad de ver cómo las soluciones propuestas no siempre fueron las más adecuadas, ocasionando los sucesivos traslados de los vecinos y pobladores, que bien se encontrasen ubicados en la franja costera cerca del mar o bien en los llanos o en las estribaciones de la sierra piurana, debieron de adaptarse a las severas condiciones impuestas por la naturaleza, como lo han venido haciendo hasta la actualidad, padeciendo mu- chas veces graves restricciones y limitaciones para el normal desarrollo de las condiciones sociales y económicas de la vida cotidiana. La historia de San Miguel de la Nueva Castilla no es distin- ta de la de tantas otras ciudades hispanoamericanas en las que, por muy distintas razones, vamos a asistir a esta clase de procesos de fundación, traslado y refundación; señalados por la sucesión de tentativas, abandonos y frecuentes experien- cias fallidas que pueden explicarse, entre otras razones, por la falta de conocimiento del propio entorno geográfico y de sus limitaciones. Este fenómeno ya ha sido estudiado de for- ma sistemática en la América española por el profesor Alain Musset en su libro Villes Nomades du Nouveau Monde,2 una obra que se acerca, en palabras del propio autor, a la historia de esos «sitios abandonados, reconstruidos, trasladados, olvi- dados y luego redescubiertos, antes de volver a desaparecer, sepultados bajo una corriente de lodo, ahogados en archivos polvorientos».3 Como es sabido, desde el comienzo mismo de la explora- ción de los territorios americanos, poblar el Nuevo Mundo se había convertido en el más firme y decidido propósito de la Corona española. En ese contexto, las fundaciones urba- nas, en el marco de una tradición medieval castellana que se repetía ahora en América, iban a jalonar el proceso mismo de descubrimiento y conquista del continente. La constante creación de «ciudades de frontera» para servir de punto de abastecimiento y cabeza de puente en la planificación de los avances nos explica sólo parcialmente el extraordinario de- sarrollo de un modelo de ordenación del territorio que per- mitió el mantenimiento del sistema imperial español durante más de tres siglos. La gigantesca constelación urbana que lo constituye, mante- nida mediante la implementación de distintos mecanismos de 2 Alain Musset, Villes Nomades du Nouveau Monde. (Paris: éd. de l’EHESS, 2002). 3 Alain Musset, Ciudades nómadas del Nuevo Mundo. (México: Fondo de Cultura Económica, 2011), 28. Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 02 7 Imagen 2. Los grabados que acompañan a la edición de la Crónica del Perú nos muestran la imagen del Pizarro fundador de ciudades en la Nueva Castilla durante una etapa crucial para la exploración y conquista del Perú. Fuente: Biblioteca Nacional de España. Imagen 1. Portada de la Parte Primera de la Crónica del Perú (1553), del extremeño Pedro Cieza de León. Fuente: Biblioteca Nacional de España. 02 8 control y apoyada en una extensa legislación,4 aún nos sor- prende por su escala y su extensión. Sin embargo, como muy acertadamente ha señalado el profesor Bartolomé Bennassar, su verdadera singularidad reside en la forma de gobierno de los núcleos urbanos, en los que los vecinos elegían a sus au- toridades y como, agrupados bajo el gobierno de sus cabildos, se constituían en representación última de la propia soberanía de la Corona sobre el territorio, configurando así una verda- dera comunidad política.5 La propia fortaleza de este modelo hispanoamericano puede contribuir a explicar por qué los españoles instalados en Amé- rica «no parecían haber desarrollado una verdadera cultura del riesgo natural»,6 en palabras de Musset, que señala como resulta «revelador observar que las ordenanzas de 1573 no se interesaron en el problema de las erupciones volcánicas, de los terremotos, de los ciclones ni de las inundaciones, a pesar de que, en la época de su redacción, varias ciudades, y no de las menores, ya habían sufrido daños importantes».7 En este sentido, conviene también destacar que la permanencia de los modelos resultó indiscutible, incluso después de la marcha de los españoles. Como destaca el propio Musset, «el respeto a la tradición jugó sobre la elección del nuevo lugar, y al mis- mo tiempo, sobre la organización interna del espacio urbano, cuyo plano geométrico expresaba un ideal de orden y claridad que todos los habitantes compartían»,8 aunque naturalmente «los cambios podían representar una amenaza, real o imagina- ría, (…) contra la fuente y la expresión de su posición social»,9 que quedaba explícitamente reflejada en la propia localización de los edificios públicos y las casas particulares dentro de la traza urbana. En el caso de San Miguel de la Nueva Castilla este proceso de fundación, traslado y refundación se prolongará durante más de medio siglo, entre 1532 y 1588, el periodo que media en- tre la localización primitiva de la primera fundación española en el Pacífico Sur —San Miguel de Tangarará– y la ubicación de la actual capital departamental de Piura —San Miguel del Villar– en el chilcal de Tacalá. Entre ambas, son al menos dos las tentativas malogradas: San Miguel de Piura (en el curso alto del río del mismo nombre), donde la ciudad se desarrolla entre 1534 y 1578, posiblemente la primera experiencia ur- bana propiamente dicha, levantada en el lugar en el que ve- nimos desarrollando excavaciones arqueológicas desde 1999, y San Francisco de la Buena Esperanza de Paita, la efímera experiencia urbana de los españoles en la bahía de Paita entre 1578 y 1588. 4 Francisco de Solano, Normas y Leyes de la ciudad hispanoamericana, 1492-1600. (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1996), 2 vol. 5 Bartolomé Bennassar, La América española y la América portuguesa (siglos XVI-XVIII). (Madrid: Akal, 1980), 85. 6 Musset, Ciudades nómadas, 66. 7 Ibid., 68. 8 Ibid., 418. Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 02 9 Los problemas de la fundación y el primer traslado San Miguel de la Nueva Castilla fue fundada por Francisco Pizarro a mediados de agosto de 1532 en un lugar todavía no determinado a orillas del río Chira, cerca de su desembocadu- ra, próximo al poblado indígena de Tangarará. El valle reunía en apariencia las condiciones óptimas para situar en él una nueva ciudad para el asiento de los españoles, tanto si se con- sideraba lo referente al clima y otras circunstancias naturales, como por la inicial predisposición de los grupos indígenas que en él habitaban. Sin embargo, esta primera impresión pronto se tornaría como equivocada, pues el sitio y su entorno ha- brían de resultar, a todas luces, por completo inapropiados para el desarrollo de la nueva urbe, produciendo enseguida su traslado. López de Velasco explica esta mudanza apelando a que la fundación se había realizado en «sitio caliente»,10 de manera que los vecinos habrían querido escapar del calor sofocante; otro cronista apunta a que el abandono se había dado «por ser sitio enfermo» este lugar.11 Sea como fuere, lo cierto es que a mediados de 1533 ya encontramos voces que señalan la perti- nencia de un traslado de la vecindad a un emplazamiento de mejores condiciones. Fray Vicente de Valverde, quién había recorrido la comarca antes de la fundación y había dado su parecer a favor de establecer allí la ciudad, escribía por esa fecha un informe en el que, entre otras cosas, manifestaba que «en la tierra baja que es en la costa haya también pueblos [de cristianos] e los lugares convinientes para ellos son Piura que es un poco delante de Sant Miguel al cual lugar se devría man- dar pasar la ciudad de Sant Miguel porque está en mal sitio»,12 recomendando así el cambio de ubicación. Diego de Almagro, probablemente a petición de los vecinos y con el parecer de personas como Valverde, llegó a San Miguel en abril de 1534 con órdenes expresas de Pizarro para reformar la ciudad;13 es decir, para trasladarla, pero la coyuntura producida por la inesperada llegada de Pedro de Alvarado y la urgencia de ir a su encuentro junto con los vecinos de San Miguel, hacen que este traslado se postergue algunos meses, hasta finales de di- cho año, cuando se materializará definitivamente la mudanza al Alto Piura. ¿Cuáles son las razones de esta primera experiencia urbana tan efímera? Nos inclinamos a pensar que en el momento mismo de la llegada a los españoles les convenía, por razones de naturaleza jurídica, fundar rápidamente una ciudad. Esto 9 Ibid., 430. 