La Mirada de Telemo No. 5 (2010): Setiembre ¡A mandíbula batiente! Tuccio, Milagros El “humor” es una magia… y no es que me haya olvidado la letra de Tito “El Bambino”, sino que esta frase se ajusta no sólo al romanticismo del corazón, sino al inigualable y magistral ¡HUMOR! Vale la pena recalcar, que hay que tener amor precisamente, para hacer, recibir o generar humor; pues si no hay ese mínimo grado de complicidad y afecto con el otro, si no existe la infaltable pasión por hacerlo, absolutamente nadie lo disfrutaría, ni siquiera el más sonriente Guasón. En un mundo complicado, apurado y estresado como el nuestro, siento que hay una condición casi elemental de supervivencia: O tenemos cierta cuota de humor en nuestras vidas… o terminamos literalmente “orates”... o peor aún “orates amargados”. Bien decía Nietzsche que “El hombre sufre tan profundamente, que ha debido inventar la risa”; pues sea o no invento del hombre, lo claro es que sin risa y sin ver “el lado amable” y por qué no, hasta cómico, de las cosas, nuestras vidas no tendrían esa “chispa” maravillosa, que hace que mientras más uno se carcajee…¡ más longeva y feliz vida tenga!. Y el humor peruano es sin duda… uno de los platos fuertes de este maravilloso país sobre el cual tenemos la dicha de vivir. Pues si bien somos los reyes de la culinaria, ejemplos mundiales de historia y geografía, si algo nos caracteriza en el mundo, ¡es que no hay peruano que no busque el “servicio” para dar el “mate” de humor!; ... y con una “chapa”, un “peruanismo”, un grito bien dado en medio del silencio, un susurro liberado al final de la cola (clásico expertis del “matalascallando”), o una frase “matadora” en la pizarra escolar, logramos que cerca de 400 músculos se pongan en acción con nuestras resonantes carcajadas (más las palmaditas típicas acompañándolas ¡por supuesto!). Hay muchos espacios en donde se desarrolla el humor, uno clásico: La calle, (uno no tan clásico: La política)... pero si buscamos una ventana constante en donde presentar humor, no hay nada mejor que los medios de comunicación. Puntualmente esta vez, sacaremos el control remoto y haremos un breve zapping por aquellos programas humorísticos que han pintado de blanco y rojo las carcajadas del pueblo peruano, utilizando un lenguaje narrativo más orientado a lo serial, que al característico sketch. (Amo el sketch, pero a pedido del público, nos orientaremos hacia la otra dirección). En mis épocas ochenteras, con pocos años, centímetros y… no sigo… en mi haber, tengo el recuerdo de que las cosas más impactantes de la TV, las veíamos por Panamericana. Los sábados con Ferrando, seguido de la “vaca sagrada” del humor en TV, “Risas y Salsa”; “Aló Gisela” con Sonia Valverde y el Maestro La Rosa al piano; “24 Horas”, “Carmín”, etc… Sin embargo, a principios de los ’80, casi por 1984 para ser más exactos, América TV rompió esquemas con una sitcom (formato de innovación total en la TV peruana) cuyo eje narrativo giraba alrededor de dos detectives que desde ya sabíamos que no resolverían… ¡ni el crucigrama!. Este par, Ricardo (interpretado por el camaleónico actor y recordado MAESTRO Ricardo Fernández) y Ricky (desarrollado por uno de los actores más “gestuales” que conozco, Ricky Tosso), trabajaban desde su despacho “detectivesco” junto con Jenny, una secretaria que de cuerda no tenía un pelo (engalanado por Jenny Negri… una actriz que sonrió siempre) y juntos formaron el clan de “Los Detectilocos”. Este trío, con historias que tenían un inicio y un fin en el mismo capítulo, nos planteó las más ingenuas y creativas situaciones, en donde el plan era siempre atar cabos en un caso no resuelto (asesinatos, robos, secuestros, etc..). Ricardo, el serio e inteligente del grupo y Ricky el típico despistado y algo inútil, era una dupla redonda de humor, pues hacían el contrapeso necesario para generar la risa en cada malentendido o metida de pata, según la trama. Jenny