César Ferreira / Ismael P. Márquez 

Editores 

LOS MUNDOS DE 
ALFREDO BRYCEECHEN/OUE 

Nuevos textos críticos 

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2~S PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PER.Ú / FONDO EDITORIAL 2004 

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Los mundos de Alfredo Bryce Echenique (nuevos textos críticos) 

Primera edición: setiembre 1994 
Segunda edición: enero 2004 

Tiraje: 500 ejemplares 

© 2004, César Ferreira e Ismael P. Márquez (editores) 
© 2004 de esta edición por Fondo Editorial de la Pontificia 
Universidad Católica del Perú 
Plaza Francia Nº 1164, Lima 1 
Teléfonos: 330-7410 - 330-7411 
E-mail: feditor@pucp.edu.pe 

Diseño de cubierta: Erik Chiri 
Corrección de estilo: Alberto Ñiquen 
Cuidado de la edición: César Ferreira y Gerardo Castillo 
Asistente de edición del Fondo Editorial PUCP: Nelly Córdova 

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio total o parcialmente, 
sin permiso expreso de los editores. 

Derechos reservados 

ISBN: 9972-42-579-7 
Hecho el Depósito Legal Nº 1501052003-3008 

Impreso en el Perú - Printed in Peru 



Del amor y otras (divertidas) tragedias 

Mercedes Serna 

Puede que deje de ser Un mundo para Julíus «la novela cumbre» del 
escritor peruano Alfredo Bryce Echenique (1939), ahora que acaba de 
publicarse No me esperen en abril, obra que guarda estrecha relación 
con su producción anterior. Bryce empezó No me esperen en abril en 
julio de 1976, aunque la dejó para escribir Tantas veces Pedro. 

El universo narrativo de Bryce Echenique se inició en 1968 con 
Huerto cerrado -título de Julio Ramón Ribeyro- publicado en La Ha­
bana, tras haber concurrido al Premio Casa de las Américas. Contiene 
doce relatos que se centran en el mundo de la adolescencia de la clase 
alta limeña, sus primeras experiencias sentimentales con sus consi­
guientes fracasos y el paso resignado a la vida adulta. Huerto cerrado 
es, como define el propio autor en sus Antímemorías, «aquel libro de 
debutante en que intenté recrear algunas experiencias de ini adoles­
cencia». 

En 1970 aparece Un mundo para fulíus, que cuenta cinco años de la 
vida de un niño -hasta sus doce años- hipersensible y heredero 
de una aristocrática familia limeña. La crítica vio en ella un retrato 
duro de las clases altas del Perú y llegó a considerarla como «la no­
vela de la revolución peruana». Bryce Echenique, como hará en No 
me esperen en abril, examina, desde la distancia que le confiere el hu­
mor, la sociedad oligárquica limeña, sus trivialidades y sus miserias 
tras la aparente grandeza. Es una novela de denuncia de la ideología 
de la clase burguesa. Julius es un niño rico, bien tratado por la fortu­
na y la vida, en un mundo injusto y cruel, superficial y vacuo. A tra­
vés del humor, Bryce, a la manera de Irving Ward, penetra en la rea­
lidad de manera profunda y retrata la decadencia. La ironía permite 
la sonrisa lúcida y la complicidad del autor con el lector. Un mundo 
para f ulíus trasluce una manera personalísima de contar sobre la base 



452 Mercedes Serna 

de un tono oral y a todas sus consecuencias. En ella ya se dan los 
rasgos y recursos esenciales que configurarán el mundo narrativo 
del escritor peruano, la ironía y la metaironía, la complicidad con el 
lector, la apertura a la oralidad, el lenguaje de lo cotidiano, las refe­
rencias y autorreferencias literarias y la honda ternura casi trágica. 

Posteriormente publicará La felicidad, ja, ja ... (1974), Tantas veces 
Pedro (1977) -donde los personajes ya no se limitan al mundo infan­
til-, y La vida exagerada de Martín Romaña (1981) cuyo protagonista, 
Martín Romaña, puede ser alter ego del autor, pues uno y otro viven 
acontecimientos personales y político-sociales similares. En 1985 apa­
rece El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz y en 1988 La última mu­
danza de Felipe Carrillo. En 1993 saldrá su libro autobiográfico y con­
fesional Permiso para vivir (Antimemorias). 