10 Luis López de Velasco, Geografía y descripción universal de las Indias. Biblioteca de Autores Españoles, tomo CCXLVIII. (Madrid: Ediciones Atlas, 1971), 441. 11 Antonio de Herrera y Tordesillas, Descripción de las Indias Occidentales. (Madrid: Imprenta Real, 1601), 49. 12 Archivo General de Indias, Sevilla, España (AGI), Patronato 192, N1, R3. Fray Vicente de Valverde: Puntos de gobierno de Perú. S/f. 13 AGI, Patronato 192, N1, R6. Cabildo de San Miguel: Noticias sobre Pizarro, Almagro y Alvarado. 1534. «D e lo s lla no s y ar en al es q ue e n es te g ra n Re in o ha y» . La c om pr en sió n de l t er rit or io y lo s de sa fío s m ed io am bi en ta le s en la fu nd ac ió n y lo s tr as la do s de la c iu da d de S an M ig ue l d e la N ue va C as til la , P er ú 03 0 podría explicar sobradamente la premura e imprevisión con la que resulta elegido el primer sitio de asiento sin valorar dete- nidamente las necesarias condiciones que habría de cumplir su localización. En un principio, y de acuerdo a las propias capitulaciones de Toledo, la ciudad se debió de haber situado junto al poblado indígena de Tumbes, pero al desembarcar allí, en abril de 1532, los españoles encontraron el poblado destruido. Así las cosas y sin la certeza de que los indios fue- ran pacíficos, Pizarro decidió seguir rumbo al sur, alcanzando el valle del río Chira. Allí encontraron una serie de cacicazgos que, aunque se mostraron pacíficos al momento de la llega- da de los conquistadores, enseguida planificaron una rebelión que fue develada a tiempo. También resulta plausible que la fundación estuviera motivada por la presencia de heridos y enfermos que venían con la hueste y que necesitaban de un lugar en el que descansar y reponerse. De hecho, como prime- ros vecinos de la naciente ciudad se dejó a éstos y a una parte de los muchos soldados que se habían enrolado en la expedi- ción con motivo del tercer viaje, casi todos extremeños prove- nientes de Trujillo (Cáceres) y de otros pueblos cercanos que habían llegado a América con Francisco Pizarro hacia 1531, luego de su periplo en la corte para obtener las capitulaciones. Lo cierto es que la fundación se hizo en un lugar que no reu- nía las condiciones necesarias para una tranquila convivencia con la población nativa y en el que no era posible atender el abastecimiento suficiente para el adecuado mantenimiento de los vecinos y pobladores. Es verdad que, al menos durante este primer periodo, buena parte de las provisiones debían de traerse desde Centroamérica, vía Panamá, pero ello demoraba en exceso, por lo que resultaba imprescindible poder obte- ner productos alimenticios locales para los recién llegados. En este sentido, se dispone de distintas evidencias que propor- cionan algunos actores contemporáneos a estos sucesos y que vienen a confirmarnos la falta de avituallamientos para el sos- tenimiento de una población que parecía encontrarse en mal sitio. Sobre el alcance inicial de esas carencias, el propio Her- nando de Luque había recibido a mediados de septiembre de 1532 la información de unos pasajeros que llegaban del «Pirú» a Panamá —a un mes de fundarse San Miguel– en la que se explicaba que Francisco Pizarro «abía fecho é poblado un pue- blo en una provyncia veinte é siete leguas adelante de Tumbez onde fallaron gente de yndios doméstica, aunque la tierra es pobre de pastos é bastimentos».14 Esos mismos informantes le darían más detalles al licenciado Gaspar de Espinosa sobre la fundación realizada; quien, en una misiva que dirige al Rey, afirma que Pizarro al llegar a unas provincias llamadas Tanga- 14 AGI, Patronato 194, R10. La carta tiene fecha del 20 de octubre de 1532. Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 03 1 la ordenó establecer un pueblo: «por parecer que la tierra que abrá andado y pasado desde Tunbez asta allí era muy estéril y despoblada y la de adelante no sabría lo que sería como porque halló buena disposición en un río y razonablemente poblada de indios y gente doméstica y pacífica, aunque muy desnuda de todo y gente para poco y de poca capacidad».15 Tanto Luque como Espinosa coinciden en señalar que el go- bernador quería dejar en San Miguel cincuenta o sesenta po- bladores. El licenciado agregaba en su misiva que en ninguna parte del camino recorrido entre Tumbes y el valle del Chira pudieron hallar tierra para descansar un día ni encontraron qué comer, y que tampoco hallaron yerba para los caballos, «salvo arenales muertos y muy poca muestra de oro entre los yndios».16 La tierra, en opinión de los viajeros —que habían regresado a Panamá por provisiones y armas–, estaba despo- blada, era estéril, seca y con gran carencia de agua, lo que suponía una primera amenaza para el sostenimiento de la na- ciente urbe. Sobre los indios, destacaba el licenciado que eran domésti- cos y pacíficos sólo en apariencia, aunque el hecho de que Pizarro, antes de fundar San Miguel, descubriera a tiempo un alzamiento que planeaban en su contra los curacas del valle contradice lo señalado en las cartas. Al llegar a Tumbes ya les había sucedido algo similar con los indígenas, por lo que ha- brían de tomar sus precauciones y no confiarse de la aparente lealtad de los naturales. El gobernador tuvo que actuar con firmeza en esta ocasión, matando a varios caciques confabula- dos en su contra entre los que se encontraba el señor principal del valle de Amotape, logrando salvar la vida únicamente el cacique de La Chira. Lo cierto es que esta hostilidad de los indígenas contra los españoles continuó durante los años pos- teriores. Un conquistador llamado Martín González Pedraza manifestó años después que él había participado a mediados de 1534 en la conquista y pacificación de «la provincia de Piura». Se lamentaba de que, habiendo venido con un hijo de veinte años, los indígenas lo habían matado,17 y añadía que desde su arribo al puerto de Tumbes habían encontrado el territorio de San Miguel asolado por recurrentes alzamientos de los naturales. En la década siguiente aún algunos indios de San Miguel, es- pecialmente los serranos, continuaban con sus alzamientos. En ese sentido, la obra titulada La Relación de las cosas acae- cidas en las alteraciones del Perú después que Blasco Núñez Vela entró en él, anuncia un capítulo que nunca desarrolla, 15 AGI, Patronato 194, R11. La carta tiene la misma fecha anterior. 