aportaba el lado “chenchualón” y femenino al elenco, coqueteando con el inolvidable “heladeeero”, quien siempre llegaba, se presentaba y el romance jamás progresaba. Sabiamente su productor, Guillermo Guille (padre de innumerables éxitos de la TV peruana), aprovechó la vena cómica, elástica y gestual de Tosso (en donde hasta el ruido que hacía al poner el dedo en el “cachete”, era sinónimo de comicidad) e insertó en estos unitarios, la posibilidad de que interpretara a diversos artistas famosos, como parte de la trama, logrando íconos que tengo grabados en la memoria, como la imitación de Juan Gabriel en un set abarrotado de velas, en donde en cada movimiento ponía en riesgo de incendio al pantalón blanco y polo rojo que vestía, tal cual el mexicano en el videoclip de “Querida”; o recordarlo “carnavalescamente” ataviado de pomposos trajes al estilo “Tongolele”, para parodiar a Gal Costa y su clásica “Fiesta do Interior”. Los casos… ni importaban, las locaciones… si se podía salir a exteriores bien, sino… ¡a ambientar todo en estudio se ha dicho!, pero la creatividad de los diálogos y el acertadísimo casting (acompañado además por Mirna Bracamonte, que en cada capítulo volvía loco de amor a Ricky; un SEÑOR del humor, como Fernando Farrés, y el mejor “Belaúnde imitado” del Perú, mi querido amigo Ramón Alfaro, entre otros), hicieron de estos locos detectives, un golazo de media cancha y un imborrable en mi “caja boba” interna. Ante el éxito de “Los Detectilocos”, Panamericana lanzó el anzuelo y capturó de inmediato a Guille y a algunos de sus secuaces (Tosso, Negri y Farrés), cubriendo América el espacio con otra sitcom de corte un poco más juvenil, con similar éxito pero menor duración; nos referimos a “Los Gusanosaurios”. Otro trío de humor, conformado por el actor e imitador Hugo Salazar (el “bacán” del grupo, cuyo léxico marcó la pauta de las jergas de la época, liderando la lista con su clásico “o sea manyas…”), el multifacético Ramón García y un argentino de fisonomía única, y cabellos “¡ni- únicos!” Alberto Fragomen “Piwit”. Nuevamente la trama iniciaba y cerraba el día de ficción en cada capítulo y todo giraba alrededor de estos 3 amigos, jóvenes rockeros, viviendo en una pensión, quienes eran permanentemente puestos en aprietos por “Malulo el malo”, interpretado por el ya consagrado Ricardo Fernández, quien permanecía aún en América TV; y otros personajes como la inolvidable Yuri Niko y su gran variedad de kimonos. (El otro día creí verla en un restaurant… me acerqué con el papel y lápiz para el autógrafo, pero se trataba de otra señorita oriental... sin duda “clon” de Niko. Una lástima no haberla visto más en TV, pero si Yuri lee esto, pues “¡se te recuerda Niko!”). Lo curioso en la serie era evidentemente la cuota musical que tenía inmersa, en donde estos “Panchos” del humor y simpatiquísimo trío musical, interpretaban los éxitos rockeros de los ’80, época en donde el rock en español gozaba de su máximo esplendor. Recuerdo indeleble en mi memoria es haber oído “Madrid en Tecnicolor”, “Bienvenidos” o alguna canción de Soda Stereo, interpretadas por Hugo Salazar, con la percusión de García y el bajo de “Piwit”; recuerdos que acompaño junto al gusano verde a cuerda, que reptaba mientras se oía la canción de la presentación del programa, en medio de las imágenes de los juegos mecánicos del “Play Land Park”, también en la careta inicial… (Si esto tuviera audio, estaría ya micro en mano, entonando la canción!). … Por Dios, qué ochentas!, qué épocas!. Mis otros recuerdos de seriales humorísticos sí están anclados a “Panamericinco”; y si bien estas líneas no deberían tocar la “sketch - manía”, fueron precisamente un trío de sketchs quienes se abrieron campo en la selva del humor y lograron el sueño del “programa propio”. Uno de ellos, “¿Quién soy yo?... ¡Papá!” (1989), el recurrente sketch de los sábados de “Risas y Salsa”, en donde nuevamente una dupla