No me esperen en abril supone, como indica el autor, «el adiós defini­
tivo a toda una época y una edad vivida», al Perú de los años cincuen­
ta. Es, como el Ricardo Palma de las Tradiciones Peruanas, «evocador de 
una Lima que también para él se iba». Es el cronista testimonial de la 
alta sociedad. No me esperen en abril y Un mundo para Julius son novelas 
de iniciación, «fábulas autobiográficas», novelas de denuncia de lo vi­
vido. Son el retrato de una sociedad oligárquica y decadente, la cróni­
ca del tiempo limeño perdido. En ambas Bryce, como indica Julio Or­
tega refiriéndose a Un mundo para Julius, es el «genial verbalizador de 
un mundo limeño y de una época pasada que precisa de humor». 
Oralidad y humor porque, como comenta el propio escritor, «en la 
realidad hay un lado cómicamente muy grave». Y así, con humor o 
dolor, con ternura, cara a cara con el lado absurdo y ridículo que se 
oculta en las cosas, Bryce nos narra, en tercera persona, la vida de Ma­
nongo Sterne, vástago de ingleses acriollados, personaje «tan distinto 
a los demás» porque a su edad solo él veía la gravedad de las cosas 
de esta vida, sobre todo al amanecer y al anochecer. Un adolescente 
que «veía siempre algo más». Un niño partido en dos, acusado de 
«mariquita» por no pertenecer al mundo de los machos, de los mata­
dores de hembritas, de los que saben poner a las mujeres «seditas»; al 
mundo de los desfiles militares, de la disciplina con gritos ... «un ser 
que jamás se ha sentido más lato ni más macho ni más nada que na­
die». Considerado un «espíritu maligno» por la Asociación de Padres 
de Familia, es expulsado del colegio Santa María. Sus padres deciden 
enviarlo interno a un colegio inglés de reciente creación, «al mejor y 
más caro y británico colegio de América del Sur», por eso de intentar 
un Perú bien blanquito y anglosajón, alejado de lo limeño (léase la hu­
medad) que todo lo corrompe, lo pudre, lo humedece ... al colegio en 



Del amor y otras (divertidas) tragedias 453 

que se formarán «los futuros dirigentes de la patria». Previamente a 
su partida conoce a Tere Mancini, su amor único y obsesivo. El cole­
gio se inaugura en el mes de abril. Abril es, por tanto, el mes de la se­
paración de estos amantes debutantes que se dan constantes pruebas 
de amor, pruebas acerca de la intensidad de su «trascendental amor», 
y juramentos tras juramentos. Manongo siempre vivirá en el mes de 
marzo porque jamás se apartará de ese único amor, a pesar de que las 
realidades de él -que no crece ni quiere crecer- y de ella -que es­
pera a que él crezca, impaciente, y luego deja de esperar-, anden tan 
desajustadas. Manongo, como Julius y Martín Romaña, es un ser que 
no quiere crecer. Manongo decide quedarse para siempre en el mes de 
marzo (en el mundo del sueño) y esa será su salvación en la vida 
pero, al mismo tiempo, su tragedia. 

Ya en La vida exagerada de Martín Romaña cita Bryce Echenique 
como lema una frase de Iris Murdoch que declara que el amor es ca­
paz de la degeneración más infinita y fuente de los mayores errores. 
Martín Romaña convertirá la ausencia de amor en amor y amará 
desesperadamente en soledad. En Huerto cerrado se nos dice que en 
el amor el más débil es siempre quien más ama. En No me esperen en 
abril cita, al respecto, a Osear Wilde: «Hay dos grandes tragedias en 
la vida: la pérdida de la persona amada y la conquista de la persona 
amada». También ahora el protagonista se ve sometido a la fragi­
lidad absoluta por la creencia individual en el amor. En literatura 
- dice Bryce- no hay amores felices y así, los personajes de sus no­
velas van dando tumbos por el camino tortuoso del amor hasta la 
exasperación, el derrumbe, la inanición y la muerte. El amor, en la 
obra de Bryce Echenique, va unido, inevitablemente, a la tragedia. 
La coincidencia temática de No me esperen en abril con El hombre que 
hablaba de Octavia de Cádiz y con la obra de García Márquez, El amor 
en los tiempos del cólera, se pone de manifiesto en la idea del «amor 
único» que Florentino Ariza, como ahora Manuel Manongo, se im­
pone. Es la virtud de la fidelidad. Manongo no pone interés en la di­
mensión erótica del amor sino en la del conocimiento, en la experien­
cia psíquica del amor, sus demandas, contradicciones, anhelos, 
zozobras, sus constantes desajustes, sus incompatibilidades, la falta de 
entendimiento. Es un amor excesivo, solitario, inviable, agónico, in­
móvit profundo porque pone al descubierto la condición humana, y 
único porque no hay posibles sustitutos. Bryce recuerda a Balzac: 
«No, créame usted, un primer amor no puede sustituirse». 