16 Ibid. 17 AGI, Patronato 111, R9. «D e lo s lla no s y ar en al es q ue e n es te g ra n Re in o ha y» . La c om pr en sió n de l t er rit or io y lo s de sa fío s m ed io am bi en ta le s en la fu nd ac ió n y lo s tr as la do s de la c iu da d de S an M ig ue l d e la N ue va C as til la , P er ú 03 2 pero que da luces sobre estas alteraciones. Es el referido al capitán Mercadillo en lo tocante a la pacificación de unas pro- vincias de indios alzados en los términos de Piura.18 Corrobo- ra esta información incompleta la carta que Pedro de Puelles le dirige a Gonzalo Pizarro el 15 de enero de 1547, donde le señala que los indios Cañares están alzados junto a Chaparra —que aún era encomienda del corregimiento de San Miguel– por lo «que no se puede ir a coger oro a la orilla de la Zarza».19 No obstante, existían dos peligros más que creemos hicieron necesario el traslado de la ciudad: un grupo de negros cima- rrones que, alzados, andaban robando a indígenas y viajeros españoles; y, la presencia de «tigres y lagartos» en las orillas del río de La Chira. Respecto de los cimarrones, tenemos el testimonio de Francis- co Hernández de los Palacios quien, habiendo arribado al Perú a inicios de 1534, afirmaba que fue uno de los que «se hallaron en pasar y poblar el pueblo de Piura donde ahora está, del valle Tangarará adonde primero estaba».20 Él nos da noticia de estos esclavos huídos en la zona, dado que había acompañado al capitán Juan de Soto, entonces teniente de gobernador de San Miguel, al río de Maricavelica (río Chira) a «fazer cierto castigo que se hizo de ciertos negros cimarrones que andaban alzados robando la tierra».21 Estos negros estaban huidos y eran un pe- ligro tanto para los vecinos e indios de San Miguel como para los pasajeros que por allí pasaban. Su presencia representaba una amenaza para la seguridad de la que se supone debían dis- frutar precisamente los vecinos de la ciudad. Estos cimarrones representaron en realidad un constante peligro para la ciudad en sus dos asentamientos iniciales. Aún en la década de 1550 hay noticias de su presencia y de los robos a los naturales de la costa y la sierra del corregimiento, lo que impedía moverse con tranquilidad y seguridad hasta la ciudad a la hora de entregar el tributo a sus respectivos encomenderos.22 Respecto del segundo peligro, sobre la presencia de fauna sal- vaje en los alrededores del pueblo recién fundado, se tiene información que, aunque es posterior a 1532, nos da una idea de su existencia desde tiempos anteriores a la llegada de los españoles. En septiembre de 1566, don Francisco, cacique principal del repartimiento de Marycavelica, viaja hasta Tú- cume a solicitar al visitador Gregorio González de Cuenca que se le devuelva un arcabuz que le habían quitado las autorida- des y, además, poder andar a caballo, cosa que se les había prohibido a los caciques. Se atrevía a pedir esto dado que él y los demás caciques e indios del valle: «corren y han corrido 18 Mercedes de las Casas, Relación de las cosas acaecidas en las alteraciones del Perú, después que Blasco Núñez Vela entró en él. (Lima: Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, 2003), 70. 19 Juan Pérez de Tudela (Ed.), Documentos relativos a don Pedro de la Gasca y a Gonzalo Pizarro. (Madrid: Gráficas Yagues, 1964), 288. 20 AGI, Patronato 104A, R25. 21 Ibid. 22 AGI, Lima 204, N30.Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 03 3 grandísimo riesgo por la mucha cantidad de tigres que en él hay y tanto, que de su propia casa sacó un tigre un muchacho habrá 2 meses y le mató y andan tan desvergonzados que se le vienen hasta mi propia casa, lo cual cuando yo tenía arcabuz no lo hacían porque mata[ba] muchos de ellos con el dicho arcabuz y así se corre mucho riesgo por pasar como pasa un río que se llama Poechos por mi pueblo, el cual no tiene otro paso sino es por balsas, que todo el tiempo del año por ser muy caudaloso y acaese muchas veces de dentro de la balsa sacar los lagartos que en el dicho río hay».23 A inicios del siglo XVII el cronista carmelita Antonio Vázquez de Espinosa afirmaba que, en el río de Colán,24 «ay caimanes, y son los últimos que ay por que en todos los Ríos y valles del Pirú con ser tierra caliente no los ay».25 En realidad eran dos los ríos del corregimiento en donde se registran estos reptiles: el Chira y el Tumbes. En la actualidad, dicha fauna ha desaparecido por completo en el primer hábitat; no obs- tante, aún se mantiene en el segundo, aunque con grandes probabilidades de extinguirse. Finalmente, el cronista Pedro Cieza de León consideraba al primer asentamiento, como un sitio que producía muchas enfermedades entre los españoles, lo que obligaría a que se ejecute el primer traslado.26 Sin embargo, el mismo cronista da cuenta de un producto de gran importancia que se encon- traba en abundancia en la zona: los bosques de algarrobo. Su existencia resultó vital para los primeros vecinos, dado que, para su desenvolvimiento diario, la naciente ciudad requería de leña como insumo de calor; pero también, la madera de estos árboles resultaba necesaria para la edificación de vi- viendas y diversos recintos civiles y religiosos. Seguramente esta leña nunca faltó en ninguno de los asientos de San Mi- guel, en detrimento de los descritos frondosos bosques que se hallaron en los inicios de la conquista. Igualmente, las vainas de dichos árboles resultaron ser un excelente alimento para el ganado de Castilla, el mismo que fue llegando a estos te- rritorios, y comprendido especialmente por puercos y cabras. El segundo asentamiento: siguen los problemas Una vez realizado el traslado, la ciudad se mantuvo en el nuevo asiento del Alto Piura durante poco más de 40 años, entre 1534 y 1578. Creemos que la construcción de los sola- res de los vecinos, como la de los demás conjuntos civiles y 23 AGI, Justicia 458. 24 El nombre actual de este río es «Chira», pero en esta época recibía varios nombres, dependiendo del cacicazgo por el que pasara. Así, se le llamaba río de Maricavelica, de Amotape, de Colán, entre otras denominaciones. 25 Antonio Vázquez de Espinosa, Compendio y descripción de las Indias Occidentales. Edición de Marcos Jiménez de la Espada, tomo CCXXXI. (Madrid: Biblioteca de Autores Españoles, 1969), 372. 26 Cieza de León, Crónica del Perú, Primera Parte, 157. «D e lo s lla no s y ar en al es q ue e n es te g ra n Re in o ha y» . La c om pr en sió n de l t er rit or io y lo s de sa fío s m ed io am bi en ta le s en la fu nd ac ió n y lo s tr as la do s de la c iu da d de S an M ig ue l d e la N ue va C as til la , P er ú 03 4 Imagen 3. Este mapa del Océano Atlántico, obra del italiano Battista Agnese, integrada en su Atlas (1544), es un manuscrito que nos muestra la frontera española en el Pacífico Sur en el periodo fundacional de la ciudad de San Miguel de la Nueva Castilla. Entre los topónimos que aparecen señalados en el mapa se encuentra precisamente el «rio de S. Miquell». Fuente: Biblioteca Nacional de España. 03 5 religiosos, se realizó relativamente rápido puesto que los ma- teriales de construcción estaban a la mano y se contaba aún con una numerosa mano de obra indígena disponible que rea- lizó este trabajo bajo la dirección de los españoles y de acuer- do con las normativas de la época. Los recintos tenían zócalos de piedra y muros de adobe y tapia, con empleo de morteros de cal. Este modesto caserío sufrió algunos problemas durante la década siguiente con motivo del enfrentamiento entre los encomenderos rebeldes y la Corona, debido a que por San Miguel pasarían ambos ejércitos, poniendo en aprietos a los vecinos con la exigencia de cuotas en oro y plata, así como de avituallamientos, tal y como veremos en un acápite posterior. Hacia mediados del siglo XVI la ciudad de San Miguel contaba con aproximadamente 100 casas de españoles, una iglesia, un hospital y un monasterio de La Merced. La vecindad la conformaban 23 encomenderos con sus respectivas familias y un número no especificado de estantes y moradores. Pero si los vecinos creyeron que el nuevo asiento era mejor que el primigenio, se equivocaron por completo. Ahora el problema no era tanto el abastecimiento de productos locales para su alimentación como el clima muy caliente que producía