hacía las delicias del televidente, con el humor pícaro, rápido, criollo y netamente de sabor peruano. Este dúo era conformado por “Manolo”, a cargo de creo yo, un actor que logró el identikit EXACTO del limeño “vivo” y “vividor”, Adolfo Chuiman; y “Machucao”, papel que recayó siempre sobre Elmer Alfaro, hoy residente en EE.UU. Ambos, cual “Gordo y el flaco”, “Porcel y Olmedo”, “Cachirulo y Copetón” o “Quijote y Sancho”, no podían vivir el uno sin el otro, pues uno era el soporte del otro, en todo sentido. Ambos, si la memoria no me falla, vivían en un departamento de solteros, alquilado a nada más y nada menos que a la entrañable y muy querida actriz, María José Zaldivar, a quien no paraban de llamar “chavalilla”, por el acento español que evidentemente tenía por su procedencia. La “chavalilla” sufría constantemente por las deudas del par, las escandalosas fiestas y los problemas en los que se metían, trayendo cola a todo el edificio. Con grabaciones en estudio y exteriores, un vivaracho, coqueto, bacán y galanazo “Manolo” no perdía oportunidad alguna de rodearse de chicas lindas (en su mayoría, las vedettes de la época), para sorpresa y veneración de su “pupilo” “Machucao”, aquel tímido e indefenso escudero, quien ante cualquier aprieto era atacado por los nervios, la desesperación y en medio de ese pánico, vuelto casi como un “Scooby Doo” de carne y hueso, recibía la respuesta de un inmutable y siempre seguro de sí, Manolo, quien sólo atinaba a preguntar “¿Quién soy yo?”, obteniendo el clásico “¡Papá!” como contestación del “compinche”. Los capítulos pasaban y ya Chuiman ni esperaba la respuesta de “Machucao”… sólo cerraba el contrapunto con el genial “¡Entooooonces pues hermano!...”; “muestra gratis” de la seguridad y divinidad de un dios del buen vivir. ¡Grande Manolo! Otro sketch “con disco solista”, si lo trasladamos a la esfera musical, fue por supuesto “La Guardia Serafina” (1990), nuevamente bajo la batuta de Guillermo Guille. Una inolvidable Roxana Avalos, quien el destino hizo que la perdiéramos con una juventud que asusta; logró calar en el público con el personaje de policía femenina, que si algo precisamente no inspiraba… ¡era autoridad!. Juguetona como ella sola, burlona, rápida y sensual cuando hacía falta (tomen nota que era la única mujer en toda la comisaría), esta “larguirucha”, rubia y delgadísima guardia Serafina, ponía “patas arriba” a la pobrísima locación en estudio, ambientada como comisaría. El “capi” o comisario, Ricardo Fernández, ahora en Canal 5, sufría con las “locuras” de Serafina, y a la vez disfrutaba “por lo bajo” de las ocurrencias de esta “Chilindrina” vestida de oficial, que con mucho o poco éxito en rating, tiene hoy un alto grado de recordación en los contemporáneos, a quienes Roxana nos robó más de una sonrisa. Si les digo Federico Lanzerote…¿ les suena a algo? (Imagino que al menos uno, la tiene clara). Si digo en cambio…¿ Chelita o Felpudini?... calculo que el 100% de lectoría tiene ya en mente que me refiero a la “flacuchenta, anchoveta” y a aquel “ruliento” empleado con visera blanca y terno gris (… y por qué no, flacuchento también). Estos tres personajes, formaron parte de uno mis sketchs favoritos convertidos también en programas de TV, nada más y nada menos que: “El Jefecito”. Con la maestría de Antonio Salim, el novel talento de Analí Cabrera, la comicidad y peculiar anatomía del gran Rodolfo Carrión y el complemento histriónico de la primera actriz Mabel Duclós, este sketch tuvo los ingredientes necesarios para saltar a su versión unitaria en el momento que lo deseara, logro realizado en 1987 con un programa de media hora, luego del éxito alcanzado por el sketch dentro de “Risas y Salsa” desde 1981. Este amor adúltero, pervertido con puro gesto y ridiculizado al máximo, del típico jefe con la secretaria, fue el “kit” para que a partir de ello, nacieran todas las historias en base a esa sólida trama. El “cachetoncito” Federico Lanzerote (Salim), siempre con cejas y bigotes de un marrón casi de témperas, nos mostraba su lado débil al prácticamente desfallecer por su delgada secretaria “Chelita”, más conocida como “mosquita muerta”, por su cruel esposa. Ambos, compartían escena en situaciones que más que románticas, lograban explotar las carcajadas del “respetable”, al ver a estos personajes tan disímiles y llenos de carisma a la vez, acompañados de una balada tarareada, que cerraba el círculo perfecto para que el “carcajeo” se diera “¡a mandíbula batiente!”, tal cual nuestro título. Los tórtolos, o “el tórtolo” (pues Chelita pocas veces, o nunca, retribuyó ese deseo loco de su “jefecito”; sin embargo “siguió la cuerda” eternamente), cuando por fin lograban estar solos en medio de las 4 paredes de estudio que conformaban la oficina de Federico, eran interrumpidos siempre por una u otra variable; por lo general debido a la presencia de aquel “sobón”, “franelero” y adulón profesional, Felpudini; una construcción de personaje, que hidalgamente diríamos fue “¡para quitarse el sombrero!” (¡o la visera blanca!); o interrumpidos por la esposa de Lanzerote, la genial Mabel Duclós, quien con el abecedario de calificativos hacia la secretaria hallada con las “manos en la masa”, se deshacía de Chelita en menos de lo que canta un gallo, y a carterazo limpio hacía pagar las penas del inigualable “cachetoncito… brrrrr”, Federico Lanzerote. Casi una única locación y prácticamente 3 personajes, fueron la mejor lección de que a veces la simpleza en escena, un casting cuidadosamente seleccionado (con un elenco con quien todos quisiéramos trabajar) y un buen guión (o libreto), pueden hacer de un programa, un éxito asegurado. ¡Qué recuerdos!… “¡Quieto loco, quieto!”. Tanta remembranza me trae a la mente mi televisor Sony de 15 pulgadas, que compramos con mis papás Irma y César cuando viajamos juntos por mis 5 años, en el cual creo yo, ¡lo vi TODO! Desde dibujos, “Los Ricos también lloran”, “Quinceañera”, “Chiquiticosas” con Mirtha Patiño y el loro Lorenzo, Benny Hill (solo por pedacitos, porque no era apto para “infantes”) y recuerdo cómo delante mío pasó tanta imagen junta, que hoy sólo es parte de un maravilloso recuerdo; y que claro, nuestros jóvenes lectores ni tendrían que tomarse el trabajo de imaginarlo, pues sencillamente con un “googlear y cerrar de ojos”… ven hoy el programa en youtube con la facilidad (y felicidad) de un click. Pero en él, y desde el sillón azul acero que teníamos en el escritorio, vi otros casos de “humor peruano” que también, y si quedan algunas páginas en la Revista (¡o aumentamos otras!), podríamos poner sobre el tapete. Y es que en algún momento de la vida, una encantadora conductora de Radio Felicidad y el caballero de la Generación G de la televisión por cable, ambos primerísimos actores de la escena nacional, se juntaron también para hacer HUMOR y de paso regalarnos gratas temporadas de él. Tal es el caso de nuestra querida Regina Alcover y el actor de polendas, Gianfranco Brero, quienes junto a Liz Ureta (la menor del inigualable “Clan actoral” Ureta Travesí), Enrique Urrutia (mi querido “Kike Urru”) y el can “Huesito”, conformaron el cuarteto de vecinos más adorable de aquel entonces, con el imborrable “Los Pérez - Gil” (1984); sin duda, otra de mis favoritas. Con una producción estrictamente limitada al estudio, un planteamiento visual sumamente clásico, pero con alto nivel de creatividad e ingenio narrativo (la misma Regina Alcover participaba de los guiones y adaptación), Carlos Tolentino (productor y director de la serie) logró hacer de “Los Perez - Gil”, una propuesta de humor blanco casi níveo, sano, bonachón y un tanto más ingenuo que el propio Chavo del 8. La pareja Alberto-Susana (Brero-Alcover) vivía al lado de los Gil, Pepe y Liz, (Urrutia y Ureta), quienes compartían los tradicionales problemas de pareja, de vecinos, pero sobre todo de