La amistad es el otro concepto clave en la obra de Bryce Echeni­
que. La amistad de esta pandilla es digna de encomio y se eleva por 



454 Mercedes Serna 

sobre cualquier guiño irónico y humorístico caraéterístico de la obra. 
El escritor peruano despliega todo un tratado sobre la amistad. A 
partir de 1956, Manongo, ya sin Tere, entra en el mundo de su pa­
dre, el de los negocios, las finanzas nacionales y el paraíso fiscal, y 
se torna implacable y canalla, se embrutece. Solo el amor y la amis­
tad salvan al protagonista de su posterior encanallamiento: 

Manongo empezó íntegro de nuevo, de cero pero no de la nada, y em­
pezó tan solo con las dos cosas que se había traído a su nuevo mundo 
de aquel pasado remoto en que, una tarde, apareció con total naturali­
dad Jorge Valdeavellano para invitarle el primer cigarrito de su vida, 
porque la felicidad empezaba, sí, así empezó la felicidad, con la palabra 
amigo, y así habría de saberlo y comprenderlo él a medida que se lo iba 
contando a una chica llamada Tere, desde aquella otra tarde en que, 
como la felicidad ya había empezado, apareció también con total natura­
lidad la palabra amor ... y continuaron ambas palabras entre días y no­
ches de internado y más amigos. 

Como Martín Romaña, como el Bryce Echenique de Permiso para 
vivir, Manuel Manongo es un solitario que vive en excelente compa­
ñía, un ser que guarda una relación particular con el mundo y que 
está condicionado siempre por los afectos privados. La amistad y el 
amor férreos perviven frente a un mundo contradictorio y que es 
mejor no tomarse demasiado en serio. Como le ocurre al Bryce Eche­
nique de las Antimemorias, Manongo, en el transcurrir de su vida, 
«iba conociendo cada vez más la desasosegante sensación de primer 
y segundo tiempo, como él mismo le llamaba. La de estar práctica­
mente en dos sitios a la misma vez, la de haber jugado el primer 
tiempo de un partido de fútbol en un equipo y el segundo en el 
otro». La vida se le dibuja contradictoria, diversa, múltiple, multila­
teral, trágica y feliz y solo -como en El Quijote- se salvan los afec­
tos. Manuel Manongo sigue la idea de Bryce Echenique, que confiesa 
en sus memorias: «cada uno de mis amigos es el mejor que tengo». 
De la misma manera, declara Manuel: «cada nuevo amigo ha sido 
una maravilla que le debo a la vida». Manongo, ya a finales de los 
setenta, construirá una serie de villas con la intención de que todos 
sus amigos puedan vivir cerca de sí, lejos del conflictivo -para su 
clase- Perú, para que todo vuelva como veinticinco años antes. 

La adolescencia ocupa dos de las terceras partes de la novela. La 
última pretende explicar el desenlace de la vida de Manongo, justifi­
cando los resultados de su época iniciática. Como en El Lazarillo el 
lector se siente ligado afectivamente al Manongo adolescente y hace 



Del amor y otras (divertidas) tragedias 455 

la vista gorda al Manongo adulto y sin escrúpulos. Este personaje 
-señala Bryce Echenique- «devorado por sus inicios, se aferrará 
toda la vida a los momentos en que conoció a cada amigo, se aferra­
rá a aquel primer amor y cultivará una total lealtad a todo ello, por 
encima de toda una vida que además es la de un sinvergüenza». 
Frente a esta primera historia -«la parte fundacional e irrenuncia­
ble, ese paso fragilísimo de comienzo, de estreno, donde se fraguan 
el amor y la amistad, que es el valor fundamental de esta historia»­
a parece la colectiva, la historia del Perú, desde los años cincuenta 
hasta hoy, la historia de Lima y de la sociedad. A Bryce Echenique 
como a Vallejo (a quien Echenique recuerda a menudo en la presente 
novela) le duele el Perú y busca el modo de sacárselo de dentro. 
Dice el escritor: «He estado esperando el momento de poder entrarle 
ya al Perú, al menos para decir que nunca lo tendré claro. Perú es 
un país que nadie ha tenido claro nunca. Es un país dificilísimo, el 
más conflictivo racialmente de América del Sur, grande, despropor­
cionado, de naciones que conviven en él, historias y pueblos que se 
desconocen y cohabitan en este territorio de desconcertada gente, 
porque Perú no es un país, es un territorio». Es el amor por Perú, 
profundo, desgarrador, desesperado, que aparece en las obras de 
Vargas Llosa, Ribeyro, Vallejo o Arguedas o en Un mundo para f ulius. 
Frente a esta, el Perú que retrata ahora es un país imaginario y más 
racista, de un racismo más duro e implacable. Señala Bryce Echeni­
que: «Todos son racistas, incluso Manongo Sterne, que en cambio es 
capaz de adorar al cholo Adán Quispe a quien buscará todos los 
días de su vida, y fíjate lo que le pasa por tener ese amigo». Bryce 
peruaniza, una vez más, Europa. El país de estos estudiantes y ami­
gos de Manongo - educados para el inmovilismo, para que siempre 
les perteneciera todo, la dictadura y la democracia- es el país subli­
mado, repintado e inverosímil de ficción. 