una serie de efectos adversos para los pobladores. La ciudad ha- bía sido ubicada en un sitio áspero y seco que era en exceso cálido y enfermo, especialmente para los mozos, que sufrían «principalmente de calenturas y de muchas nubes y males de ojos, que proceden á lo que se entiende de ser la tierra llena de salitrales y del mucho calor del Sol».27 Además, por estar asentada en parte alta no se podía abastecer la ciudad de agua por acequias, lo que ocasionaba que hubiese de cargarse desde la parte baja y hacer llegar el líquido elemento con gran esfuerzo y trabajo. El cronista López de Velasco señalaba que no era territorio lluvioso pero que de algunos años a esta parte «acá llueve algunos aguaceros muy grandes». No creemos que se trate de un fenómeno del Niño, pues no ocasionó mayores inundaciones en la ciudad según las fuentes, pero sí queda claro que, luego de una prolongada sequía de varias décadas, ahora llovía, y mucho. Volviendo al tema de los problemas de salud que ocasionaba el mal clima entre los habitantes de San Miguel, un oidor de Quito que pasó por la zona a principios de la década del sesenta manifestaba que la ciudad era muy enferma, «especial de ojos, que ciegan muchos allí, a causa de que hay muchos metales de cobre y hierro, que no hay oro ni plata, y dicen que de la gran reverberación del sol que da en el metal y les repercude en los ojos, les causa la enferme- dad».29 Otra crónica da cuenta de esta enfermedad, añadiendo que la ciudad «es algo enferma, en especial de los ojos, por los 27 Luis López de Velasco, Geografía y descripción universal de las Indias. Biblioteca de Autores Españoles, tomo CCXLVIII. (Madrid: Ediciones Atlas, 1971), 441-443. 28 Ibid., 442. «D e lo s lla no s y ar en al es q ue e n es te g ra n Re in o ha y» . La c om pr en sió n de l t er rit or io y lo s de sa fío s m ed io am bi en ta le s en la fu nd ac ió n y lo s tr as la do s de la c iu da d de S an M ig ue l d e la N ue va C as til la , P er ú 03 6 grandes vientos y poluaredas del Verano, y grandes humeda- des del Invierno».30 Debido a estos problemas, manifestaba este funcionario, los ve- cinos habían tomado la decisión de mudar la ciudad «4 leguas más abajo, y estuvieron allí aun no dos años; íbales peor de salud, y se han tornado a la población primera junto a un río, en un alto. Tienen harta leña».31 Esta noticia nos la confirma el encomendero Gabriel de Miranda, quien en junio de 1573 informaba al visitador Bernardino de Loaysa sobre este trasla- do, señalando que la ciudad había estado unos años atrás en el lugar de «Diapatera».32 Este traslado podemos situarlo entre 1559 y 1562, dado que Salazar de Villasante menciona que se efectuó cuando él era oidor en Los Reyes, en esas fechas. Junto con la propia edificación del caserío de la ciudad se pre- cisó la construcción de caminos que permitiesen una adecua- da comunicación entre ésta y sus pueblos de indios, y también con otras ciudades como Saña, Trujillo o Los Reyes, situadas al sur, o Quito, al norte. Esta red de comunicaciones se llevó a cabo aprovechando los primitivos caminos prehispánicos; ello resultaba urgente, dado que además de facilitar la circu- lación de las personas, también permitiría la de los productos y, mejor aún, el movimiento de las ideas y las noticias que provenían desde otras partes del virreinato, e incluso de otras partes de América y de Europa. Así, entre 1552 y 1554 se abrió el camino de Paita a San Mi- guel de Piura para que pudiesen circular las carretas y, junto con ellas, los productos de comercio. Este camino fue obra del corregidor Juan Delgadillo, quien en un informe presentado al rey en 1557 le señalaba que «abrió el camyno de las carretas que va[n] desta ciudad a Payta de que [emtró] pro y utilidad a esta ciudad, vecinos, estantes, moradores e habitantes de- lla»,33 pues por él llegaban los bastimentos y mercadurías a la ciudad de San Miguel. Es muy probable que de este periodo date el interés de los vecinos por tener morada en el valle de Catacaos, un lugar por donde pasaba este camino y que se encontraba equidistante entre el puerto y la ciudad. Treinta años después, cuando ya la ciudad se hallaba en su tercer asiento en Paita, el corregidor Alonso Forero abrió el camino que recorría desde el puerto al pueblo de Motape y luego a Tumbes. Posteriormente, se ocuparía de abrir dos ca- minos, uno que iba a Guayaquil y Manta; y el otro, a San Antonio del Cerro Rico de Zaruma, sitio donde se sacaba oro que circulaba por la región, y a dónde, comerciantes paiteños, 29 Juan de Salazar de Villasante, Relación general de las poblaciones españolas del Perú, tomo I. Relaciones Geográficas de Indias. (Madrid: Editorial Jiménez de la Espada, 1881), 8-9. 30 De Herrera y Tordesillas, Descripción de las Indias Occidentales, 49. 31 Salazar de Villasante, Relación general de las poblaciones españolas del Perú, 8. 32 Waldemar Espinoza Soriano, La etnia Guayacundo en Ayabaca, Huancabamba y Caxas (siglos XV-XVI). (Lima: Instituto de Ciencias y Humanidades, Fondo Editorial Pedagógico San Marcos, 2006), 272. 33 AGI, Lima 204, N30. Información de Juan Delgadillo. 1557. Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 03 7 vecinos y doctrineros, enviaban o trasladaban productos, de forma directa, para su distribución y comercio. Asimismo, se informaba que se había puesto: «mytayos para el seruiçio de los tanbos y chasques en el camyno para traer y lleuar los plie- gos y nuebas de España del puerto de Manta, Guayaquil y Qui- to y de otras partes, que fue negoçio de mucha ynportançia, por ser cosa muy dificultosa por ser grandes los despoblados y sin agua».34 Dejando a un lado la enfermedad de ojos y los problemas am- bientales, tenemos noticias de las mejoras respecto del primer asiento, en lo referente al abastecimiento; el cual, en muchos casos, se obtiene en el mismo valle de la ciudad, dado que en él «ay buenos regadíos adonde se da bié el trigo, y el mayz, y las semillas y frutas de Castilla».35 Igualmente, el segundo asiento de Piura, ubicado aparentemente «entre dos frescos Valles y arboledas»;36 fue presa de la enfermedad y la crisis económica que se agudizó entre los vecinos encomenderos, ello ocasionado por la baja demográfica indígena. Dadas estas condiciones, se desarrollaría una progresiva de- cadencia de la ciudad, la cual, poco a poco, sería abandonada por sus otrora principales vecinos; en búsqueda de otros lu- gares, tanto cercanos como lejanos, incluso fuera del propio corregimiento, con las oportunidades económicas que en San Miguel ya no encontraban. A continuación, se detallarán algu- nos aspectos de dicha crisis y que coadyuvaron a la decaden- cia de la ciudad, los que probable condicionarían el siguiente traslado. Crisis de la ciudad de San Miguel A mediados de 1571, Sebastián de Santander,37 en nombre del concejo de San Miguel de Piura se dirigió al virrey Francisco de Toledo señalándole que dicha ciudad había sido la primera que se fundó en el territorio del futuro virreinato del Pirú y que en ese momento se encontraba en decadencia y en gran disminución económica. Ello se producía, entre otras causas, por la disminución dramática de la población indígena, por lo que algunos vecinos encomenderos se habían ido a residir y a buscar fortuna en otras ciudades, obteniendo para ello, irre- gularmente de las autoridades, las autorizaciones respectivas que los exceptuaban de la obligación de residir y hacer vecin- dad en San Miguel, ciudad cabecera de las encomiendas que poseían. Esta situación había ocasionado que, prácticamente, la ciudad se quede sin sustento y seriamente despoblada de 34 AGI, Lima 210, N3. Información de Alonso Forero de Ureña. 1593. 