AMIGOS. Artistas invitados como Gustavo Mc. Lennan, un Gianmarco niño, entre otros, complementaron esta serie, que de sólo recordarla… provoca verla (¡youtube, ahí vamos!). Y casi cerrando este recordaris humorístico, es cabal ubicarnos ya a la altura de los 90’s, en donde sucedió algo tal vez comparado a la actual aparición de nuevos y muy jóvenes cineastas y realizadores peruanos; un grupo de muchachos universitarios con denotado talento creativo, optó por hacer el “crossover” de la Universidad a la TV, trasladando a los mismos integrantes de sus “trabajos de grupo” de Comunicaciones en la U. de Lima, a los estudios de Panamericana TV, para realizar dos series que, si bien no duraron los 30 años de “Trampolín a la Fama”, fueron considerados como importantes aportes a la TV nacional de la época. Se trata del Grupo “Los Leopoldos”, donde destacan Leonardo Torres (actor) y Gigio Aranda (actual guionista de “Al fondo hay sitio”). Fue así como, bajo el estricto modelo de sitcom americana, estructuraron en 1992 las series “Casado con mi hermano” y “Fandango”. Muy al estilo de “Los Pérez - Gil”, “Casado…” tocaba el tema de parejas (un tanto disparejas), con el diferencial de vivir bajo el mismo techo (también construido de triplay, dentro de un estudio). El lado masculino lo lideraban los hermanos Guido y Waldo (Leonardo Torres y Paul Martin respectivamente), el primero un tanto “nerd”, el segundo “un mucho” “gigoló”, quienes vivían con sus respectivas esposas (Gloria Klein y Marisa Picasso), acordes a la personalidad de cada quien. Las tramas y conflictos lograban enredarse aprovechando la disparidad de ambas duplas. Una serie, a mi modo de ver, sin mucho brillo, con un humor un tanto acartonado, que tuvo sin embargo como potencial audiovisual, forjar un nuevo formato de televisión humorística, dejando de lado el sketch (aún reinante en el humor), para dar paso a la serialidad de una sitcom. Algo similar ocurrió con “Fandango”, la segunda comedia de situaciones de “Los Leopoldos”, cuyos recursos técnicos fueron los mismos, variando evidentemente la temática argumental. Aquí destacó la presencia de Diego Bertie, en una faceta absolutamente distinta a la de aquel “Pedro” de “Natacha”, novela que hizo crecer su popularidad dos años antes (1990). El boom “Natacha” fue tal, que esta nueva camada de actores “seriales”, arribaron en su mayoría de las canteras de esa novela (Bertie, Martin, Torres, Klein, entre otros). Otros artistas de “Fandango” fueron Jorge Quiñe, quien realmente ponía la cuota más clara de humor en la serie, Fiorela Varela Travesí y una adolescente Mari Pili Barreda, quienes bajo la batuta del recordado José Enrique Mavila, armaron un mundo cargado de fantasía (¡hasta con un duendecillo colgando del nombre de la careta inicial!) y un obtuvieron un toque de quimera televisiva, que como aporte volvió a romper esquemas, pero lamentablemente como producto audiovisual, no fue del todo aceptado por el conservador público televidente peruano. Pero la TV peruana no sólo se quedó en sketchs, imitaciones e intentos de sitcoms; ésta sigue sorprendiéndonos con más y más humor empaquetado (cual papel de regalo) con los más disímiles formatos, narraciones, actuaciones, planteamientos visuales etc… lo cual únicamente logra enriquecer al género y hacerlo sumamente “apetitoso” para un público cada vez más cautivo y segmentado. En esa ruta, nos topamos con propuestas de “empaquetado” ilimitadamente lúdicas, coloridas, “criollonas”, innovadoras y extremadamente creativas, como es para mi, este hito de humor peruano: Pataclaun. Sin explicarlo mucho, pues es un referente que tenemos fresco en la memoria, Pataclaun logra un humor serializado, nuevo en forma, fondo y sobre todo en manera de apreciar, disfrutar y entender el humor (hasta podríamos hablar de un “nuevo humor”). Con personajes (y caras) nuevos, tipos de vestuario casi surrealistas, escenografía (¡con