Julius, Romaña, el Bryce de las Antimemorias, y ahora Manongo, 
son también autobiografías ficticias y antiheroicas del autor. En cual­
quier caso, la literatura y el humor se tragan la historia. Lo cómico y 
lo grotesco sirven para mitigar la grandeza de la vida porque esta es 
divertida, trágica y paródica a la vez. El humor destruye toda jerar­
quía. Asistimos a la desmitificación del mundo por la palabra, el 
chiste, · 1a ironía o el cliché. Bryce Echenique trata, con humor y liris­
mo, temas como el exilio, el éxito, los comportamientos sociales, el 
sentimiento y lo sentimental, sus novelas, su propio yo o el lenguaje; 
desenmascarando el mundo y reduciéndolo a escombros. Bryce ha 
recibido la influencia de Pardo y Aliaga, Caviedes, Ricardo Palma, 



456 Mercedes Serna 

Cortázar o Cabrera Infante en la práctica del novélismo oral, de la ora­
lidad unida al humor, en la construcción de la novela irónica, cómica 
y con humor. La ironía, además de penetrar en la realidad, es recur­
so para desdramatizar la vida. 

En No me esperen en abril se introducen elementos literarios. La li­
teratura se hace de literatura en un discurso intertextual en que 
continuamente asoman otros múltiples referentes. El autor hace 
constantes referencias a otros escritores como García Márquez, Var­
gas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, César Vallejo, a sus propias obras, 
como Un mundo para Julius, a sí mismo y al propio narrar. El autor se 
enfrenta con sus propias creaciones en cuanto producto de arte. Es la 
literatura a partir de la literatura. 

Bryce Echenique extiende su práctica narrativa a otros ámbitos 
discursivos como la poesía, el cine, la fotografía, el cómic, el bolero, 
la copla, el tango, el teatro ... apropiándose de sus técnicas. Forma 
parte de la cultura Pop -como Manuel Puig, Vargas Llosa o Severo 
Sarduy- que se caracteriza por la mezcla de elementos cinematográfi­
cos y de humor, en un proceso de democratización o popularización 
de la cultura. Y sobre todo ello, el triunfo del novelista está en el len­
guaje, en la creación e invención verbal constantes, en la pérdida de 
respeto por la lengua, en esa oralidad que todo lo aglutina y combi­
na; abierta, libre como la de Cortázar, que rompe la jerarquía de las 
palabras, rápida y cambiante, al ritmo del habla popular. Un estilo 
que es, en definitiva, una forma de contemplar el mundo. 

Bryce define a los personajes y su mundo no por lo que son sino 
por los objetos, gustos, sensaciones y referentes culturales que les ro­
dean. Así Manongo es el mundo de James Mason, del aroma de re­
postería, del cine, los discos (Nat King Cole, Lucho Gatica ... ), de la 
música de Paganini, de Adán Quispe -cholo marginado-, de la 
paloma cuculí frente al otro mundo, el del Country Club, la Iglesia 
San Isidro, el poder militar, los desfiles militares, y los machos mata­
dores de hembritas. No me esperen en abril nos habla de amor, de 
amistad y de muerte, de fidelidad y de lealtad. Manongo enamora­
do, noble, taciturno, agilísimo, implacable, rey granuja de negocios, 
canalla por fuera y por dentro de oro. Manongo «piedra y camino», 
Manongo excéntrico, ensimismado, racista, raro, encerrado siempre, 
siempre ajeno. Manongo traumático, posesivo, celoso, trascendental 
que encuentra en los amigos toda una vida de sedantes. Manongo 
demasiado corazón. 

[Quimera 136 (mayo 1995): 60-63]