35 Ibid., f. 3v. 36 Antonio de Herrera y Tordesillas, Historia general de los hechos de los castellanos en las islas i tierra firme del mar oceano. Década Quinta (Madrid: Imprenta Real, 1601), Libro I, 3. 37 AGI, Lima 111. Poder de la ciudad de San Miguel de Piura a Sebastián de Santander, para solicitar provisión real ordinaria. «D e lo s lla no s y ar en al es q ue e n es te g ra n Re in o ha y» . La c om pr en sió n de l t er rit or io y lo s de sa fío s m ed io am bi en ta le s en la fu nd ac ió n y lo s tr as la do s de la c iu da d de S an M ig ue l d e la N ue va C as til la , P er ú 03 8 Imagen 4. El Islario de Alonso de Santa Cruz, elaborado entre 1539 y 1560, recoge algunas de las ciudades más importantes del virreinato del Perú a mediados del siglo XVI. En la imagen podemos ver las localizaciones de Quito, Cusco y Jauja, la efímera primera capital de la Nueva Castilla hasta la fundación de la Ciudad de los Reyes en 1535, y la de la ciudad de San Miguel, situada aquí, por error, junto a Tumbes. Más abajo aparece el río Chira y un río de San Miguel. Fuente: Biblioteca Nacional de España. 03 9 vecinos encomenderos. Dado ello, Santander solicitó al virrey que remediase esta crítica situación, ordenando a todos los vecinos que habían hecho ausencia y despoblado sus casas, que retornasen al sitio a hacer vecindad, como era su obliga- ción por tener repartimiento de indios en los términos de ella, y de esta manera ayudar a sustentarla. Todo esto se pedía «para que la dicha ciudad sea desagraviada y restituida del daño dicho»38 y no se acabe de despoblar. Un buen ejemplo de esta compleja situación es el caso de Gabriel de Miranda, un vecino que, el 23 de octubre de 1561, aparece como encomendero de los indios de Chinchachara (Caxas) y Çerrán,39 encomiendas que habían sido de Gonza- lo de Grijera.40 A la muerte de éste, Miranda se casa con la viuda, Ana de Arenas, y consigue de la Audiencia de Lima el reconocimiento en primera vida de este repartimiento. El caso es que Miranda, en compañía de Joan de Salinas, había participado en la conquista de la provincia de Yaguarsongo y, en la ciudad de Santiago, había recibido la encomienda de ciertos indios. La mayor parte del tiempo lo pasaba fuera de San Miguel, atendiendo una serie de negocios que le reditaban mucho más que sus indios en dicha villa, aunque décadas an- teriores habían sido rentables para Gonzalo de Grijera. Parece ser que el virrey dió su provisión, dado que, el 23 de marzo de 1574,41 solicitó al rey que se le reconociera la propiedad de las encomiendas de San Miguel; escogidas dejando las que hasta ese momento poseía en Santiago. A su vez, años antes a la dación de la provisión que los obligaba a volver a San Miguel, el 28 de agosto de 1568, Miranda había donado por medio de una carta, una dote a María de Torres y, a su esposo, el sastre Juan de Morales, moradores de la ciudad. Entre otros bienes, se entregaba una casa y solar de propiedad del encomendero, que se encontraba en la traza de San Miguel, ubicada en la calle que salía de esta ciudad para el camino de Los Reyes; la cual limitaba, por un lado, con casa y solar de Pedro Par- do, por el otro, con casas del encomendero Alonso Carrasco, por la parte delantera, con la calle Real, y por atrás, con otra casa que tenía el propio Miranda.42 Intuimos aquí una actitud de ir dejando propiedades a favor de otras personas con la probable intención de dejar de residir en la ciudad, pero será obligado, como hemos visto, a retornar a la misma y a hacer vecindad en ella; por lo que le encontramos asistiendo a los dos traslados siguientes: al puerto de Paita y, casi 10 años después, al asentamiento definitivo en el valle de Catacaos. La ciudad había sido muy importante en los inicios de la con- quista del Tahuantinsuyo y en las dos décadas posteriores había 38 Ibid., 4r. 39 AGI, Patronato, 188, R30. Parecer de los vecinos de San Miguel respecto a la perpetuidad. 1561. 40 Teodoro Hampe M., «Relación de los encomenderos y repartimientos del Perú en 1561». En: Historia y Cultura, Revista del Museo Nacional de Historia, Lima, no. 12 (1979), 95. 41 AGI, Quito 211, L1, f. 290 v. Real Provisión a favor de Gabriel de Miranda, vecino de Piura. 1574. 42 Archivo Regional de Piura (ARP), Serie Cabildo Civil, legajo 1, expediente 4. Año de 1612. «D e lo s lla no s y ar en al es q ue e n es te g ra n Re in o ha y» . La c om pr en sió n de l t er rit or io y lo s de sa fío s m ed io am bi en ta le s en la fu nd ac ió n y lo s tr as la do s de la c iu da d de S an M ig ue l d e la N ue va C as til la , P er ú 04 0 resultado un territorio estratégico desde donde se realizaron las conquistas de indígenas como Paltas, Huancavilcas o Cañaris. Entradas al Oriente, como la de los Bracamoros y Yaguarzongo, fundando ciudades como Jaén, Valladolid o Santiago. En para- lelo a esto la ciudad y sus términos fueron escenario importante de la primera parte de la rebelión de los encomenderos que desafiaron al poder de la Corona, enfrentándose al primer vi- rrey, Blasco Núñez Vela. Pero una vez reprimida la rebelión la ciudad fue perdiendo importancia y protagonismo, sumergién- dose poco a poco en una profunda decadencia. No había en el territorio riquezas mineras y la disminución de la población de indios en las encomiendas piuranas suponía una importante disminución del monto tributario y de la mano de obra para actividades agrícolas y ganaderas. Inicios de decadencia de San Miguel La crisis se inició en realidad en la misma década del cuaren- ta, cuando la ciudad y sus pueblos de indios de la costa y de la sierra fueron escenario del enfrentamiento entre los encomen- deros y la Corona. El conflicto, cuya primera fase se desarrolló entre San Miguel y Quito, tuvo como inmediata consecuencia el que una buena parte de la producción regional —que era utilizada por los indígenas para pagar su tributo y para su pro- pia supervivencia; y, en el caso de los encomenderos, para su aprovisionamiento y para insertar ese tributo en especie en el mercado interregional e incluso virreinal– hubiera de encau- zarse para el suministro de los dos ejércitos en liza: el ejército rebelde de Gonzalo Pizarro y el ejército del virrey. Ya fuese de manera voluntaria o por obligación, tanto indígenas como encomenderos tuvieron que afrontar la provisión de ambos ejércitos. Por ejemplo, el teniente que Gonzalo Pizarro había nombrado en San Miguel era Bartolomé de Villalobos, a quién también le dio en encomienda los repartimientos de Tumbes, Máncora y Pariñas. Esto resultaba fundamental, pues el tribu- to más importante que daban estos indígenas era el pescado que, fresco o salado, constituía una parte substancial de la dieta de los indios y los españoles, y resultaba crucial para el avituallamiento del ejército de Pizarro, tanto en Los Reyes como cuando se tuvo que desplazar al norte, entre San Miguel y Quito. En noviembre de 1546, Villalobos declaraba en una carta que le estaba enviando un mil tollos y 50 arrobas de sal. En esa misma misiva se prometía que iba a enviar «todo el pescado que se pudiere»43 así como camarones y «ostras en escabeche»;44 y, si salieren buenas estas últimas, siempre le proveería de ellas. De igual modo, en febrero de 1547, le 43 Pérez de Tudela, Documentos relativos, 415. 44 Ibid. Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 04 1 enviaría 2 mil 400 bonitos y 22 arrobas de pescado menudo para la cuaresma.45 Aparte de estos productos marinos que se enviaban a las tropas rebeldes que estaban en San Miguel, se les abastecía también de agua, leña, bizcochos y quesos, entre otros productos. Junto con estos, se despachan hacia el sur cartas dirigidas que vienen de Panamá o que se envían de San Miguel y, del mismo modo, captura cartas al enemigo y las hace llegar a Gonzalo Pizarro. Para todo ello Villalobos contaba con balsas de sus indios, que también utilizó para que, caleteando, lleguen más rápido las noticias a Gonzalo o a sus allegados. Hay que destacar el trabajo de los indígenas de la región en la llevada de cartas y noticias de lo que está pasando en este territorio y más allá de sus fronteras, lo que realizan tanto por mar, en sus balsas, como por tierra, a través de las postas o «chasques». Cuando la situación se tornó irreversible para Pizarro y era ya inminente la llegada del pacificador Pedro de La Gasca a la Nueva Castilla, el rebelde ordenó a su teniente en San Miguel una serie de medidas que eran destinadas a dejar sin aprovisionamiento a los leales al rey en el territorio sanmi- guelino. Para cumplir con lo ordenado, envió diez hombres a caballo hasta Maicabilica, en los llanos, «para que quemen los tambos y sementeras en toda la tierra».46 La orden era dejar todo inservible y sin provisiones, a fin de que nada pudiesen encontrar las tropas reales. A Paita se envió a Francisco Cum- plido, con algunos hombres para que, igualmente, se quemen los tambos y se «cieguen jagüeyes o se atosiguen».47 Así, todo el ganado que se pueda recoger en San Miguel y alrededores se tenía que enviar al sur para poder abastecer a las tropas gonzalistas; incluso, el teniente le manifiesta que para dejar sin nada de apoyo al pacificador pensaba «quemar este pueblo [San Miguel] y dejarlo todo por el suelo»;48 también señala que mandó mensajeros al capitán Porcel en la Zarza y al capitán Diego de Mora en Trujillo para que actúen de la misma ma- nera.49 Se llega al extremo de ordenar a españoles e indígenas que: «la comida se les quite toda, así de ganados e aves e maizales e trigos, sin que quede cosa inhiesta; en la costa los indios los hagan alzar todos, y todos los caciques y principales traigan consigo. Y esto se entienda cuando viere que vienen los enemigos de manera que lo puedan hacer a su salvo… [y] al tiempo que se vinieren, [proveerán] de no dejar ganado de ninguna calidad, ni mula ni acémila, y lo que no pudieren traer, lo maten».50 También se ordena que, llegado el momento de partir a reu- nirse con Gonzalo Pizarro, traigan consigo todo el dinero de la 45 Ibid., 401. 46 Ibid., 539. 47 Ibid., 540. 48 Ibid. 49 Ibid. 50 Ibid., 85. «D e lo s lla no s y ar en al es q ue e n es te g ra n Re in o ha y» . La c om pr en sió n de l t er rit or io y lo s de sa fío s m ed io am bi en ta le s en la fu nd ac ió n y lo s tr as la do s de la c iu da d de S an M ig ue l d e la N ue va C as til la , P er ú 04 2 caja real de cada una de sus ciudades y que «si es posible, las aves que andan volando no les deje que se puedan aprovechar de ellas, y mire que en ninguna manera quede balsa ni palo para que se pueda hacer, sino que los queme todos».51 La región, como podemos advertir, quedó gravemente dañada luego de la rebelión. Sabemos que las guerras dejaron desola- ción y crisis en muchos lugares, como es el caso de San Miguel y las encomiendas de indios de su jurisdicción, donde la esca- sez ocasionó hambre y privaciones, y pueblos destruidos que hay que levantar. Además, hubo de afrontar las consecuencias del apoyo al bando rebelde, tratando de mantener las muy dis- minuidas encomiendas a como dé lugar, pues es el único pa- trimonio con el que cuentan. La vecindad tuvo que demostrar ante Pedro de La Gasca fidelidad a la Corona, haciendo ver que si en algún momento auxiliaron a los rebeldes había sido por causa de la fuerza y la coacción. Lo cierto es que la mayoría mantuvo sus encomiendas, aunque ya se encontraban muy ve- nidas a menos. Entre los que perdieron su disfrute se encuentra la familia de Bartolomé de Aguilar, un encomendero de Ayaba- ca que se mantuvo hasta el final de sus días leal a Pizarro y al que la rebelión le costó la vida.52 Por este motivo la encomien- da le fue arrebatada a su viuda y a su hija, y le fue entregada a un nuevo benemérito, Gaspar de Valladolid. Los años sesenta y la desolación de la ciudad La crisis y decadencia de la ciudad, entrada la segunda mitad del siglo XVI, parece irreversible. A inicios de la década del sesenta, la situación se mantiene bastante complicada. Con- tamos poco más de cuarenta encomiendas cuando en sep- tiembre de 1561 se pide a sus titulares su parecer sobre la conveniencia o no de la perpetuidad de las mismas. Solo se encontraban en la ciudad once vecinos del total de veintidós. De los presentes, la mayoría manifestó estar de acuerdo con la perpetuidad. Pero, una minoría —que poseía encomiendas ya muy pobres en número de indígenas y tributo– se manifestó, como era previsible, en desacuerdo con la perpetuidad. Es seguro que la gran mayoría de los vecinos ausentes hubiesen opinado de la misma forma. En este sentido, disponemos de un testimonio de gran valor que no deja dudas sobre la crítica situación que la ciudad de San Miguel atravesaba debido a las causas mencionadas. Se trata de Gonzalo Alonso Camacho, quien manifestaba que sólo: «de 2 años a esta parte tiene de comer y es tan poco que no se puede sustentar y que está tan 51 Ibid. 52 AGI, Justicia 423, N1, R1. Pleito fiscal: los herederos de Bartolomé de Aguilar. 1550- 1562. Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 04 3 probe (sic) que no puede perpetuarse porque se morirán sus hijos por no tener que les dar de comer y que lo que tiene es tan poco que no le dan [los indios] la mitad de la tasa que tie- ne y por esta causa a él no le conviene perpetuarse».53 Testigo de esta situación dramática será el quinto virrey, Don Francisco de Toledo, quien en el viaje a Los Reyes para asumir su gobierno desembarcó en Paita y realizó el recorrido por tierra, pasando unos días en la ciudad de San Miguel. Encon- tró la ciudad en una situación crítica y, tratando de revertir la difícil situación, ordenará el cambio de asiento de la ciudad —con oposición de casi toda la vecindad encomendera piura- na– al puerto de Paita. El principal inconveniente para el traslado a Paita era que el puerto ya tenía habitantes hispanos dedicados al comercio desde décadas atrás. Integrarse en esta actividad no les resul- taría fácil y menos con una competencia que era ya experta en el tráfico de productos de Castilla y de la tierra. Además, el puerto no aseguraba el aprovisionamiento mínimo para la po- blación, pues la producción que se sacaba del corregimiento estaba destinada a la exportación o al suministro de las embar- caciones reales o particulares que pasaban por Paita. A esto se añadía que algunos elementos vitales, como el agua dulce o la leña, había que traerlas en balsas desde Colán —el pueblo indígena más cercano– que cobraba por el tráfico de esos pro- ductos esenciales, los mismos que también se vendían a las embarcaciones que iban y venían de Panamá al Perú. Puede darnos una idea de las dificultades para el abastecimiento el hecho de que el agua era traída desde Colán en botijas. En esas mismas fechas, como luego veremos, los vecinos de San Miguel ya tenían localizado un mejor asiento, intermedio con el puerto de Paita: el valle de Catacaos, con abundante mano de obra indígena y bien aprovisionado. Eso explica por qué la vecindad encomendera piurana que arriba a Paita lo hace contra su voluntad, sometida a importantes dificultades. San Francisco de la Buena Esperanza del puerto de Paita, sede del corregimiento Este segundo traslado de la vecindad encomendera se inserta dentro del conjunto de reformas que el virrey Francisco de Toledo realizó de manera particular en la jurisdicción del co- rregimiento de San Miguel de Piura.54 Como ya hemos visto, la crisis económica que azotaba la región y que tuvo que ver, entre otras cosas, con la baja demográfica de los indígenas 53 AGI, Patronato 188, R30. 