perspectiva!) impensable años atrás, post-producción cargada de simbolismos, ángulos y movimientos de cámara innovadores (con la mano mágica de un gran profesional y aún mejor gran persona, Aldo Salvini), actuaciones e historias que rompieron esquemas (July Natters y Wendy Ramos, hicieron un finísimo trabajo), estos “muchachones” de nariz roja, lograron pasar del éxito del Teatro Montecarlo, a la TV, con aceptación TOTAL por parte del público peruano, haciendo un programa de un humor, realmente abrumador!. Y antes de cerrar un poco esta primera “década prodigiosa” del joven siglo XXI, cabe resaltar los últimos formatos televisivos aparecidos en nuestros, ya de más pulgadas!, televisores peruanos. Y para tal, es rigoroso traer a colación el trabajo de Efraín Aguilar y su seguidilla de éxitos seriales - humorísticos. Arrancó antes de acabar el siglo, con “Taxista Ra Ra” (1998), con un Adolfo Chuiman inmerso en el delicioso mundo del “taxeo”, explorando la condición de “psicólogo” sobre ruedas que goza un taxista. Siempre con el humor “criollo” y muy local, la serie, si bien no fue un arrollador éxito televisivo, llamó la atención de un público, en ese momento, ávido de propuestas de humor continuo. Pero fue la posterior propuesta, “Mil Oficios” (2001), en donde los niveles de sintonía empezaron a crecer como la espuma, nuevamente con una historia local, con un grado de identificación tal en el público peruano, que creo yo, fue lo que catapultó a este programa, siendo incluso objeto de estudio en Facultades de Comunicación (tema asignado en mi Licenciatura!). Aguilar, junto con el ex – “Leopoldo”, Gigio Aranda, encontraron la unión perfecta de talento y creatividad, embarcándose desde ese momento en un tipo de formato humorístico – novelesco, logrando un híbrido de géneros hasta el momento poco explotado en la televisión peruana. La sitcom pasó al olvido y se trabajó lo que hoy conocemos como “teleserie”, que no es otra cosa que una suerte de “novela” cuya condición seriada (diaria e incluso de una hora de duración) marca la diferencia de una comedia de situaciones tradicional. Los capítulos ya no inician y concluyen en cada estreno, los capítulos continúan y se desarrollan con la trama propia del género melodramático, sin embargo, esta hibridación tan bien lograda con la cuota de humor exacta, permitió que esta dupla detrás de cámaras, no sólo convocara a un “batallón” de actores nuevos (importantísimo aporte), otros renombrados, otros tal vez olvidados, etc… sino que los insertara en medio de una sucesión de records de sintonía, como lo fue “Así es la Vida” (2004) y hoy “Al Fondo hay sitio” (2009). Éxitos que no descansan únicamente en el rating televisivo, sino que logran lo que el mercado hoy exige, merchandising (álbum de figuritas, discos, etc…), exportación, viralización (trabajo viral con videos en web, temas musicales para descarga), movilización del producto audiovisual a otros espacios (circo, giras a provincia, visitas al exterior del país, etc…). Por todo eso, cierro esta (no tan pequeña) nota, reflexionando un poco sobre todo lo que hoy nos exige ser un éxito televisivo, de humor o no humor, al pensar la TV ya no únicamente como concepto de pantalla, sino ir más allá en todo el espectro que hoy las comunicaciones, la tecnología, el mercado y los medios nos permiten. Ha sido un placer junto a un “humor redondo” (… cómo olvidar este programa!), recordar, viajar y sonreír mientras escribía estas líneas en mis noctámbulas madrugadas sin sueño; y como dice mi músico de cabecera, don Fito Páez, estos serán SIEMPRE “… recuerdos que no voy a borrar, personas que no voy a olvidar y aromas que me quiero llevar…” permanentemente en mi corazón “televisivo” y prioritariamente, en mi alma blanquirroja. Amemos el humor, no lo desvaloricemos, y recordemos siempre a quienes tuvieron el difícil trabajo de hacernos reír, pues esa ardua labor, SI que vale…¡ UN (sonriente) PERU!