54 Como ya señalamos anteriormente, existe un traslado anterior de parte de la vecindad al puerto de Paita, que se realizó entre 1559 y 1562, hacia un lugar ubicado 4 leguas debajo del emplazamiento de Piura, específicamente en el sitio que fue denominado «Diapatera». Al parecer, la situación de insalubridad no mejoró, por lo que los vecinos que se habían trasladado a otros espacios procedieron a retornar a Piura luego de dos años. Véase Salazar de Villasante, Relación general, 8; Espinoza Soriano, La etnia Guayacundo, 272. «D e lo s lla no s y ar en al es q ue e n es te g ra n Re in o ha y» . La c om pr en sió n de l t er rit or io y lo s de sa fío s m ed io am bi en ta le s en la fu nd ac ió n y lo s tr as la do s de la c iu da d de S an M ig ue l d e la N ue va C as til la , P er ú 04 4 de las distintas encomiendas de la región, produjo una fuerte reducción del tributo y gran escasez de mano de obra para la agricultura y la ganadería. A esta situación se añadían los problemas relacionados con el mal clima, dado que en Piu- ra el desierto y sus fuertes vientos ocasionaban numerosas enfermedades a la vista, especialmente la conocida como «mal de ojos» que en ocasiones llegaba a producir ceguera. El reflejo del sol sobre la arena y el intenso calor mortificaba a los habitantes.55 La permanencia de la población en ese lugar parecía resultar ya insostenible, agravándose la situa- ción como consecuencia de la creación de las reducciones de indios en 1572. Habiendo visto en persona la difícil situación que atravesaba la ciudad al momento de desembarcar en Paita, Francisco de Toledo decide el traslado de su vecindad al puerto de Paita buscando que los pobladores participen de la activi- dad comercial del puerto, considerado desde décadas atrás como la principal puerta de entrada al Perú.56 El virrey, con toda seguridad, buscaba asegurar un mayor control sobre el puerto pues los gobiernos anteriores habían descuidado los mecanismos de vigilancia sobre el comercio que allí se rea- lizaba. Toledo era consciente de la escasez de funcionarios de la Corona en ese lugar y señalaba que en Paita: «tiene descarga razonable y traginería para las ciudades de Loxa y San Miguel de Piura y donde se hacen hartos embustes de descargas cosas vedadas los maestres que no las osan pasar a este puerto de Lima».57 Paita era el puerto natural de la ciudad de San Miguel. Desde la década del cuarenta se había constituido en el más importante del corregimiento y de toda la costa norte de la Audiencia de Lima. Era un pueblo de indios en el que convivían una decena de comerciantes españoles, que habían construido casas muy precarias y algunas bodegas para el almacenamiento de los productos que se desembarcaban allí, así como para los que salían hacia el Sur o hacia las tierras ecuatoriales y Panamá. Diversos cronistas dan cuenta de su importancia en la vida económica de la región. Cieza de León señalaba que «Paita es muy buen puerto, adonde las naos linpian y dan cebo; es la principal escala de todo el Perú y de todas las naos que vienen a él».58 No sólo era la puerta de entrada del Perú, sino que constituía el mejor punto desembarcable de toda la costa nor- te.59 Así, a comienzos del siglo XVII, Pedro de León Portoca- rrero destacaba importantes detalles: «es un puerto grande y espacioso limpio de escollos y bajíos, seguro de tempestades, pueden en él caber y entrar cuantas naves quisieren. Payta es 55 Salazar de Villasante, Relación general, 8. 56 Luis Miguel Glave Testino, «La puerta del Perú: Paita y el extremo Norte costeño, 1600- 1615». En: Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos, vol. 22, no. 2 (1993), 497. 57 Roberto Levillier, Gobernantes del Perú. Cartas y papeles, siglo XVI, Documentos del Archivo de Indias, tomo III. (Madrid: Biblioteca del Congreso Argentino, Sucesores de Rivadeneyra, 1921), 323. 58 Cieza, La Crónica, 35. 59 Glave, «La puerta del Perú...», 498. Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 04 5 lugar de indios, viven en él algunos españoles. Tienen tiendas más de cosas de comer que de otras mercadurías. De Payta hay doce leguas de arenales a San Miguel de Piura».59 De si- milar opinión era fray Reginaldo de Lizárraga, quien agregaba además que era «bueno y seguro».61 En Paita confluían al año muchas naves, tanto oficiales como particulares, provenientes de la Nueva España, Panamá y del Callao; habiendo logrado sus pobladores, españoles e indíge- nas, desarrollar una compleja red comercial que les permitió integrarse en el sistema mercantil colonial. Ello se daría, aun así, pese al pobre aspecto que ofrecía el puerto, con casas que «no son más que unas cañas incadas y cuando mucho, embarradas con un poco de barro por de fuera que llaman vajareques, y por tejado unas esteras o un poco de estiércol».62 Sin embargo, una lectura minuciosa de las fuentes de la época demuestra que la vecindad piurana no estaba muy de acuerdo con el traslado a dicho puerto. Hemos podido veri- ficar que, desde fines de los años cincuenta, algunos vecinos y autoridades poseían moradas y construcciones diversas en el valle de Catacaos; además, visitadores, obispos y corregi- dores despachaban desde dicha vega.63 Por ello, es proba- ble que la población prefiriese situar a la ciudad en dicho punto intermedio, entre el asentamiento que querían dejar en el Alto Piura —hoy Piura la Vieja– y el puerto de Paita; aunque, también le preocupase ser, además, presa fácil para los corsarios.64 En este nuevo espacio los vecinos también encontraban indios que podían utilizar como servicio perso- nal —mano de obra– a pesar de la expresa prohibición que existía para utilizar a los naturales de esa manera. Esto lo recoge muy bien un cronista, quien señalaba que los veci- nos piuranos, por los motivos medioambientales señalados, habían despoblado la ciudad y mudado al valle de Catacaos, por ser muy fértil y, sobre todo, «libre de toda enfermedad»; aunque, «de pocos años a esta parte se han mudado seis u ocho leguas más cerca del puerto de Paita, a la barranca del río de Motape».65 Años antes del traslado a Paita, entre 1572 y 1573, se había producido el proceso de reducción de pueblos de indios en el corregimiento. En Catacaos se reducirán finalmente 12 enco- miendas,66 provenientes no solo de zonas aledañas, sino de zonas alejadas de la costa. Con ello, los vecinos ganaban al tener mano de obra disponible en un hipotético traslado de la ciudad a dicho valle —cosa que finalmente sucedió– para el trabajo mitero dentro de sus estancias y haciendas, acti- 60 Pedro de León Portocarrero, Descripción del Virreinato del Perú. Crónica inédita del siglo XVII. (Rosario: Universidad Nacional del Litoral, 1958), 22. 61 Reginaldo de Lizárraga, Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile. Marcos Jiménez de la Espada, tomo CCXVI. (Madrid: Ediciones Atlas, 1968), 10. 62 Vázquez de Espinosa, Compendio y descripción, 277-278. 63 AGI, Quito 76, N11. 64 No se equivocaron los vecinos. La ciudad y puerto de Paita fue atacada primero en 1579 por Francis Drake y luego en 1587 por Tomás Cavendish, ambos corsarios isabelinos. Esto ocasionó un nuevo y definitivo traslado de la vecindad, ahora sí, al valle de Catacaos. Véase AGI, Quito 22, N50; y, AGI, Patronato 191, R7, 1. 65 De Lizárraga, Descripción breve, 10. 66 Las parcialidades que conformaron el pueblo fueron: La Chira, Poechos, Pariñas, Cucio, Mechato, Mecomo, Amotape, Marcavelica, Mecache, Menón, Tangarará, Narihualá. Véase Pável Elías L., «El corregimiento de Piura en tiempos de la casa de Austria». En: José A. Busto D. (Ed.) y Jorge Rosales Aguirre (Coord.). Historia de Piura. (Piura: Instituto de Estudios Humanísticos, Universidad de Piura, Municipalidad Provincial de Piura, 2004), 224. «D e lo s lla no s y ar en al es q ue e n es te g ra n Re in o ha y» . La c om pr en sió n de l t er rit or io y lo s de sa fío s m ed io am bi en ta le s en la fu nd ac ió n y lo s tr as la do s de la c iu da d de S an M ig ue l d e la N ue va C as til la , P er ú 04 6 vidades que ya se estaban desarrollando en la región. Pero, con todo, la naturaleza se encargaba de seguir poniéndoles las cosas difíciles, pues la baja demográfica indígena se acen- tuó. En cualquier caso, y pese a la negativa de la vecindad para el cambio a Paita, el virrey Toledo decide el traslado de la ciudad de Piura a dicho puerto. No es posible precisar exactamente la fecha; pero, hacia 1576, una parte de la po- blación de la ciudad de San Miguel ya se encontraba en Pai- ta, convirtiéndose el puerto, desde ese momento, en capital del corregimiento, con un vecindario de españoles alrededor del cual se situaba el pueblo indígena del mismo nombre. Se suponía que al establecerse cerca del mar los vecinos conta- rían con brisa fresca que sofocara el calor y los rayos solares y que atenuara las enfermedades de los ojos sufridas en el anterior asiento. Además, el comercio y las actividades eco- nómicas con él relacionadas auguraban al corregimiento y a su vecindad la salida de la pobreza extrema en que vivían. Volvía a establecerse San Miguel muy cerca de la costa, esta vez un poco más al sur del lugar de la primera fundación del valle del Chira en 1532. En Paita escaparon los españoles del calor pero, sin embargo, hubieron de enfrentarse a «maretazos» que provocaron graves daños en el nuevo asiento, como el del 9 de julio de 1586 en el que «Paita,(...) quedó muy afectada».67 Además, la falta de agua dulce en el puerto, indispensable para la supervivencia, obligaba a traerla de otros lugares que, aunque aledaños, oca- sionaba grandes molestias y aumentaban el precio del líquido elemento. Los indígenas del pueblo de San Lucas de Colán ju- garon un papel decisivo, pues fueron los encargados de traer y comercializar el agua dulce que necesitaban los vecinos; del mismo modo, la leña, vital para la preparación de alimentos, también era transportada. Aun así, si todos estos hechos oca- sionaron permanentes problemas a los españoles, lo que final- mente decidió el traslado a Catacaos fue la presencia constan- te de corsarios en el litoral, quienes atacaron e incendiaron el puerto y las casas de los vecinos en varias ocasiones. El ataque a Paita de 1579 68 Las referencias al corsario isabelino Francis Drake las encon- tramos en el momento mismo de su aparición en un informe de méritos que presentó al rey el que fuera corregidor de la ciudad de San Francisco de Buena Esperanza del puerto de Paita, el capitán Pedro de Çianca. Era éste un hombre de más de setenta años, con mucha experiencia militar, aunque 67 Miguel Maticorena Estrada, «Piura en su Historia», 100 años. (Piura: Instituto Cambio y Desarrollo, Consejo Provincial de Piura, 1994), 221. 68 AGI, Quito 22, N50. Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 04 7 Imagen 5. Este Mapa de la América Meridional de Gerhard Mercator y Jodocus Hondius (Amsterdam, 1607) recoge un numeroso conjunto de ciudades entre las que encontramos las de San Michuel, Piura y la Çilha de Paita. La duplicidad San Michuel/Piura pone de manifiesto las dificultades de los cartógrafos a la hora de recoger con precisión la localización de una ciudad que está en constante movimiento durante buena parte del siglo XVI. Fuente: David Rumsey Map Collection. Map Center, Stanford Libraries (California). 04 8 no precisamente en guerras contra corsarios o piratas. Había sido nombrado en 1576,69 como corregidor, justicia mayor y juez de residencia, en San Miguel de Piura y su jurisdicción. Se encontraba desempeñando esta función cuando, a inicios de 1577, llegó la orden del virrey Toledo para el traslado de los vecinos encomenderos y los moradores de la ciudad al puerto de Paita. Dos años más tarde, a fines de enero de 1579, tuvo que en- frentar la amenaza de los corsarios ingleses acaudillados por Francis Drake en las aguas del Mar del Sur. Ante la urgente noticia sobre el inminente arribo de Drake a Paita, dio aviso al asiento de Piura, donde aún estaban la mayoría de los ve- cinos de la ciudad y otras personas, ordenándoles acudir de inmediato al puerto para poder organizar la defensa, frente a la grave amenaza. Se ordenó igualmente al vecino y escribano de la ciudad, Blas Cristóbal Pérez, que pudiese acudir a los distintos pueblos del corregimiento, con el fin de hacer el mis- mo llamado a los mestizos, mulatos e indios como gente de apoyo. Así, el corregidor envió traer indios del pueblo de Ca- tacaos para la defensa del puerto, logrando reunir 200 hom- bres de armas en total, los cuales hubieron de ser sustentados en el puerto, gastos cubiertos por la autoridad y ascendentes a doce mil pesos en comidas, caballos y pertrechos de guerra durante el tiempo que estuvieron de presidio. Se dispuso la llegada de una serie de bastimentos básicos desde distintos pueblos del corregimiento, que permitiesen una alimentación acorde y para abastecer a las embarcaciones y a los vecinos de la ciudad. Ello incluyó agua, carne de vaca salada, carne- ros y gallinas de Castilla, perniles, bizcochos de todo tipo de harina, quesos, jamones, cecinas, ajos, trigo, maíz, tocinos, pescado salado, pescado blanco, tollos, pallares, botijas de vino, vinagre y sal. De igual modo, se organizó la defensa, para lo cual era crucial disponer de armas —ofensivas y defensivas— como piezas de artillería de hierro, grandes y pequeñas, arcabuces, cuerdas de arcabuces, plomo, pólvora, picas, alpargates, morriones, escaupiles y rodelas de cuero de vaca, petacas confecciona- das por los indios, caballos de brío, así como cal y ladrillo para hacer murallas para la guarda y defensa de los puertos. También era imprescindible contar con reservas de leña, can- delas de sebo, hachotes de cera de Nicaragua, diversos tipos de clavos —de tillado, de alfaxía, de barrote–, algodón para coser velas, hilo de algodón, botijas vacías, madera de roble de Guayaquil, hilo de carreto, jarcia de la tierra, lonas, sacas y costales grandes de algodón. 69 AGI, Quito 21, N49. Ci ud ad es , D es as tr es y R es ili en ci a Pe rú y C hi le , S ig lo s XV I-X X 04 9 Como se puede apreciar, varios de estos productos prove- nían del mismo corregimiento —bizcochos, pescado, etc.—, algunos venían de otros lugares de la América española —de Centroamérica o Guayaquil– y otros, como los clavos, de Europa.70 En este caso, el corregidor Pedro de Çianca estuvo dispuesto a poner recursos de su peculio para lograr traer la mayoría de los productos y armamento señalado. En pa- ralelo, se despachó igualmente un emisario a la ciudad de Loxa, ubicada a sesenta leguas de San Miguel, para consiguir «armas y peltrechos para la guerra y le truxeron ciertos ar- cabuces con que armó la dicha gente y la puso a punto de guerra».71 También, de Loja llegaron otras armas y pólvora, a pesar de que la Audiencia de Quito había ordenado a Juan de Salinas, gobernador de Cuenca, Loja y Zamora, que no acudiese al puerto de Paita «por la imposibilidad de soco- rrerle»;72 de los valles de Saña se trajo pólvora; de Trujillo, además de pólvora y mechas, se recibió gran cantidad de lona, más de dos mil varas, que fueron enviadas rápidamen- te a Guayaquil para las galeras que en su astillero se estaba construyendo para llevar a Paita. Por